La normalidad de Chile se ha roto. Las cuadras que rodean a la antigua Plaza Italia, hoy Plaza de la Dignidad, están tomadas casi de forma permanente por un pueblo en estado de rebeldía cotidiana.
La gente ha tomado la calle y, como está haciendo su historia, debe volver a ordenar y a nombrar la realidad: las sucursales de bancos están mudas, cerradas, desmanteladas; las pintadas, pegatinas, afiches, dibujos, esténciles ocupan todas las paredes de la ciudad y los carteles de publicidad están destrozados. Porque donde manda el pueblo, no manda el mercado. Junto a la demanda intransigente y urgente de una amplia -y nacida de las bases- asamblea constituyente, las paredes denuncian las torturas, vaciamientos de ojos por parte de Carabineros, los asesinatos. Y nombran también los deseos políticos poderosos como la revuelta feminista, disidente y el llamado urgente a que nada siga como está.
Hasta los semáforos ya no funcionan y, durante la mañana, cuando la ciudad apura el horario de trabajo para salir a marchar pronto, se multiplican embotellamientos en los puentes que cruzan el Mapocho. Un joven peatón intenta dirigir el tránsito, un hombre se baja de su camioneta y da indicaciones rápidas. Pero no es el caos, es el desorden descomunal de todo lo nuevo, de todo lo que busca su nueva forma y su nuevo contenido.
Este jueves 14 de noviembre es también un día importante. Hace apenas 48 horas, la huelga general paralizó el país, con el protagonismo de todos los obreros y obreras de los sectores productivos del país. En este día, se recuerda un año del asesinato de Camilo Catrillanca, un joven mapuche asesinado cobardemente por la espalda por Carabineros en 2018.
La Plaza de la Dignidad está ocupada desde el mediodía. A las 18hs. desborda por varias cuadras hacia este y oeste. Las banderas mapuches llenan la luz de la tarde y la estatua de Baquedano, en el centro de la plaza, aguanta a la decena de compañeros/as que se trepan, ondean banderas y cantan o putean a los pacos, dos de los oficios más importantes de estos días. Y también huele a gas lacrimógeno. Es una picazón que no cesa nunca desde hace semanas.
Los Carabineros, una fuerza tradicionalmente respetada por la ciudadanía, hoy son parias denostados por todos/as. Mientras estamos en la plaza, hay una estampida de gente. A pocos metros pasa el guanaco echando agua, porque sí, porque su odio de clase tiene que aguar la fiesta. Pero hasta en eso la inventiva popular lleva la delantera. Apedrear pacos es una fiesta y está autoorganizada. Si los pacos avanzan, se retrocede. Cuando el guanaco o el zorrillo siguen camino, se avanza. Los piedrazos vuelvan desde todas partes. Hay fuego en la calle que hasta ayuda a quemar las ruedas de los vehículos de la represión.
Todo el mundo está elementalmente equipado para lo que suceda: antiparras o barbijos para el gas; cascos de bici para lo balines; escudos de madera; agua con bicarbonato que todo el mundo ofrece y todo el mundo comparte y hasta puestos sanitarios improvisados por estudiantes de Medicina o médicos y médicas, que ayudan a los heridos ahí mismo.
Esa refriega puede durar toda la tarde. Hay jóvenes, pero también adultos, incluso mayores. Aquí todo el mundo lucha; porque saben que es el único camino para dar vuelta la tortilla.
No todo son piedrazos y Carabineros sedientos de sangre. La Alameda es el territorio donde todo puede pasar: una performance artística para denunciar los muertos y torturados; por otro lado un grupo de compañeras feministas denunciando la represión de clase y patriarcal. Van de negro, recitando versos, nombrando a los muertos que pone el pueblo y jurando justicia. Hay lugar para el amor: pibes y pibas han armado un espacio de libertad. Dos pibes se besan y en el cuello anudados pañuelos de la diversidad. En la normalidad de la rebeldía hay lugar para todes.
A pocas cuadras, otra acción empieza a armarse. Esta vez, organizada por la Asamblea Popular del Claustro, una zona residencial de centro de Santiago abigarrada de departamentos miniatura donde se amontonan familias o estudiantes de la universidad. La asamblea es un fenómeno inédito, donde todo el mundo participa horizontalmente, debate política y donde la conciencia crece a saltos. Ahí, hoy se organiza el debate sobre el contenido y el método para la constituyente, para las acciones. Allí se fermenta la rebeldía que luego se vuelca a las calles.
Las hay sectoriales, de un grupo específico de trabajadores/as, y hay asambleas territoriales. La del Claustro es territorial y tiene preparada una movilización y un velatón. Marcharemos una docena de cuadras bajo el aplauso, el caceroleo de los vecinos, los bocinazos de aprobación de los automovilistas que se cruzan. “Catrillanca, tu muerte no fue vano / por todo el territorio se levantan tus hermanos.” Andamos, nos detenemos a recordar los nombres de los muertos. Hay también un grito por Santiago Maldonado. Al cierre, hubo Víctor Jara, hubo más canto, más encuentros de un pueblo que está buscando su propio destino.
El jueves 14 cerró la primera jornada en la que vinimos a traer nuestra solidaridad, porque estamos convencidos/as de que la lucha de los pueblos no conoce fronteras y el triunfo de nuestros hermanos/as de clase en cualquier parte del mundo es un triunfo para nosotros/as. En medio de las marchas, los repliegues y la represión intercambiamos con compañeros/as sobre el escenario, lo que se vive, los debates urgentes, las fuerzas en pugna.
Preliminarmente hay que decir: el pueblo chileno ha dado un salto enorme en el horizonte de lucha. La disputa por las demandas económicas devino rápidamente en la lucha política que cataliza una experiencia colectiva de décadas: miseria, desigualdad, precarización de la vida, privatización de servicios elementales, privación de derechos democráticos básicos; la herida nunca cerrada de la dictadura, de donde brota una sangre amarga por toda la impunidad. Todo eso reunido ha estallado. No hay aún una fuerza política con capacidad de dirigir el proceso. Desbordó todas las estructuras y sostiene un objetivo claro: la constituyente, amplia democrática y construida desde abajo. Todo esto es su mayor potencia. Y el desarrollo de organismos como las asambleas populares puede ser un germen de nuevas experiencias organizativas de acumulación de fuerzas.
Las jornadas que vienen darán más herramientas para seguir pensando, analizando, debatiendo y actuando. Lo que es seguro es que Chile ha decidido echarse a andar y está dispuesto a vencer.