Un milico exalta la tortura, promueve el gatillo fácil, ataca a las mujeres y disidencias, fogonea el siempre vivo fuego del racismo, escupe odio de clase y gana las elecciones en la primera economía de América del Sur. El “macho” Bolsonaro preparado como candidato por las Fuerzas Armadas (que no tienen el repudio popular de sus pares argentinas) desde 2014, actúa de outsider de la política omitiendo que hace 30 años vive de ella, envía mensajes con Fake news por whatsapp desde el hospital, se gana el apoyo tanto de las iglesias neopentecostales y del empresariado y terratenientes brasileños, como de los “mercados” globales.

El fascismo de la contrainsurgencia que nunca se fue a pesar del “fin” de la Guerra Fría y de la aniquilación de los proyectos revolucionarios, se relame, aprieta los músculos y ataca. Sus dentelladas son múltiples. Lincha a mujeres, a trans, a militantes del PT. Quema campamentos del MST, prohíbe obras de teatro, censura conferencias, expulsa investigadores. Todo esto antes de que ocurra lo que finalmente ocurrió: el “macho” Bolsonaro se convierte en presidente de Brasil.

Lo hace con decenas de millones de votos, lo hace ganando por 10 puntos al candidato del PT. Pero al igual que en el mercado capitalista, en el mercado electoral todas las armas son válidas para que gane el elegido del poder. Primero, destitución de Dilma (sin importar el ajuste ya en curso y su alianza con el propio Temer). Luego, cárcel y proscripción de Lula (sin detenerse en valorar los años de excelentes negocios y sólo mirando que el pobrerío comió un poco mejor). En contexto de crisis, sin un enemigo a quien temer, los sectores dominantes hacen lo que siempre hicieron: avanzar en toda la línea desechando el lastre de negociar alguna condición o de tener que moderar su sed de ganancias con algún gesto de bien común.Una mano levanta el cartucho recién empleado para reprimir. No hay equívoco posible. “Made in USA” dice la leyenda. En una imagen ya muy repetida, Patricia Bullrich comanda el operativo represivo que permita mantener al pueblo lejos del Parlamento. Adentro, 138 botones verdes se aprietan y dicen que sí, que “sí se puede” entregarse de pies y manos al FMI, a los mandatos de la burguesía internacional que exige disciplina para poder hacer los negocios de la etapa: la bicicleta financiera, la dolarización de las tarifas e hidrocarburos, la fumigación de campos y poblaciones. Reafirman que para las y los laburantes y jubilados el ajuste no tiene fin. De paso, el “sororo” Pichetto clama por la expulsión de inmigrantes, digno homenaje a la Liga Patriótica y a la Ley de Residencia.

Mientras tanto, sin argumentaciones esquivas ni edulcoradas, sin demasiado preámbulo ni protocolo, se abrió nuevamente una oficina propia del FMI en el Banco Central de la Argentina (vendría a ser como el cartel de “En venta” que faltaba). El representante designado por el organismo tendrá a cargo la supervisión del destino que el gobierno de la alianza Cambiemos dé a los dólares que ingresan e ingresarán como producto del préstamo stand by que viene cumpliéndose en tramos desde junio de este año.

La dulce espera de esa escena que mostrará que, por fin, “Argentina volvió al mundo” está por terminar. Llegará el 30 de noviembre y con feriado y un operativo de militarización dirigido por el Pentágono los presidentes del G20 se reunirán en Buenos Aires. La parodia de la “gobernanza global” de una mundialización, que polariza territorios y sociedades y que acumula contradicciones en todos los niveles, realizará el acto de cierre de todo un año de debates sobre cómo hacer este mundo cada vez más a imagen y semejanza de sus dueños. Por supuesto, hay conflictos y debates. Pero también hay puntos de acuerdo a los que no hace siquiera falta mencionar: el capitalismo es intocable, la propiedad privada sagrada y las grandes potencias imperialistas tienen el “derecho” de imponerse sobre los pueblos.

El avance de la derecha en el continente es una nube espesa que se cierne sobre el campo popular, sobre el movimiento de trabajadores y trabajadoras. Su impulso tiene varias razones y muchos intereses. Pero no se trata de lamentar lo ocurrido como si fuera producto de la fatalidad. La denuncia de la política criminal que se despliega sobre Nuestra América no debe hacernos caer en análisis que en medio de la noche llegan a la conclusión de que todos los gatos son pardos. Hay que leer también en ese avance la contrapartida del fracaso de los modelos que lo anteceden en estas latitudes.

De manera poco espontánea, florecen tesis acerca de esta avanzada retrógrada y fascista que ponen en el lugar del responsable al “pueblo”. Es una reducción que estamos lejos de abonar. La despolitización de las masas provocada por una democracia representativa que cierra la participación, la experiencia de gobiernos que postergan las transformaciones necesarias para un futuro siempre lejano, la constatación de que votamos cada tanto pero que al poder real nadie lo cuestiona, la corruptela que siempre surge de exprimir a las y los laburantes… todo esto aleja al pueblo trabajador de la posibilidad de reconocerse como sujeto histórico y actuar en consecuencia. Entonces, muchos y muchas, de a millones, cargan el garrote o el voto sobre su propia sien. Y el resultado sin duda nos trae muchísimos padecimientos, y sobre todo, muchísimos desafíos, urgentes desafíos.

Allí con los sectores del pueblo y del movimiento de trabajadores y trabajadoras que no abandonaron nunca la calle, con el movimiento de mujeres, con las juventudes que construyen rebeldías a diario, tendremos el reto de ser la próxima, la inmediata, pero también a largo plazo, alternativa de poder para que, como dijeron dos amigos, lo único que perdamos sean nuestras cadenas.

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