Cada vez con más fuerza, y en un contexto de avanzada de políticas y dis­cursos de derecha, el movimiento femi­nista y disidente viene cuestionando en profundidad todas las formas de violen­cia que se desprenden de la opresión pa­triarcal sobre nuestros cuerpos.

Sabemos que se trata de la ardua tarea de mirar cada espacio de la vida pública y privada con lentes feministas que nos permitan visibilizar y luchar contra todas la formas que asume la violencia. Y también le toca a la justicia (patriarcal).

Los colectivos disidentes somos uno de los principales sectores que sufrimos hace muchos años, de forma perma­nente e ininterrumpida, una violencia descarnada y basada en el odio más profundo hacia nuestras existencias.

El travesticidio de Diana Sacayán, militante referente del colectivo traves­ti y de derechos humanos, está cons­tituyéndose en un caso de importan­cia histórica. El impulso que ha tenido la exigencia de su catalogación como “travesticidio” no es solo un vericueto jurídico a nuestro favor (lo han pedido tanto la fiscalía a cargo del caso como ambas querellas –la familiar y la que encabeza el INADI-), sino que es un re­conocimiento urgente que nos adeuda el Estado, es la palabra viva que afirma que los crímenes que sufren las travas y el colectivo trans no son simples “homi­cidios”, sino que su identidad es la viva causa de su asesinato y que, a su vez, estos crímenes son un mensaje claro de odio hacia las disidencias. A Diana la mataron por trava y militante. Por eso es un crimen de odio, un crimen polí­tico.

Mientras continúan las audiencias del juicio, tanto las querellas como la fiscalía piden la prisión perpetua para el principal acusado de ser el autor ma­terial del travesticidio de Diana, Gabriel David Marino. El Tribunal Oral en lo Criminal Nro. 4 de CABA tiene la posi­bilidad de abrir una puerta fundamen­tal en el abordaje de casos de violencia hacia nuestras identidades disidentes. Pero también sabemos que no hay con­quistas sin lucha, sin organización y sin un profundo orgullo de existir. Esto lo ha demostrado la presencia de un am­plio espectro de organizaciones que he­mos tomado el caso como una bandera urgente, factor fundamental para con­seguir los avances positivos que hemos visto durante el desarrollo del proceso judicial.

Otro caso que resuena cada vez más fuerte y urgente es el de Joe Lemonge, varón trans entrerriano que fue ataca­do brutalmente por un grupo de varo­nes y que hoy está condenado a cinco años y medio de prisión por defenderse. Los agresores están libres. Si bien Joe aún no está preso porque su condena no está firme, es evidente el sadismo de un sistema que condena a lxs sujetxs más vulneradxs y premia con libertad e im­punidad a los ejecutores de la violencia más feroz.

Hoy Joe se encuentra en Buenos Ai­res tratando de reconstruir algo de todo lo que le arrebataron. Su historia es un ejemplo de toda la indiferencia, las hu­millaciones y agresiones que nos tocan atravesar a las disidencias y en especial al colectivo trans travesti. Sin embargo, hay una clara posibilidad que se nos presenta y que se hace carne en estas palabras de Joe: “Lo que me salva es la voluntad de resistir”. La resistencia de nuestros cuerpos frente a la violencia, la voluntad de dar pelea contra un sis­tema hetero-patriarcal que nos niega la posibilidad de ser y el orgullo rabioso de existir son nuestras herramientas más fuertes. Tal como dijo Carlos Jáuregui, “en un mundo que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”. Por eso, la organización y la lucha feminista y disidente son el ca­mino más claro hacia la construcción de un mundo en donde todxs tengamos lugar y vivamos libres de toda violencia.

Hoy, y cada vez con más fuerza, gritamos:

¡Basta de justicia patriarcal!

¡Justicia para Diana! ¡Fue travesticidio!

¡Absolución para Joe YA!

¡Basta de crímenes de odio!

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