Corría el mes de octubre de 1917. La guerra imperialista era una carnicería en el sentido estricto del término: millones de obrerxs, campesinxs, estudiantes, jóvenes en su inmensa mayoría, asesinados. El hambre y el frío se cobraban más víctimas. Cientos de miles, millones de vidas segadas por el bien del capital que tramitaba así las contradicciones de la expansión imperialista.
El toque de diana en agosto de 1914 había contado con la claudicación y la venia de los partidos socialistas oficiales de la II Internacional. “Defensa de la patria”, “diferencias entre el imperialismo británico y el germano”, “consideración del sentir de las masas” que aplaudían el inicio de una de las mayores masacres en la historia humana; en resumen, realpolitik que no era más que abyecta traición. Pero no todos, no todas se hundieron en la orgía guerrerista. Soportando el aislamiento, la persecución, el exilio y el escarnio, los mejores revolucionarios y revolucionarias de inicios del siglo XX mantienen los principios del socialismo: la guerra es una guerra imperialista, el deber de lxs revolucionarixs ante las dificultades de “su” gobierno es transformar esa guerra en guerra civil.
En 1917, ante una guerra en la que los muertos son de la clase obrera y los negocios de los burgueses imperialistas, el descontento y el hartazgose multiplican por abajo, sin dar aún lugar a estallidos abiertos. En enero de ese año, en una conferencia a la juventud obrera de Zúrich, Suiza, lugar de exilio de él y muchxs otrxs, Lenin advierte: “No debemos dejarnos engañar por el silencio sepulcral que ahora reina en Europa. Europa está colmada de revolución.” Y agrega: “Nosotros, los de la vieja generación, quizás no lleguemos a ver las batallas decisivas de esa revolución futura. No obstante […] la juventud, que está trabajando tan magníficamente en el movimiento socialista de Suiza y de todo el mundo, no solo tendrá la dicha de luchar, sino también de triunfar en la futura revolución proletaria”.
Sin embargo, la lucha de clases se acelera y lo que había sido entusiasmo con la guerra, primero, descontento y desmoralización, después, se transforma en rabia y disposición a la lucha. En Rusia la lucha encabezada por las mujeres por el pan se transforma en una revolución que derroca al zar, en febrero de ese año. Rápidamente, las limitaciones de esta “revolución burguesa” salen a la luz, el gobierno Kerensky no resuelve ninguno de los problemas urgentes del pueblo. Las masas explotadas y oprimidas reclaman PAZ, PAN, TIERRA y TRABAJO.
En octubre la situación es insostenible. Las masas empujan, algunxs revolucionarixs dudan. Pero otrxs, con Lenin a la cabeza, reconocen que el momento de la insurrección ha llegado. El 25 de octubre (7 de noviembre) estaba previsto el II Congreso de los Soviets, consejos de obreros, soldados y campesinos. Era el día indicado. El día 22, “Día del Soviet” se realizaron reuniones en distintos puntos de la ciudad, las fuerzas revolucionarias pasaron revista, tensaron sus fuerzas y realizaron sus juramentos. John Reed registró una de esas reuniones: “¿Juráis consagrar todas vuestras fuerzas, no retroceder ante ningún sacrificio para sostener al soviet que ha tomado en sus manos la tarea de coronar la victoria de la revolución y de daros la tierra, el pan, la paz? Las manos incontables seguían en alto. La multitud asentía. La multitud juraba… Y eso mismo ocurría en todo Petrogrado. Por todas partes se llevaban a cabo los últimos preparativos; en todas partes se hacían los últimos juramentos. Millares, decenas de millares, centenas de millares de hombres. Aquello era ya la insurrección”.
El 25 de octubre la insurrección estalló. Preparada, cuidada, trabajada por años y hasta décadas, esta vez sí era la revolución. Esta vez el empuje de masas no se diluiría luego del estallido, no daría lugar a una versión remozada de la dominación de clase; esta vez forjada en el fuego de la lucha de clases había una dirección, un programa que transformó la rebelión en verdadera revolución. Se inició una nueva época en la historia de la humanidad. El capitalismo vio materializarse sus peores temores. El fantasma se hizo clase y el verdugo ya no estuvo en el umbral sino en el poder.
Mucho ha ocurrido desde entonces. Muchas han sido las victorias y las derrotas no fueron pocas. La experiencia es hoy sustancialmente mayor a la que existía en 1917. La construcción del socialismo resultó una tarea mucho más compleja de lo previsto. El auge revolucionario de los 60 y 70 no logró consolidarse. El capitalismo recobró la iniciativa y el imperialismo ha multiplicado sus negocios y sus crímenes. Pero todo lo sólido se desvanece en el aire. Las masas se levantan en distintos puntos del planeta. En Nuestra América, la rebelión en Ecuador hace tan sólo unos días y la rebelión en curso en Chile, nada menos que en Chile, muestran que todo lo que existe merece perecer. El desafío es si las y los revolucionarios sabremos estar a la altura de los hechos, si tendremos la capacidad de aprender y enseñar algo a esos movimientos que hacen volar por los aires lo que parecía inconmovible.
¡Viva la revolución! ¡Viva la revolución! ¡Viva la revolución!
Compartimos un fragmento de Un libro rojo para Lenin, de Roque Dalton, editado por La Llamarada
45
Cuestionario mínimo para que sepas si has tomado o no has tomado el poder
«… Les rogamos encarecidamente nos comuniquen con mayor frecuencia y en forma más concreta qué medidas han adoptado para luchar contra los verdugos burgueses…; si han creado soviets de obreros y servidores domésticos en los barrios de la ciudad; sin han armado a los obreros y desarmado a la burguesía; si han aprovechado los depósitos de ropa y otros productos para prestar una inmediata y amplia ayuda a los obreros, y sobre todo a los jornaleros y a los pequeños campesinos; si han expropiado las fábricas y los bienes de los capitalistas de la ciudad, así como también la propiedad capitalista de la tierra en sus alrededores; si han abolido las hipotecas y las rentas de los pequeños campesinos; si han duplicado o triplicado el salario de los peones y jornaleros; si han confiscado todos los depósitos de papel y todas las imprentas para imprimir hojas volantes y periódicos de masas;… si han concentrado la burguesía en el centro de la ciudad para instalar inmediatamente a los obreros en los barrios ricos; si han tomado en sus manos todos los bancos; si han elegido rehenes entre la burguesía; si han adoptado raciones de abastecimiento más altas para los obreros que para la burguesía; si han movilizado a todos los obreros tanto para la defensa como para la propaganda ideológica en las aldeas vecinas…»
Lenin, en el «Saludo a la República Soviética de Baviera», escrito el 27 de abril de 1919.