El embargo que la administración Trump implementó de forma total recientemente sobre la República Bolivariana de Venezuela trae consecuencias económicas de gran impacto para la nación sudamericana, que viene a profundizar sus serias dificultades económicas.

Como país dependiente, muchos de los suministros y productos necesarios para cubrir las necesidades de la población y para el funcionamiento de la industria son producidos en el extranjero e importados a Venezuela. Esta medida impide no sólo el comercio con los Estados Unidos sino con cualquier empresa radicada allí, imposibilita la compra de productos con componentes norteamericanos (o con patente norteamericana), prohíbe el comercio triangulado, sanciona unilateralmente no solamente a la República Bolivariana (cuestión que a nivel jurisprudencial atañe únicamente al Consejo de Seguridad de la ONU), sino que impone severas penas a sus bienes (embargo de empresas del Estado venezolano que operan en EE.UU por ejemplo), congelamiento de cuentas y otras medidas que, ademas, funcionan como advertencia a quienes osen pasar por alto dichas sanciones. Si bien varias de éstas ya se aplicaban, la profundidad es ahora total.

Aún cuando las sanciones se dan en el plano del comercio internacional, las medidas tomadas no pueden comprenderse de otra manera que en en el marco del conflicto político interno y en el que Washington ha demostrado y admitido hace rato que tiene el interés de acabar con el gobierno bolivariano (“sacar a Maduro” le llaman vulgarmente) y el proceso que se desarrolla en Venezuela desde hace dos décadas ya. Su aplicación se da en momentos en que el gobierno de Maduro se encaminaba a cerrar los acuerdos con la oposición venezolana que -si bien recurrentemente vuelven a intentar hacer caer al gobierno por diversas vías y con intentos variados y combinados- no ha conseguido doblegar al Chavismo y se ve obligada a sentarse nuevamente en una mesa de negociación.

Está claro, no es una victoria del gobierno tampoco, pero sí se debe reconocer que ha sabido posicionarse más favorablemente a la salida de cada una de esas crisis, capeando el temporal y demostrando iniciativa política. En ese terreno, a su vez, ha ido cediendo posiciones en pos de estabilizar una situación social que mantiene el ideario socialista venezolano en gran parte de la población pero al mismo tiempo pone un freno a su desarrollo. Y aunque las experiencias y organización “por abajo” sí disputan esa orientación de “empate”, las nuevas sanciones económicas impuestas por Trump trae complejidades mayores para su desenvolvimiento en el día a día y en sus construcciones comunales.

Un inequívoco antecedente de estas medidas remite a las tomadas contra Cuba en los años 60 (que incluyó en el terreno militar la invasión en el 61 de Playa Girón). Claro que entonces la revolución había triunfado apenas en el 59 con el dato, no menor, de que se había logrado derrotar al ejército enemigo (y repeler luego la mencionada invasión que contaba con la logística y el apoyo norteamericano) y en el que los cambios se profundizaban con la arrolladora fuerza del pueblo movilizado, con la acción de las masas oprimidas por fin liberadas.

El mundo hoy es distinto, se sabe. No existe el contrapeso que la URSS y el campo socialista implicaban para los norteamericanos. Si bien Rusia y China son quienes disputan en cierta medida la hegemonía de los Estados Unidos, sus políticas distan enormemente de las orientaciones que incluso en sus regímenes en descomposición, implicaban la vigencia en el escenario global de opciones alternativas al capitalismo. La República Bolivariana de Venezuela tiene que afrontar esa dimensión internacional también.

La radicalización del pueblo venezolano y la profundización de su proyecto en un sentido socialista -cosa que compete a lxs venezolanxs mismxs- vuelve a ponerse en el primer plano de la discusión en el campo de la izquierda no sólo bolivariana, sino latinoamericana.
A las sanciones comerciales, a los intentos de golpe y de magnicidio, a los asesinatos selectivos de militantes sociales y políticos chavistas, a los boicots a la producción y la economía, al sabotaje y violencia de la oposición política interna, a la abrumadora campaña mediática difamadora, a todo este cúmulo de acciones (y de muchas otras), obedece la única verdad de la cuestión: la necesidad de derrotar y aplastar una de las experiencias más radicales, desde la revolución cubana, que ha brindado nuestramérica como horizonte de liberación para los pueblos de nuestro continente.

La suerte de Venezuela en su disputa externa y fronteras adentro (y su correlato hacia la interna del bloque gobernante de Chávez para aquí) tiene enormes implicancias para todxs nosotrxs, y su éxito o fracaso impactará profundamente en los pueblos oprimidos de nuestro continente. Es nuestra tarea no sólo apoyar las alas más radicales del Chavismo, no sólo practicar la contrainformación y difusión a nuestro alcance de “la otra mirada”, no sólo emitir comunicados de solidaridad (todo ello muy necesario), sino encarnar desde lo más hondo nuestra visión del internacionalismo solidario, trabajando denodadamente para construir, aquí y ahora, las condiciones de nuestro propio proceso emancipatorio. La suerte de nuestros pueblos y de nuestros países dependientes está atada indisolublemente. La lucha por la liberación y el socialismo sólo es nacional en el sentido de ser parte de la lucha por la liberación y el socialismo de la humanidad toda.

Apoyamos al soberano pueblo venezolano y defendemos al gobierno de Nicolás Maduro de los ataques de la derecha y el imperialismo.

¡Fuera yanquis de Venezuela y de América Latina!
¡No pasarán!
Venceremos.

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