Hoy nos toca despedir a Graciela Leda. La compañera se nos fue hoy, 26 de enero. Enfermó de cáncer y partió como vivió: luchando.
De piba, sobrellevó el horror de la dictadura en carne propia. Siendo apenas una adolescente, militante de la Juventud Guevarista, la llevaron presa.Pasó por el centro clandestino de detención denominado D2; fue presa política durante todos los años oscuros. Militó en los organismos de derechos humanos, testificó contra los represores y sostuvo en alto, siempre, la bandera de la revolución socialista.
Quien escribe, recuerda algunas largas charlas donde se mezclaban temas que le habían apasionado en los últimos años: la revolución en Rojava, el feminismo. Porque los marxistas nunca dejan de aprender. También hubo charlas sobre la memoria, los recuerdos de los años en prisión, la tarea de las y los sobrevivientes y las preguntas que se llevan en la carne.
Llevó su enfermedad con entereza, dignidad, lucidez y humor; esos tesoros que ningún horror le pudo quitar.
Toda muerte deja una sensación de lo irreparable, de lo irreversible. Y sin embargo, la memoria tiene otro tiempo: el del retorno, allí donde lo pasado, lo irreversible vuelve y se hace presente otra vez: “…una luz que no se apaga nunca, ni en esta noche ni en cualquier otra de mi memoria. Ella perdurará como la luz del faro y es a partir de ahí que yo recupero y aun revivo a todos mis amigos”. Así escribió Conti.
Todas las compañeras y compañeros que nos llevaron la delantera en la lucha van el río circular de la memoria. Son presente, suceden nuevamente en nuestras batallas, en los gritos de guerra para darnos más fuerza, en el instante de desaliento para empujarnos con su ejemplo incansable, en las banderas del día de la victoria de que vendrá tarde o temprano.
Graciela pasó las últimas horas de vida con la bandera del ERP en las manos. Por eso le decimos, simplemente: “Hasta la victoria siempre, compañera”.-