La pandemia desatada por el Covid 19 y la cuarentena activada para prevenir el contagio masivo han puesto en jaque a todas las instituciones. En las barriadas populares la Escuela, tan golpeada y castigada por décadas de desinversión estatal, terminó constituyéndose como el lugar privilegiado para el reparto de comida, ante la grave situación que atraviesan miles y miles de familias de trabajadores/as que viven del trabajo precarizado y que se ven impedidas de conseguir el sustento cotidiano. Allí la labor y el compromiso de los/as docentes fue fundamental para poder asegurar el reparto de alimentos que en muchas oportunidades fue insuficiente ante tanta necesidad.

En lo que atañe a lo estrictamente educativo, el desafío era saber qué rol y qué tareas se iban a poder llevar a cabo para tratar de reemplazar el inigualable contacto cotidiano del aula. Algunos/as entendimos que lo novedoso de la situación de cuarentena nos podía permitir la posibilidad de generar un debate profundo entre los/as trabajadores/as sobre cuál es nuestro rol como educadores/as y cómo llevar adelante los procesos educativos tendientes a construir una pedagogía liberadora. Entendiendo que la escuela no debe desatender cuestiones tan importantes como la situación crítica que atraviesan nuestras familias y el contexto que supone la falta de trabajo. Pensar a la escuela como un todo colectivo, horizontal, donde se humanicen las prácticas sociales muchas veces degradadas por la vorágine capitalista que deshumaniza y naturaliza el individualismo.

Como era de esperar, la crisis profundizó las peores prácticas del sistema educativo. Primero se consolidó por parte de las autoridades (apoyándose en algunos sindicalistas, como la dirigencia de la Lista Celeste del Suteba/Ctera, con Baradel a la cabeza) un discurso de tiempos de guerra que busca poner a los/as docentes a disposición total del sistema, olvidando que nosotros/as también tenemos responsabilidades familiares y estamos atravesades por las mismas necesidades e inseguridades ante la pandemia. Como ejemplo, en un primer momento, se nos obligó a cumplir horario en las escuelas ya sin alumnes, exponiéndonos innecesariamente al contagio.

Si el sistema educativo argentino estuvo marcado desde siempre por rasgos de verticalidad, no ajenos a los modos autoritarios, desde que se declaró la cuarentena se aceleró un proceso dentro del cual el control ejercido de arriba hacia abajo se multiplicó exponencialmente y fue utilizado para poner en sintonía a toda la docencia. De un día para otro, el whatsapp y el mail pasaron a ser medios de comunicación “fehaciente” de la superioridad. También nos vimos obligados a aprender en un esfuerzo sin precedentes y, por nuestros propios medios, diferentes sistemas operativos que pudieran brindar una comunicación virtual con los/as alumnos/as. Todo ese esfuerzo, sin ningún tipo de capacitación oficial y, además, con los medios para llevarlos a cabo corriendo por cuenta de les docentes, que pusimos nuestra propia tecnología hogareña al servicio requerido por las autoridades. En todo este tiempo en que fueron llegando de forma sucesiva diferentes lineamientos y disposiciones nunca se nos consultó sobre cómo encarar esta crisis, ni se pensó utilizar estas mismas herramientas virtuales para que pudiéramos pensar estrategias alternativas que surgieran de la experiencia cotidiana. A su vez, inspectores y directivos fueron interpretando esas normas con criterios diversos lo que motivó que cada escuela tuviera modos de intervención diferentes, con herramientas distintas que además, se modifican semana a semana.

Docentes del nivel secundario que en general trabajan en más de 4 o 5 escuelas, nos cuentan que han vivido durante las primeras semanas bajo la presión de ir adaptándose a nuevos sistemas operativos, desconocidos por la mayoría hasta ese entonces, como classroom, edmodo, etc. A su vez, se requería que se hagan informes regulares sobre la actuación de les estudiantes. Todo esto hizo que profesores y profesoras tuvieran que duplicar sus horas de trabajo para armar listados, preparar tareas virtuales y también comunicar a las autoridades que monitorean como nunca cada una de las actividades. Diego, un docente de Quilmes nos comentaba con asombro que en su escuela “se llegó a enviar a los docentes libros de aulas virtuales para ir completando unidad por unidad como si la cuarentena no existiera y las clases continuaran con normalidad”. Este absurdo pedido se repitió en muchos lugares del conurbano bonaerense. Otra compañera, Nancy, señalaba con pesar que una de las alumnas le pidió disculpas por entregarle las tareas todas juntas, ya que recién pudo conectarse cuando el tío cobró un trabajo y le pagó los datos para que ella se pudiera comunicar. Esa es la situación real de miles de alumnos y alumnas en el conurbano. Ante todo esto y luego de estar conectados la mayor parte del día recibiendo trabajos, corrigiendo y, además, al arbitrio de las contradictorias directivas, el estrés y la angustia empiezan a hacer mella en el ánimo general.

La crisis desatada aumentó las desigualdades ya existentes entre las comunidades escolares. Entre las escuelas públicas y las escuelas privadas. Entre las escuelas de barrios céntricos y las de barrios periféricos. En las zonas más desprotegidas del conurbano bonaerense, la mayor parte de la población carece de conectividad o la misma es de muy mala calidad, incluyendo a los/as docentes que viven allí. Lorena, una compañera de zona sur, nos comentó lo que ella ya sabía pero parecen no querer ver las autoridades: en los hogares más humildes la mayor parte de las veces no hay computadoras por lo que la conexión con la escuela se hace, con suerte, a través de celulares. No obstante, la presión de directivos/as e inspectores por seguir dando tareas choca contra la realidad. “Justo ahora mi computadora se descompuso y el celular agotó toda la memoria. Así -se pregunta Lorena- ¿cómo voy a hacer para sostener el contacto?”. El esfuerzo por distribuir cuadernillos adecuados a cada nivel, apenas sirvió para ocultar la realidad de que gran parte de nuestros niños y niñas no tienen conectividad de ningún tipo. Ante tanta impotencia y con la sabiduría de más de quince años de experiencia y varias luchas encima, Miriam, otra compañera de primaria comentaba: “¿quién va a cuidar de nuestra salud mental cuando todo esto termine?”

En la modalidad de adultos la presión de inspectores y directivos obligando a los profesores a enviar tareas chocó también con la imposibilidad de conectividad de los estudiantes. En muchos casos la cantidad de tareas entregadas generó una saturación que provocó el reclamo ante las autoridades. Al dialogar con María, 27 años, alumna de CENS y mamá de dos niñas en edad escolar, nos señalaba: “estoy muy agotada por el ritmo de las clases virtuales, si no fuera por la comprensión y apoyo de los docentes hubiera tirado la toalla. Mis hijas necesitan que yo las sostenga… más darles de comer, la casa y todo eso, no me queda mucho tiempo libre para estudiar”. María, que trabaja “en negro” en una empresa de limpieza en capital, los fines de semana, sufre la falta de trabajo y aun así se siente una privilegiada: “en casa tenemos una computadora -nos dice-. La mayor parte de mis compañeros/as apenas si tienen un celular para conectarse”.

Es de valorar, que ante cada uno de estos abusos por parte de inspectores y cuerpos directivos, los/as docentes, después de un tiempo de sorpresa inicial, hayan podido tejer redes de solidaridad y de organización colectiva a fin de no ser apresados por esta dinámica desgastante y enloquecedora. Desde la estrategia de desconectar los celulares -apadrinada por las seccionales de  Suteba en manos de la oposición Multicolor- los fines de semana; a tratar de realizar trabajo hogareño en la misma cantidad de horas que las remuneradas; hasta la presentación de quejas por los abusos cometidos.

A pesar de todo este panorama, la escuela se sigue mostrando como la institución más dinámica dentro de la comunidad y a través de ella se canalizan la mayor parte de expectativas y necesidades de nuestra población trabajadora. La crisis desnuda de manera clara las obscenas desigualdades de la sociedad capitalista del siglo XXI. Sabemos que la pelea de les trabajadores de la educación debe darse de manera conjunta y mancomunada con el resto de la clase a fin de transformar de raíz este sistema injusto que condena a las mayorías populares a la miseria. Porque, como decía José Carlos Mariátegui, el gran pensador marxista latinoamericano: “es imposible democratizar la educación sino se democratiza la economía y, por ende, la superestructura que la sustenta”.

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