Nota elaborada por Carlos «Vasco» Orzaocoa
Desde la ley electoral Sáenz Peña de 1912, el sistema partidocrático argentino se estructuró en función de lograr un bipartidismo que diera al elector la posibilidad de alternar los gobiernos, que deberían tener una continuidad respetuosa de la Propiedad Privada y del Capital. Fue ésta una característica de la mayoría de las Democracias Representativas del mundo: Demócratas y Republicanos en Estados Unidos, Adecos y Socialdemócratas en Venezuela, Liberales y Conservadores en Nicaragua etc. En nuestro país, primero fue la disputa entre Radicales y Conservadores y después entre Peronistas y Radicales. Podían tener diferencias de comportamiento institucional, incluso diferentes modelos económicos y hasta interpretaciones disímiles en cuestiones históricas y culturales pero garantizando siempre como “Políticas de Estado” un trato colaborativo de las Instituciones con los negocios privados y el Mercado. El Estado se constituía en garante de ese mandato común (Propiedad Privada y Capital), cualquiera sea el gobierno de turno.
Primero con el Irigoyenismo y después con el Peronismo se construyó un Estado de Bienestar Social que impulsó un fuerte desarrollo del Mercado Interno, potenció la demanda de bienes y con ello la existencia de una industrialización media. La sociedad argentina, integrada en su conjunto, disfrutaba de un elevado nivel de consumo y de acceso a la salud y la educación con canales abiertos de ascenso social. Muchas fueron las conquistas sociales “arrancadas” por la lucha popular. Surgió así un país de extensas “clases medias”. Con poderosos grupos empresarios, tanto industriales como agrarios, que se desarrollaron al calor de un Estado protector. Fuimos beneficiarios del privilegio natural de tener una extensa región, de las más dotadas del mundo, para producir granos y carne vacuna que se exportaban, obteniendo las divisas necesarias para sostener y desarrollar la economía del país. Tanto la primera Guerra mundial como la crisis mundial del 30 y la posterior 2da. Guerra mundial fueron coyunturas que favorecieron nuestro desarrollo interno dado el aflojamiento de los lazos de dependencia histórica con los centros del Capital concentrado. Cuando el sistema bipartidista Peronismo – Radical no lograba contener las tensiones sociales se acudía a los gobiernos militares. Fue la época dorada, de posguerra, que duró treinta años.
En la década del 70 el mundo cambió. Fue la época de Pinochet y los Chicago Boys, de Donald Reagan y Margareth Tahchter, de Videla y Martínez de Hoz. El capital exigía ahora otras formas de funcionamiento, con una mayor participación del capital financiero. El acceso al crédito debía aumentar la demanda y el consumo. Desde los centros capitalistas se impulsó a que los países dependientes asumieran préstamos destinados a costear compras de armas, equilibrar déficits fiscales y cubrir en divisas, que salían del país, las ganancias empresariales. Así surgió la sangría de la Deuda Externa. Las empresas privadas también se endeudaron pero utilizaron diversos mecanismos para que el Estado estatizara esas deudas. Y todo esto a través de un fuerte Estado autoritario y represivo hasta el genocidio para cortar de raíz un extenso movimiento social crítico al capitalismo. Más aún, el aniquilar esa masa crítica anticapitalista fue una de las razones más poderosas para cambiar el rumbo de la economía. Se desmantela el Estado de Bienestar, a través de la desindustrialización, el achicamiento de lo Público para favorecer lo privado (en especial salud, educación y servicios), la desocupación, el empobrecimiento, el destrato a los jubilados saqueando los sistemas previsionales y el sometimiento a una Deuda Externa que crece como bola de nieve y que sirve a los sectores empresariales para fugar divisas.
La recuperación constitucional de 1983 es también la recuperación de la Democracia Representativa con su régimen partidocrático bipartidista Radical – Peronista. Ambos partidos se han derechizado. Son funcionales a la economía neoliberal y han aceptado la desindustrialización y la privatización, el endeudamiento externo y nuestro rol en la economía mundial de extractivismo agrario, minero y energético asumiendo un destino de dependencia y colonialismo. Y con una sociedad cada vez más desigual, donde las mayorías han perdido los antiguos canales de ascenso social. Ya no hay Argentina de las “clases medias”. Y la desocupación, la pobreza y la exclusión social abarcan a la mitad de la población argentina.
2001 Rebelión popular
La Rebelión Popular del 2001 hizo añicos ese régimen bipartidario Peronista – Radical: el “Que se vayan todos” se instaló, como voluntad de los amplios sectores populares y la masiva organización de los Movimientos Sociales, expresando un empoderamiento desde abajo, fue el punto máximo de cuestionamiento al sistema representativo y partidocrático. Se abría un periodo apto para la crítica al sistema capitalista en su conjunto. En ese contexto, la carencia de un proyecto alternativo a las clases dominantes, por parte de los sectores populares y en especial de la clase trabajadora, que tuviera un claro contenido anticapitalista, feminista y ecologista, nos impidió aprovechar una coyuntura propicia.
La crisis capitalista actual, Pandemia mediante, actualiza el que “Se vayan todos”, por eso es el estallido del 2001 nuestro centro de referencia, más que las crisis bursátiles del 2008 y 1930.
Con los acontecimientos del 2001 quedó más que en evidencia que el Partido Radical dejó de ser el representante de esas ya deterioradas clases medias, que se habían iniciado como “chusma radical” seguidoras de Alem e Irigoyen. Quedando así su aparato de dirigentes, reducidas sus bases y colgados de las diputaciones, unas pocas gobernaciones, algo más de Intendencias y un funcionariado preocupado sólo del aprovechamiento de puestos públicos bien remunerados. Desprovistos de toda mística popular que alguna vez fuera patrimonio del viejo partido centenario. La huida en helicóptero del Presidente De la Rúa es una trágica simbología que nos retrotrae a la fuga anticipada de Ricardo Alfonsín.
En 12 años de gobierno, el Frente para la Victoria, de Néstor Kirchner y Cristina Fernández marcó una hegemonía de clara identificación peronista. Kirchner tuvo que hacerse eco de las rebeldías y reivindicaciones del 2001, otorgó concesiones a los sectores populares. La apertura de los juicios a los genocidas y posteriormente las leyes de Identidad de Género y Matrimonio Igualitario, si bien logrados por la movilización popular, le dieron al gobierno amplios consensos. Los gobiernos K. se vieron favorecidos por una coyuntura internacional inédita, de crecimiento de la Demanda y de los precios de los bienes primarios. En su discurso predicaron contra el neoliberalismo, manteniendo sin embargo su continuidad bajo la forma de un neo desarrollismo con fuerte ingerencia estatal. Su definición fue por un “capitalismo serio, humano, nacional y popular, productivo y no financiero”. Esa concepción no entraba en contradicción con una política favorable a los intereses de la Barrick Gold, Monsanto, IRSA, Automotrices, Vaca Muerta, monocultivo y concentración de la propiedad de la Tierra con glifosato y modificación genética. Acuerdos con Chevrón y el Banco Mundial. “Pagadores seriales” de la Deuda Externa. Saqueo masivo de bienes naturales y precarización del trabajo y de la vida. La cooptación de la dirigencia social y de Derechos Humanos, desde el Estado, servía para reconstituir una legitimidad institucional que había sido cuestionada en la rebelión del 2001.
Mientras tanto el Frente Único de la Burguesía, añorando el viejo bipartidismo Peronismo – Radical, que tan útil le había resultado, se puso en la tarea de alumbrar uno nuevo. Además, el Kirchnerismo, desde el gobierno se había manifestado con cierta autonomía respecto a las Centrales empresarias, en su afán de construir una “Burguesía Nacional” de amigos y socios que competían con los viejos capitanes de la industria y el Agro. Pero todo esto, que nos llevará a los actuales tiempos de Pandemia, será motivo de la próxima nota.
Desde Córdoba. 13 de mayo 2020. Carlos Vasco Orzaocoa.