© Daniel Beltrá / Greenpeace

Hablamos de fuego real, que arde en las entrañas de nuestro planeta. Se incendia el Amazonas, se incendian millones de hectáreas en Siberia. Nada de esto es aun primera plana en los diarios, ni se señalan responsabilidades claras. Pero las redes sociales arden. Y sabemos que no es suficiente, que habría que inundar las calles como el humo inundó este lunes la ciudad de São Paulo. Inundarlas de gritos y protestas.

Vayamos un poco al foco de esta problemática. En los últimos días se han registrado en el corazón de la selva amazónica, más de 70 mil focos de incendio, superando así el número registrado en el mismo período en los últimos 7 años. Las imágenes satelitales muestran como la nube de humo nace y crece desde la frontera de la selva brasilera junto con Perú y Bolivia. Según informó el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil, la tasa de deforestación aumentó casi un 40% en los últimos doce meses.  Este incremento directamente asociado a los focos de incendio, está ligado al avance de las industrias maderera, agrícola y minera en la región, fogoneado por las políticas del ultraderechista presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

Un capítulo aparte merecería este nefasto personaje. Además de sus dichos (“el Amazonas es nuestro y hacemos con él lo que queremos”, “las reservas indígenas retrasan el progreso y hacen mucho daño a un país que vive de materias primas”, “las ONG están detrás de los incendios”), sus políticas van claramente contra cualquier intento de proteger el medio ambiente. En enero firmó un decreto donde cedió la protección de los territorios indígenas al mismísimo Ministerio… ¡de Agricultura! Y, más recientemente, al publicarse los datos de deforestación del INPE, destituyó al director del organismo, Ricardo Galvão, acusándolo de difundir información errónea para dañar la imagen del país. Como respuesta a esta política, países como Noruega y Alemania han quitado su aporte monetario al Fondo Amazonia (alrededor de unos 70 millones de euros para la reducción sostenida de la deforestación). Como respuesta diplomática, Bolsonaro se encargó de mandar a Angela Merkel a forestar Alemania. Pero más allá de lo que suceda en el escenario político, la realidad hoy es el fuego y la destrucción. Una faceta más de la crisis global en la que vivimos.

Crisis climática y un modelo incompatible

Las selvas y bosques, pese a lo que creemos, no funcionan como pulmón del mundo convirtiendo dióxido de carbono en oxígeno. Sino que son trampas de carbono. Es decir, no transforman sino que retienen el carbono de la atmósfera y producen oxígeno. Por lo que, cuando se queman, liberan este gas a la atmósfera nuevamente. Millones de toneladas de gas que vuelven al aire, con las consecuencias negativas que ello tiene para enfrentar el actual cambio climático. Y todo es un ciclo, ya que este mismo cambio climático es el que también nos llevó a experimentar estos meses temperaturas extremas en todo el hemisferio norte. Temperaturas que causaron enormes derretimientos de hielo en Groenlandia, olas de calor en Europa y que, ahora también, son responsables de los gigantescos incendios forestales que ocurren al mismo tiempo en el sur de Siberia.

No se puede mirar para el costado. Nadie puede hacerlo. El capitalismo muestra la hilacha cada vez más claramente. No hay compatibilidad entre un modelo que se apoya en la degradación de la naturaleza y la explotación de millones para sostener los patrones de consumo de unos pocos. El capitalismo necesita, y cada vez más, ser predador. Nuestra América es un ejemplo concreto de ello. De norte a sur, hace años las fronteras agrícolas han avanzado, degradando suelos, deforestando bosques y desplazando comunidades indígenas. De norte a sur, la minería y la exploración de gas y petróleo ha generado impactos concretos en ecosistemas y poblaciones, produciendo verdaderas zonas de sacrificio. Chicos quedan los esfuerzos de cualquier gobierno al implementar políticas de capitalismo verde, mientras se favorecen a la vez los intereses de las grandes empresas mineras, agrícolas o petroleras y se sostienen y profundizan las desigualdades al interior de cada uno de los países de Latinoamérica. Además, la mano del Norte sigue presente y Trump le da el visto bueno a gobiernos como el de Bolsonaro o Macri, apuntando con el dedo hipócritamente hacia Venezuela. Pero, prestemos atención que tampoco los gigantes como Rusia o China ofrecen a nuestros países alternativas de desarrollo sustentables.

Hoy son los incendios y Bolsonaro es responsable. Aquí en nuestro país, serán las inundaciones, será la degradación del agua, serán los pueblos fumigados. Debemos trascender las redes sociales y transformar la preocupación y la angustia por nuestro planeta en acción concreta. Debemos exigir se respeten los acuerdos internacionales y se pongan frenos a la degradación intensiva del medio ambiente. Debemos soñar y creer en un futuro, que no podrá ser capitalista, donde convivamos en armonía con la naturaleza. Y estar allí, acompañando las resistencias indígenas, las luchas anti-extractivistas, gritando y protestando en la calle, junto a los jóvenes movimientos por el clima y el ambiente. Y, será con mucho esfuerzo, pero si luchamos por ello, en palabras de Berta Cáceres, “lo dijo el río, vamos a vencer”.

Imágen © Daniel Beltrá / Greenpeace

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