En un nuevo aniversario de la caída en combate del Comandante el 8 de octubre, queremos recuperar su perspectiva ética del militante revolucionario. Su mirada acerca de la construcción de la conciencia socialista. Su vida como permanente ejemplo de la praxis revolucionaria que debe guiar la actitud y el comportamiento cotidiano para construir de manera sólida los cimientos de una nueva sociedad sin opresión.

Del Che podemos recuperar muchos aspectos de su vida revolucionaria. Cada uno/a podrá elegir diferentes aristas. Su capacidad política, su visión estratégica, sus dotes militares, su internacionalismo, etc. Cualquier proyecto político que busque reivindicar su legado puede ahondar en variados aspectos. Desde nuestra perspectiva, es complejo recortar alguno de ellos. Pero más allá de sus múltiples cualidades, sin lugar a dudas, el Che cumple una de las mayores virtudes que pueden reconocerse en un/a dirigente revolucionario/a, que es su coherencia y su ética en el actuar. Trataremos de ver esta dimensión de la figura del Che, que entendemos debe ser parte de una construcción política que pretende hacer de sus militantes una proyección de la nueva sociedad que se desea alcanzar.

Un hombre que actúa como piensa

El Che actuaba como pensaba. Así lo dejó plasmado en su carta de despedida a sus hijos e hijas donde les dice: “Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro ha sido leal a sus convicciones”. Durante toda su vida buscó ser coherente entre los principios que pregonaba y su modo de vida. De hecho, su mirada acerca de la sociedad comunista que había que construir no quedaba por fuera de estas expectativas. En una entrevista en el año 1963 decía: “El socialismo económico sin moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación… Si el comunismo descuida los hechos de conciencia puede ser un método de repartición, pero deja de ser una moral revolucionaria.” En esta frase puede leerse una confrontación con posiciones economicistas y mecanicistas que imperaban en el campo de la izquierda y que todavía hoy suelen imperar de modo idealista, en algunas interpretaciones del marxismo. En ellas, las revoluciones pareciera que se producen por el solo conflicto entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, conflicto que se expresa en la lucha de clases. El Che entendía que una verdadera revolución no es sólo profundas transformaciones económicas y políticas, sino que además, debe ir acompañada de una nueva moral, de una nueva subjetividad, del desarrollo de la conciencia donde se construyen nuevos valores acordes a una sociedad basada en la cooperación y el trabajo común.

Desde la filosofía, la ética tiene que ver con el sentido del “obrar bien”, de acuerdo a los valores morales que se establece para una sociedad concreta en un momento histórico determinado. No todas las sociedades tienen los mismos preceptos morales, porque no todas desarrollan los mismos valores. En la lucha por construir una nueva sociedad, libre de explotación y opresión, emancipada de las taras del egoísmo, la vanidad, el individualismo, se hace necesario construir esos valores y realizarlo en el propio proceso de destrucción de lo viejo y construcción de lo nuevo. Aquello que Gramsci de la revolución como una transformación, una refundación moral e intelectual.

El ejemplo

La lucha por el desarrollo de una conciencia que vaya avanzando en colocar los mojones de lo nuevo necesita de ejemplos concretos para ofrecer ese horizonte de lo posible. Y es en esa idea que la vida del Che está atravesada por la búsqueda de la ejemplaridad permanente. Ya sea en la actitud durante sus viajes por América Latina, en la Sierra Maestra, en su rol de funcionario, o hasta en sus últimas batallas por expandir la revolución a otros países siendo consecuente con su internacionalismo.

Su ejemplo permanente es el de la humildad, la sencillez, la austeridad. Cuenta entre sus anécdotas, que en una reunión que analizaba un informe de una empresa de productos farmacéuticos en 1963, siendo Ministro de Industrias, había un termo con café sobre la mesa. Y cuando se le preguntó al Che por qué no se servía debido a que se iba a enfriar respondió: “Caballeros, tienen que aprender muchas cosas, el café no alcanza para todos los que participan en la discusión del informe”. Esta coherencia no era una pose, ni respondía a una vocación de sacrificio en sí mismo. Por el contrario, esa conducta sacaba del “más allá” una ética centrada en la igualdad, en la felicidad colectiva como objetivo de vida, en una conciencia profundamente humana que buscaba acercarse a lo mejor de lo humano.

Una praxis revolucionaria integral

Permanentemente buscaba ser ejemplo y conducta en cada momento. Pero también nos dejó señales de cómo encarar ese proceso de construcción de conciencia, de ética revolucionaria. Él mismo decía que había tenido que batallar contra sus propias miserias, contra sus propias contradicciones, que había tenido que “tallar” su voluntad como un artesano para poder responder a sus propias expectativas. El estudio sistemático y la formación permanente forman parte esencial de esa tarea. Estudiar y formarse como modo de problematizar los aspectos a revisar y corregir de la propia acción, individual o colectiva. Así lo muestran las imágenes leyendo, trepado arriba de un árbol. Pero el desarrollo de esa conciencia no era sólo estudio, como parte de la misma praxis el Che entendía que debía orientarse el trabajo sobre la conciencia a través del trabajo voluntario. La unidad entre acción y reflexión.

Es fundamental también en este trabajo la práctica de la crítica y la autocrítica, sincera y rigurosa. Ese es otro rasgo del Che. No ejercía ni toleraba la adulación que es una herramienta que envilece. Autocrítico ante todo, no buscaba halagar o ganarse la buena predisposición de otros/as a costa de ocultar errores. Es necesario “Conocer nuestras flaquezas para liquidarlas y adquirir más fuerza”. Es de revolucionarios/ as asumir con honestidad los propios errores. Desprenderse de vanidades, asumir las consecuencias de los propios actos y ofrecer la propia experiencia para poder reflexionar colectivamente frente a los desafíos y dificultades de la construcción política.

En su carta dirigida a Carlos Quijano, “El socialismo y el hombre en Cuba”, puede encontrarse gran parte de su elaboración acerca de estos aspectos necesarios en la conformación del “hombre nuevo” (humanidad nueva, diríamos hoy). Allí dice: “Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo. De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo material, sobre todo de naturaleza social”. Es por esto que el Che insiste mucho en las cualidades morales que deben caracterizar a los/las revolucionarios/as, la vanguardia, al partido de la clase trabajadora.

Defenderte de ser dios

Es por esto que el Che sigue siendo fuente de inspiración para las nuevas generaciones que asumimos hoy, en pleno comienzo del siglo XXI, el desafío de continuar su legado revolucionario, asumiendo las responsabilidades que eso demanda y peleando por ponernos a la altura de las exigencias que implican nuestras propias metas. No se trata tampoco de colocar al Che en el lugar de la perfección, del modelo exacto sin debilidades o críticas para hacerle. Sino tenerlo presente como faro hacia donde deseamos caminar, incluso con sus errores, porque el Che es un compañero, un hermano mayor al que hay que salvar de convertirlo en dios, como dijo sobre Lenin el poeta Vicente Huidobro. Para ser consecuentes con esto, hay que afrontar con humildad la tarea de construir organización política, estrategia revolucionaria, relación de fuerzas favorable a favor del pueblo, y a la par de esto, desarrollar nuestra propia ética revolucionaria y llevarla adelante en cada uno de nuestros actos. Ser conscientes también de que ese camino no estará exento también para nosotros/as de errores, de contradicciones que deberemos asumir, sin creernos infalibles. Porque el capitalismo y el imperialismo, no sólo producen mercancías y ganancias, producen una subjetividad acordes a sus propios valores que se expresan en el aislamiento, el individualismo, la inestabilidad y la inconstancia, la hipocresía. Construir una ética militante, será una de las mejores armas y una de las mejores defensas contra cualquier vacilación que el camino nos ponga por delante.

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