Salir de la era de las cavernas
“Si te calentaste y abriste las piernas, ahora aguantatelá”, es la expresión que condensa siglos de patriarcado. Sentencia la culpabilidad de la mujer. Parece que una se queda embarazada por propia responsabilidad y el varón no juega ningún papel. Y lo más profundo incluso, es que se denigra nuestra sexualidad, en tanto calentarse es algo evidentemente sucio que confirma nuestra eterna sospecha de putas, trolas, gatos. Ya sabemos, en esta sociedad el varón que se calienta y coje es un campeón; la mujer que se calienta y coje es una puta.
Los argumentos que se oponen a que las mujeres y personas gestantes tengamos derecho a interrumpir un embarazo no deseado carecen de perspectiva de género y de derechos humanos, no asumen que se trata de un asunto de política de salud pública y no de creencias individuales; y tienen un nulo sostén científico y abundan en sanciones morales. Detrás de sus discursos están las iglesias, principalmente la católica y la evangélica. Afirman que un embrión es una persona porque dios colocó allí un alma. Mienten abiertamente mostrando imágenes falsas sobre lo que significa un aborto. Acusan a las mujeres de ser responsables de sus embarazos y llegan al absurdo de plantear que el violador también tiene derecho a decidir sobre la vida de su hijo/a. La ceguera impide tratar el tema con la sensibilidad que amerita un problema que ya nos lega 3.030 mujeres muertas desde 1983 a la fecha, y decenas de miles de mujeres mutiladas por infecciones en abortos mal practicados. Esa falta de sensibilidad los empuja a hacer afirmaciones ridículas, como la del feto que quería ser ingeniero o traía la cura contra el cáncer. Ridiculeces que ya tuvieron su merecida respuesta en memes y sarcasmos por doquier.
¿Pro-vida o anti-derechos?
El problema con aquellos argumentos es que no se trata de simples discursos, sino que se manifiestan en prácticas violentas hacia las mujeres. En todo el país abundan los grupos autodenominados “pro-vida”, quienes se presentan socialmente como ONG’s. Absolutamente todos estos grupos son impulsados y financiados por las iglesias. Asumen como militancia la oposición al derecho al aborto y abordan tareas que van desde repartir folletos en lugares públicos o armar videos para pasar en escuelas mostrando imágenes intencionadamente falsas sobre la práctica del aborto, hasta organizar a las estudiantes de escuelas religiosas para que participen de los Encuentros Nacionales de Mujeres en los talleres de estrategias para legalizar el aborto (todo esto lo sabemos por testimonio de compañeras que pasaron por esa experiencia obligada en su adolescencia por mandatos familiares). Pero lo más nefasto que hacen es estar asechando en todos los hospitales públicos a la espera de que llegue alguna mujer denunciando violación y solicitando la Interrupción Legal de Embarazo (según establece el propio Código Penal). Es entonces cuando activan una batería de estrategias agresivas: acosan a la mujer –incluso cuando se trata de niñas y adolescentes- y a sus familias mostrándoles imágenes de bebés sufriendo, tratando de convencerlas de continuar con el embarazo y haciendo promesas de ayuda que nunca llegarán. Acosan a las/os abogadas/os de las familias y a las/os trabajadoras/es de los hospitales con llamadas telefónicas e incluso con artefactos explosivos. Hacen que la situación dolorosa por la que ha pasado una mujer víctima de violación sea llevada a la prensa, a veces dando a conocer su nombre y exponiéndola a que toda la sociedad opine sobre su vida y sus decisiones.
Los mal llamados grupos “pro-vida” no son más que “anti-derechos”. Suman eslabones en una larga cadena de disciplina machista que se opone primero al derecho a tener educación sexual en las escuelas, luego al derecho a usar anticonceptivos y, por último, al derecho a interrumpir un embarazo no deseado. Eso, sólo por mencionar los derechos vinculados con la sexualidad y la salud reproductiva, porque también son los mismos que se opusieron al divorcio y al matrimonio igualitario.
El derecho a decidir
El debate sobre el aborto no es nuevo. Hace décadas que diversas organizaciones feministas lo planteamos y defendemos. Pero, más relevante aún, hace siglos que las mujeres abortamos a escondidas. Todas y todos tenemos alguna integrante de la familia, una vecina, una amiga, cuando no nosotras mismas, que nos hemos practicado un aborto. Porque aunque el Estado penalice, las mujeres nos resistimos a que controlen nuestros cuerpos y disciplinen nuestra sexualidad.
Durante la década kirchnerista, el oficialismo -con Néstor y Cristina en el timón-, se opuso tajantemente a que se tratara el tema en el Congreso. La excusa esgrimida entonces era que la sociedad argentina no estaba preparada para dar ese debate. Una autojustificación que fue juzgada por la historia: apenas se hizo público el tratamiento de los proyectos de aborto en el Congreso, el debate se masificó y evidenció que es un tema sobre el que se tiene posición. De hecho, las encuestas impulsadas por universidades y por consultoras privadas arrojan el resultado que más de la mitad de la población argentina está a favor de la legalización del aborto.
La imponente avanzada feminista que camina con pie de plomo en masivas movilizaciones de “Ni una menos” y paros internacionales de mujeres, que multiplica los Encuentros Nacionales de Mujeres, la misma que anuncia que “ya no se calla más” y denuncia a los cuatro vientos todos los tipos de violencias machistas, en estos días de se tiñe de verde y defiende el derecho a decidir y a vivir. Y suceden esas cosas emotivas, que nos conmueven a diario, como cruzarnos por todos lados con mujeres de todas las edades y colores con el pañuelito verde colgando de la cartera, la mochila o la muñeca. En consciente complicidad, nos cruzamos y nos sonreímos como sólo lo pueden hacer las perseguidas que saben de la profunda justicia de su causa y gozan de la maravillosa rebeldía de decir abiertamente: NOSOTRAS DEFENDEMOS EL ABORTO LEGAL.
Contra el capitalismo y el patriarcado: una cuestión de género y clase
Una mujer o una persona gestante puede llegar a un embarazo no deseado por múltiples motivos. Desde una violación sexual callejera, hasta situaciones nada dolorosas como la ineficacia del método anticonceptivo usado o el descuido respecto de la anticoncepción. No obstante, según los datos que sistematizan las compañeras de las organizaciones socorristas, la mayoría de las mujeres a las que han ayudado señalan que la razón del embarazo es la negación de su pareja a utilizar preservativo. Esto nos debe llevar una vez más a cuestionar la dominación patriarcal sobre nuestra sexualidad.
Hay un dato cierto: el aborto clandestino mata a las mujeres pobres, a las más precarizadas del sistema. Esto es así porque las mujeres que contamos con un trabajo más o menos podemos ahorrar o tenemos redes que nos pueden ayudar a juntar el dinero. Ni qué decir de las mujeres de la burguesía, que abortan en las mejores clínicas privadas. Pero las pibas de los barrios, empujadas por el capitalismo a la pobreza y por el Estado a la marginalidad de no poder acceder ni siquiera a un buen sistema educativo o de salud, recurren a los métodos más peligrosos y llegan a los hospitales con infecciones avanzadas y hemorragias que suelen terminar, luego de un calvario de sufrimiento, en la extirpación del útero cuando no en la muerte. De todos modos, aunque las trabajadoras podamos acceder a un aborto seguro, tenemos que afrontar la estigmatización a la que se nos someten e incluso la persecución y el miedo de estar haciendo algo que el Estado machista penaliza. El proyecto de la Campaña que se debate en el Congreso reconoce esta realidad y al legalizar el derecho al aborto ubica al Estado en el lugar de garantizar el acceso a una interrupción voluntaria de embarazo en condiciones de salubridad y respeto.
De fondo, el debate es ideológico y de clase. Desde Venceremos reafirmamos que la maternidad no es destino, las mujeres no están obligadas a ser mamás. Sólo deben ser madres aquellas que lo deseen y en el momento de sus vidas que lo planifiquen. La interrupción de un embarazo no deseado debe ser un derecho garantizado porque lo contrario –la obligación de cursar un embarazo y parto no deseado- es un método de tortura. Los motivos por los que una mujer no quiere avanzar con un embarazo son diversos y lo único que nos corresponde como sociedad es respetarlos.
El aborto clandestino es femicidio de Estado
¡Aborto legal ya!
Las mujeres decidimos, la sociedad respeta, el Estado garantiza, la Iglesia no interviene.