Un 20 de agosto de 1940, mientras el sol azteca inundaba desde el ventanal los recovecos de una modesta habitación, Lev Davidovich Bronstein conocido popularmente como León Trotsky, fue víctima de un ataque rastrero y traidor de un agente de la muerte que llevaba por nombre Ramón Mercader. La extensa red de sicarios de Stalin finalmente lo alcanzaba. El magnicidio perpetrado se completó al día siguiente cuando el último aliento abandonó el cuerpo del mítico revolucionario bolchevique. La noticia pronto recorrió los vastos confines del mundo generando el profundo pesar de quienes formamos parte del bando de lxs de a pie. Esta conmoción se expresó en aquellas 300.000 almas que acompañaron los honores.

El stalinismo asestaba de esta manera el golpe final a su opositor más grande en la conducción del campo de la revolución socialista. Sin embargo, los ideales de Trotsky pervivieron y fueron reactivados con los triunfos socialistas en los países periféricos, como la revolución cubana, que de la mano guevarista reactivó el debate por el papel de la violencia en la política, la revolución permanente y la importancia de la moral revolucionaria.

 

El Ejército Rojo

El triunfo de los bolcheviques en la Revolución de Octubre había puesto de manifiesto la importancia de la organización militar en el proceso revolucionario. En ese sentido el partido bolchevique, ante la inevitable confrontación con las potencias capitalistas se dispuso destruir al anterior ejército zarista para erguir uno nuevo desde los mismos cimientos del pueblo revolucionario.

La necesidad de contar con un aparato militar de mayor alcance que la Guardia Roja hizo que el 12 de enero de 1918, el Consejo de Comisarios del Pueblo, decretara la formación del Ejercito Socialista, que debía construirse desde abajo en base a los principios de elección de oficiales y del mutuo respeto y disciplina entre camaradas. Pero hubo que esperar al 23 de febrero para que las primeras divisiones estuvieran listas y defendieran Petrogrado del imperialismo alemán. Al mismo tiempo, el Comité Central del Partido Bolchevique encargó a Trotsky la misión de organizar y dirigir el ejército nombrándolo Comisario del Pueblo para la Guerra.

La inconmensurable gesta de construir el primer ejército regular socialista para la defensa de la revolución, supuso la resolución de al menos dos problemas esenciales: la disponibilidad de recursos  y la falta de experiencia en una guerra regular a gran escala.

Sobre este primer problema se llevo adelante el comunismo de guerra que significo un gran esfuerzo para el pueblo soviético, en especial los campesinos, y que implicó establecer como principal prioridad durante los primeros pasos de la Revolución, la defensa irrestricta de esta ante el ataque de ejércitos extranjeros y de movimientos contrarrevolucionarios internos. Al mismo tiempo permitió el avance sobre sectores estratégicos de la economía rusa.

Por otra parte, la decisión de absorber una gran parte de la oficialidad zarista fue la forma de suplir la falta de experiencia y visión bélica. Esta decisión planteó la tarea de implementar mecanismos que aseguraran la lealtad de estos oficiales a través de la figura de los Comisarios Políticos. Estos se encontraron pronto asistiendo en todos los cuerpos y divisiones e incluso en unidades más pequeñas como los batallones y compañías. Para Trotsky, la tarea de estos camaradas debía ser de veedores que no obstruyeran las decisiones militares.

Desde un principio el hábil bolchevique concibió al ámbito de la guerra, siguiendo a Clausewitz, como un terreno de la disputa política pero a través de otros medios. La violencia inherente al desarrollo de la revolución, solo podría conducir a la victoria a lxs proletarixs bajo el mando de una organización partidaria que condensase lo mejor y más selecto de la clase, capaz de dirigir la alianza de lxs campesinxs y resto de los sectores populares en basta y poderosa fuerza social revolucionaria.

 

El combate contra el Stalinismo

Sin embargo, los tremendos esfuerzos que supuso la guerra civil contra las hordas de los ejércitos capitalistas creó el terreno propicio para la maduración de una casta burocrática, que a la muerte de Lenin, libró una brutal batalla destinada a purgar al conjunto de sus opositores. La figura de Stalin representante de esta nueva burocracia, no tardó en tergiversar la revolución de Octubre, a la cual volvió conservadora y encerró en la fronteras nacionales soviéticas, para asegurar el poder del sector burocrático al que pertenecía.

Para ello, llevó adelante salvajes purgas en las que terminó aniquilando a gran parte de lxs cuadros más importantes del partido bolchevique. En este marco Trotsky, uno de los blancos más importantes para callar, debió exiliarse. Pero ni el exilio, ni el asesinato de sus familiares impidieron que el gran Comisario del Pueblo intentara reorganizar al movimiento revolucionario soviético y mundial.

En este sentido la fundación de la IV Internacional fue para Trotsky el imprescindible partido mundial para la revolución proletaria, con seccionales en los diferentes países, que actuaran como un todo (con un régimen interno de centralismo democrático) en pos de la revolución mundial. Una organización con  ejes programáticos claros basados en la teoría de la revolución permanente, el Programa de Transición y el internacionalismo.

La necesidad de una revolución permanente que asegurara el pleno desarrollo del socialismo, como sistema universal igual que su contra parte capitalista, lo oponía en una lucha constante e internacional. En donde claramente la reclusión en un solo país conllevaría al desarrollo de una expresión caricaturesca de sí misma. El triunfo del proletariado mundial dependía inevitablemente de un triunfo global que asegure la bancarrota del capitalismo y donde la violencia se incrementaría en la medida que la ilegitimidad de los regímenes burgueses se desnudara, resultaba inherente a la disputa política.

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