Allí están ellas, las ninguneadas de la historia, sobre quienes pasan la inmensa goma de borrar que desaparece sus huellas de los libros de texto. Ellas, siempre confinadas a lo doméstico, al espacio cerrado de la casa, a la cocina y el cuidado de la niñez y la vejez. Allí están ellas, exigiendo el pedacito de mundo que les corresponde.
Llegan de a miles, decenas de miles. Vienen con sus amigues, compañeres, novias, hijes, madres y abuelas, porque las hay de todas las edades y colores. Emponchadas en banderas mapuches o agitándolas con sus brazos. Muchas llevan el pañuelo verde al cuello, ese que exige nuestro derecho a decidir sobre nuestra vida sexual y reproductiva. De hecho, en la plaza que el pueblo ha dado en llamar La Dignidad (ex Plaza Italia), junto al monumento de Baquedano donde se amontona la rebelión con sus banderas, se despliega un triángulo verde gigante que grita: aborto libre, seguro y gratuito; no bastan las tres causas. Otras llevan pañuelos y banderas del orgullo, multicolores. Hay lesbianas y bisexuales que van de la mano con otras y se besan.
Las compañeras llegan con sus antiparras y sus máscaras o pañuelos para bancar los gases. Algunas golpean cacerolas, otras tocan silbatos. Caminan libres por la Alameda. En Plaza La Dignidad sus gargantas entonan todos los cantos: «Oooh, Chile despertó»; «El que no salta es paco»; «Paco, culiao, cafiche del Estado»; «Ya van a ver, las balas que nos tiraron van a volver». Y se abrazan y saltan y celebran la rebeldía.
Pero ellas también están una cuadra antes, en el combate directo con los pacos. Es cierto que hay muy poquitas en la primera línea, ocupada por clara mayoría de varones. Pero son parte activa de la segunda línea. Salen en grupo a romper adoquines y juntar piedras que meten en bolsas y llevan a paso firme hasta la primera línea, proveyendo del único armamento con que se enfrenta a carabineros. Y en seguida salen con las bolsas vacías a buscar más. Muchas son bomberas, se ocupan de apagar las bombas lacrimógenas que lanzan hacia quienes resisten y con eso garantizan que podamos seguir. Otras integran las brigadas sanitarias, la mayoría médicas, enfermeras, estudiantes de medicina o con conocimientos de primeros auxilios y realmente nos cuidan y nos protegen cuando el enemigo logra darnos o alguien sede ante el agotamiento de los gases y las corridas. Allí están las que portan rociadores con agua con bicarbonato. Con un casco y una máscara como única protección, se pasean con las botellas en alto, para que cualquiera que lo necesite le pida que les rocíe la cara y así mitigar los efectos de los gases.
Varias le gritan a carabineros: «¡paco culiao, violador!» Y no es un insulto más. Ellas son concientes de que están denunciando la milenaria práctica de opresión patriarcal mediante la violación sexual que los pacos ya están cometiendo contra las pibas y disidencias. Por fuera de la concentración y la zona de enfrentamiento, igual ellas aparecen con intervenciones artísticas. Una compañera se hizo un disfraz gigante del perro matapaco, nueva figura icónica de la rebeldía… Y todes gritan «perros sí, pacos no». Otras aparecen en un grupito de a diez tocando tambores. Por allá, otro grupito de mujeres hace una performance, recitando juntas una poesía mientras caminan paso firme con sus cabezas encapuchadas. Acá, una dibuja una rayuela en la calle, donde en vez de «tierra» dice «lucha». Y allá otras tres hacen un siluetazo. Con tizas dibujan los contornos de sus cuerpos en el asfalto y dentro colocan los nombres de les asesinades durante este mes de rebelión.
Las mujeres no ponen el cuerpo sólo en la calle. También hablan en las asambleas territoriales y cabildos. Y reafirman su lucha específica, la que fue fortalecida luego de la masiva huelga plurinacional y feminista del último 8M, como antes lo había sembrado el mayo feminista de las estudiantes que tomaron todas las casas de estudio denunciando a los abusadores en la academia.
Ellas también están en las poblaciones, organizando proyectos populares que ayuden a les más pobres, no sólo a comer, sino también a divertirse, a recibir amor, a formarse. Ellas también manejan autos que van hasta el aeropuerto y la terminal de buses a buscar a quienes vienen a expresar su solidaridad internacionalista. Y nos preparan desayunos nutritivos y amorosos mientras nos indican que comamos bien para tener fuerza para la lucha. Y nos llenan botellitas con agua con bicarbonato.
Ellas son protagonistas, como siempre lo han sido aunque la historia escrita por los vencedores nos haga creer que las mujeres no fuimos parte de las grandes gestas de la humanidad.
También nos quieren hacer creer que la lucha es violencia, caos y vandalismo. No es así. La violencia de masas se desata contra quienes reprimen, mientras entre nosotres prima el amor y el cuidado. Se saquea y se incendia los grandes bancos, no el pequeño kiosco de revistas de un laburante. Con medio adoquín en la mano, un chico abre paso para que avance una ambulancia. En una corrida, saltan las flores para no pisarlas. Porque amamos y cuidamos la naturaleza. Quienes van en grupo se buscan cada vez que los pacos logran dispersar, se preguntan si están bien se ofrecen agua. Y también se la ofrecen a cualquiera que la necesite, porque el egoísmo y el individualismo no son nuestros valores, son los del capitalismo. Aquí no existe el «sálvese quien pueda», aquí nos protejamos entre todes. Porque la lucha hermana y nos hace mejores personas.
En esta guerra contra el neoliberalismo, encarnada en la necesidad de echar por tierra la constitución pinochetista, las mujeres van al frente. Ellas hacen la historia.