Ya atravesado el umbral de la mitad de 2019, los negros pronósticos de recesión mundial empiezan a parecer cada vez más probables, una idea en la cual coinciden tanto economistas críticos como también economistas y organismos burgueses. Son varios los factores que confluyen para explicar esta “larga depresión”, como la denomina Michael Roberts y que tiene lugar en un escenario internacional completamente condicionado a largo plazo por la guerra comercial desatada por Estados Unidos contra China.
La economía nunca se recuperó completamente luego del estallido de la burbuja financiera de 2008. En efecto, el crecimiento global del PIB real, el comercio, la inversión y los ingresos salariales están por debajo de los niveles previos a 2007. En particular, la inversión de capital, que es un factor clave para explicar la rentabilidad de la economía, no ha alcanzado los niveles de fines de los noventa.
La explicación es que a más de diez años de la crisis que empezó en la esfera de las finanzas, el capital prefirió reproducirse en el ámbito de la especulación, estimulado por el alza de las tasas y en detrimento de la inversión en la economía real. Basta un ejemplo para confirmarlo: el recorte impositivo en EEUU en 2017 permitió que las empresas dispusieran de mayor capital para inversión. Pero solamente 2.000 millones de dólares de 81.000 se gastaron en inversión productiva, mientras que se triplicó la compra de acciones. Es decir, tal inversión productiva no se produjo: se reubicó en las finanzas.
Los datos hablan de desaceleración; algunos los pronósticos de recesión. El FMI ya en abril de este año sostenía que el 70% de las economías mundiales se ralentizaba. Las financieras Morgan Stanley y Goldman Sachs han pronosticado que en 9 meses EEUU podría entrar en recesión; mientras el banco Federal Alemán ha alertado sobre una posible recesión de la economía alemana, debido a la continua desaceleración de la industria, la caída del mercado laboral y el sector servicios. De suceder esto, Alemania arrastraría a toda la Unión Europea.
¿Pero por qué hablar de la posibilidad de recesión? En primer lugar, es importante recordar que la recesión tiene lugar, en términos económicos, cuando se suceden al menos dos trimestres seguidos contracción del PBI de una economía.
Por un lado, el mercado de bonos ha caído nuevamente en “curva de rentabilidad invertida”. En criollo, esto significa que los bonos a corto plazo se han vuelto más rentables que los bonos a largo plazo. Según Roberts, “el diferencial entre el corto y el largo plazo se reduzca a más o menos donde estaba a principios de 2007, en la víspera de una crisis financiera desastrosa y de la peor recesión desde la década de 1930.” Esto es un indicador del pesimismo del mercado sobre las expectativas económicas, en gran medida provocado por la furibunda política económica del Donald Trump y la guerra económica con China.
Por otra parte, la deuda empresarial es alarmante. Las familias estadounidenses han llegado al límite de endeudamiento o han dejado de pagar. Y la deuda pública se ha estabilizado luego de un gran aumento, cuando los Estados absorbieron los pasivos de las financieras. (Es decir, se socializaron las pérdidas de las empresas). Hoy, sin embargo, la deuda de las empresas sigue en aumento, ya sea para financiarse o especular. Ahora bien, cuando alcanzan un nivel insostenible de deuda, los precios de los activos caen y esto arrastra a la economía real. En palabras del economista Eric Toussaint: “Cuanto mayor es la proporción de la deuda corporativa devaluada en relación con los activos de una empresa, mayor será su impacto negativo en el balance de la empresa. El valor del capital corporativo cae también y puede llegar un punto en que ya no cubre sus obligaciones.”
Otra vez, la guerra económica entre EEUU y China ayuda a comprender parte de este fenómeno.
La guerra económica y sus consecuencias globales
A mitad de 2018, Donald Trump comenzó a aplicar una feroz política arancelaria con China. La explicación oficial: la deslealtad china en la competencia y el robo de patentes tecnológicas. En los hechos, la disputa tiene que ver con el déficit comercial estadounidense por la relación importaciones-exportaciones con China y, efectivamente, la competencia tecnológica entre ambos países. Esto último es fundamental para el objetivo chino de llegar a ser la primera potencia mundial. La clave de la revolución de las fuerzas productivas está directamente ligada al desarrollo tecnológico del país.
Mientras se termina de escribir esta nota, nuevos aranceles son anunciados por ambos países. Y la disputa está muy lejos de llegar a su fin. La escalada podría superar -en total- los mil millones de dólares, es decir el 1,5% del PIB global, el equivalente a una cuarta parte del comercio total del mundo en 2018. Estas cifras indican con claridad que se trata de una disputa que se ramifica a todo el planeta y que ya tiene consecuencias.
La belicosidad arancelaria ha impactado en el comercio mundial y el mayor perdedor es hoy Estados Unidos. A modo de ejemplo: China es un gran comprador de la soja que produce el sector agrario yankee. Absorbe un 60% de la producción. Por la disputa, el país asiático está virando las importaciones de cereal a Brasil -que tiene por presidente a fascista feliz de quemar el Amazonas para tapizarla con cultivo de soja- y esto ha producido una crisis enorme en el sector agrícola estadounidense.
Explica Paul Krugman que “Justo antes de la guerra comercial de Trump, EEUU exportaba el 76% de su producción de algodón, el 55% de la de sorgo, la mitad de la de soja y el 46% de la de trigo. En total, las exportaciones agrícolas estadounidenses representan casi el 40% del valor de la producción agrícola”. En síntesis: EEUU ya está recibiendo su propia medicina.
El caso de China es diferente. El gigante asiático sigue en un proceso de reconversión económica que apunta a transformarlo en una potencia consumidora, competitiva tecnológicamente y primera potencia mundial. Para esto tiene como objetivo sostener el crecimiento de su PBI en, al menos un 6% anual, una tasa muy alta si se la compara con los pronósticos paupérrimos de otras potencias como Alemania (1,5% para este año) o el promedio mundial de apenas un 3,5%.
La disputa con EEUU también le ha valido una desaceleración. El FMI bajó las previsiones de crecimiento económico de China del 6,3 al 6,2% en 2019. Los analistas de Morgan Stanley también han reducido su previsión de crecimiento del PIB chino del 6,5 al 6,4%. Las organizaciones internacionales creen que la economía china no sentirá un fuerte impacto de la guerra comercial. Sin embargo, si la guerra comercial se prolonga, en dos años el crecimiento será inferior al 6%, y en 2024 bajará hasta el 5,5%, según el FMI. Recordemos que tienen el objetivo estratégico de duplicar el PIB en 2020 en comparación con el de 2010.
No obstante, a diferencia de su contrincante tiene una balanza comercial enormemente positiva y cuenta con alianzas que, en términos económicos y geopolíticos, la posicionan mucho mejor. En particular, Rusia y toda la Unión Económica Euroasiática.
El corolario de esta situación, para los países emergentes varía según la situación. La guerra comercial ha tenido como una de sus facetas la deliberada depreciación de la moneda china, con el objetivo de aumentar la competitividad. El efecto para países como Argentina es desastroso. Si el renminbi se deprecia, empuja la apreciación del dólar estadounidense. En consecuencia, agudiza el proceso devaluador que sufre nuestro país. Y no es todo. La incertidumbre que estas tensiones lleva a que los inversores se sienten sobre sus billetes a esperar en vez de invertir. Lo cual confirma una vez la quimera de llegada de capitales a países como el nuestro.
La disputa comercial entre las dos primeras potencias del mundo es un capítulo central en la transformación del orden mundial pos-caída de la Unión Soviética. Hoy apenas podemos prever adónde llegarán las consecuencias que no sólo económicas, sino también, políticas y sociales para los pueblos del mundo, único actor en juego que no tiene nada para ganar en esta puja imperial.