En los últimos meses, hemos venido profundizando nuestro análisis de la situación continental con la mirada centrada en los procesos de rebeliones. Compartimos algunas de las reflexiones y conclusiones a las que hemos arribado, con el fin de nutrir los intercambios y el necesario debate político de la coyuntura en clave estratégica. Publicamos aquí una parte del documento integral y más extenso que se puede leer y descargar de la web.

Desde la segunda mitad de 2019, luego de un impasse durante los meses más fuertes de medidas restrictivas por la pandemia del Coronavirus, vemos que las rebeliones se han convertido en un rasgo actual y potencial reconocido por todes. El FMI, los organismos multilaterales, los “think tanks” del imperialismo, el Vaticano auguran que los estallidos y rebeliones se profundizarán y extenderán en un contexto de agravamiento severo de las condiciones de vida y trabajo de las mayorías. Nuestra América, el continente más desigual del planeta y con una extensa tradición de luchas y resistencias, aparece en el centro de las preocupaciones de quienes buscan mantener el poder de clase.

Profundizar en cuáles son los rasgos (potencialidad y limitaciones) de las rebeliones en curso y por venir, cuáles son las disputas que se están dando (y se van dar) en ellas, y cuáles son las tareas que se derivan de ello, resulta clave para ordenar esta construcción que ha reafirmado su vocación de aportar a la transformación revolucionaria de la realidad. Exponemos a continuación algunos elementos que consideramos fundamentales para comprender la situación y sus posibilidades.

Las rebeliones

Las rebeliones, el momento del estallido, su magnitud, su forma concreta, su extensión, su radicalidad, son impredecibles. Por supuesto, las causas profundas, estructurales preexisten y sabemos que los pueblos no se resignan por siempre a agachar la cabeza ante la injusticia. Sin embargo, cuál es el detonante, qué es lo que hace que la rabia se transforme en acto, y en acción de masas, no es algo que se pueda anticipar. El aumento del metro de Santiago, la reforma del FMI de Moreno, la reforma tributaria de Duque, en fin, no se puede anticipar con certeza cuál es punto que sirve de catalizador.

Las rebeliones muestran de lo que son capaces los pueblos cuando entran en rebelión (y ni hablar, como decía el Che, cuando entran en revolución). La toma de conciencia, la claridad respecto de los enemigos, la creación de lazos de sororidad y fraternidad, la puesta en acto de una ética de la vida y de la resistencia, el despliegue de manifestaciones de lucha y arte de todo tipo, la legitimación de la violencia popular, en clave de autodefensa, una enorme acumulación de fuerza moral y de construcción de identidad vinculada a la lucha.

Las rebeliones ejercen la memoria colectiva, la transforman en actos de conciencia y de justicia. Así vemos cómo los pueblos desde Chile, a Colombia, de Estados Unidos y Canadá, tumban estatuas de genocidas. Lejos de ser algo anecdótico, esta práctica muestra que no son las reivindicaciones inmediatas las que explican la furia popular, sino los siglos de opresión del racismo y el colonialismo propios de la era del capital.

Las rebeliones aprenden de su propio proceso y de otras rebeliones en curso. La “Primera línea” se expande como forma de organización, como identidad, como ética.

Por todo esto, consideramos que la rebelión es nuestro horizonte no sólo como posibilidad, sino como apuesta. Las enlazamos a la larga historia de lucha y creación de poder popular que no es otra cosa que su propia constitución como sujeto histórico. Participación directa del pueblo en la vida colectiva y en la lucha. En oposición antagónica (pero en coexistencia) con estados.

Sin embargo, hay que explicitar que no hay una relación inmediata entre rebelión y revolución. Resulta difícil ver que estos estallidos, luchas de clases y de calles, puedan plantear un escenario de revolución en clave socialista, feminista, antiimperialista, antirracista. En cada uno de los procesos vemos cómo ninguna de las organizaciones preexistentes puede atribuirse la dirección de las masas en las calles. El repudio a la política tradicional, también incluye a la izquierda y a las representaciones burocratizadas del movimiento obrero (en un contexto mundial y regional de peso creciente de trabajadores precarizadxs que no encuentran expresión en el sindicalismo oficial). Todo lo que tiene de potencia disruptiva del orden y de la institucionalidad esa falta de formas estables y prestablecidas de organización para alimentar la disposición al enfrentamiento y la persistencia de la resistencia, tiene también el desafío de cómo transformar la rabia en propuestas de fondo.

Lxs sujetxs rebeldes

En términos de sujetos en lucha, vemos que son les trabajadorxs pauperizadxs, lxs pobres del campo y la ciudad, la juventud sin futuro quienes se lanzan a las barricadas dispuestes a dar la vida. Esto quiere decir, que es la clase trabajadora, pero no es la misma clase trabajadora que de las grandes revoluciones del siglo XX. No es la clase trabajadora en tanto movimiento obrero organizado sindicalmente. Es esa población expropiada de todo, sometida a la superexplotación de su fuerza de trabajo y/o condenada a vivir de la asistencia. Podríamos decir, como rezan muchos carteles pintadas, son les que realmente no tienen nada que perder. En términos de organización, de discusión ideológica, de propuesta política esa realidad nos pone ante un enorme desafío para quienes pretendemos aportar a las rebeliones para enlazarlas con procesos revolucionarios de fondo.

Una mención aparte al analizar a los sujetos concretos de la rebelión merece el rol que están cumpliendo los pueblos indígenas. Los lazos que se ven entre pueblos, reconociendo la igualdad y valorando la resistencia de más de cinco siglos de los pueblos originarios, el reconocimiento de lo plurinacional como única forma de superar la imposición racista y colonial, nos permiten plantear que hay en esto una potencialidad de transformación profunda. Esta confluencia apunta a raíces históricas y estructurales: el capitalismo mundial nació del genocidio en América, los estados nación construidos en la mitad del siglo XIX nacieron del genocidio que permitió la apropiación de territorios. Empezar a quebrar el silencio opresor, tirar al basurero de la historia esa visión eurocéntrica y racista de la inferioridad de nuestros pueblos, de la supremacía “blanca”, dibuja un horizonte de emancipación esperanzador.  “Un pueblo que oprime a otro, no puede ser libre”, y hay que reconocer que no pocas veces movimientos críticos de la explotación capitalista asumieron como propia la visión de los vencedores respecto de las poblaciones originarias.

Asimismo, la recuperación de todo un acumulado de experiencia ancestral sobre la vinculación con la madre tierra deja de ser denostada como un “resabio reaccionario” para ser vista como la posibilidad de un futuro que resguarde la vida en contra del sistema extractivista de muerte. Las formas de organización de la autodefensa de las comunidades (las guardias indígenas) desarrollado para defenderse de los aparatos represivos estatales, muestra también coordinadas para resolver esta urgente cuestión.

Por supuesto, las diferencias y disputas entre corrientes ideológicas hacen parte la realidad indígena. La idea de un mundo indígena homogéneo es uno de los mitos de los conquistadores, de ayer, hoy y mañana. Hay grados de institucionalización y cooptación de parte de referentes. Hay perspectivas que no ponen en el centro de la lucha por identidad y el derecho a la autodeterminación la cuestión de la tierra, y de la restitución. Hay quienes reivindican y ejercen la acción directa y quienes no. Hay quienes resisten en las comunidades y territorios y quienes llevan varias generaciones en las ciudades y zonas suburbanas. Pero visto de conjunto, que es lo que se propone este documento, hay elementos generales lo suficientemente significativos para pensar los nuevos rasgos y horizontes de las rebeliones actuales.

Metas y programas

En términos programáticos, no hay pliegos preexistentes al desenvolvimiento de la lucha reconocidos unánimemente por quienes se lanzan a las calles. No obstante, sí aparecen en forma masiva consignas, ideas y reclamos que sectores de activistas defendieron y difundieron durante décadas en relativa soledad. Y es en el ejercicio de la democracia directa, en las ollas de los bloqueos, en las asambleas, en los territorios en los que las consignas y las plataformas se van afinando. Podríamos decir que el “momento negativo”, el de “ya basta”, de “no queremos más esta vida” tiene mayor peso que el positivo, aquél que clarifica cómo queremos vivir y cómo vamos a hacer para conseguir esa nueva realidad.

Pero esto no significa que ese programa no exista o que no pueda desarrollarse. Como parte del propio proceso de lucha a través del cual la “gente” se transforma en “pueblo”, los reclamos se van definiendo. Algunos puntos que aparecen con fuerza son: la crítica a la democracia existente, el repudio a la represión legalizada, la exigencia de libertad de lxs presxs políticxs y de juicio y castigo, el rechazo a la privatización de la educación, de la salud, de las jubilaciones, de la vivienda, (de las relaciones sociales), el feminismo como bandera y como práctica, el anticolonialismo y la apuesta a la unidad plurinacional y diversa, la defensa de la naturaleza y los bienes comunes en rechazo a la política extractivista.

El carácter abierto de las rebeliones

Como todo proceso, no hay victoria de antemano. Todo el proceso de acumulación, de organización y de conciencia no logra revertir hasta tal punto las condiciones preexistentes como para transformar estas rebeliones en insurrecciones revolucionarias; al menos en lo que hemos visto hasta ahora. Ese pasaje implicaría contar con una dirección (seguramente diversa, plural, reflejo de los distintos sectores en lucha), con una claridad estratégica y con una fuerza moral y material que trasforme la resistencia, en ofensiva. Ofensiva no sólo en las calles y en la confrontación directa, sino en todos los terrenos de la lucha.

Asimismo, la lucha en las calles es la esencia de la rebelión y su principal salvaguarda, pero sabemos que la intensidad y masividad de la movilización no se mantienen constantes o crecientes siempre. ¿Cómo consolidar lo ganado para seguir avanzando sin caer en el institucionalismo de acoplarse a lo que el sistema está dispuesto a ceder cuando se ve impugnado? ¿Cómo encontrar las tareas y los caminos para que la represión brutal y el cansancio no deriven en desmovilización y desmoralización? ¿Cómo hacer que esos objetivos intermedios o parciales sirvan para potenciar, para ordenar y consolidar la fuerza propia y no para ahogar la fuerza rebelde en el posibilismo?

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