El 4 de noviembre de 1780 se inició la mayor rebelión contra el imperio colonial español en América. Conectada con toda la larga historia de resistencia a la invasión y al genocidio europeo, la rebelión anticipó una nueva etapa de la lucha de los pueblos, enlazándose con las revoluciones que marcaron la segunda y tercera décadas del siglo XIX. A casi un cuarto de milenio de distancia, la rebelión de Túpac Amaru sigue siendo semilla, raíz y horizonte de la emancipación.
Provincia o “corregimiento” de Tinta, Virreinato del Perú. Es 4 de noviembre de 1780. El odiado corregidor Antonio de Arriaga y José Gabriel Condorcanqui, quinto nieto del último inca por parte de su madre, cenan en la casa del cura de Yanacoa, Carlos Rodríguez. Celebran el día de san Carlos, “día del augusto soberano”, el rey Carlos III perteneciente a la Casa de Borbón.
Amaru se retira antes de la finalización del festejo. La rebelión está a punto de comenzar. Con su fuerza preparada, Amaru embosca al corregidor Arriaga, se traslada a Tungasuca en una zona escarpada y de difícil acceso. Quien ejercía el poder hasta entonces en ese territorio, es prisionero de lxs rebeldes. Le obligan a firmar una orden para que sean entregadas armas de fuego, dinero y mulas con la excusa de un inminente ataque corsario que no existió. Así consigue el incipiente ejército tupacamarista recursos indispensables para la lucha que está en ciernes. El día 8 de noviembre de 1780, Arriaga es sentenciado a muerte y ejecutado por los rebeldes. Ya no habrá punto de retorno.
La rebelión crece y se expande. Los triunfos militares y políticos tienen una fase inicial verdaderamente arrolladora. Miles se suman al ejército rebelde. A la cabeza del movimiento, junto a Tupac Amaru, se encuentra su compañera Micaela Bastidas, mujer “zamba”, descendiente de africanos y de indígenas. Junto a ella, decenas de luchadoras andinas se suman al levantamiento.
El descompuesto régimen colonial entra en pánico. En Lima se forma una junta, un estado mayor de la contrarrevolución, para enfrentar el desafío. A la cabeza está el visitador general José Antonio de Areche, enviado directamente de la metrópoli que había llegado para tomar medidas que permitieran reforzar el desvencijado poder colonial. Todos los beneficiarios del orden colonial, ofrecen recursos para evitar el triunfo rebelde. La iglesia financia la represión, busca dividir el campo revolucionario excomulgando a Túpac Amaru e identificando la causa revolucionaria con un atentado contra Dios, propagandiza la visión del poder. Los grandes comerciantes, los altos funcionarios que se beneficiaban directamente de los “repartimientos” (venta obligada de mercancías a precio de monopolio a las comunidades indígenas), ponen dinero, armas, transporte. Otro tanto hacen los beneficiarios de mitas y obrajes, donde muchos originarixs trabajan para conseguir el dinero necesario para pagar las mercancías vendidas a la fuerza.
La contrarrevolución está dispuesta a todo para recuperar el terreno perdido. Otorgan las reivindicaciones económicas que incluye el programa de la rebelión. Luego del triunfo rebelde en Sangarará, la jefatura realista emite un bando en el que, entre otras cosas establece: “ … cumpliendo con la intención de Su Majestad, la cual es que no paguen diezmos en este obispado… Asimismo, quedarán libres de repartimientos de corregidores desde ahora ni están obligados a pagar lo que se ha repartido por dichos corregidores, y en lo posterior no serán por ningún motivo presos en obrajes… ni pagarán obvenciones en observancia de la real cédula publicada en estos dominios” (citado por Boleslao Lewin, Vida de Túpac Amaru, Instituto Cubano del Libro, 1973).
Por supuesto, las concesiones se dan ante todo para dividir, y van de la mano del ejercicio característico del terror de la colonia (y de las contrarrevoluciones). La rebelión se da en una época clave del trabajo agrícola. Las cosechas se pierden. Los refuerzos virreinales llegan. Hay errores de cálculo o de concepción que hacen que los rebeldes no aprovechen el momento fulgurante de la victoria. La relación de fuerzas se torna desfavorable.
El 6 de abril de 1781 Túpac Amaru es apresado mediante una traición. Sometido a esas torturas que todos los colonialistas e imperialistas aplican en nombre de Dios, de la civilización, o de la “democracia”, Túpac Amaru se niega a hablar a sus torturadores que exigen la delación como forma de someter, de quebrar. En la sala de torturas del siglo XVIII (como en las de los siglos XX y XXI) se enfrentan dos mundos, el del conquistador y el de los pueblos que resisten y luchan por la libertad plena. El visitador Areche en persona le pregunta al Inca quiénes eran los culpables del alzamiento. El Amaru responde: “Aquí sólo hay dos culpables, tú por oprimir a mi pueblo y yo por intentar liberarlo”.
El 18 de mayo se ejecutan las sentencias contra Túpac Amaru y principales colaboradores: José Verdejo, Andrés Castelo, su tío Francisco Túpac Amaru, su hijo Hipólito, Tomasa Titu Condemayta, Micaela Bastidas. Fernando Túpac Amaru, el hijo de 11 años del Inca y Micaela Bastidas, es obligado a presenciar el suplicio de su padre y madre y enviado preso con cadena perpetua a España donde morirá. Juan Bautista Túpac Amaru, el hermano menor del líder, pasará 40 años en las mazmorras españolas del norte de África. La especial saña de la represión contra lxs dirigentes y contra la familia Amaru, también enfoca en las mujeres combatientes. Noventa y dos mujeres son hechas prisioneras y obligadas a caminar descalzas desde Cuzco a Lima en una siniestra caravana de la muerte.
Con un verdadero baño de sangre, con la exhibición de la tortura, el corte de la lengua, ahorcamientos, descuartizamiento, quema de cuerpos, y despedazamiento para exposición de sus partes en los pueblos, el orden colonial obtiene su tiempo de descuento.
Desde entonces, la rebelión y la figura de Túpac Amaru han sido raíces y fuerza de otras revoluciones. Las revoluciones de inicios del siglo XIX se reconocen continuadoras de esta gran rebelión. En pleno siglo XX, potentes organizaciones revolucionarias decidieron que la lucha anticapitalista y antiimperialista de Nuestramérica debía llevar el nombre de Amaru al asalto del futuro.
En momentos en que el orden capitalista cruje, cuando los poderosos del imperio y sus colegas subordinados ensayan cómo reconstruirse, comunidades originarias recuperan territorios, refuerzan identidad, construyen autonomía y desarrollan formas de un buen vivir que no es utopía sino práctica concreta. Mientras el capital pone en peligro la reproducción de la vida en el planeta, mientras el posibilismo oficial condena a la miseria planificada – aunque destinando unas migajas a amortiguar la conciencia de lxs condenadxs de la tierra- la rebelión de Amaru nos convoca y nos desafía. Nuestras rebeliones tienen raíces y, si logramos levantar la cabeza, si logramos sacudirnos tanto derrotismo grabado a sangre y fuego, también pueden tener nuestras rebeliones horizontes de revolución. Ese capitalismo que nació chorreando sangre y lodo aplastando a los pueblos del Abya Yala, secuestrando a escala a seres humanxs de África pero hablando de “modernidad”, “civilización” y “progreso” merece ser tirado al basurero de esta dolorosa prehistoria humana de explotación y opresión.