El 21 de enero de 1924 moría en las afueras de Moscú Vladímir Illich Uliánov, Lenin. Sus aportes teóricos y prácticos al desarrollo del marxismo y de la lucha revolucionaria difícilmente puedan exagerarse. Pero no es la adulación ni el culto lo que motiva estas líneas. Para nosotres Lenin no es un ídolo al que se estudia para luego predicar realpolitk (eso sí, “progre”). No. Lenin es ese gran luchador contra el capitalismo y por eso y para eso, es quien llama a pelear contra el “seguidismo” que tantos favores le hace al orden burgués. Es ese camarada admirado por su lucidez, por el rigor de estudiar a fondo todos los problemas de su tiempo, con la revolución socialista como brújula. Es el polemista filoso. El compañero que combate la autocomplacencia. El intelectual revolucionario capaz de debatir con profundidad académica pero siempre consciente de que la realidad (esa que hasta 1847 los filósofos sólo se habían dedicado a interpretar) demanda que las ideas se transformen en fuerza material.

El Che decía que había que leer “hasta el último papelito” escrito por Lenin. Por supuesto, siempre con perspectiva crítica; pero crítica de verdad, esto es, desde el materialismo histórico y dialéctico. El análisis del desarrollo de los procesos que Lenin no pudo ver, así como la valoración histórica de las decisiones adoptadas en una situación concreta, así como el imprescindible diálogo con la propia realidad, en tiempo y espacio. En definitiva, ejercitar la lógica de aproximaciones sucesivas a las múltiples y cambiantes determinaciones de lo real. Crítica que supone la superación y no la defección. Porque una cosa es profundizar el legado de teoría y de experiencia revolucionaria y otra cosa es el retroceso a la charca de las mil y una variantes del pensamiento burgués (o pequeño burgués).

En este mundo que, más que “distópico” como gusta decir cierta intelectualidad, muestra al capitalismo al desnudo, Lenin no sólo tiene una enorme vigencia, sino que una vuelta a fondo sobre su múltiple y complejo legado adquiere un carácter urgente. El desarrollo del capitalismo en la periferia, la reivindicación del derecho a la autodeterminación de los pueblos, la profunda crisis del capital y el modo en que esto impacta en la dinámica del imperialismo, la indispensable formación filosófica para comprender el marxismo y el mundo, la lucha contra el estado desde una perspectiva socialista, por sólo mencionar algunos ejes de su obra que nos interpelan a pensar viejos – nuevos problemas. Sin duda, muchas enseñanzas debemos extraer del modo en que la mayoría de los procesos revolucionarios otrora triunfantes han retornado al predominio creciente de las formas capitalistas.

Pero, como el propio Lenin enseña, el primer paso es encontrar cuál es el problema principal que enfrentamos para la construcción revolucionaria. Y desde esa pregunta es que en la relectura del “¿Por dónde empezar?” y el ¿Qué hacer? encontramos que “habla de nosotres”. Salvando las distancias, ¿cómo no identificar que Lenin habla de problemas muy actuales al señalar la dispersión, la vacilación, la inestabilidad de las ideas y de los planes? ¿O cuando identifica la propia confusión y negativa a las discusiones de parte de quienes, sin rechazar “en principio” la lucha por el socialismo, exaltan la espontaneidad y reniegan de la agitación y propaganda del socialismo? ¿Cómo no sentir la misma incomodidad con nuestras debilidades?

Y aunque la efeméride es sólo una excusa, o una casualidad de calendario, no hay duda de que el mejor homenaje a casi 100 años de su fallecimiento es seguir usando sus textos para pensar y actuar sobre la realidad. Con antagonismo irreconciliable de clase, con rabia frente a todas las formas de opresión y con la certeza de que el socialismo es imprescindible para superar la barbarie del capital

 

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