El no pago de la deuda externa es una consigna que levantamos quienes pensamos que es necesario romper con el FMI y abrir un curso distinto de desarrollo para nuestro pueblo, a diferencia de otras fuerzas que plantean «renegociar» el acuerdo con los acreedores internacionales. ¿Qué significa este planteo en concreto y qué impacto tiene?
La deuda externa argentina se remonta a casi dos siglos atrás, cuando en 1824, el ministro de gobierno Bernardino Rivadavia pidió un préstamo por un millón de libras esterlinas a la Baring Brothers. Este sería el inicio de un largo camino que recorremos hasta hoy. El gran salto, de todos modos, ocurrió con la dictadura genocida que vino a implantar un nuevo modelo de sometimiento. Al momento del golpe, la deuda externa argentina era relativamente pequeña (apenas 7.800 millones de dólares). En 1983, había ascendido a 45.100 millones, transformándose a partir de ese momento en totalmente impagable. La dictadura tomó préstamos para obras faraónicas (como las del Mundial ́78), para comprar armas o directamente para que los bancos privados hicieran sus negocios (la “bicicleta” financiera). Para eso endeudó hasta extremos indescriptibles a empresas por entonces estatales como YPF. Además, en 1982, el entonces presidente del Banco Central, Domingo Cavallo, procedió a “estatizar” la deuda privada de numerosas empresas privadas (locales y extranjeras). Todos los gobiernos de la democracia mantuvieron los compromisos establecidos por la dictadura militar genocida.
Actualmente, la deuda externa supera el 100% del PBI y alcanza los u$s 342.000 millones. El gobierno de Cambiemos asumió en 2015 con una deuda externa de u$s 253.989 millones de dólares, un 46% del PBI. En sólo dos años aumentó un 20% el total de la deuda y un 10% su peso sobre el PBI para luego llegar a la suma total actual, de la cual el 78% se encuentra en moneda extranjera. En concepto de intereses de deuda, el gobierno pagó más de un millón de pesos por minuto en los dos primeros meses del año, según un relevamiento de la UNDAV, con un salto de un 137%. El acuerdo stand by alcanzado entre Cambiemos y el FMI por u$s57.000, con el fervoroso respaldo norteamericano, es el más alto en la historia del organismo.
Los vencimientos de deuda externa de 2019 y 2020 ascienden hasta los u$s 91.000 millones si se contabilizan también la deuda con organismos internacionales, los intereses y la deuda intra-pública. En ese cuadro se da por descontado que el próximo gobierno deberá refinanciar la deuda para no caer en cesación de pagos. Para tomar dimensión, la totalidad de las reservas del BCRA son u$s 65.595 millones. Vale señalar que las mismas cayeron u$s 11.000 solamente en un mes por pago de vencimientos de deuda (un monto similar al último tramo de lo ingresado por el FMI). La enorme mayoría de los fondos del organismo se van en financiar la fuga de capitales o el mismo pago de la deuda. En 2016, la fuga de capitales fue de u$s9.951 millones, en 2017 fue de u$s22.148 millones (un 122,57% más) y en 2018 llegó a u$s23.098 millones. Es decir que, en los 3 años de Cambiemos, la cifra total de fuga ya supera al monto acordado con el FMI.
En ese cuadro de virtual quiebra, con una economía en terapia intensiva por la recesión, las tasas de intereses por las nubes y una inflación que no cede (y mete más presión al dólar), la propuesta de renegociar con el FMI es la que cobra más fuerzas. Desde su designación como candidato a presidente por la senador Cristina Kirchner, Alberto Fernández se encargó de aclarar que jamás estuvo en cuestión dejar de pagar la deuda externa.
Para defender el argumento de la renegociación contra el no pago, se argumenta que el default de 2001/2 trajo graves consecuencias contra la clase trabajadora y que fue, en cambio, el canje de la deuda lo que permitió abrir una nueva etapa de crecimiento económico. En este punto es fundamental señalar que el default no es lo mismo que el no pago de la deuda externa como una estrategia desde los sectores populares.
El default, como lo expresó la declaración del entonces presidente Adolfo Rodríguez Saa, fue la expresión de la bancarrota económica a la cual había sido llevado el país justamente por las recetas del imperialismo y el FMI. Esa decisión fue una vía para renegociar como seguir sosteniendo los acuerdos internacionales sin que el país se disolviera, con una rebelión popular que se había llevado puesta a varios presidentes y con la moneda nacional en una disgregación avanzada con bonos y letras provinciales.
El primer canje encabezado por el kirchnerismo fue presentado como una gesta patriótica cuando, en realidad, se le reconoció a fondos especulativos el valor de papeles que literalmente no valían nada. Sin embargo, ese no es el aspecto fundamental del problema. Mientras duró la época del superavit comercial alentado por la demanda de commoditties por parte de China, les permitió al gobierno tener una caja para desarrollar un modelo «distribucionista» altamente limitado que no tocó los principales pilares del modelo neoliberal. Incluso, cuando echar mano a las retenciones de la soja ya no fue una opción, el kirchnerismo apeló a la expropiación de las AFJP y a otras medidas que le permitieran tener los recursos para financiarse. Sin embargo, agotada esa política sin ir a fondo contra los sectores concentrados de la economía, CFK y Kicillof se volcaron de lleno a un «retorno al mercado mundial» tal como pregonaba el macrismo.
El acuerdo leonino con el Club de París o la entrega de Vaca Muerta a Chevron fueron la expresión del intento desesperado por consagraciarse con el capital internacional. Pero fue finalmente el gobierno de Macri, y no Scioli, quien tuvo la bendición de la burguesía para pilotear un proceso definitivo de normalización económica tras la crisis del 2001. Esa variante ya sabemos a dónde nos llevó.
La renegociación que propone el kirchnerismo, sin tocar los pilares fundamentales de la economía, tendrá nuevamente un alcance limitado ya que la dependencia de las inversiones o préstamos extranjeros lleva obligadamente al cumplimiento de los planes de reformas neoliberales y ajuste que reclama el imperialismo.
Por el contrario, el planteo del no pago de la deuda externa para reorganizar la economía sobre nuevas bases es la única salida realmente de fondo a un sometimiento histórico que ya lleva casi dos siglos. Romper con el FMI y dejar de utilizar los recursos que se van para los grandes especuladores en un plan de desarrollo nacional es la única forma de abrir una nueva etapa de crecimiento para las mayorías populares. Del mismo modo, la nacionalización de la banca y el comercio exterior son formas de concentrar el ahorro nacional para poder financiar estas y otras necesidades sin depender del imperialismo o el capital internacional.
Esta es la propuesta que ponemos a consideración del pueblo por parte de Venceremos en Poder Popular y entendemos que la próxima campaña deberá tener este como uno de sus ejes fundamentales, desarrollado de una forma que pueda ser tomada por amplios sectores de trabajadorxs para empezar a construir una alternativa política con el protagonismo popular para transformarlo todo.