Como cada 8 de octubre, emerge su figura. Ernesto “Che” Guevara aparece en boca de todxs. De sus detractores, de una derecha rancia que habla de la “libertad del individuo” como valor supremo y pone al capitalismo en un trono que pretende eterno. Ese conservadurismo reciclado solo tiene para ofrecernos nuevas cadenas. Su “libertad” es la del mercado, la del individuo que se abre paso aplastando a sus hermanxs. Esa visión es la opuesta a la moral revolucionaria, la de quienes se realizan cuando la dicha es colectiva, cuando el pan es de todxs. El Che es uno de los objetivos preferidos de los dardos de esa derecha que, pese a su perfume importado, apesta a vinagre. Su odio hacia el Che es enorme, porque enorme es el miedo que le siguen teniendo.

También el Che es traído a la arena por ciertos reformismos. Despojado de su uniforme guerrillero, de sus armas y de su vigencia, hay reivindicaciones que van desde la exaltación distorsionada de su figura a la melancolía por aquel revolucionario que se admira, pero cuyo legado se esquiva con éxito.

Desde luego, lxs revolucionarixs también lo hacemos presente. El Che que reivindicamos es el que vive en cada hoguera, en cada barricada cuando los pueblos se retoban y dicen basta. El que fue implacable al condenar al imperialismo yanqui, pero también a las burguesías “autóctonas” atadas al destino del colonialismo como su último furgón. Nuestro Che no es una figura decorativa, no puede servir para colorear de rojo las postales del progresismo que llena los despachos de asesinos y chupacirios, que mantiene a medio país en la pobreza, y que ensaya como una mueca un discurso de igualdad social cada vez menos creíble, cada vez más ficticio.

Nuestro Che es aquel que logró demostrar, en el marco de la Revolución Cubana, que el socialismo era no solo necesario, sino un destino posible en Nuestra América. Porque resulta que la clase trabajadora, el campesinado pobre, los parias del mundo sí pueden tomar el poder; sí pueden derrotar al ejército enemigo; sí pueden hacer que los yanquis se manden a mudar, como en Cuba, como en Vietnam.

Nuestro Che es el que enseñó internacionalismo. No aquel que se grita, pero se agota en la tinta de un volante, sino el que se ejerce corriendo la suerte del agredido. El que llevó consigo a África, a Bolivia; el que miles de cubanxs revolucionarixs siguieron practicando. El que sigue siendo la linterna con la cual caminamos cuando la confusión arremete.

Nuestro Che no es el Quijote solitario, admirado pero irrepetible; valiente pero errado políticamente. Es reflexión teórica, pero sobre todo es praxis revolucionaria. Nuestro Che es la certeza de que la estrategia sigue siendo la revolución socialista, la toma del poder. La creación de una humanidad nueva. Lo opuesto a la adecuación a lo existente, a la prosternación ante lo malo frente a lo peor, a la rendición pragmática a los tiempos que corren, tan parecida a la resignación cristiana.

Nuestro Che incomoda. Ante un capitalismo que muestra su descomposición y crueldad de manera cada vez más explícita, a 54 años de su asesinato, el Che nos convoca a recuperar su bandera: nuestro desafío, el de los pueblos del mundo que peleamos por la revolución socialista, no solo es agitarla al viento, sino llevarla a la victoria.

 

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