El primer punto, ineludible, en este caso: el alivio de que Maia, la nena de 7 años que estuvo más de 3 días secuestrada por un varón adulto con antecedentes de abuso, haya sido ubicada con vida y sin daños físicos visibles.

Pero ese inmenso alivio no puede hacer que dejemos de preguntarnos, por ejemplo, por todo un historial de vulneración de derechos que en el caso de Maia, y de tantxs niñxs pobres que sobreviven a duras penas diariamente en nuestro país, lxs acompaña desde antes de su propia existencia. ¿Puede ser naturalizado que una niña de 7 años viva en una casilla sin agua ni baño, a la vera de la autopista, en la ciudad más rica del país? ¿Qué lugar ocupan lxs niñxs como Maia, con quienes trabajamos y convivimos en nuestros barrios y escuelas, en los reclamos encendidos por la “vuelta a clases” en pandemia? ¿Piden desde los canales de TV que “abran las escuelas” para ellxs? Maia, como miles de niñxs en nuestra ciudad y el conurbano, no tienen escuela, y su vínculo con las instituciones es un rebotar entre juzgados y comisarías, donde el trato que reciben a diario por parte del estado y las policías es bastante menos amistoso que la campera sobre los hombros que recibió hoy, en la poco espontánea filmación del operativo de su rescate. Por cierto, ¿qué interés mediático habría suscitado el caso de Maia si la población de Villa Cildáñez, Parque Avellaneda, Copello, Lugano y Samoré no hubiera bajado a cortar una autopista durante tres días? ¿Qué respuesta policial o judicial hubiese tenido el caso si organizaciones feministas, sociales y políticas, docentes y trabajadorxs de comedores populares, no hubiesen difundido la denuncia a mansalva mientras en la Comisaría 40 se negaban a iniciar un expediente? Ahora que muchxs periodistas saben que Parque Avellaneda o Villa Lugano quedan en la misma ciudad que Palermo o Las Cañitas, bajo la jurisdicción del mismo intendente que gasta millones en bicisendas pero en estos barrios no garantiza cloacas o vacantes escolares, ¿van a posar su mirada sobre lxs miles de pibxs sin escuela, sin vacunación (no hablamos de Sputnik V, sino de la SABIN), sin acceso a una sola revisación odontológica en sus vidas? ¿Van a tomar nota de esta realidad opuesta por el vértice a la opulencia de los barrios acomodados que marcan el “humor social”? ¿Van a hablar de la falta de políticas públicas de los gobiernos que sustentan sus líneas editoriales a puro billetazo de pauta publicitaria?

Los impresentables ministros de seguridad, de éste y de aquel lado de la General Paz, ¿de verdad van a presentar como un éxito este caso? ¿Desbarataron a una peligrosa red de trata? ¿O lograron atrapar a un cartonero que huía en bicicleta con una niña, 72 horas después de haberla secuestrado, y se dormía en una vereda, a 60 kilómetros del lugar de su secuestro? ¿Van a condecorar a la policía lujanense que, tal vez asimilando a un niñx en situación de calle al paisaje natural de nuestra metrópolis, pasó por al lado suyo sin detenerse, y tuvo que ser alertada por un vecino que llamó al 911 para que puedan encontrar a Maia? ¿Cuál es el trato cotidiano de las policías hacia las mujeres denunciantes de violencia o secuestros en las comisarías? ¿Cuál el que le dispensa la Prefectura a las familias de Cildañez, o el aparato represivo a la gente en situación de calle?

El alivio por la aparición de Maia, el abrazo a sus familiares y vecinxs que se movilizaron y junto a quienes cortamos la autopista Dellepiane, no debría suplantar la necesidad de que nos hagamos éstas y otras preguntas. La certeza: sin la movilización popular, el caso de Maia podría haber tenido un final impensado. Miles de niñxs como Maia, en una situación de absoluta fragilidad, van a irse a dormir esta noche en casillas, bajo puentes (flamantemente pintados por el gobierno, eso sí), sin comer, o siendo presa fácil de abusadores. Es una buena ocasión para que la mirada sobre esta realidad, ocasionalmente posada por un sector amplio de la sociedad, no pase de largo nuevamente, o no se pierda en visiones folclóricas sobre la miseria que el capitalismo edifica sobre nuestras vidas.

  Mariano Garrido

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