Desde Venceremos Partido de Trabajadorxs compartimos algunas reflexiones y conclusiones de este 2024 que termina y que marcan coordenadas para el 2025 y más allá también.
Más de un año de bombardeo, sitio por hambre, por falta de agua, de asesinato de infancias, de médicos, de periodistas, por parte del estado de ocupación sionista, todo con el financiamiento y apoyo de los Estados Unidos y sus aliados “occidentales” ponen a Palestina en el primer orden de nuestra reflexión sobre el 2024.
Palestina nos muestra que el sionismo es una ideología racista, de apartheid y de exterminio. Resulta estremecedor tratar de actualizar las cifras del horror. No son sólo las cifras, sino los métodos: se exalta y se publica el genocidio. La innovación técnica puesta en función de la destrucción: bombas que desintegran cuerpos, balas a la cabeza de niños, órdenes explícitas que habilitan asesinar a 100, 300 y 500 personas por cada combatiente de la resistencia. La “democracia de oriente” es una máquina de crueldad.
Palestina expone que la ocupación colonial no puede entenderse (ni extenderse en el tiempo) sino como un proyecto del imperialismo occidental por tener una cabeza de playa en medio oriente. Palestina desnuda la hipocresía de la democracia occidental, saca a la luz las raíces racistas y genocidas del capitalismo. La “carga del hombre blanco” se combina con el mito del “pueblo elegido” de Israel para enrostrarnos que la barbarie que acecha no es un resabio, una pervivencia de formas anteriores, sino la forma superior del imperio del capital.
Pero Palestina no sólo es vidriera de la atrocidad. Palestina nos sigue enseñando la necesidad de la resistencia y que nada se puede esperar del ocupante y de sus sostenes. Palestina nos enseña dignidad de lucha. El costo fue, está siendo, y no hay elementos para pensar que será menor de ahora en más; pero a pesar de todo, Palestina vencerá y será libre del río al mar.
Este 2024 clarifica también que el imperialismo occidental comandado por Estados Unidos y secundado por la Unión Europea está escalando el guerrerismo y el militarismo. La guerra contra sus propias poblaciones, persecución ideológica, ataques a gran escala, detenciones muestran cómo las técnicas de dominación ejercidas contra el Tercer Mundo, pasan a ser prácticas habituales “dentro de casa”. El sistema de democracia representativa profundiza su proceso de descomposición. Las elecciones como las de EEUU en las que se enfrentan dos súper ricos cuyas diferencias son más de modo que de fondo, muestran (una vez más) que la democracia del capital tiene márgenes muy estrechos.
El estancamiento de la guerra en Ucrania no marca una eventual época de “paz”. La extensión de la guerra a todo Medio Oriente, con ataques a Irán, Líbano, Yemen y Siria corroboran que la guerra es un dato de la realidad. En su deterioro y en descrédito, el uso de la fuerza bruta como única justificación del imperialismo arrasa pueblos y territorios. El resurgimiento del yihadismo en Siria y su llegada al estado tras la salida de Al Assad, en coordinación con el avance de la entidad sionista y de la operación mediática de occidente de presentar como “rebeldes” a los terroristas que tan bien ejecutan las políticas imperiales, ha sido presentado por toda una expresión de izquierda eurocéntrica como un “triunfo popular”. Urge despejar la confusión. Así como todavía, luego de siglos de historia, luego de décadas en las que se pueden ver los resultados del “avance de la libertad” con los bombardeos occidentales en Irak, Afganistán, Libia por sólo mencionar algunos ejemplos resonantes, debería ser una conclusión que la liberación y el triunfo de los pueblos sólo puede venir de sus propias fuerzas.
Desde otro ángulo, la expectativa que algunos depositan en los estados de China, como potencia mundial en ascenso, o de otras subpotencias como Rusia o Irán, o en los BRICS da cuenta, por un lado, de la incomprensión del rol de estos estados en el capitalismo mundial y en la lucha de clases, y por otro, de las dificultades por recuperar proyectos propios que aumenten la confianza en la propia fuerza de los oprimidos y explotados del mundo cuando se deciden a “entrar en revolución”. El carácter interimperialista de las disputas no significa que los contendientes sean iguales, sino que lo que no disputan es la naturaleza del orden social, ese orden que condena a millones.
Resulta difícil pensar que China sea (o pueda ser) vanguardia de una alternativa para los pueblos. Por supuesto, como potencia en ascenso, milita el libre mercado y la “paz” que permite realizar inversiones y ganancias. La política extractivista y el salvataje al gobierno de Javier Milei demuestra la estrechez de miras de quienes creen que la subordinación a China puede ser un camino de superación de la situación actual.
En nuestro continente, este 2024 deja el saldo de un progresismo cada vez más incapaz de empalmar con las necesidades de los pueblos. A los tumbos vemos un progresismo que oscila a nivel continental entre las derrotas que los progresismos construyen y que luego no pueden entender, y los “triunfos” conseguidos a fuerza de “mal menor” y que no tardan en cosechar decepciones. Sería imposible hacer un recuento exhaustivo. Sin embargo, hay elementos que ilustran de forma elocuente el proceso. La militarización y la legalización de la persecución, encarcelamiento y represión a los pueblos, avanza a uno y otro lado de la cordillera. Lo promueve Patricia Bullrich en Argentina, pero se le adelanta Boric en Chile. Ecuador se convierte cada vez más en una réplica de la Colombia gobernada por el narcocapitalismo con sus fuerzas parapoliciales. En Brasil el PT ofrece garantías para los buenos negocios, en contra de poblaciones y territorio, negando la reforma agraria. En Bolivia, las confrontaciones dentro de lo que fuera el “proceso de cambio” suma al descrédito y a la desmovilización que la derecha imperialista no tardará en aprovechar.
A pesar de las vinculaciones que existieron en el lejano “ciclo progresista”, Venezuela sigue estando fuera de esta norma. Porque allí las transformaciones no sólo económicas, sino políticas fueron más a fondo, a pesar de lastres burocráticos que no terminan de superarse con el anhelado “golpe de timón”. Un país que no transformó su estructura petróleo dependiente pero que sí supo reconstruir unas fuerzas armadas con una base de milicias, resiste los embates, las intentonas golpistas, los gobiernos autoproclamados. La política de Trump hacia el hemisferio, a cargo de rancios exponentes de la gusanera de Miami, anticipa tormentas. El progresismo, estatal y no estatal, que se nutrió de la renta petrolera del pueblo venezolano, se despega de Venezuela como hiciera el peronismo en Argentina, o como hizo Lula al vetar su ingreso a los BRICS.
La experiencia de este año en Argentina reafirma que el progresismo no tiene más que ofrecer que la exaltación de su supuesto pasado de gloria. La rapidez con que el gobierno de Milei viene desmontando las “políticas públicas” que el progresismo peronista exalta como “conquistas” desnuda los pies de barro de un proyecto que nunca se propuso enfrentar las relaciones de poder apostando al poder popular. La apuesta a la institucionalidad, el abandono de la calle y el llamado a las elecciones expresan el sentido histórico de ese peronismo progresista que buscó suturar la crisis de las instituciones. La rosca y las rencillas de cartel que se dan en todos los espacios políticos del sistema, ante una población que padece el deterioro y la desorganización de la vida, deberían ayudarnos a dejar de depositar expectativas en esas organizaciones y en esos terrenos.
Los ataques a las organizaciones y a las movilizaciones populares tienen que dejarnos como tarea el encontrar las formas de salir de las prácticas y hábitos construidos en los años que nos separan del 2001. La masividad no logra resultados acordes a la cantidad de población movilizada. Es verdad que el gobierno de Milei construye un discurso que no tiene correlato con la realidad al afirmar que las enormes movilizaciones del 24 de enero, del 8 y el 24 de marzo o del 23 de abril no afectan en nada; pero también lo es que las mismas no logran conquistas suficientes.
La normalización de la represión mediante el empleo de una fuerza excesiva en relación a la que pone el movimiento popular, es un elemento a tomar en consideración. Será importante reconocer esos hechos como una violencia sistémica, estatal, de clase.
Justamente este 2024 nos invita a recuperar la mirada estructural y de clase. Si la casta está en orden, es porque el conjunto de la clase dominante sostiene el proyecto que ejecuta con brutalidad la runfla que hoy administra el estado. Esos que se la han llevado en pala gobierne quien gobierne y que nadie elige, son nuestros enemigos. Así actúan, así se vinculan con nosotres. Es hora de asumirlo.
Las luchas persistentes, sostenidas, también son parte del balance de este año. La capacidad de movilización en defensa de la educación, de la salud, de la memoria, la verdad y la justicia, por la defensa de los bienes comunes, por los derechos de mujeres y colectivos LGBTQ+, también es algo que se ha demostrado durante 2024. Luchas de trabajadores y trabajadoras que no sólo tienen que pelear contra los embates de las patronales, sino contra la desmovilización que promueve la burocracia sindical. La imposibilidad del proyecto de la clase dominante -hoy con Milei a la cabeza, pero no a confundirnos que el fusible podría ser otro- de construir hasta hoy una fuerza de calles tiene que ser leído como una muestra de nuestra fortaleza. La prepotencia de los cyberfachos se diluye cuando se enfrentan a manifestaciones reales. Apoyar y desarrollar esa fuerza propia, para evitar que nuestros enemigos logren avanzar.
Ante este 2024 lleno de desafíos, como destacamento, además de ser parte de las luchas generales, internacionalistas y aquellas que se dieron en nuestros lugares de vivienda, de trabajo y de estudio, además de encontrarnos en las calles y en las ideas con compañeres y organizaciones a quienes respetamos, hemos sido parte de la reedición de Poder burgués y poder revolucionario, de Mario Roberto Santucho, secretario general del Partido Revolucionario de los Trabajadores y comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo. Allí está presente la principal conclusión de este año, que es tanto resultado del análisis de la realidad, como de la recuperación histórica de nuestra identidad de lucha:
“Sin opción revolucionaria de poder. La razón fundamental por la que pese a la enérgica lucha de nuestro pueblo, las clases dominantes no han visto peligrar su dominación política ha sido la ausencia hasta el presente de una opción revolucionaria de poder que ofreciera a las masas una salida política fuera de los marcos del sistema capitalista.
“Hasta ahora la clase obrera y el pueblo argentino no han conseguido darse una fuerza política propia de carácter revolucionario. Por ello ha estado sometido constantemente a la influencia de los partidos políticos burgueses y no ha logrado identificar las distintas engañifas preparadas por la burguesía, cayendo en consecuencia en el error, dando su apoyo de buena fe a sus propios verdugos.”
Allí está también el principal desafío a futuro para quienes luchamos en Argentina, pero también en todo el mundo. Por eso brindamos en este inicio de año.