Al paso de una crisis que se acelera, los partidos y sus candidatos juegan sus naipes. El colapso económico y la descomposición social son tales, que esperpentos de la derecha más reaccionaria se muestran como opciones posibles. En el tren fantasma electoral, las incoherencias de Patricia Bullrich o los alaridos de un energúmeno como Milei, encuentran su tiempo y su espacio. El autoritarismo de Larreta se disfraza de moderación. El elenco gobernante es responsable de una alquimia singular: ha logrado el triste mérito de ampliar la debacle que dejó el macrismo, incrementando la inflación y compitiendo palmo a palmo en las cifras de pobreza. El ascenso de semejantes figuras opositoras es promovido por su propia decadencia.
Si de cartas se trata, la vicepresidenta ha jugado las suyas. Justamente, mediante una misiva, CFK ha vuelto a expresar recientemente su corrimiento electoral: con críticas a la degradación institucional y una condena verbal al FMI, ha expuesto la necesidad de que –esta vez sí- haya un programa de gobierno que logre entusiasmar. En su carta no expresa cuál fue el programa del gobierno actual, cuya arquitectura le pertenece, y que critica en tercera persona. Tampoco esboza cuál será ese programa por venir. No hay en la carta apelaciones a la movilización popular como herramienta para defender la democracia que –ella lo denuncia- está mancillada. El partido que nació de la mano de la irrupción de masas (y que ciertamente condujo a esas masas a conciliar con la burguesía) reniega de la calle como escenario de lucha. Hay que decirlo, la vicepresidenta sí llama a un acto de campaña donde ungir la nueva fórmula electoral.
El kirchnerismo, que logró capitalizar el descontento post 2001 y recomponer la confianza en las instituciones, hoy se encuentra repelido por muchos sectores de poder, beneficiarios directos de esa labor de sutura institucional. Una respuesta ingrata del sistema hacia aquel movimiento que canalizó el “que se vayan todos” y logró despejar las calles, muchas veces mediante concesiones y consenso, otras mediante la represión, como ocurrió en el Indoamericano, con lxs docentes de ADOSAC, o en Guernica, más recientemente.
Las cifras que ostenta este gobierno muestran un 40% de pobreza, y subiendo; más del 108,8% de inflación interanual; un salario mínimo de $84.500 en mayo, es decir, solo un 40% de la canasta que marca la línea de pobreza, y casi $10.000 menos que la canasta de indigencia, hoy en más de $94.000. Pese a las declaraciones contra la fuga de dólares y al acuerdo del macrismo con el FMI, la deuda y su pago no se cuestionan. El descomunal ajuste fiscal que el organismo propone se aplica. Y se espera –a cambio- un adelanto de las cuotas del refinanciamiento en junio, para obtener la liquidez con la cual enfrentar las nuevas corridas en puerta.
En sintonía con los pedidos del FMI y la Embajada yanqui, CFK apuesta con su corrimiento a que se ordene el escenario político y social, que supere “la grieta” y que una nueva gestión busque acuerdos para aportar la previsibilidad y el orden que el capitalismo requiere.
Así como las fuerzas patronales no cuestionan el pago de deuda y la subordinación con el FMI, las principales fuerzas de izquierda no están poniendo en tela de juicio el parlamentarismo. Lejos de promover un rechazo al sistema y sus deterioradas instituciones, las principales disputas del FIT-U pasan hoy por los lugares en una lista que aspira, en el mejor de los casos, a cosechar una porción mínima del descontento, y -se quiera o no- canalizarla institucionalmente.
Mientras el sistema nos sigue convidando a jugar su juego, con sus barajas trampeadas, es preciso que la suma de nuestros esfuerzos se oriente a develar el engaño, a desmontar la trampa de los tahúres, y no a apostar a las promesas de ningún mal menor. En las proximidades de un nuevo aniversario del Cordobazo, la reivindicación de la rebelión debe ser más una orientación política que una efeméride.✪