En los últimos meses, hemos venido profundizando nuestro análisis de la situación continental con la mirada centrada en los procesos de rebeliones. Compartimos algunas de las reflexiones y conclusiones a las que hemos arribado, con el fin de nutrir los intercambios y el necesario debate político de la coyuntura en clave estratégica. Publicamos aquí una parte del documento integral y más extenso que se puede leer y descargar de la web.

 

Arrancábamos este documento sosteniendo la falta de una alternativa revolucionaria, socialista, feminista, antiimperialista, antirracista, anticolonial, a nivel de masas. Incluso entre las organizaciones que nos reivindicamos revolucionarias lejos estamos de tener una perspectiva común acerca de las tareas, métodos, consignas, etc.

La mayoría de las coordinaciones continentales que existen están, en algunos casos, directamente vinculadas a las relaciones interestatales, tienen una orientación abiertamente orientada hacia el progresismo o reformismo, aunque en esas plataformas también participen organizaciones de intención revolucionaria. Existen algunas coordinaciones de sectores que en principio son más radicalizados aunque no tienen por inserción e incidencia un peso considerable en las realidades nacionales ni a nivel regional.

Existe un grado de dispersión que no se puede reducir a la falta de voluntad o de visión de las organizaciones. A fines de la década de 1960 les revolucionaries reconocían que no era replicable el modelo de las Internacionales entendidas como “la” dirección de los partidos y movimientos nacionales. La Intervención del Che en la Tricontinental apostaba a coordinaciones sin la hegemonía de un partido u movimiento, en general asentado en países en los que el socialismo estaba más desarrollado (Alemania en la II Internacional, Rusia en la III Internacional, luego los alineamientos “prochinos”, “proalbanos”, etc.). Hacía la crítica el Che de cómo las razones de esos estados, aun cuando fueran revolucionarios, llevaban a escatimar el apoyo a la lucha revolucionaria, como la de Vietnam. La consigna de crear uno, dos o tres Vietnam también cuestionaba la noción de que el internacionalismo significaba la solidaridad hacia los estados obreros. Por el contrario, decía Guevara, la mejor solidaridad era desarrollar la revolución en todos los territorios donde fuera posible.

La Junta de Coordinación Revolucionaria (PRT – ERP de Argentina, MIR de Chile, MLN Tupamaros de Uruguay y el ELN de Bolivia) surgió sobre esa concepción, y aunque sin duda el peso relativo de las cuatro organizaciones no era el mismo a partir del desarrollo desigual que tenían, la noción de coordinación expresaba la convicción de que el desarrollo revolucionario no debía supeditarse a las necesidades de uno de esos procesos.

La realidad actual es, por todo lo que venimos diciendo, muy diferente. Organizaciones y movimientos que nos encontramos en las mismas trincheras y con las mismas banderas no acordamos en muchas cosas. Por ejemplo, en el tipo de organización (partido, movimiento, partido – movimiento… ), en la caracterización de otros procesos (por ejemplo, Venezuela, Chiapas, Irán, Siria, Kurdistán, y la lista sigue…), en la tradición política e ideológica que reivindicamos, en cómo consideramos la relación entre las calles y lo institucional.

Si extendemos este análisis a la realidad nacional y a la multiplicidad de organizaciones que se acrecientan por las numerosas rupturas (incluidas las nuestras) en esta etapa de crisis, de parteaguas, la extrema diversidad es clara. No es a los fines de promover la desmoralización ni mucho menos. Consideramos que es parte de la realidad esa diversidad. Y es a partir de reconocer su existencia que tenemos la tarea de estrechar lazos y construir instancias de coordinación. Allí, en el trabajo y la lucha común habrá que ir determinando cuáles son las diferencias que persisten y cuáles fueron saldadas por una práctica común. Probablemente, la presente etapa de agudización de las luchas dé lugar (quizás ya lo esté haciendo y no llegamos a captarlo) a nuevas formas de articulación. No va a ser posible “resolver” esas diferencias por fuera de los procesos de lucha. La propia forma que ha adoptado el capital en esta etapa y sus correlatos en las formas de organización, de subjetividad, etc., hacen que no sea muy poco probable que se dé un “crisol” de corrientes. También debemos dejar de buscar “EL” modelo; No vamos a encontrar “el” partido o “el proceso” que nos resuelva el conjunto de problemas que venimos analizando a partir de darnos el modelo a seguir.

Por supuesto, hay que construir unidad, pero unidad en la diversidad. Una unidad que requiere de praxis común antes que de documentos ambiciosos que luego no tienen correlato práctico. Creemos que el formato del movimiento anti globalización o de movimientos con poca estructura o centralización orgánica, pero claridad de programa y de práctica, como han existido y existen en nuestro continente, responde de forma más adecuada a la realidad presente. Y decimos que responde de forma más adecuada porque permite avanzar en niveles de unidad. Si nos proponemos conformación de Internacionales o incluso de JCR en este contexto, con las limitaciones generales y las nuestras propias, seguramente no vamos prosperar. O vamos a construir unidades efímeras que se rompen cuando los desacuerdos preexistentes afloren.

En la medida en que busquemos encontrarnos en las luchas, que vayamos profundizando el conocimiento mutuo, que compartamos discusiones y que podamos asumir que hay puntos de acuerdo y de desacuerdo, podremos aumentar nuestra capacidad de acción conjunta. Quizás no sean articulaciones permanentes. Probablemente, no sean en un comienzo “estratégicas” sino sobre una serie acotada pero potente de puntos de coincidencia: el poder del pueblo, la lucha de calles, el derecho a la autodefensa, la hermandad entre pueblos, el antiextractivismo, el antiimperialismo, feminismo revolucionario y de clase, anticolonialismo consecuente (es decir, incluyendo el derecho a la autodeterminación y a la restitución de tierras), en fin, una serie de puntos que no resuelve ni el tipo de organización, ni la historia y tradiciones que reivindicamos, ni la caracterización de otros procesos. Pero es sobre la práctica en común, que las caracterizaciones adquieren materialidad.

Si hoy no es posible reunir en una orgánica común a las expresiones organizativas más avanzadas de las rebeliones, tenemos que empezar por profundizar todos los lazos posibles y promover el conocimiento y el intercambio mutuo. Incluso, y no es menor, el conocimiento mutuo, como forma de ir creando esas “cadenas de afectos” que cimientan el internacionalismo.

 

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