En los últimos meses, hemos venido profundizando nuestro análisis de la situación continental con la mirada centrada en los procesos de rebeliones. Compartimos algunas de las reflexiones y conclusiones a las que hemos arribado, con el fin de nutrir los intercambios y el necesario debate político de la coyuntura en clave estratégica. Publicamos aquí una parte del documento integral y más extenso que se puede leer y descargar de la web.

Como Venceremos, estamos en proceso de profundización de nuestro análisis e interpretación del capitalismo a escala mundial. Sin embargo, es claro que uno de los elementos característicos de esta etapa es la pérdida de posiciones económicas y políticas de Estados Unidos. Este proceso no es nuevo, se ha profundizado a partir de la crisis abierta en 2008. Desde entonces, a nivel político – militar la situación que había caracterizado a los 90 y primeros 2000 se ha modificado. Entonces, el imperialismo yanqui tenía la capacidad de imponer a y con sus aliados subordinados (UE y su expresión en la OTAN, Japón, Israel, Arabia Saudita, etc.) intervenciones en prácticamente todo el planeta. Desde 2013/15 esa situación empezó a mostrar que había cambiado, principalmente por la intervención de Rusia, alterando la dinámica geopolítica (Ucrania y Siria, son dos ejemplos claros). Las invasiones a Afganistán, Irak, a Libia, promovidas por EEUU y la UE han provocado verdaderos genocidios, sumiendo en el caos a esos países que pasan a ser campo fértil de organizaciones de extremistas de derecha.

En América Latina, la emergencia de China como inversor, como comprador de materias primas y fuente de financiamiento alternativa a los organismos forjados en torno al dominio de EEUU fue parte central del ciclo de auge de los comodities que conformó la base objetiva de los gobiernos progresistas en algunos países.

Ante esta situación, el imperialismo yanqui lanzó una ofensiva para recuperar lo que siempre han considerado como su “patio trasero”. Cuba, en primer lugar, y Venezuela, en segundo lugar, son los enemigos estratégicos del imperio. Bolivia y Nicaragua también estuvieron y están en la mira. Los gobiernos “progresistas” también han sido objetivos de un plan por reordenar la región con gobernantes afines. Esto no significa que esos gobiernos fueran antiimperialistas, ni siquiera antiyanquis, pero en la clave de recuperar el control el perfil de alfiles que demanda el imperio es el de los Uribe / Duque, Piñera o Macri. Asimismo, en el presente contexto, y ante la ofensiva, los progresismos se están subordinando en forma creciente a los EEUU.

En los días en que redactábamos este documento, el asesinato del presidente de Haití de parte de mercenarios yanquis y colombianos y, muy especialmente, la ofensiva contra Cuba han mostrado hasta qué punto -sin diferencia entre republicanos y demócratas- la pérdida de posiciones a nivel mundial de los yanquis se expresa en una radicalización de sus acciones contra Nuestramérica. Un presidente que estaba manchado en sangre por la represión contra el pueblo, un alfil del imperio. Pero que como ha ocurrido en tantas otras ocasiones, el imperio no duda en eliminar.

Cuba como objetivo del imperio y como faro de las rebeliones

El imperio renueva su ofensiva contra Cuba. En un momento donde la crisis económica y las consecuencias del bloqueo, agravadas por la pandemia, hacen mella en las condiciones de vida del pueblo en la isla, las maniobras de desestabilización promovidas por el imperialismo yanqui se reorganizan. En este contexto, encuentran un escenario fértil, producto de un momento de particular escasez dentro de Cuba, en gran medida como efecto del mencionado embargo comercial, de la disminución de ingresos por la caída del turismo y la recesión generalizada pero también por medidas adoptadas por el propio gobierno local que, en un margen sumamente estrecho de definiciones, eliminaron la “doble moneda” y adoptaron otras medidas de austeridad que derivaron objetivamente en un incremento de las dificultades para una parte de la población.

El imperio promueve formas de agitación que en apariencia pueden querer asimilarse a las que encabezan los pueblos del continente: manifestaciones callejeras, consignas que no siempre son abiertamente pro-yanquis y acaudillan a sectores populares en la isla y por otro lado seducen a una parte de la intelectualidad progresista, llamados a la ayuda humanitaria con el lema “SOSCuba”, similar al que se lanzó antes desde sectores populares para Colombia.

Estos renovados ataques contra Cuba, el ensayo de nuevas formas de ataque contra Venezuela, e incluso contra Nicaragua demuestran que el imperialismo no es una rémora, sino, tal como expresábamos en documentos partidarios, es el baluarte de la contrarrevolución. Su rol como gendarme mundial del capital se sostiene en una fuerza militar que, aun siendo disputada, lejos está de tener contendientes que estén a la par. No sólo por la cantidad de bases y armamento, sino también por su imposición de doctrina y de praxis. La dependencia y la subordinación ideológica, política, cultural, económica de las burguesías autóctonas (como decía el Che) muestran que el imperialismo no es un fenómeno externo, sino interno. El control de los poderes judiciales, de las fuerzas represivas, de los grandes medios de comunicación hemisféricos, permite imponer su voluntad que incluye la construcción de una mirada de la realidad que llega a las masas. El control que como decíamos es compartido y festejado por las grandes burguesías locales, o asumido como intangible por la burguesía más allá de su tamaño. En estos días, los ataques a Cuba en nombre de los derechos humanos coexisten sin más, con el terrorismo a gran escala en diversos territorios que como son afines al imperio, tienen toda la cobertura (Colombia, Israel, Arabia Saudita, Marruecos, y la lista es larga…).

En contrapunto, la resistencia de la revolución cubana es un reaseguro para cualquier proyecto de emancipación. Más allá de la política oficial, a menudo afín a los progresismos, por razones de estado, la resistencia de Cuba con dificultades, retrocesos, contradicciones, sigue demostrando que el imperialismo no es invencible, que para tener patria hay que tener revolución, que se puede construir una sociedad que no esté guiada por la ganancia. Cuba es un faro estratégico para las rebeliones que van buscando el camino de transformación de fondo. Un triunfo del imperialismo yanqui en Cuba significaría un retroceso enorme para todas las fuerzas populares y para cualquier proyecto que se plantee la revolución y el socialismo como metas.

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