En las últimas semanas, el Gobierno de la Alianza Cambiemos anunció e instrumentó mediante el decreto 683/2018 la utilización de las Fuerzas Armadas para asuntos de seguridad interna. No debe leerse esta iniciativa de forma aislada, como un ambicioso y desbocado hito en la política represiva, sino como resultado de un proceso que tiene un contenido político y económico de fondo, una forma, un derrotero nacional propio y una ligadura estrecha en el entramado de configuraciones políticas a nivel regional.
En materia económica el propio gobierno no pudo anotarse ni un solo poroto en dos años y medio de mandato. Los resultados auspiciosos que en diferentes conferencias oficiales o informales (unas más duranbarbistas que otras) se esperaban, nunca llegaron, sino todo lo contrario: situación cambiaria crítica, alta inflación, tasas de interés siderales, endeudamiento creciente, déficit comercial y baja inversión. En paralelo, como política permanente, como estrategia invariable se profundiza un ajuste épico hacia los trabajadores, las trabajadoras y el pueblo que tuvo su mayor expresión con el acuerdo en curso con el Fondo Monetario. La Argentina se refleja así en un espejo que nos devuelve más a las barricadas del 2001 que al mito berreta de la “revolución de la alegría”.
En el concierto de la política regional, Colombia y México son los modelos que marcan tendencia para los gobiernos patronales de derecha por el protagonismo de sus aparatos represivos, dado que, en las últimas décadas, profundizaron la militarización de la sociedad, bajo la excusa de la “guerra contra el narcotráfico”, programa que derivó en una fuerte represión a los sectores populares y los asesinatos de muchísimos y muchísimas activistas o referentes políticos. Colombia y México son dos de los países que tienen en el continente una Línea de Crédito Flexible con el FMI (u$s 11.000 y u$s 89.000 millones, respectivamente).
El uso de la represión no es un invento ni una novedad de la actual gestión. Baste recordar que el Ministerio de Seguridad durante el mandato de Cristina Fernández implementó, con el mismo discurso anti narco, los operativos Cinturón Sur, Centinela, Escudo Norte y Vigía con efectivos de Gendarmería, Prefectura y Ejército. Así se militarizaron en los hechos los barrios más humildes de CABA, por ejemplo. A su vez, los intentos de reconciliación con las Fuerzas Armas sintetizados en la figura de Milani y su abrazo con Hebe, reforzaron la idea de que el ejército es necesario, o peor aún, que está junto a los intereses del pueblo. En última instancia, resguardaron a los cancerberos históricos del estado burgués y de la propiedad privada.
El plan de Cambiemos en tanto y en cuanto dispone del ejército de manera directa (decretazo), se muestra sin reveses, sin mediación: allí no hay, casi, duranbarbismo. Cuando todos los globos amarillos de las campañas se desinflan y todos los bailecitos presidenciales al ritmo de Chano chocan con la realidad, lo que queda es el ajuste, que tiene que pasar, le pese a quien le pese, para que siga habiendo fiesta en las mansiones de los ricos. Este ajuste, que no es otra cosa que una reestructuración aguda de las bases de acumulación del capitalismo argentino, se debe garantizar con represión. Para eso las fuerzas armadas en la calle, sumado al entrenamiento y la compra de armamento y tecnología a EE.UU. y al Estado Genocida de Israel. Para eso un aumento de sueldo para el personal del Ejército en un 20% (más de lo que han recibido las y los docentes, las y los empleados estatales, por ejemplo). Para eso la doctrina Chocobar, el fusilamiento por la espalda de Rafael Nahuel, las y los muertos que a diario se carga el gatillo fácil del Estado. Para que un tercio de nuestro pueblo viva en la pobreza y se alimente en comedores, para que la salud sea un negocio exclusivo y no un derecho, para que la vivienda digna sea un sueño imposible, para que la educación forme en la “incertidumbre” de la desocupación y de la precarización… para que las “cuentas cierren”, siempre hizo falta, y hace falta hoy, más represión.
A la orilla de estos acontecimientos y lecturas, a pocos días de cumplirse 240 años del nacimiento en Yapeyú del Libertador José de San Martín, nos invaden preguntas: ¿Podemos ser libres si las y los pibitos llegan sin comer a las escuelas, podemos ser libres si en la Patagonia las tierras son de los millonarios más ricos del mundo y no de los pueblos más antiguos de nuestra tierra? ¿Podemos ser libres si se proyecta la instalación de bases militares yanquis en la Triple Frontera y en Tierra del Fuego? ¿Si se despide a mansalva a las y los laburantes del estado , si cada vez más familias se quedan en la calle, si los destinos económicos los dirigen y monitorean desde Washington, podemos ser libres? ¿Podemos ser libres si crecen los monopolios, podemos ser libres si existen los monopolios? ¿Podemos ser libres si cada vez más hombres y mujeres se caen del mapa hacia la tierra de la exclusión, si cada vez menos ricos concentran más riqueza? ¿Podemos ser libres si hay ricos? ¿Podemos ser libres si hay deuda externa?
No, simplemente, no.
Por eso, porque queremos cumplir con esa máxima inconclusa para la liberación aquí y ahora de nuestro pueblo y de nuestra clase alentamos a la mayor rebeldía contra los planes políticos, ideológicos y económicos del gobierno. Para eso es imperioso trabajar sobre dos ejes: la necesidad de luchar, que se da de trompa contra la especulación del “hay 2019” y “el vamos a volver”, y la posibilidad de ganar, es decir, de derrotar al gobierno actual en este escenario.
De esa convicción, en la práctica, el ejemplo más reciente lo ponen los trabajadores y trabajadoras despedidas de Télam que despiertan la solidaridad de amplios sectores y que no le dan respiro al gobierno, movilizando y activando para lograr la reincorporación. Estos principios, los pusieron en práctica las mujeres que inundaron de verde, día tras día, martes a martes el Congreso Nacional y arrancaron media sanción en Diputados por el Aborto Legal cuando los números en frío no daban, al tiempo que preparan una gran jornada de lucha para el 8A, y volverán a ser cientos de miles para que no mueran más pibas en abortos clandestinos y que sea ley definitivamente.
Porque luchar es la única manera de vencer y porque vencer es posible, proponemos una justa e inclaudicable pelea en las calles, en unidad de acción, con independencia política. No hay nada que esperar ni podemos sumirnos en la espera cuando cada vez más familias duermen en las calles todas las noches y falta el pan en la mesa de las desocupadas y los desocupados. Si esperar es especular con la suerte del gobierno de turno, también es jugar con el sufrimiento real y en carne propia de millones de mujeres, hombres, disidentes, niños, niñas y niñes que hoy no pueden esperar para tener una vida digna. Y lo demás, no importa nada.