Al Himalaya se lo puede ver desde 200 km., aparecen delfines en Venecia, se visualizan peces en el Riachuelo, y podríamos seguir así, dando ejemplos de las consecuencias inesperadas de la pandemia del CODIV-19 que ha obligado el cierre de infinidad de empresas, bajó la circulación libre de automóviles y ha mermado en forma contundente la cantidad de vuelos y de transporte público, entre otros, pudiendo percibir de manera significativa el impacto en el medio ambiente.

Una de las consecuencias de la baja en la actividad económica es la disminución de la contaminación debido a la reducción de las emisiones de CO2 (Dióxido de Carbono). En un artículo del 23 de marzo de 2020, la Organización Meteorológica Mundial (la OMM es un organismo especializado de las Naciones Unidas), advirtió que la reducción de las emisiones como resultado de la crisis económica provocada por el coronavirus, no son sustituto de acciones contra el cambio climático (Noticias ONU). Incluso menciona, en el mismo artículo, que durante la crisis financiera de 2008, se verificó una reducción de la emisión de CO2, pero que inmediatamente, una vez resuelta la emergencia, se reanimó la actividad económica y aumentó considerablemente la emisión de gases. Concretamente se puntualiza que, de no desarrollar acciones relacionadas al cambio climático, se corre el riesgo, no ya de volver a la contaminación anterior a la pandemia, sino que, tales decisiones intensificarán los perjuicios que conllevan para la humanidad.

Esta nueva realidad que nos toca vivir, nos obliga a reflexionar profundamente sobre nuestro pasado, presente y futuro. Reflexión profunda porque no se trata de sacar conclusiones fáciles. Al contrario, se trata de aprender sobre esta lección que estamos cursando en el taller de la vida.

Una primer reflexión nos advierte que si bien es notable la recuperación ambiental, su sostenimiento en el tiempo y en forma permanente depende, necesariamente, de cambios de envergadura en los ritmos de producción industrial y en la preservación de los bienes comunes.

Podemos verificar que uno de los problemas más serios para lograr dichos cambios son los objetivos de los centros de poder. La razón de ser del capitalismo es la de lograr la mayor tasa de ganancia, sin detenerse en las consecuencias que ello provoca. Por otro lado, como la otra cara de la misma moneda, la sociedad de consumo (incentivada desde los mismos centros de poder) estimula y justifica la producción indiscriminada.

Pensar en medidas y acciones alternativas no sólo es legítimo, sino necesario e imprescindible. Por ejemplo, tan sólo (sí, tan sólo) desarrollo industrial racional, que no significa otra cosa que su proceso no contamine, que no perjudique la vida humana y animal del planeta, que sea equilibrado en función de sus objetivos y sus perjuicios, etc. Tan sólo (sí, tan sólo) si se establecen (y se cumplen) normativas ecoambientales ya determinadas u otras que vayan surgiendo, nos permiten proyectar condiciones de vida diferentes.

Sin embargo es necesario realizar algunas puntualizaciones. El consumo en el capitalismo no es homogéneo. Pero no sólo no es homogénea la capacidad de consumo en un país determinado (a partir de las diferencias de clase) sino que hay diferencias entre el consumo de los países más desarrollados y los países subdesarrollados y dependientes.

Los protocolos para cuidar el medio ambiente, generalmente no se cumplen. En los países desarrollados debido a la hiperproducción. En los países con mayor atraso económico los centros de poder imponen la tala indiscriminada de árboles, la explotación de la minería a cielo abierto, el fracking, etc. Como ejemplo, valga la siguiente paradoja: mientras bajan los niveles de polución, se intensifica la tala de árboles en la Amazonia (Brasil).

Por lo tanto, pensar en el “día después” de la pandemia implica tener todos estos elementos en cuenta. La experiencia nos demostró que después de cada terremoto, tsunami o catástrofe mundial jamás el poder económico modificó sus objetivos. Suponer que los patrones explotarán menos a los trabajadores, que los Monsantos del mundo van a contaminar menos, que los Barrick Gold se van a dedicar a preservar el medio ambiente, que los Trump’s, Bolsonaro’s, Boris Johnson’s del mundo van a pensar en la humanidad, es que estamos mirando otro canal.

Antes de la pandemia ya se conocía la necesidad imperiosa de tomar medidas contra el calentamiento global. El problema, en definitiva, es la negativa de implementar dichas medidas, porque van en contra del desarrollo del sistema capitalista, y no se toman en cuenta los daños “colaterales” que se puedan producir (expulsión de comunidades de sus tierras, generación de enfermedades crónicas y/o letales, contaminación del aire, tierra y agua, y muchos etcéteras más). Esto no es metáfora, tampoco un argumento abstracto. El 1 de junio de 2017, el presidente Donald Trump anunció la retirada de EEUU del Acuerdo de París sobre el calentamiento global y el cambio climático.

En cuanto a la Argentina, el gobierno de Alberto Fernández sostiene un modelo económico extractivista expresado con claridad absoluta al sostener: la producción sojera (con el deterioro de la tierra que ello implica), extracción de litio (oro blanco) y el desarrollo del fracking (Vaca Muerta), decisiones que van claramente en contra de la preservación del medio ambiente y la calidad de vida de nuestro pueblo. Por otro lado, el gobierno no tiene intenciones de modificar la matriz energética en nuestro país

Además, a pesar de infinidad de elementos que consagran a las poblaciones originarias sus derechos sobre determinados lugares, se persiste en las políticas violatorias de dichos derechos, se los expulsa y, hasta se los asesina, cuando se resisten. En los tribunales de los distintos distritos se acumulan causas, a las que se las cajonean, donde se denuncian las consecuencias de extractivismo, de la tala indiscriminada, del uso de agrotóxicos, etc.

A pesar de las cifras escalofriantes que se dan a nivel mundial, los sectores económicos dominantes (los que ostentan el verdadero poder en la Argentina) insisten en reactivar la economía a como de lugar. Es una demostración cabal del funcionamiento del capitalismo, más allá de las diferencias y los matices que demuestran los partidos patronales. No se trata de errores, mala praxis o desviaciones como pretende excusarlos la Iglesia. Son actitudes que responden a sus intereses de clase y solo se las pude frenar con la resistencia de la clase trabajadora, organizada y unida a partir de programas que respondan a sus verdaderos intereses.

Como contra parte, vemos que la solidaridad de clase es lo único que realmente está impidiendo que los y las trabajadoras la estén pasando peor aún. Movimientos sociales, organizaciones y partidos políticos, agrupaciones y organizaciones de todo tipo y tenor, organizan dicha solidaridad.

León y la Negra nos señalan que “la guerra es un monstruo grande y pisa fuerte”. Si sólo cambiamos guerra por capitalismo, no estaremos exagerando. Se trata de encontrar, como pueblo, formas efectivas de resistencia para frenar tanta injusticia. De ser capaces de organizarnos y evitar que esta experiencia pase de largo. El pueblo sabe, sabemos, que cosas están mal. Lo que no todes compartimos es la seguridad de que hay alternativa posible. Esto es porque no todes tenemos la misma perspectiva. Y esta, la perspectiva, la posibilidad de ver un futuro, no se declama, se construye. Este es el rol que debemos asumir quienes afirmamos que otra sociedad es posible.

 

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