La reivindicación patriótica ha estado reñida las más de las veces con la interpretación que se desprende -y que asumimos- desde la izquierda revolucionaria. Para nosotrxs pues, lxs trabajadorxs no tenemos patria en el sentido burgués de su acepción, que privilegia nacionalidad por sobre condición social y que defiende intereses territoriales por sobre la idiosincrasia cultural de los pueblos.

Creciendo desde el pie

En nuestra caracterización para una estrategia de poder, sin embargo, consideramos el espacio nacional como el ámbito “natural” de disputa donde ha de resolverse, en primer término, la contradicción Capital-Trabajo. Lxs explotados hemos de ajustar cuentas con nuestrxs explotadorxs directos, sin perder por ello, la perspectiva internacionalista y mundial que, tal como se requería en las guerras de liberación de principios de siglo XIX, son las dimensiones efectivamente capaces de conquistar una nueva etapa para la humanidad toda. Así, en la relación “nacional-internacional”, la revolución territorial a la que aspiramos la entendemos como un eslabón o una parte integrante más de la revolución planetaria, que sólo así puede garantizar el reaseguro y la trascendencia del hecho local.
Desde allí es que reconstruimos -y disputamos con otras corrientes- una interpretación de nuestra independencia.
Lejos de una mirada europeizante, creemos que existen en nuestramérica sobrados hechos que constituyen los antecedentes del 9 de julio (y no sólo del 9 desde ya). No negamos por ello que las circunstancias políticas de y en Europa repercutieran sobre América, pero no atribuimos una explicación unívoca y lineal a ello.
Por ejemplo, poco difundida y conocida entre nosotrxs es esa “revolución negra” que tras largos años de lucha declara la independencia de Haití en 1804, o las grandes sublevaciones indígenas
como la de Tupac Amaru II (Condorcanqui) y Tupac Katari (Julian Apaza) que puso en jaque al dominio español allá por 1780.
Menos aun se conocen los levantamientos del pesquisidor Antequera quien en 1724 invocó la superioridad del pueblo sobre las decisiones reales y levantó un ejército que derrotó a las tropas realistas y jesuíticas del Paraguay, cuyas ideas repercutieron en los habitantes de Corrientes, que en 1732 y 1764 se alzaron en armas y rehusaron combatir a los comuneros paraguayos, desertando tamién. O el alzamiento de Manuela Beltrán en Nueva Granada (contemporánea de la de Condorcanqui), o la Revolución de Chuquisaca liderada por Bernardo de Monteagudo y Jaime de Zudáñez en 1809.
Necesitamos recuperar esa/nuestra historia que excede los márgenes de las líneas trazadas en un mapa y que guardan más relación con las disputas comerciales “de los de arriba” que con diferencias “de los de abajo”

No soy de aquí ni soy de allá
Otra dimensión de esta recuperación es plantearnos la idea de nacionalidad/territorialidad que “los padres de la patria” tenían. Un común denominador que de una u otra manera surge en todos ellos -y ellas- es el de una gran nación americana, con estados integrados y con una fuerte reivindicación de los habitantes originarios (los casos más gráficos en este sentido son los de Miranda o Belgrano, que proponían una monarquía parlamentaria devolviendo el trono a la corona Inca)
De hecho, incluso el Congreso de Tucumán (que se extendió desde marzo de 1816 a febrero de 1820) promulga el acta de independencia del día 9 de julio de 1816 aludiendo a “las provincias unidas del sud” o “del Río de la Plata”, expresión que no delimitaba a la Argentina tal y como la conocemos hoy y que por el contrario, incluía regiones de lo que es hoy Bolivia.
En el mismo sentido, el plan continental de San Martín sólo se entiende en este espíritu, el de asegurar la libertad y la independencia de América toda.
La copia de ese acta de independencia fue redactada en 3 idiomas, para que todas las personas pudieran leer en su lengua natal la declaración. Así, se difundió la resolución en castellano, en quechua y en aymara.

A desempolvar, a desempolvar
Un tercer aspecto de este análisis, tiene que ver con la recuperación histórica en términos de actualización y vigencia de aquellos ideales independentistas, ideales -y no idealismo- que retomaron fuertemente nuestrxs hermanxs revolucionarixs de los 60 y 70 en nuestro continente, que entroncaban la lucha de liberación con la necesidad de completar la tarea iniciada por lxs libertadores del siglo XIX, y cuyo lema se resume en “por la segunda y definitiva independencia” (que, modestamente y con enorme distancia, nosotrxs levantamos también).
Hay que reconocer que en gran parte, nuestras clases dominantes han logrado hacer que “no tengamos historia”, que socialmente nos neguemos. Y que en gran parte también -y quizás mucho más dañino- hayan logrado convencernos de que lo deseable es lo posible, y que lo posible es lo suficiente.
Así, tomar deuda es sinónimo de “ser parte del mundo”. Y pagar esa deuda que a nadie fue consultada, es sinónimo de “independencia”, aun cuando en ambos casos sea a costa del esfuerzo, del trabajo y de la carga sobre los mismos hombros, los nuestros.
El extractivismo, la sojización (con su contaminación por agrotóxicos), la megaminería y la entrega del territorio a grandes corporaciones son “la fuente de divisas” o “la sinergia entre el capital privado y el estatal”.
Las reformas laborales, previsionales, las firmas de tratados internacionales (como la ley antiterrorista), la promoción a la baja de la edad de imputabilidad (cada vez más cerca de la niñez) son “actualizaciones necesarias para la competitividad”, la muestra de “racionalidad y previsionalidad” para el mundo de hoy, o “compromisos recíprocos” entre naciones (que además esconden en sus nombres rimbombantes una asimetría imposible de tal reciprocidad).
Si de algo estamos segurxs en este sentido es que ningunx de lxs revolucionarixs que nos han precedido -ni los del 1800 ni los del siglo XX- aceptarían tal chantaje y tal insulto a la inteligencia, que busca disfrazar de necesario o de popular las claudicaciones.
Idealismo, decimos entonces, es convencerse de que el explotador y el explotado pueden convivir como iguales, de que tienen los mismos intereses, de que “van juntxs” para el mismo lado, o que los une por sobre todas las cosas un mismo sentimiento de pertenencia a una “patria de todxs”.

Patria es humanidad
Nuestra patria pues, se nutre de las experiencias de lucha de todos los pueblos del mundo y en particular de los de nuestra américa. Reivindicamos en ese sentido y no en otro la lucha patriótica de Nariño, de Miranda, de Martí, de Bolívar, San Martín, Belgrano, Sucre, Artigas, Azurduy, Güemes, y de muchxs más, pero sobre todo de ese bravo pueblo indio, negro, mestizo, pobre, que arriesgó la vida para ganarse el pan, lxs oprimidxs de América que lucharon por su liberación sin distinción de nacionalidades y de quienes, como dijera Eduardo Galeano, “la independencia renegó: las mujeres, los jóvenes, los indios y los negros no fueron invitados a la fiesta. Las constituciones dieron prestigio legal a esa mutilación”.
Nuestra patria es la clase, los intereses y la defensa de los derechos de cualquier trabajador/a, independientemente de su nacionalidad; es la convicción de que los recursos naturales deben estar en dependencia de las necesidades de los pueblos, no de las empresas; es el reconocimiento de que no hay polvo en la tierra, gota en el agua ni nube en el aire que diga aquí o allá, es la conciencia plena de que no hay frontera que se imponga a la solidaridad y el internacionalismo.

Viva la revolución. Viva la independencia. Viva el socialismo.
Patria o Muerte. Venceremos.

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