A fines del siglo XIX el capitalismo se estaba reestructurando, y entrado ya en su etapa imperialista sometía al mundo al dominio de las grandes corporaciones y monopolios. Las potencias europeas se repartían Asia y África saqueando sus tierras y recursos y sometiendo a la población local a una brutal explotación, opresión y todo tipo de vejámenes. En nuestramérica, las clases dominantes locales extendían las relaciones capitalistas a sangre y fuego de la mano del imperialismo británico y norteamericano que se disputaban la región.
Pero como dijera Marx, al mismo tiempo que realizaba esta expansión, el capitalismo estaba generando el desarrollo de su propio enterrador. La clase trabajadora que en Europa ya había dado importantes batallas, comenzaba a organizarse en las distintas regiones del planeta, retomando las experiencias organizativas, sindicales y políticas de sus predecesores. El fantasma del comunismo que asolaba Europa a mediados del siglo ahora recorría también el continente americano.
En los Estados Unidos, tras el acelerado desarrollo industrial la clase trabajadora se organizaba y luchaba por lograr mejores condiciones de vida y trabajo. Una de las reivindicaciones básicas era la jornada de ocho horas, haciendo valer la máxima de: «ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso»
El 1º de mayo de 1886 se llevó a cabo una huelga general con manifestaciones en todo el país. En respuesta a la huelga, en algunos estados los dueños de empresas concedieron a los trabajadores el derecho a una jornada laboral más corta sin reducirles los salarios. En otros, los empresarios y los funcionarios de gobierno decidieron reprimir las movilizaciones obreras. Ante esta respuesta los trabajadores decidieron continuar con las medidas de fuerza. El 3 de mayo, en el estado de Chicago la policía disparó contra los manifestantes. Al día siguiente, en la desconcentración de un acto anarquista, una bomba explotó en el parque Haymarket Square. Hubo varios heridos y un policía resultó muerto. La respuesta de los policías fue inmediata: abrieron fuego contra los trabajadores. Nunca se dio una cifra, siquiera aproximada, del número de asistentes al acto que murieron en o a causa de la represión policial. Las autoridades del gobierno de Chicago y su policía desataron entonces una persecución contra muchos de los dirigentes sindicales. Se buscaba un culpable… o varios. ¿Y qué mejores “sospechosos” para las autoridades que la plana mayor de los grupos anarquistas de Chicago?
Se ordenó el arresto del inglés Samuel Fielden, de los alemanes Hessois Auguste Spies, Michael Schwab, George Engel, Adolph Fischer y Louis Lingg, y de los norteamericanos Oscar Neebe y Albert R. Parsons. Todos eran importantes dirigentes de los trabajadores. La mayoría fueron arrestados en pocos días, aunque no fueron los únicos. Bastaba la sospecha de participar en el movimiento sindical para ser encarcelado.
El juicio y las condenas: LOS MÁRTIRES DE CHICAGO
A estos detenidos acusados por la muerte del policía se los llevó a juicio. A los responsables de la represión de trabajadores que murieron en la protesta del 1º de mayo, no se los juzgó. El juicio a los trabajadores fue sumamente irregular e injusto. No se pudo probar la relación de los acusados con la explosión de la bomba; pero esto no pareció tener ninguna importancia, lo que el tribunal buscaba era generar un ejemplo que funcionara como disciplinador para el conjunto del movimiento obrero. La mayoría de los acusados fue sentenciada a la horca. George Engel dijo al tribunal que lo condenaría a muerte:
“¿En qué consiste mi crimen? En que he trabajado por el establecimiento de un sistema social donde sea imposible que mientras unos amontonan millones, otros crezcan en la degradación y la miseria. Así como el agua y el aire son libres para todos, así la tierra y las invenciones de los hombres de ciencia deben ser utilizadas en beneficio de todos”.
Los “ocho de Chicago” fueron declarados culpables. Las condenas fueron ejecutadas el 11 de noviembre de 1887. José Martí, que en ese tiempo estaba trabajando como corresponsal en Chicago para el periódico argentino La Nación lo narró así;
… salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: «la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable..”
Los sucesos de Chicago costaron la vida de muchos trabajadores y dirigentes sindicales; no existe un número exacto, pero fueron miles los despedidos, detenidos, procesados, heridos de bala o torturados. La mayoría eran inmigrantes europeos: italianos, españoles, alemanes, irlandeses, rusos, polacos, eslavos. Finalmente, la reducción de la jornada laboral fue convertida en ley en muchos países. La consecución de la jornada de 8 horas marcó un punto de inflexión en el movimiento obrero mundial y los MÁRTIRES DE CHICAGO se convirtieron en un símbolo de la lucha de millones de trabajadores por una vida más justa.
Hoy, como hace un siglo y medio, las luchas obreras siguen cruzando fronteras. Las y los trabajadores seguimos dando una pelea que nos hermana. El factor común de nuestros males es un sistema que pondera como meta única la ganancia a costa de la vida de millones; un sistema que la clase trabajadora está llamada a superar. Como dijera Spies, su voz -esa que no pudieron ni podrán acallar- resuena en cada grito de las trabajadoras y trabajadores que hoy peleamos por el socialismo.