¿Qué es el Neoliberalismo?

– Etapa económica producto de crisis y necesidad de renovación del Capitalismo

– Cambios geopolíticos

– Desmantelamiento de Estado de Bienestar y reorganización del Estado.

– Trasnacionalización de la economía

– Revolución informática y de las comunicaciones

– Reorganización de la producción (productividad, heterogeneidad, tercerización, deslocalización)

– Cambios estructurales en la composición de la clase (precarización, marginación, desocupación)

– Cultura e ideología. Estética. Valores. Legislación (criminalización de la protesta)

Neoliberalismo es todo eso, imbricado y en movimiento

Están como complemento los siguientes recursos

Power Point Neoliberalismo

Audio Etapa Neoliberal que acompaña al Power Point

Gramsci «Análisis de situaciones y relaciones de fuerza»

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Ideas a fortalecer en este bloque:

– K (capital) es un proceso de reproducción. Implica transformaciones y cambios en su necesidad de organizar la producción y las relaciones sociales

– Aspectos económicos, políticos, ideológicos, culturales, etc. están vinculados y se explican (e influyen) mutuamente

– Hegemonía burguesa no es inmóvil y contiene disputas y resistencias

– Etapa, Estado y Gobierno tienen diversos grados de relación y coherencia, pero no se determinan mutuamente (ej: administración del gobierno no modifica carácter del Estado ni mucho menos Etapa)

El siguiente texto fue elaborado originalmente para uno de los bloques de la Escuela de Formación de nuestro Partido. Por ello, algunas cuestiones se dan por supuestas, así como otras no se encuentran desarrolladas cabalmente, puesto que no era ni el objetivo ni el foco principal de nuestra exposición.

La misma es además una reelaboración escrita del insumo utilizado para la presentación oral realizada oportunamente.

Hacemos estas aclaraciones en pos de que se comprendan ciertas ausencias y/o profundidad de ciertos aspectos.

Junto con este documento expositivo del bloque les compartimos un power point y una línea de tiempo desarrollados para la Escuela. Entendemos que no es lo mismo, pues ambas herramientas contaban con la orientación y explicación/ampliación de la exposición presencial, y probablemente algunos elementos, fechas, informaciones, etc. parezcan quedar entonces ausentes, “sueltos” o faltos de una conexión más profunda.

Atendiendo a esa dificultad, optamos sin embargo por compartirlos igualmente para que puedan servir de insumos a la comprensión general. Recomendamos hacer primero la lectura aquí presente y luego retomar con el powerpoint y la siguiente línea de tiempo.

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Se nos ha presentado, durante la preparación de este bloque y esta escuela, cierta complejidad sobre la periodización, en la que en líneas generales partimos de considerarla como una etapa única con periodos entrecruzados, en las que podemos diferenciar diversos quiebres. Por ejemplo: golpe del 76 a 1982 – transición democrática a 1989 – Consolidación hegemonía a 2001 – crisis 2001 a 2003 y restauración 2003 a 2008 – 2008 en adelante (y continúa…)[1]

Esta cronología está atravesada por momentos más fuertemente políticos en unos casos, económicos en otros, de auge de lucha y de disputas más solapadas o más abiertas… es decir, una diversidad de situaciones que se inscriben todas ellas en la lucha de clase y en la disputa interburguesa. Es una cronología “viva” (debemos evitar tomarla linealmente, aunque en un cuadro puede que así se aparente)

Tratamos en definitiva de comprender la profundidad de los cambios producidos con el neoliberalismo en la mirada de largo período (una mirada “orgánica”), en el marco de una etapa contrarevolucionaria.

En este sentido, el punto que aparece como inicial es el golpe del 76. Bien sabemos que la represión y el terrorismo de Estado comienza con anterioridad, durante un gobierno constitucional que,  habiendo surgido para contener el descontento popular y el avance revolucionario, no logra “calmar las aguas”. No obstante, el golpe viene a ratificar y a potenciar en escala esa política represiva a la vez que instala los pilares de la nueva etapa que se comienza a erigir como “normalidad”.

A través del terrorismo de Estado que ejerció la dictadura militar, los sectores dominantes le impusieron a la sociedad argentina un nuevo patrón de acumulación de capital que implicó una redefinición de las relaciones entre trabajadores y capitalistas.

Partimos de situar la ejecución del golpe de Estado del 76 como la conjunción de las propias necesidades sistémicas del Capitalismo con los intereses internacionales (disputa interimperialista) y locales (proceso pre-revolucionario), y a partir del cual, democracia representativa mediante, la clase dominante va lograr constituir hegemonía. Si bien debemos contemplar, como mencionamos, los intereses geopolíticos en disputa, vamos a intentar repensar el período desde una mirada más local.

Para los años 70, el llamado Estado de Bienestar (keynesianismo, tercera vía, Estado benefactor… tomaremos aquí todas esas definiciones en un mismo sentido, aunque no son sinónimos) evidenciaba sus límites, fundamentalmente para la reproducción del K, por lo que el sistema requiere, como necesidad propia, de un cambio cualitativo general.

Junto con el avance científico-técnico, esa realidad, producida tras la crisis del 30 y la segunda guerra mundial sobre todo, y fruto también del resguardo frente a la amenaza comunista (y que garantizaba mejores condiciones laborales, así como promovía la idea de “convivencia pacífica” o “colaboración de clases”), esta idea de “Estado benefactor” va agotándose y convirtiéndose en un obstáculo para el desarrollo y reproducción -ampliada- del Capital.

A nivel continental, el cuadro en América del Sur es bastante similar para la época (siempre atendiendo a las características y situaciones concretas de cada país y a la forma institucional que asume en cada uno), con gobiernos dictatoriales en Chile, Bolivia, Uruguay, Paraguay y Brasil, es decir, todos los países limítrofes. Entre la década del 50 y la del 80 (y notoria y fuertemente entre 70s y 80s) es que se van a ir produciendo los cambios y cimientos del nuevo modelo en esta región, mediados -dato no menor- en el marco de una creciente organización y lucha revolucionaria. Desde los 80 hacia aquí, eso va a cambiar con la derrota de las organizaciones político-militares, allanando el camino para asentar, profundizar, acelerar, etc., dichos cambios (sin que por ello, desde ya, se hayan eliminado totalmente las resistencias).

Este es muy brevemente el cuadro de situación en el que se produce el golpe.

En Argentina, particularmente, desde el 55 (con el golpe a Perón), la burguesía no va a lograr reordenar ni hegemonizar sino hasta el período 1976-1994, donde va a imponer primero su dominación (en el sentido que lo explica Gramsci, es decir, clase dominante pero no hegemónica, por lo que requiere del uso de la fuerza en grados mucho más explícitos que “normalmente”) hechando mano de sus FFAA y construir su hegemonía luego de la transición democrática.

Esa reestructuración que mencionábamos, y que se desarrolla en la década del 70, trae aparejados cambios sustanciales en el proceso de producción y en las condiciones de trabajo, así como -por consecuencia- en la propia composición de la fuerza laboral. Cambios que redundarán en el crecimiento de lo que se denomina “población sobrante” (para el Capital), una tasa de desocupación ya nunca menor al 9-10% (según las propias cifras oficiales), el aumento de la precarización (que se llevará a niveles “estables” -alrededor de un 30 a 40%-), la fragmentación de lxs asalariadxs (debido a la propia fragmentación del proceso de producción) y por tanto de sus luchas, etc.

Este proceso de reestructuración capitalista que es el Neoliberalismo, es también un proceso de relegitimación o restauración del orden y del poder de la clase dominante. Proceso que concentra la propiedad y la riqueza en grandes grupos trasnacionales a la vez que se deterioran las condiciones de vida y trabajo de las grandes masas en un mayor nivel y alcance. Este es un fenómeno mundial (en extensión y en profundidad) posibilitado por el desarrollo científico técnico (ejemplo pardigmático: las comunicaciones).

En el plano económico[2] de la lucha de clases, Victoria Basualdo afirma que uno de los puntos fundamentales que la dictadura logra fracturar es la solidaridad entre trabajadorxs, y lo sitúa no meramente como ideal, sino concretamente en la lucha unificada por el salario (pues el cambio que se genera es el de negociaciones salariales que se darán desde entonces por ramas de actividad y por empresa).

En términos generales, del 76 a la fecha, el proceso económico va a mantener vigente la tendencia a la pérdida de empleos industriales, la caída del salario real, la disminución de la participación de lxs trabajadorxs en el ingreso, y el aumento de la productividad del trabajo, además de establecer como media a un tercio de la PEA en situación de precariedad laboral.

El éxito más importante de la dictadura fue transformar radical e irreversiblemente la dinámica económico-social, al sentar las bases de un nuevo modo de acumulación basado en la reprimarización de la producción, la reinserción exportadora y el liderazgo de un reducido conjunto de grupos económicos.

En este sentido, Rapaport señala en “Las políticas económicas de la Argentina” (2010) que “Los efectos de la política económica de Martínez de Hoz, que no fue modificada en lo sustancial por los ministros que lo sucedieron, fueron […] la contracción de la producción, desaparición de numerosas actividades, desarticulación de las relaciones intersectoriales y simplificación de la estructura morfológica. La industria era ahora mucho más dependiente de la importación, no había solucionado sus problemas de subdesarrollo y se encontraba en una posición mucho más vulnerable”.

Esta afirmación sin embargo puede conducirnos a creer que “la industria nacional” (entidad poco determinada, tal como cuando se hace referencia a “el campo”), fue un sector castigado tanto como lxs trabajadorxs, apreciación sobre la que se basan quienes proponen alianzas entre clases. Es importante que asumamos que si bien se puede hablar de actividad industrial y de actividad comercial y financiera, en términos de clase no podemos confundir la disputa entre sectores de la burguesía, aunque debido a sus intereses pujen hacia una orientación económica más conservadora o más liberal (y va de suyo, las políticas económicas y los cambios de etapa no se determinan de acuerdo a quién gana una pelea -como si de boxeadores se tratase-. El desarrollo científico y técnico produce condiciones para un mejor posicionamiento de uno u otro sector -siempre atendiendo además a las características más locales-, pero no sólo es cada vez más difusa la delimitación entre empresas, conglomerado de empresas o multinacionales que abarcan en su propio seno diversas tareas, sino que principal y fundamentalmente es la clase dominante en su conjunto la que opera).

En definitiva, la política económica de la dictadura implicó un quiebre en el desempeño de la economía, que pasó a mostrar un bajo crecimiento, una caída de la incidencia del sector industrial, una inflación muy elevada y un abrupto aumento de la deuda externa. “Mas-menos”, esta es nuestra “nueva” realidad desde entonces.[3]

En cuanto a lo político (que por supuesto no es solo político), en el inicio del golpe, la dictadura avanza decisivamente sobre la organización de lxs trabajadores. Se interviene sindicatos, se detiene (y/o desaparece) a dirigentes sindicales y políticos o sociales (recordemos que más del 30% de los desaparecides fueron obreres). También se elimina el derecho a huelga y otros tantos artículos de la Ley de Contrato de Trabajo.

Vaya aquí como ejemplificación un breve repaso de algunas medidas inmediatas que toma la dictadura tras el golpe:

– Suspende la actividad política
– Suspende los derechos de les trabajadores.
– Interviene los sindicatos.
– Prohíbe las huelgas.
– Disuelve el Congreso.
– Disuelve los partidos políticos.
– Destituye la Corte Suprema de Justicia.
– Interviene la CGT.
– Interviene la Confederación General Económica (CGE).
– Suspende la vigencia del Estatuto del Docente.
– Quema miles de libros y revistas considerados peligrosos.
– Censura medios de comunicación, artistas y escritores.

En materia de legislación, continúan vigentes 3 Leyes PRINCIPALES de la dictadura (en total son alrededor de 450, y casi 1000 si se consideran las promulgadas por todas las dictaduras pasadas, lo cual hace que casi 1 de cada 4 leyes sean originadas durante estos gobiernos).

1) La Ley de Radicación Extranjera (nº20.557), anulando la mayor parte de la regulación al capital extranjero;

2) La Reforma del Sistema Financiero (derogación de la Ley 21.495 de descentralización de depósitos y la Ley 21.526 de Entidades financieras); y

3) la derogación del Impuesto a la Herencia.

También la Ley Para el Personal de la Policía (ley 21.965) está rubricada por Videla.[4]

Y por supuesto, la Iglesia se vio beneficiada también por una serie de leyes que aún tienen vigencia (como la referida al sueldo mensual de los obispos).

Mencionamos algunas de estas cosas porque no se trata meramente de leyes que nos regulan sino de entender que esas leyes modifican toda nuestra estructura de vida y comprensión de la sociedad. En ese sentido comprenden un factor ideológico muy potente.

El propio Martínez de Hoz declaraba en su momento en relación a su proyecto de ley de Entidades Financieras: “Esto es un cambio de estructura de las instituciones financieras argentinas, una pequeña revolución que va mucho más lejos de lo que la gente ve. Los vamos a cambiar a todos y a cambiar la mentalidad, que es lo importante”.

En cuanto a la orientación de los modelos pos dictadura se expresa sin demasiado rigor que tras el régimen dictatorial, los gobiernos alternaron entre la heterodoxia (Alfonsín), Ortodoxia (Menem-De La Rua), Neodesarrollismo (Duhalde-Kirchner-C. Fernández), Neoliberalismo (Macri)…

Más allá de lo acertado o no de esas caracterizaciones, el rasgo fundamental es la observación sobre la permanencia de un sistema político (y de partidos) que se termina de concretar en el “Pacto de

Olivos” y que -aun con la eclosión 2001- mantiene su vigencia.

Si en lo civil se puede apelar a la ampliación progresiva de derechos, en lo legal se verifica un incremento de la criminalización de la protesta y la reorientación de las tareas de las fuerzas de seguridad.

Desde ya, volvemos a aclarar, esto no se da en una linealidad absoluta, sino en el marco de “idas y vueltas”, pero la posibilidad de observar el período en su largo ciclo (1976-2020) nos permite tener una mayor claridad en cuanto al análisis de la orientación y del avance de la burguesía en su conjunto.

En relación a la Estructura del Estado, las privatizaciones comparten lógicamente aspectos políticos y económicos. Entre los fundamentos de tal medida se hallaba por un lado la apelación al “tamaño” del Estado y los parámetros internacionales, como la eficiencia y el “know how” de las privadas, y por otro se recurría a la estigmatización de lxs empleadxs estatales, que eran todxs “vagos mantenidos con los impuestos ciudadanos”.

Esta brutal expropiación hacia la clase trabajadora es posible por la política cambiaria implementada (lo cual aparentaba una tarifa “accesible”) y por el disciplinamiento logrado en las bases sociales por la memoria reciente de la hiperinflación de 1989 (el latente “ojo que si no hacemos esto se va todo al demonio”). Lo clave del proceso no son las privatizaciones en sí -nocivas por supuesto- sino la consecuente redistribución del ingreso en favor de la clase dominante. Con ese tamiz debemos analizarlas para un análisis enmarcado en la lucha de clases.

Es en la década de los 90 donde se dan la mayor cantidad de reformas, sustentado en un amplio andamiaje legal que se continúa en su mayor parte hasta hoy.

El propio Banco Mundial sostuvo que el caso argentino (sobre las privatizaciones del 90 al 93) fue único en alcance y en ritmo.

En otro sentido, también el asistencialismo se establece definitivamente como rasgo permanente para la contención del descontento social, de la pobreza y de la población marginal (implementado por todos los gobiernos, su origen puede rastrearse con las cajas PAN durante el gobierno de Alfonsín, y de allí hasta la actualidad).

En lo simbólico/ideológico, todos estos cambios en la organización de la producción capitalista tienen su reflejo (o aparejan cambios) en formas culturales (del hacer, del entender el mundo, de las costumbres, etc.): Harvey plantea en este sentido que “Las condiciones materiales y sociales influyen sobre la experiencia de espacio y tiempo en la vida social”.

Es también aquí donde intelectuales y académicos realizan planteos que aparecen como “ideas-fuerza”: la  pérdida de la centralidad del trabajo productivo; el fin del proletariado; el fin de la historia; las categorizaciones del “nuevo sujeto histórico” (mov sociales, clase media, “multitud”…); etc., proceso que también impacta en -y del cual no está exento- el amplio campo de la izquierda, desdibujándose categorías y apelando a “nuevas” conceptualizaciones.

En el plano local podríamos asimilar que estas ideas fueron además las de “ineficiencia estatal”, “sobreemplo estatal”, “apertura a los mercados”, “volver al mundo”, etc.

Esta asunción (implícita o explícita, conciente o inconciente) de las ideas dominantes es la reproducción en el plano ideológico de la derrota político-militar de nuestra generación de los 30 mil. En el plano simbólico es la emergencia del individualismo, del yo primero, del “avivado”, etc.

Desde ya, hablar de derrota no implica cese absoluto de la resistencia, que efectivamente resultó un escollo también en ciertos momentos de esta hegemonía digamos “pura” desde el 76 hasta diciembre del 2001 y con mayor grado de tensión desde el 2001 hasta aquí (claramente el 2001-2003 es el momento de mayor cuestionamiento).

Pero en rasgos generales, la puesta en cuestión del orden establecido (el Capitalismo) ha sido aislada por la clase dominante. De la misma manera logró neutralizar la validez de la violencia organizada, así como la casi imposibilidad de plantear otra institucionalidad a la vigente. Hay aquí una victoria ideológica trascendental para los planes de la burguesía. Victoria Basualdo lo expresa planteando que fue borrado el horizonte de revolución.

Trascendental punto este, pues el modelo económico que se impone tiene su correlato ideológico con la conquista del “sentido común” de las mayorías: “las ideas derivadas de las usinas de pensamiento del neoliberalismo en los países centrales se volvieron las ideas inherentes para buena parte de la población” plantea María Celia Cotarelo, del PIMSA (por ej: en este contexto surge aquella tesis de Fukuyama que mencionábamos sobre “el fin de la historia”).

Otro ejemplo que podemos observar de la lógica que logra imponer la clase dominante es en el terreno de la educación, con su paradigma de la “calidad educativa”, donde -además del desembarazo que significa la transferencia de las instituciones escolares de Nación a las provincias en el marco del “achique”-  se produce una creciente cesión de atribuciones y prerrogativas al sector privado. Aquí lo que aparece es que no se trata solamente de políticas públicas sino que lo que debemos observar es la correspondencia de un modelo pedagógico con el modelo neoliberal que rige la etapa actual.

De la misma manera podríamos tomar como ejemplo la situación de la salud u otras áreas. Estas particularidades no escapan a la orientación/determinación general.

Decíamos que más allá de la “normalidad” que parece observarse, existe resistencia y luchas (mayormente económicas o reivindicativas). En este sentido, la disputa interburguesa comenzará a reavivarse, haciéndose más notoria, al mismo tiempo que se producen a su vez los cimbronazos políticos. Con el Santiagazo (en 1993) podemos pensar que comenzará a constituirse la emergencia de una fuerza social (o parte de una fuerza social) dentro del orden constitucional que llevará a la expresión del kirchnerismo en 2003, pues no se llega a constituir -o no logra imponerse- una fuerza antisistémica.

Lo que aparece entonces es una fuerza reformista, que alberga una parte de los intereses de las fracciones del pueblo, que implica cierta inclusión social, una redistribución parcial de la riqueza -aunque en gran proporción entre la misma clase-, intervención estatal con algún margen de regulación o control… No es mero “discurso”.

Gramsci plantea que la crisis “no prospera si existe en la vieja sociedad alguna fuerza capaz de mitigar la situación de malestar y restablecer normalidad a través de medios legales”

¿Podemos aplicar su análisis para analizar el 2001? ¿En qué sentido lo hacemos? ¿se trató de una crisis de coyuntura o una orgánica? ¿a qué respondía el “que se vayan todos”?

¿qué conclusiones sacamos, fundamentalmente de cara a la actualidad y a lo que ya observamos que se aproxima?

Nos proponíamos en este bloque trata de mirar “desde arriba” el período al que nos estamos refiriendo. Por eso lo que nos interesa aquí, de estas políticas que van a llevarse a cabo post 2001, es observar que en ellas se expresa también la disputa y ruptura de la comandancia (al menos de la comandancia absoluta) de la burguesía financiera y el sector con mayor interés en la producción interna, manufacturera e industrial local, que aglutina también a Pymes y pequeños productores (y por cierto, la simpatía y adhesión de grandes masas).

En su discurso, este sector aparece como enfrentando al mercado, reforzando la idea de un Estado externo o por encima de la lucha de clases. Así, la expresión política más progresista y/o reformista defiende la idea de un “Estado fuerte”, “activo”, que media entre Capital y Trabajo y que defiende el interés general de la población frente a lo que sería un “Estado débil” y “ausente”, representación del neoliberalismo (el cual es presentado a su vez como deformación del Capitalismo, sin poner en cuestión al sistema general, sino sólo a lo que sería su desviación).

Sin embargo, sabemos bien en primer lugar que el Estado no es una “cosa”. No es una construcción social aislada de la lucha de clases ni el terreno neutral de su disputa política. Es, contrariamente, la demostración palpable de la irreconciabilidad de esas clases. Esto no significa, desde ya, que el Estado se mantenga inmutable, o que se constituya de la misma manera en cada país. Pero lo que principalmente significa es que mientras perdure ese Estado, los cambios de gobierno solo expresan una modificación o alteración del “equilibrio” del poder  (inter e intra clase).

El proceso de reproducción del Capital es en sí mismo, por necesidad, revolucionario a su interior (en los modos de organizar la producción -y de organización social-). Como decíamos antes, esto implica a su vez enormes cambios en la vivencia de las personas, en la forma de comprender el mundo, etc.

También el Estado se reorganiza y “al compas de los cambios” se promueven políticas públicas que combinan contención, cooptación y represión en novedosos aspectos (por ej, la criminalización de la protesta, el aumento de penas y la baja de edad de imputabilidad, el control a través de planes sociales y programas asistencialistas, la participación -acotada y controlada- de sectores contestatarios en el gobierno, etc.)

La burguesía va a lograr comandar el tránsito de un modelo a otro y de dictadura a democracia (su democracia) con un fuerte condicionamiento social, como lo va a ser la hiperinflación de finales de los 80. Ese proceso es un fuerte disciplinamiento para una sociedad que había perdido a su dirección revolucionaria. De allí que puede imponer luego la convertibilidad como “salida”, junto con las políticas que trae aparejadas, y ser aceptadas como “mal menor” frente al caos de la disolución social que representaban la hiperinflación y los saqueos.

Bonnet explica que “solo dicha hegemonía -la lograda por el menemismo como expresión de la burguesía- puede explicar la compatibilidad entre las transformaciones económicas, sociales, políticas e ideológicas que atravesó el capitalismo argentino en los 90 (reestructuración del aparato productivo, reforma del Estado, modificaciones del régimen político y del sistema de partidos, del rol de las fuerzas armadas y sindicatos, etc.)”

A su vez, esas transformaciones no sólo promovieron disciplinamiento y cambios en “lo existente”, fueron también redundantes en beneficios económicos de nuevas oportunidades o nichos de negocios (como las AFJP o las ART, o el “boom” de las prepagas).

Es interesante recuperar además el dato que enuncia Bonnet sobre la sanción de leyes, que en su amplia mayoría se dieron a través de sesiones en el congreso nacional (y no por DNUs). Al igual que la bochornosa y reciente aprobación abrumadoramente mayoritaria sobre el pago de la deuda o de los ejercicios conjuntos con los yanquis, ello demuestra el acuerdo y voluntad de la burguesía de conjunto.

El kirchnerismo expresó la recomposición de la acumulación y la dominación capitalistas luego de la crisis resultante del ascenso de las luchas sociales que culminara en la insurrección popular de fines de 2001 durante el gobierno de la Alianza.[5]Pero el kirchnerismo también expresó (contuvo) a ciertos sectores con demandas concretas que podían ser resueltas en el marco de la democracia capitalista, así como el desenvolvimiento de iniciativas que sustentaron su base.

Podemos decir que el kirchnerismo, a grandes rasgos, tiene 2 momentos (2002/3 a 2008 y 2008 a 2015). El período de consolidación de ese “primer kirchnerismo” se extiende desde fines de 2005 a principios de 2007, caracterizado por la estabilización económica y política y el retroceso de ciertas luchas sociales que venía registrándose desde mediados de 2002. Sin embargo, en este mismo período se comienzan a percibir dos elementos que luego adquirirían una importancia clave: la aceleración de la inflación y el ascenso de otro tipo de luchas sociales, con características muy diferentes a las del período previo. Se trata tanto de luchas protagonizadas por trabajadores empleados en el sector público y privado (organizados en oposición a las burocracias sindicales dirigentes, o bien por fuera de ellas, en torno a reivindicaciones principalmente salariales), como de luchas socio-ambientales contra la megaminería y la expansión del monocultivo de soja transgénica (y por ende del crecimiento del uso intensivo de agrotóxicos).

Siguiendo a Bonnet, varias de sus afirmaciones siguientes nos sirven para la caracterización del período:

– el lockout capitalista fue el primer desafío político importante que enfrentó el kirchnerismo, lo que llevó a la desarticulación generalizada del bloque en el poder que se había rearticulado a la salida de la crisis que culminó en 2001. Esta desarticulación explicaría en buena medida la pérdida de consenso del oficialismo que se expresó en su magro resultado en las elecciones parlamentarias de 2009. Se argumenta que la crisis política desatada por este conflicto cuestionaba su capacidad del gobierno para arbitrar entre las distintas fracciones de la burguesía, en tanto “la negativa de esta burguesía agraria a pagar mayores retenciones bien puede interpretarse como su declaración de que el proceso de recomposición de la dominación posterior a la crisis de 2001 había concluido, puesto que, precisamente, el pago de esas retenciones había sido en 2002 una concesión de esa burguesía agraria destinada a contribuir con dicha recomposición a través del financiamiento de los subsidios de desempleo”. Esta crisis habría tenido profundas consecuencias, marcando el punto de inflexión que dio lugar a un “segundo kirchnerismo” entre 2008 y 2015.

– el “segundo” kirchnerismo logró sobrevivirse a sí mismo tras la crisis política de 2008-2009, tanto por la recuperación general de la economía como por una serie de iniciativas políticas de corte más progresista (Asignación Universal por Hijo, estatización del sistema jubilatorio y Aerolíneas Argentinas, Ley de Matrimonio Igualitario, Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, transmisión gratuita de los partidos de fútbol de primera y segunda división, etc.). Todo lo anterior le habría permitido una rápida recuperación del consenso (CFK fue reelecta con el 54% de los votos en 2011), que sin embargo se reveló poco duradero (en las elecciones parlamentarias de 2013 el oficialismo retrocedió veinte puntos y fue derrotado en los principales distritos).

Bonnet plantea sobre este “segundo” kirchnerismo, que si bien logró sobrevivirse a sí mismo tras la crisis política de 2008-2009, habría entonces dejado de representar un papel relevante en la lucha de clases, en tanto ya no tenía por delante la tarea de restaurar el orden (porque ya la había realizado), pero tampoco podía administrar ese orden restaurado.

Esto explicaría, en parte, el posterior triunfo de Macri -y también su debacle-. Mirando a través del mismo prisma podemos aventurar que “el gobierno de los Ceos” no podía ya conducir el ajuste por su evidente falta de consenso entre sectores del pueblo, algo que la composición “neo-kirchnerista”, “Capitán Beto” mediante, sí estaría en condiciones de hacer:

“la forma neoliberal de Estado entró en crisis a comienzos de este siglo, pero la restauración de la dominación burguesa no conllevó la instauración de una nueva forma de Estado sino una desordenada reconstrucción de éste a partir de los escombros que dejara el derrumbe anterior. Si el menemismo había terminado de instaurar un nuevo modo de acumulación que había comenzado a constituirse tras la crisis de 1974-75, el kirchnerismo no hizo otra cosa que consolidar el modo preexistente, a través de una dinámica de acumulación extensiva que se erigió a partir de la recuperación de los restos del aparato productivo heredado de los noventa. En este sentido, la crisis culminada en 2001 (a diferencia de la crisis hiperinflacionaria de 1989-1990) no habría dado ningún motivo a la gran burguesía doméstica para que reorientase su proceso de acumulación, basado en la producción de productos industriales estandarizados de bajo valor agregado destinados a la exportación”.

En resumen, y en términos generales, podemos decir que las políticas (principalmente económicas) que se inician en la dictadura se continúan y consolidan con la transición democrática. Incluso se profundiza ese proceso de reestructuración regresiva en favor de la burguesía.

Se trata, como dice Andújar, de un golpe económico-moral, pues a la vez que se concretan ciertas políticas se va produciendo esa “desestructuración del mundo” conocido y seguro hasta entonces.

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CONCLUYENDO:

¿Qué vemos en este racconto como iniciativa burguesa pensada como clase dominante (en “acuerdo” de sus diversas fracciones) en el período que inicia con la dictadura hasta la actualidad?

En primer lugar, con el golpe del 76 termina de asumirse y de llevarse a la práctica la política de aniquilamiento de la vanguardia revolucionaria y comienza la restructuración del Estado (reestructuración de acuerdo a las necesidades del K en crisis).

Se promueve un mayor énfasis en el control social, no sólo a través del terror sino también en la legislación -mucha de ella aun vigente-, o en la cooptación de sectores “dialoguistas”, o en la reformulación del sistema de partidos (que se concreta durante el alfonsinismo-menemismo), etc.

Se reorienta y profundiza el modelo productivo, agro exportador y a su vez se potencia la apertura al ingreso de grandes compañías tercerizadoras (ensamblaje autopartes por ejemplo o de “línea blanca”) y de servicios (con privatizaciones de las empresas públicas primero). Se produce el paso a una “economía financiera”[6] y de oferta de bonos y activos del país. Se concreta la “reprimarización” de la producción y el auge del extractivismo, así como de la sojización.

Estos no son solo cambios de la orientación productiva. Son también procesos de expropiación y redistribución de ingresos a favor de la clase capitalista (y en detrimento por supuesto de la clase trabajadora).

Se reorganiza geográficamente la producción con el cierre de ramales de ferrocarril y la prácticamente desaparición de pueblos (que producen migraciones internas, disponibilidad de mano de obra barata, disponibilidad de tierras, etc.).

Se establece y perdura un porcentaje muy alto de desocupadxs/precarizadxs que disciplinan a la clase trabajadora en su conjunto. Se modifican las condiciones de trabajo y de contratación (períodos de prueba, pasantías, contratos basura, eternas “planta transitoria”, despidos encubiertos, eliminación de aportes patronales, modificación de los regímenes jubilatorios, etc.)

Se produce un enorme retroceso en cuanto a % de PEA (engrosando y manteniendo en alza a la “población sobrante”) lo mismo que la participación de asalariados en ingreso nacional, en la distribución del ingreso, de la brecha entre quienes más y menos tienen, de la relación salario-productividad, etc.

En el plano simbólico y cultural se degrada la solidaridad y se incentiva el individualismo (o como se ha dado en llamar ahora, el emprendedurismo, “actividad” que combina con esa “ideología del yo” y en la mayoría de casos con la precarización encubierta).

La intencionalidad de reconversión del sujeto «trabajador» en un sujeto «ciudadano» es uno de los puntos y características nodales de la etapa [7]

Se reconvierte el rol de las fuerzas armadas para integrarse al orden institucional y se reorienta la actividad de control hacia tareas de seguridad interna, junto a todo el andamiaje legal que se organiza en tal sentido.

[1]              Al momento de desarrollar la Escuela y el presente escrito aun no se había disparado la actual pandemia, la cual profundiza vertiginosamente la crisis económica ya en proceso desde hace largos años. Por ello, asumimos más definidamente que estamos ante un cambio de etapa, la cual resta develar sus rasgos característicos con mayor precisión. No obstante, sabemos que se trata de un cambio profundo en el desarrollo del Capitalismo y nos marca no solamente un nuevo momento en esta periodización, sino un cambio de Etapa.

[2]              Si bien a los fines expositivos trataremos de diferenciar esos cambios en sentidos económico – político – e ideológico, subrayamos que no hay una separación tajante en la realidad, que las medidas económicas tienen representaciones políticas e ideológicas, que las orientaciones políticas tienen su sustento material y simbólico, que el desarrollo del conocimiento, la ciencia y el mundo de las ideas en general tienen sus propósitos orientados también.

[3]              Los elementos centrales del plan económico iniciado con la dictadura incluían una profunda devaluación del peso, la eliminación del control de precios, congelamiento del salario, y reducción de las retenciones a los productos de origen agropecuario a la mitad. Todo esto significó una profunda transferencia de ingresos desde los asalariados, reflejado en una reducción de 13 puntos porcentuales en la participación en el Producto Bruto Interno (PBI) (pasó del 43% en 1975 al 30%, para ubicarse en 25% para 1977). Junto a este fenómeno aparecerá el aumento de la desocupación y la expulsión de mano de obra de la actividad industrial, registrándose por ejemplo 27 trimestres ininterrumpidos de caída en la ocupación obrera, desde el segundo trimestre de 1976 al cuarto de 1982.

Con la salida de la dictadura, se constata que la deuda externa había pasado de unos u$s 7.000 millones a u$s 44.000 millones (pasando del 18% del PBI al 60%). La nacionalización de la deuda privada fue unos de los hitos económicos de esa época (decreto que firma ya entonces Domingo Cavallo). El crecimiento del PBI promedio durante el periodo 1976/1983 fue de 0,6%. La inflación promedio para los 8 años fue de alrededor de 200% anual.

La industria durante la dictadura cayó 12,4% en su participación del PBI, con la desaparición de ramas industriales enteras. La participación del sector primario aumentó en cambio casi un 20% (y el sector financiero un 10%). La caída de la participación del ingreso de los trabajadores en el ingreso total paso del 47% en 1974 al 28% por 1983. El porcentaje de hogares pobres sobre el total paso de 2,6% en 1974 a 25,3% por 1983. Y la desocupación se triplico (del 3% al 9%).

[4]              (y la ley Orgánica para la Policía es, en los hechos, el decreto 333 de 1958 y lleva la firma de Pedro Eugenio Aramburu)

[5]              La Alianza no será más que una administración “en espejo” del menemismo con un intento de dotar al gobierno de mayor transparencia. Su fracaso será estrepitoso.

[6]              Insistimos en que no existe una economía financiera independiente de una economía industrial o comercial. Dichas diferenciaciones obedecen a la extrapolación de instancias interdependientes del proceso de producción (y realización) de las mercancías, a la necesidad de reproducción del Capital, a las propias necesidades de competencia entre capitalistas, etc.

[7]              Remarcamos esto aquí pues no aparece en el texto, aunque se trata de un elemento que sí planteábamos en la exposición oral. Resaltamos fuertemente este proceso de “ciudadanización” como un aspecto dañino ideológica y concretamente en la construcción de sujeto (sujeto histórico).

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