El pasado 7 de julio se realizaron las elecciones generales en Grecia y los resultados no sorprendieron a nadie.  Alexis Tsipras llamó temprano ese mismo domingo a su rival Kyriakos Mitsotakis y reconoció la derrota de Syriza la contra formación conservadora Nueva Democracia. Así, culmina la experiencia de Tsipras y la “izquierda radical” griega y la derecha liberal vuelve al gobierno tras una corta letanía. Ahora es momento de hacer balances y tomar algunas notas sobre lo que significó el experimento Syriza y el devenir de la crisis europea.

Un poco de historia

Para la mayoría de nosotros y nosotras, quizás la imagen que tenemos de Syriza se resuma en dos momentos: El primero, el meteórico ascenso de una nueva fuerza política de izquierdas (que iban del marxismo-leninismo al nacionalismo euroescéptico), que parecía ponerle freno por primera vez a las políticas de ajuste neoliberal que imponía la UE al país heleno; y, el segundo, cuando todas esas promesas se cayeron luego del referéndum y la posterior claudicación de Alexis Tsipras ante Berlín. Sin embargo, el trayecto de ésta fuerza fue mucho más largo y sinuoso.

Syriza fue la formación heredera de un primer reagrupamiento de fuerzas de izquierda llamado Espacio para el Diálogo, la Unidad y la Acción de la Izquierda, que se constituyó a partir de la acción común de distintos grupos en torno a la Guerra de Kosovo a finales de la década del 90. De esa primera experiencia, que coordinó acciones parlamentarias y callejeras, en el año 2004 surgió una alianza electoral que pasó a denominarseSynaspismós Rizospastikís Aristerás (SYRIZA, en español: Coalición de la izquierda radical).

Ese mismo año, Grecia fue la sede elegida para los Juegos Olímpicos, que se disputaron en Atenas. Pero, como suele pasar con este tipo de competencias, lo que dejó en el país anfitrión fueron pocas medallas y grandes pérdidas económicas. Las finanzas griegas quedaron fuertemente vulneradas y la autoridad del partido conservador Nueva Democracia se quebró, luego de que se conocieran innumerables casos de corrupción entre funcionarios, agentes de la comisión olímpica y contratistas del Estado. En este marco, Syriza fue capaz de capitalizar gran parte del descontento social y ser la sorpresa en las elecciones del 2007, conquistando 14 escaños parlamentarios.

En el 2009 la crisis económica europea terminó de herir de muerte al gobierno de la Nueva Democracia y el entonces Primer Ministro, Kostas Karamanlís, debió llamar a elecciones anticipadas. Así, el gobierno pasó al partido socialdemócrata POSAK, pero la crisis no mermó.

Es por ello que en noviembre del 2011, sólo dos años después de asumir, Yorgos Papandréu, debió cesantear a toda la cúpula militar, por el temor a un golpe de Estado, pero, también debió abandonar el cargo de Primer Ministro.

Ya en el 2012, Syriza es una fuerza muy importante a nivel nacional y, en las elecciones de ese mismo año, se coloca segunda, detrás de Nueva Democracia, en la carrera por el gobierno heleno. Esto empuja a una alianza entre PASOK y ND, con tal de conseguir los votos en el parlamento necesarios para formar gobierno. Simultáneamente, la crisis de deuda del Estado no da tregua y los organismos internacionales, FMI y Comisión Europea, exigen que se recrudezca el plan de ajuste.

En un marco de creciente polarización entre el Gobierno junto las potencias europeas, en cabeza de Alemania, y el liderazgo de Syriza, que plantean un programa de crecimiento social, en contra de los intereses de los bancos, los sectores nacionalistas y euroescépticos comienzan a concentrar su voto en esta última. Así, en mayo del 2014, Syriza es la fuerza más votada en las elecciones griegas para el europarlamento. En ese momento, el salto al gobierno ya parecía irrefrenable. Así, en enero del 2015, nuevamente en elecciones adelantadas por el descontento social y la movilización callejera creciente, Syriza triunfó y llegó al Gobierno.

Fin del sueño.

Alexis Tsipras tomó el gobierno el 26 de enero del 2015. Esa misma semana envió al parlamento un paquete de medidas tendientes a terminar con la austeridad y el ajuste permanente. Paralización de las privatizaciones, reincorporación de trabajadores del Estado despedidos, pensiones de emergencia y sanidad universal, fueron algunas de las medidas propuestas por el nuevo gobierno y defendidas por el flamante ministro de hacienda, Yanis Varoufakis.

Sin embargo, nada de ello llegó a buen puerto y, ante la primera revisión de deuda del Banco Central Europeo, se reavivaron las tensiones políticas y las exigencias de ajuste del gasto público.

Alemania no estaba dispuesta a permitir que ningún país de la eurozona se manifestara díscolo a su receta económica, por tanto, dispuso que no iba a ceder en ningún plan de renegociación de deuda, hasta que se recortara cualquier tipo de política de expansión del Estado. Ante esta situación, y carente de apoyos externos, Tsipras decidió convocar a un referéndum para rechazar el acuerdo con la Unión Europea que había propiciado su antecesor, Adonis Samarás (ND).

El 5 de Julio se realizó la consulta y el 60% de los griegos dijeron NO al plan de ajuste de Merkel y la UE. Este resultado se celebró por todas las calles de Atenas y se percibía un clima de resurgir de la izquierda en todo el continente. Sin embargo, la euforia duró poco.

El 15 de ese mismo mes, 10 días después del referéndum, Tsipras y el Consejo de Helenos (Parlamento Griego) aceptaron el plan de austeridad germano. Syriza perdió el apoyo de 40 de sus diputados y debió hacerse del apoyo de las fuerzas conservadoras proeuropeas, PASOK y ND.

Varufakis, empujado por la imposibilidad de seguir negociando con la troica (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional), renunció como ministro de hacienda y se retiró del Gobierno. Tras de él, varias fuerzas políticas y dirigentes abandonaron Syriza.

Rebaja de jubilaciones y pensiones hasta el 30%, despidos masivos, aumento del IVA a los alimentos hasta el 24% y un insólito impuesto inmobiliario, terminaron por ser el legado del primer año de mandato de Tsipras, quién, para implementar estas medidas, ordenó reprimir innumerables movilizaciones populares y 4 huelgas generales en 5 meses.

Tsipras hizo un nuevo llamado a elecciones en agosto del 2015, apenas 7 meses después de asumir, aprovechando las fracturas y la desorientación de las demás fuerzas políticas. Triunfó y comandó una gestión que tambaleó entre la promoción de derechos sociales (Ley de Unión Civil y adopción para personas LGBTI+ y Ley de Identidad de Género, por ejemplo) y políticas recesivas que contaron con el apoyo de los partidos tradicionales que hicieron que, a lo largo de 4 años de gobierno, pocas veces haya visto morigerado el ajuste.

La caída.

Pero, la derrota de Tsipras no vino solo por un castigo social a ese ajuste, sino más bien por el fin de ese balancín que caracterizó su administración pragmática del poder político. En este sentido, Tsipras debió enfrentar una cuestión que ataca justo al corazón del nacionalismo griego y que inevitablemente iba a dinamitar su alianza con la derecha supremacista, ANEL: la cuestión nominal de Macedonia del Norte.

La Guerra de Kosovo, aquella que sirvió como aglutinante de la izquierda griega, dejó a su vez otras secuelas. Tanto es así, que la desintegración de Yugoslavia, luego de la caída de la URSS, desde mediados de los 90 fue el catalizador de una serie de conflictos étnicos y de soberanía que afectaron fuertemente a las repúblicas de los Balcanes. Entre ellos, el nombre que adoptaría la ex Antigua República Yugoslava de Macedonia (FYROM, por sus siglas en inglés) fue un escollo que impidió desde 1991 (año en que declara su independencia) la incorporación plena de este Estado a la Unión Europea y a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Para los griego el punto sensible de conflicto es que Macedonia es la región donde nació Alejandro Magno, máximo conquistador de la edad clásica y representante central del nacionalismo griego. Por tanto, gran parte de la población de éste país no está dispuesta a aceptar que otra región del mundo (además tan cercana) adopte ese nombre. Y lo demostraron con una enorme movilización, de más de 90 mil personas, alrededor del monumento al conquistador helénico en Salónica, luego de que Tsipras comenzara las tratativas con FYROM.

Tan importante fue la reacción nacionalista que no sólo implicó la ruptura del bloque entre Syriza y ANEL, sino que estos últimos salieron primeros en las elecciones al europarlamento, obligando a Tsipras a convocar, otra vez, a elecciones anticipadas. Sobre ese escenario es que el pasado 8 de julio, la derechista Nueva Democracia volvió al poder.

Algunas conclusiones y una pregunta.

El trágico derrotero de Syriza, donde Tsipras pasó de ser un líder radical de la izquierda europea o, simplemente un neoreformista anti establishment, a un socialdemócrata pragmático y adaptado al sistema, no sólo significó la puesta en marcha de uno de los planes de ajuste más brutales que haya vivido el pueblo griego. Un plan de austeridad, inclusive, más agudo que el que impulsaron sus predecesores. Sino que, además, clausuró las posibilidades de rearme por izquierda de cualquier otra alternativa que realmente enfrente los intereses de los bancos y las fuerzas reaccionarias europeas. Sin embargo, el triunfo de la derecha, como hemos visto, no sólo se entiende por cuestiones económicas.

Para comprender el marco en el cual la desilusión que generó el gobierno de Syriza engendró una respuesta electoral en las mismas fuerzas conservadoras que habían sido sus socias en la implementación del ajuste, es necesario dimensionar el rol que ocupa el nacionalismo. Este no es sólo un elemento folklórico, que pinta de cierta manera la idiosincrasia de un país. Es un fenómeno que estructura actores y alianzas políticas.

El nacionalismo conservador pactó con Tsipras y lo mantuvo en el gobierno, aún cuando la movilización popular lo había abandonado. Ahora, estructura el “voto castigo” y financia electoralmente la restitución derechista. Sin embargo, el programa de Nueva Democracia, en principio, no es euroescéptico y su política económica sigue siendo la que diseña el BCE y el FMI. Ahora, ¿llegará a conformarse una nueva fuerza progresista que le haga frente realmente a la derecha o el destino de Grecia está en ver nacer una Le Pen, un Salvini o un Abascal? 

La respuesta es difícil y, quizás, conlleve grandes amarguras. Ahora bien, es tarea de este tiempo y de las y los socialistas del mundo pensar y construir esas alternativas. Hacer nacer un proyecto de los y las trabajadoras, de las disidencias, de los jóvenes. Aprehender de las experiencias que nos antecedieron y criticar sus errores, para dar a luz una nueva hora y mundo que sea diferente.

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