Este 20 de enero asume Donald Trump a su segunda presidencia en medio del debilitamiento de la hegemonía mundial yanqui: después de 1945, la mitad de la capacidad productiva del mundo estaba en EE.UU. Ahora solamente el 16% de la capacidad manufacturera mundial está en este país.
Desde antes de retomar el poder ya pudimos ver la influencia del republicano en el tablero mundial y en la situación local. Su intervención modificó en pocas semanas el escenario en Medio Oriente y Ucrania, favoreciendo la influencia de EE.UU. en la región, aislando a Irán y a la resistencia palestina, obligando a Rusia a retirarse de Medio Oriente, y avanzando en el viejo objetivo yanqui de una alianza árabe pro-EE.UU. en su disputa comercial con China en la región. También fueron noticia las amenazas de invadir territorios soberanos (Groenlandia, dependiente de Dinamarca; Panamá), anexar otros (Canadá) y ningunear todo África. Sus dichos no parecen poco respaldados: ha nombrado como secretario de Estado al hijo de gusanos cubanos Marco Rubio; como secretario de defensa al veterano Pete Hegseth que fue aceptado por el congreso a pesar de su poca experiencia y de ser escrachado durante su presentación; al antivacunas Robert Kennedy hijo en la cartera de salud, a racistas como Tomas Homan y Kristi Noem para encargarse de la inmigración, entre otros. Todos halcones colonialistas e imperialistas, listos para sostener la hegemonía mundial de EE.UU. a toda costa y la política racista en el plano local. Además, la carrera armamentística en el Pacífico aumenta, y aumenta la tensión alrededor de Taiwán, cercando a China.
A nivel local, la situación es de caída de la economía y descomposición política. El capitalismo actual, altamente globalizado, con cadenas de suministro dispersas por todo el mundo y mercados globales torna la interacción mundial muy dependiente. La retórica trumpista de volverse hacia adentro, de defender el trabajo y la industria americana choca con la realidad mundial de dependencia: muchas empresas norteamericanas tienen sus producciones en otros países y no pueden darse el lujo de aceptar el proteccionismo de Trump. Lo que otrora fue una estrategia empresarial de expansión en otros territorios, con la consecuente reducción de costos de capital constante y variable en países más baratos, se vuelve hoy un problema para la economía yanqui. La situación hoy es de continuidad de inflación, reducción del consumo, miles de negocios que cierran sus puertas, salarios que no alcanzan para vivir, sistema de salud y educación inexistente para cada vez más personas. La infraestructura del país está tan deteriorada que los incendios de Los Ángeles fueron una catástrofe humanitaria. El fin de año de 2024 estuvo signado por los paros en Starbucks y Amazon, los sectores más precarizados, que iniciaron un proceso de sindicalización hace unos años y aún están luchando por su reconocimiento.
Esta situación se extiende en el tiempo porque es consecuencia de la propia marcha del capitalismo en su fase neoliberal mundial, lo que produce descomposición en el parlamento, que no logra encontrar salida y genera desacuerdos constantes, luchas internas, golpes palaciegos, y todo tipo de traiciones desde filtraciones de corrupción hasta quién sabe qué pasa ahí adentro. Donald Trump es la consecuencia de esta situación extrema que impuso un presidente también extremo que intentará poner fin a esta etapa.


La industria de la tecnología

Antes de dejar la oficina oval, Biden advirtió en un discurso sobre la influencia de la industria de la tecnología como poder real y amenazante para la población de EE.UU. Se refería principalmente a Elon Musk. Musk, a quien Trump le inventó un ministerio y nombró a su cargo, es el empresario más rico del mundo, duplicando la fortuna del millonario que le sigue: Jeff Bezos. Pero esta fortuna se basa en la burbuja más grande de la historia de EE.UU.: Tesla vale financieramente lo mismo que otras 10 empresas de automóviles juntas, entre las cuales están Toyota, Volkswagen, BYD y otras. El precio de las acciones es muy volátil y subieron cuando gano Trump. Sin embargo, la producción de automóviles de la empresa de Musk es significativamente menor a las de las demás empresas. Por caso: en 2021 Tesla produjo 930.000 autos, mientras que, por ejemplo, Toyota produjo 10 millones en el mismo período (https://www.youtube.com/watch?v=rguHublkxCQ&t=772s). El desfasaje está produciendo una burbuja que EEUU sigue alimentando con la constante suba del techo de deuda en el congreso. Un congreso, que como vimos estos días, está totalmente condicionado por el magnate que actuó rápidamente para que no se aprobara un paquete de presupuesto nacional para 2025. Con su poder de lobby y el uso de su red social X (además de extorsiones por privado a cada congresista), Elon Musk logró cambiar el voto del congreso y repeler proyectos de ley, desfinanciando así al Estado Federal en áreas tan sensibles como la investigación de cáncer infantil. Todo el escándalo y las “fake news” fueron la distracción: dentro de este paquete de leyes había una prohibición para invertir en industria de la tecnología en el territorio chino por razones de seguridad nacional. Pero Musk tiene fábricas en ese país, por lo que la prohibición también regiría para él y por eso decidió dar de baja todo el paquete (https://www.democracynow.org/2024/12/23/elon_musk_donald_trump). Ese evento demostró que en EE. UU. hoy gobierna este magnate que domina, además, gran parte de la tecnología usada para la guerra, incluida tecnología espacial que intentará vender al Estado ni bien tenga desarrolladas herramientas útiles. Como si todo esto fuera poco, al igual que Ford hiciera con el nazismo, Elon Musk promociona el fascismo mundial, tal como fuera denunciado en Alemania su apoyo al partido AfD.
En ese marco, Argentina se alinea abiertamente con el sionismo internacional, con Trump a la cabeza. Apuesta a un nuevo préstamo del FMI con su venia, tal como hizo Macri en 2017. Para esto, Milei será el títere de Trump y uno de los que le haga el trabajo sucio en América Latina. Ya lo demuestra con el reconocimiento de Urrutia como presidente de Venezuela y dando asilo a los soldados genocidas israelíes con orden de captura internacional.
En este escenario, es importante seguir creciendo en organización y confiar fuertemente en la fuerza de los pueblos. La competencia capitalista (que no es libre y nunca lo será) tiende a la concentración y termina en guerras, sean comerciales o directamente con las armas. Para terminar con ese ciclo de muerte, la lucha antiimperialista es necesariamente anticapitalista y por el socialismo.

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