
Cuando la realidad parece tan compleja de comprender y tan fácil resulta enredarse en lo inmediato, ahí está el Che, naciendo una y otra vez cada 14 de junio para recordarnos que los seres más lúcidos y audaces, son también hijxs de su tiempo.
Ernesto Guevara nació apenas un año antes de la crisis mundial del año 1929. Tenía 4 cuando Hitler se convierte en canciller alemán y 7 cuando Franco se alza contra la Segunda República Española. El capitalismo occidental y cristiano se escuda detrás del fascismo para frenar el avance de los pueblos. La Segunda Guerra Mundial, con la barbarie de dos bombas atómicas lanzadas solamente para demostrar quién sería el nuevo mandamás, consagrará a Estados Unidos como el gendarme del capitalismo mundial, y prácticamente no quedará región de América al sur del río Bravo que no someta por vía de la coacción económica, o militar, o ambas.
Pero las luchas de los pueblos no se detienen, y el sistema ofrece también “su rostro humano” para cooptar voluntades y apaciguar malhumores… En el marco de una bipolaridad mundial, occidente cede en parte ante los reclamos, y se dan grandes conquistas populares, fundamentalmente en derechos económicos-sindicales y civiles en distintas regiones del planeta. Aparecen en ese marco –y jugando un papel conciliador– las “terceras vías” o “terceras posiciones”. Y en ese mundo conflictivo y confuso, es que Guevara se nace CHE.
Recorriendo la América olvidada, casi como una aventura meramente juvenil, Ernesto Guevara de la Serna conoce los padeceres de “los nadies”, al decir de Galeano: <<“yo”, no soy yo; por lo menos no soy el mismo yo interior. Ese vagar sin rumbo por nuestra “Mayúscula América” me ha cambiado más de lo que creí>> escribirá como anticipo al relato de su ya mítico viaje con Granados.
A su sensibilidad y solidaridad, mamadas en el seno familiar y entre sus amigxs de la Córdoba de su niñez, le va sumando el conocimiento, la teoría, la reflexión crítica. El Che se hace Che convenciéndose de que no alcanza con lamentarse, con resignarse a lo menos malo, con contentarse con las limosnas del sistema. Se hace Che porque como él mismo escribiría a sus hijxs después, siente en lo más profundo las injusticias cometidas. De allí que el convencimiento devenga en acción, en estrategia, en programa.
La Revolución Cubana demostró la posibilidad y la realidad de un pueblo en armas que vence a un enemigo “técnica y militarmente” superior, y demostró, nada más ni nada menos que a pocas millas del imperialismo yanqui, que un pueblo determinado a vencer, puede construir otro futuro. Y ese futuro se llama socialismo.
El Che colocó como una de las máximas de su praxis que el socialismo no puede construirse con las armas melladas del capitalismo, como tampoco puede ser posible la justicia social, la liberación plena, ni la independencia encolumnándose detrás de las burguesías autóctonas, es decir, del llamado “capital nacional” (mucho menos hoy, cuando la etapa ha dejado muy atrás la nacionalidad de los capitales). Las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo y solo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer: revolución socialista o caricatura de revolución, afirma, y esa sentencia tiene tanta vigencia como si hubiese sido dicha hoy mismo.
El Che y su legado se nos nace cada 14 de junio. Y aunque no perdamos la ternura, sabemos endurecernos ante la miseria planificada, ante un sistema decrépito y descompuesto que sólo ofrece barbarie y destrucción. Hoy más que nunca, ante la descomposición de este régimen político y económico putrefacto que solo tiene para ofrecer explotación, muerte y saqueo, no abandonaremos ni tantito así la lucha por un mundo donde el ser humano sea la medida de todas las cosas.