A cien años de la Reforma universitaria que se inició en 1918 en Córdoba y que se extendió por toda América Latina, la clase dirigente sigue pensando que los y las humildes no podemos acceder a la universidad. En la actualidad el ideario reformista sigue vigente y se encarna en las luchas de la juventud y el movimiento estudiantil hoy.

Las recientes declaraciones de la go­bernadora María Eugenia Vidal, alu­diendo a que las y los pobres nun­ca van a llegar a la universidad, reflejan que la lucha por la democratización de la educación pública sigue siendo una bata­lla actual. Esta declaración nos encuen­tra justo cuando en junio se cumplen 100 años de la Reforma Universitaria, y pen­sar tales dichos en el marco de nuestra Campaña “Educación Crítica para la Li­beración”, nos da lugar para detenernos un instante en aquel hecho histórico y descubrir sus enormes aportes y su vi­gencia. Por otro lado, además, es una res­ponsabilidad que nos atañe como orga­nización política que apuesta a retomar experiencias revolucionarias históricas, recuperar esos pensamientos y traerlos a nuestra realidad cotidiana, mirarlos de nuevo, estudiarlos, conocerlos en profun­didad y darles su verdadero valor históri­co. Repensar la Reforma hoy, analizar la realidad política y social de ese momento histórico y re-significarla es una tarea enorme y necesaria.

La Reforma Universitaria debe ser analizada en su contexto, desde las dis­tintas dimensiones implicadas pero pensando, más que nada, en un proceso de conjunto, en una totalidad. Es por eso que es necesario identificarla como un suceso que supera el álgido reclamo es­tudiantil. Más bien hay que considerar­la como parte de un proceso en el que el desarrollo de la conciencia del estudian­tado crecía a la par de otros hechos en el mundo, y eso nos lleva a enmarcarlo en el fulgor de las luchas obreras que se sucedían y nutrían a la generación del 14 (como las y los mismos protagonistas se definían) . Es cierto que fueron reivin­dicaciones estudiantiles propias de los claustros universitarios las que dieron origen a un proceso organizativo supera­dor en el estudiantado de ese momento. Se disputaba con fuerza el reclamo por la autonomía estudiantil, la posibilidad de un co-gobierno con participación estu­diantil, la eliminación de la influencia e injerencia clerical y de la deidad docente dentro de la universidad. La pelea de las y los estudiantes era, sin dudas, contra lo más recalcitrante de los claustros, contra la moral de los poderosos que de­finían qué estudiar y quiénes debían/po­dían formarse en la sociedad. Pero dejar el análisis de la Reforma Universitaria sujeto únicamente a estos hechos signi­ficaría negar un sin fin de aprendizajes, movimientos políticos de aquél entonces a nivel mundial, niveles de organización del pueblo en ascenso y rebeliones que comenzaban a destacarse en distintos puntos del planeta.

La Primera Guerra Mundial, aconte­cimiento que representó un manto de oscuridad en la moderna sociedad euro­pea, evidenció que en nombre del progre­so podía producirse el aniquilamiento de la humanidad en pos de los intereses económicos imperialistas. Unos años antes, allá por 1910, al norte de nuestra Patria Grande, en México, se desarrolla­ba un proceso revolucionario que tuvo enormes repercusiones y dejó una hue­lla posteriormente recuperada en la me­moria y en las conciencias de las y los estudiantes cordobeses. Por otro lado, en 1917 acontecía una de las revoluciones más importantes que ha tenido la his­toria de nuestra clase: las y los trabaja­dores de Rusia, de la mano de un álgido proceso producían la primera revolución socialista victoriosa y se hacían cargo de la toma del poder, hecho que cambiaría para siempre la historia de la humani­dad. El mundo se movilizaba, ya sea en repudio a las tremendas consecuencias de la Gran Guerra, o para organizarse y pensar en otras formas de ordenamiento político y social. La idea de una Revolu­ción que dé un vuelco al sistema domi­nante y de explotación, a cambio de otro que eliminara las opresiones y la socie­dad dividida en clases, comenzó a hacer mella en las conciencias de jóvenes re­volucionarios y revolucionarias.

En Córdoba fueron significativas las luchas organizadas por distintos sectores obreros. Entre ellas, las más destacadas fueron impulsadas por trabajadoras y trabajadores de las fábricas de zapatos, quienes protagonizaron múltiples accio­nes y sembraron el conflicto en las ca­lles de la Docta. De a poco, y con acciones que podemos recuperar de este hilo rojo y de rebeliones populares, identificamos la unidad obrero estudiantil caracterís­tica de ese momento. Esto se visualiza concretamente cuando distinguimos la presencia de estudiantes en las huelgas y movilizaciones obreras y a su vez, la participación de obreros y obreras en los actos estudiantiles en torno al proceso de la Reforma.

Pero la Reforma Universitaria cordo­besa trascendió las fronteras de nuestro país cuando en Perú, e impulsado fuerte­mente por el marxista peruano José Car­los Mariátegui, se toman sus bases ideo­lógicas como estandarte de las luchas estudiantiles peruanas. El proceso de la Reforma Universitaria Peruana culmina en 1919 con la autonomía universitaria, el cogobierno y la libertad de cátedras en­tre otras novedosas reformas del modelo educativo de ese país. A su vez, en Cuba y de la mano de Julio Antonio Mella, se toma la experiencia cordobesa como un aporte de enorme importancia para las bases del Manifiesto de la Federación Es­tudiantil Universitaria allá por 1922.

La Reforma representa un aconteci­miento revolucionario porque viene a po­ner en tensión, resquebrajar y subvertir el ordenamiento y sistema de poder dentro del ámbito universitario, pero a su vez, por lo que venimos diciendo, ese cuestio­namiento no queda sólo en los claustros sino que sale de esas paredes para inter­pelar y propiciar un nuevo ordenamiento en todos los órdenes sociales. Se quiebran las ataduras con concepciones monásti­cas, monárquicas y propias de prácticas hasta el momento hegemónicas. Se pro­ponen lazos sociales renovados, críticos de lo arcaico e instituido que sólo podía ofrecer muestras claras de su enorme ca­pacidad destructiva. Esto resulta evidente cuando se observa lo que la Primera Gue­rra estaba ocasionando en la otrora “pu­jante y brillante” Europa.

Los aires de cambios llegaron de la mano de este conjunto de jóvenes estu­diantes revolucionarios y revoluciona­rias impulsores de la Reforma. Con ellas y ellos se acerca la nueva hora ameri­cana, las manifestaciones de lo heroi­co, la insurrección. Fueron estas y estos estudiantes quienes manifestaron: “A la burla respondimos con revolución” y “la juventud no pide, exige”; haciendo clara referencia a la necesidad de un proceso violento e insurreccional que enfrenta­rá y derrotará lo que hasta ese entonces representaba una educación reproduc­tora de privilegios para las clases domi­nantes.

El Manifiesto Liminar, creado por las y los hacedores de la Reforma en el mes de junio de 1918, es una prueba acabada y maravillosa de todo el recorrido que fue­ron transitando. El escrito, de una prosa admirable para la época, inicia saludan­do: “La Juventud Argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica”. De esta expresión se desprende la solidaridad por parte de las y los estudiantes cordobe­ses con otras luchas de la Patria Grande. A su vez, es fácil identificar en sus palabras el desarrollo de una conciencia superado­ra en la que las y los estudiantes pujan por otro modelo de educación (y por tan­to de sociedad) y dan esa pelea teniendo plena certeza de que es una batalla más dentro de las tantas que debían darse por todo el mundo para la verdadera libera­ción de los pueblos.

La Reforma es nuevamente una propuesta totalizadora: “estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”.

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