Los chalecos amarillos volvieron a protagonizar una nueva jornada de protesta contra el gobierno de Emmanuelle Macron, al cual ya directamente le exigen su dimisión a pesar de la marcha atrás en el impuestazo al combustible y al diesel. Se trata del despertar de un movimiento profundo de los sectores sociales más vulnerables y postergados que vienen desarrollando una experiencia de confrontación directa con el estado durante las últimas semanas.
El sábado se realizó una nueva movilización que convocó a varios centenares de miles en París y otras ciudades (aunque algunos cifran la asistencia por debajo de las manifestaciones anteriores). La convocatoria no es para nada despreciable considerando que durante la semana, el presidente había dado marcha atrás con la medida que desató las protestas en busca de aplacarlas y que, en respuesta a la nueva movilización, el gobierno lanzó un verdadero operativo de guerra con casi cien mil policías que finalizó con más de 1.300 detenidos.
La protesta de los chalecos amarillos, sin embargo, despertó una ola de malestar que se extendió también a estudiantes y docentes que ocuparon liceos y realizaron diversas medidas de lucha contra la reforma educativa, las cuales también fueron respondidas con represión. Dieron vuelta al mundo las imágenes de decenas de estudiantes detenidos con sus manos en la nuca en una escenario de estado de excepción.
El gobierno de Macron que intentó presentarse como un outsider de la política que venía a generar una nueva etapa termina gobernando a punta de pistola con su imagen por el subsuelo.
¿Hacia dónde van los chalecos amarillos?
Las especulaciones sobre el devenir de este movimiento se encuentran a la orden del día. Resulta difícil sacar conclusiones acerca de un proceso muy complejo y en pleno desarrollo. La impugnación a los partidos tradicionales que durante décadas han gestionado el neoliberalismo en el país es muy alto. La sublevación ha asumido por momentos la forma de una rebelión popular con carácter nacional: se ven banderas de Francia y se canta la Marsellesa, mientras que se encuentran ausentes los sindicatos y los sectores organizados de la clase obrera. ¿Se trata por tanto de una movimiento nacionalista pequeñoburgués que terminará siendo capitalizado por Marine Le Pen? Esa caracterización sería, al menos, apresurada. En numerosos piquetes y protestas, se expulsaron y hubo enfrentamientos con los militante fascistas y de Le Pen. En este complejo movimiento que viene chocando frontalmente con las fuerzas represivas también hay diversos sectores de la llamada extrema izquierda. Por otra parte, es indudable el carácter de extracción popular de la mayoría de los participantes, en muchos casos «monotributistas» que apenas llegan a cubrir su alquiler y comidas diarias.
Sin embargo, las centrales sindicales vienen dando la espalda al movimiento o convocando a medidas separadas de los chalecos amarillos. La falta de un planteo de unidad y articulación entre los sectores organizados de la clase obrera y este nuevo actor de la coyuntura deja un vacío que sí puede ser explotado por la iniciativa de la extrema derecha.
El desafío que tiene la izquierda revolucionaria que interviene en los procesos populares que se desarrollan en concreto es enorme. Pero también son grandes las posibilidades de impulsar transformaciones en Francia y promover una ola más general de levantamientos populares en el resto de una Unión Europea surcada por la crisis y por la falta de futuro para las mayorías trabajadoras.

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