Las grandes alamedas del pueblo que quiere ser libre

La madrugada del viernes 15 se iluminó con una noticia: la mayoría de las fuerzas con representación parlamentaria realizaron un acuerdo para el inicio de un proceso constituyente. En abril del próximo año se realizaría plebiscito para modificar el capítulo 15 de la constitución de Pinochet que permitirá que, en el octubre del próximo año, se elijan los congresales de la convención que modificará la carta magna. De cabo a rabo, una burla.

Desde la UDI hasta una fracción del Frente Amplio han dado su visto bueno a un proceso que no coincide ni en forma ni en contenido con las demandas del movimiento popular. La Asamblea Constituyente tiene que ser ya. ¿O acaso las cuatro décadas y media desde el inicio de la dictadura no fueron suficiente espera? El proceso tiene que nacer de las bases: sindicatos, asambleas territoriales son el corazón de la reforma que el pueblo está exigiendo en la calle. Además, las demandas económicas urgentes: un salario mínimo de $500.000, terminar con las AFP para garantizar una jubilación igual al salario mínimo, negociaciones por rama en el plano sindical y juicio y castigo a todos los responsables de las torturas, vaciamientos de ojos, violaciones y asesinatos en la represión de las últimas tres semanas. Eso, para empezar.

En síntesis: las fuerzas del Parlamento han dado un aval de gobernabilidad a Piñera, han decidido dilatar el proceso y dar la espalda completamente a las demandas populares.

Para colmo de agravios: hoy, la Plaza de la Dignidad amaneció con una bandera blanca que decía “Paz”. El mismo sector que le declaró la guerra al pueblo en la figura de Sebastián Piñera y que se ha llevado la vida de decenas de compañeros/as, hoy salió a anunciar la paz. Todo cocinado entre poquitos. Todo listo. Vuelta al orden. Aquí nada ha pasado.

Pero la paz de la derecha es la paz de los cementerios: mientras sellaban el acuerdo en el Parlamento, en Villa Alemana, Carabineros detiene niños/as. Golpea, hiere y se los lleva. Tienen entre 10 y 12 años. Esa es su paz y su promesa de constituyente.

Entonces no. Cien mil cuerpos en resistencia, en disconformidad, fue la respuesta. La Plaza de la Dignidad, espontáneamente, como cada tarde, desde las 17hs rebosa de rebeldía. Ya una hora antes el hormigueo avanza por la Alameda cuesta arriba. Miles de jóvenes aguantan el calor de Santiago en las arboledas del Cerro Santa Lucía. Pronto aparece una columna de unos/as doscientos. Por otro lado, otros cincuenta. La marcha ya está en marcha. Avanzamos sobre el asfalto ardiente de la tarde. Dos cuadras más arriba, ya es una multitud. Ya en Plaza de la Dignidad, es una muchedumbre inmensa.

Para quienes llenamos el corazón geográfico de la revuelta, ningún contubernio de madrugada cambia el horizonte: allí un pueblo dice NO. No a una convención amañada, no a una constituyente sin el pueblo.

Allí está la multitud con su programa bien clarito para quien quiera oír: constituyente desde abajo, desde las asambleas populares; reformas sociales inmediatas. Y lo inmediato es recuperar el servicio público del agua, lo inmediato es el aborto legal, lo inmediato es condonar la deuda de todos/as los/as estudiantes, la jubilación digna, la vida menos precaria. Lo urgente es lo importante, lo que no se puede entregar ni negociar.

La multitud crece. Los pacos salen a cazar: avanzan guanacos, zorrillos, el aire se ahoga en bombas lacrimógenas. Hay que retroceder. Una, dos, tres cuadras. La multitud retrocede sobre la orilla sur del Mapocho. Apenas hay aire para respirar. Los ojos no ven. Hay quien quiere correr; pero pronto llega la solidaridad: que no, que vamos despacio. Hay que evitar una avalancha, el desbande desorganizado. Quien tiene un rociador lleno de agua y bicarbonato, le ofrece a quien tiene al lado. Así nos cuidamos entre todos/as. Más atrás, un grupo prepara una barrera de escombros. Más allá, la zona de seguridad. Aguantamos, volvemos a respirar. Cruzamos el puente y retornamos. Porque la plaza es del pueblo.

En breve, habremos regresado sobre nuestro pedacito de tierra liberada. La multitud crece desde las calles aledañas. Ya nadie sabe dónde empieza y termina el gentío. Pero esta bronca también es alegría. Se combate enfurecidos/as y alegres. Porque la rebeldía es para celebrar. Por allá, una piba disfrazada del perro más famoso de Santiago: el Matapacos. Una reivindicación de la lucha callejera, del enfrentamiento cuerpo a cuerpo con la represión. Más acá, otros bailan y cantan. Y en medio la multitud estalla: “¡El que no salta es paco!”

Pasarán varias horas de absoluta efervescencia. Solamente más tarde, cuando caiga la noche volverán los Carabineros. Mientras en un puesto sanitario que la solidaridad -nunca el Estado- ha montado, un compañero aguanta un paro cardíaco. El zorrillo pasa, gasea hasta el puesto sanitario. El compañero muere. Es un nuevo muerto por el que mañana volveremos a salir a la calle. Un motivo más para vencer. Porque si no vencemos, los muertos siempre serán de los/as nuestros/as.

El sol cae. Vamos alejándonos. Se viene el relevo. Porque esto no termina. Viene bajando un Matapacos gigante. Entre ocho y diez pares de brazos sostienen la mole de cartón. La multitud abre espacio: “¡Perro sí, paco no!” es el canto unánime de quienes ya no tienen miedo. La mole llega hasta el centro de la plaza. Ha quedado pequeño y opacado el viejo monumento del Baquedano, porque es hora de hacer símbolos para nuestro tiempo nuevo.

Este fue el primer día de resistencia contra el acuerdo nefasto de los partidos patronales para sepultar esta lucha. La tarde se va. Nosotros/as también. De camino, vemos un grupo de compañeras que hace un siluetazo sobre el asfalto. Para no olvidar a nuestros/as muertos/as, ni perdonar a los asesinos. Más adelante, una rayuela pintada, que empieza en la lucha y termina en el cielo. ¿Quién triunfará? ¿Serán ellos? ¿Será el pueblo de la gran Alameda? Esta lucha recién comienza.

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