A continuación, reproducimos el artículo de nuestra compañera Valeria Ianni, publicado originalmente en Zito Lema, Vicente: Trelew, una ardiente memoria, Amauta Insurgente Ediciones – Yulca Editorial – Ediciones La Llamarada, Buenos Aires, agosto de 2015. ISBN 978-987-33-8416-5.

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Trelew. El nervio de nuestra mejor fuerza.

Pinceladas de una época

“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.”

Karl Marx, 18 de Brumario de Luis Bonaparte

Cuando muchos de los compañeros que hoy estamos militando nacimos, en nuestro país y en gran parte del cono sur, se extendía la noche y niebla de las dictaduras. Los dueños de todo hacían grandes negocios, mientras los cuadros revolucionarios y políticos de nuestra clase y nuestro pueblo eran sometidos al secuestro, la tortura, el exterminio, la desaparición. Somos la generación de los hijos robados en las mazmorras del infierno tecnocrático de la “Reorganización Nacional”.

Contra el fervor rebelde que se había extendido desde los años sesenta, el sistema se abocaba a “re-jerarquizar” la sociedad, reimponiendo, tortura mediante, la obediencia al orden vigente. La ocupación militar de las grandes fábricas, el secuestro e incluso ejecución de trabajadores dentro del lugar de trabajo y a la vista de sus compañeros, la ostensible participación de las empresas de conjunto con las fuerzas represivas y con la burocracia sindical en la aniquilación de las organizaciones combativas de base, la prohibición de la huelga, fueron medidas que se desplegaron a gran escala desde la misma instauración de la Junta Militar. La intervención y ocupación de escuelas y universidades, el secuestro de dirigentes estudiantiles y de docentes, el cierre de carreras y casas de estudio, la prohibición de bibliografía, autores, temas y palabras, cortaron un intenso desarrollo del pensamiento crítico vinculado a la práctica transformadora. La presencia omnipresente de una violencia de Estado pero clandestina, el ejercicio sistemático de una fuerza extrema por su modalidad y por su alcance, buscaron desarticular cualquier posibilidad de expresión política de organización popular. Y en gran medida lo consiguieron.

Nos desarmaron organizativa, estratégica, política, cultural, ideológica y moralmente. Ideas, experiencias, conceptos, criterios que eran un punto de partida para las generaciones que nos antecedieron en la lucha, fueron desaparecidas junto a tantos hombres y mujeres que les daban vida al ponerlas en práctica. Nos arrancaron una generación y consiguieron quebrar la transmisión generacional de la historia de lucha. (El martilleo de los dedos de Rodolfo Walsh sobre la máquina de escribir nos explica desde antes de que ocurra lo ocurrido: «Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas.») No sólo a los bebés secuestrados y robados les arrebataron la identidad; cuando muchos de los que hoy militamos empezamos a hacer nuestra historia tuvimos que ir a la búsqueda de conocer quiénes somos, indagar cuál es nuestro origen y definir qué queremos.

La alteración de la correlación de fuerzas a favor del capital no constituyó un hecho coyuntural o episódico. El carácter de la etapa se invirtió. La revolución fue aplastada por una oleada contrarrevolucionaria que se impuso en nuestro país, en toda Nuestra América, en el Tercer Mundo y en todo el planeta. En los 70 las dictaduras genocidas cubrían el cono sur. En los 80 de la mano del sandinismo la revolución cobró nuevos bríos en Centroamérica, pero el bloque del imperialismo yanqui, las oligarquías locales y el paramilitarismo, consiguió doblegarla a través de un verdadero baño de sangre. (Mao decía que la guerrilla debía moverse como el pez en el agua. La contrainsurgencia postuló el hostigamiento a la población como medio de quitarle el agua al pez. Y nosotros sabemos, por vivirlo, que un río sin peces está tan muerto como un pez fuera del agua).

A otra escala, pero en el mismo sentido, la represión y el ataque a derechos conquistados por los trabajadores se abría paso también en el llamado Primer Mundo. Y, como estocada final, las reformas de mercado en la URSS, y todo el campo asociado a ella, y en China marcaron el desmoronamiento de esas experiencias de superación del orden capitalista. Múltiples procesos confluyeron en ese resultado. El proceso de degradación fue impulsado por la burocratización, por el abandono de un internacionalismo decidido y sistemático, por la esterilización del marxismo al transformarlo en dogma, por el uso y abuso de las “melladas armas que nos legara el capitalismo” para construir un socialismo dejando en segundo plano la estratégica construcción de la subjetividad capaz de el socialismo. Y sin negar estos errores y desviaciones internas, también existió la operación constante en todos los terrenos del imperialismo, de la Iglesia católica encabezada por Juan Pablo II, de las grandes empresas y sus fundaciones y de tantas usinas ideológicas del sistema vinculadas no sólo al capitalismo en general sino directamente a la CIA.

En la nueva situación, no pocos intelectuales antiguamente de izquierda se convirtieron en defensores rabiosos del sistema. Junto a otros, de prosapia derechista, tradujeron el neoliberalismo al plano de las ideas. Sancionaron el fin de la historia, de la clase obrera, de la lucha de clases, de la patria, del imperialismo, de la identidad. Hicieron culto del fragmento, de lo micro, de lo parcial, atribuyendo una esencia totalitaria a cualquier proyecto que pretendiera incluir esas particularidades en un todo superior. Retomando los principios elementales del liberalismo, el individuo como mónada se convirtió en baluarte y fundamento de todo. Los proyectos colectivos asentados en el principio de que uno se completa y se vuelve más plenamente humano con otros, fueron reinterpretados como un atentado a la “libre” individualidad. En definitiva, se (re)construyó una noción de libertad equivalente al aislamiento. El socialismo y la revolución fueron apresuradamente sentenciados a muerte. Sin horizonte de otro mundo posible, el despotismo del mercado y la prepotencia del imperialismo se desplegaron como nunca antes en la historia.

Por supuesto que aun en las condiciones más difíciles, siguió habiendo lucha y resistencia. Hubo quienes sostuvieron la llama de la rebeldía durante la noche de la dictadura. Hubo quienes mantuvieron contra viento y marea la premisa de que la organización es la fuerza de los explotados. Una vez que el dominio burgués pudo volver a sus cauces “normales” de la constitucionalidad y el parlamentarismo, también hubo grandes peleas. Y la nefasta década infame menemista, cuenta con no pocos ejemplos de heroísmo de masas, resistiendo a la ofensiva neoliberal. Hubo resistencia porque la lucha de clases existirá mientras el capitalismo exista. Las puebladas, los piquetes, los cortes de ruta mostraban que perdido todo por lo menos quedaba la lucha colectiva no sólo como última trinchera para subsistir, sino como bastión para defender el derecho a la lucha por la dignidad humana. En esas circunstancias empezó la militancia de muchos de nosotros.

El 2001 fue nuestro primer desquite con la historia. Pero no teníamos un proyecto, ni una organización, ni el suficiente trabajo de politización e inserción de masas. No faltamos a la cita de esa historia hasta entonces tan plagada de derrotas. Perdimos compañeros asesinados. Sin embargo, como no teníamos una estrategia de poder, parafraseando a Lenin, el levantamiento nos enseñó como toda gran irrupción de las masas, pero no pudimos nosotros enseñarle nada sustancial al proceso. La burguesía supo reconstruir su hegemonía con una variante más inteligente y compleja de dominio. (Rompiendo el silencio del puñal asesino, Bernardo de Monteagudo nos dirige estas palabras tan precisas como hace dos siglos: “Sin la historia, que es la escuela común del género humano, los hombres desnudos de experiencia, y usando sólo de las adquisiciones de la edad en que viven, andarían inciertos de errores en errores.”)

Pero la vida es más fuerte que la muerte. Empezando desde muy atrás en esta lucha secular entre opresores y oprimidos, aprendiendo dolorosamente, teniendo que conquistar con esfuerzos denodados lo que para otras generaciones fue un punto de partida, de a poco, comenzamos el rearme. Si cada generación tiene el deber de luchar en las condiciones que le tocan, esta es nuestra época y nuestro tiempo; y las dificultades no pueden ser excusas para no hacer un aporte a esta causa que ya lleva cinco mil años. (A lo lejos, Domingo French nos increpa y nos anima: “Este mundo es nuestro mundo; este país, nuestro país; esta sociedad, nuestra sociedad: ¿quién tomará la palabra si no la tomamos nosotros? ¿Quién pasará a la acción si no somos nosotros?”).

Con tropiezos, a un ritmo a veces desesperadamente lento, vamos haciéndonos cargo de nuestra responsabilidad. No es fácil emprender el camino cuando la revolución no está presente como tarea hoy. No obstante, como marxistas, como leninistas, como guevaristas que aspiramos a ser, esa realidad adversa, esas circunstancias heredadas no nos eximen de hacernos cargo de lo que nos toca. (En pleno auge del fascismo, Walter Benjamin preguntaba quizás hablando de nosotros: “¿Acaso en las voces a las que prestamos oído no resuena el eco de otras voces que dejaron de sonar?”). En la insatisfacción ante la mediocridad, en la certeza de que la revolución hoy es tan necesaria como ayer o quizás más, en que el orden que hoy se nos presenta inmutable puede ser transformado por la acción organizada, colectiva y consciente, en ese deseo de construir una patria socialista, hermanada con todos los pueblos de Nuestra América y del mundo, en esa bastión de dignidad que nos da saber y sentir que la felicidad es de todos o no es de nadie, nos reencontramos con los revolucionarios de Trelew. Con ellos y a través de ellos, reabrimos el diálogo con tantos otros oprimidos de la historia que nos antecedieron en la lucha y también con nuestros contemporáneos. El diálogo empieza hace muchos años, cuando varios de nosotros éramos aún más jóvenes que los jóvenes de Trelew. Pero ahora que hemos conquistado nuestro derecho a empezar, las voces no tienen la solemnidad de la admiración a la distancia. No… ahora nuestro intercambio con los compañeros experimentados de Trelew, supera la distancia de la muerte y del silencio. (Detrás del perenne humo del cigarrillo, Eduardo Galeano nos acerca un mate también humeante: «Nacerán y volverán a morir, y otra vez volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer, porque la muerte es mentira.») Hablamos con ellos y al hacerlo hablamos también con muchos otros, de antes y de ahora. Nos preguntan por nuestro análisis de situación, sobre la caracterización de las fuerzas, sobre las formas actuales del capitalismo y sobre la dinámica imperial. Nosotros preguntamos sobre cómo fue que siendo tan jóvenes tuvieron tanta claridad y tanta firmeza, sobre el desafío de la unidad, sobre la relación entre masas y vanguardia, en definitiva, sobre el arte de la revolución. A veces con agrado, a veces con indignación y con rabia, también tenemos que contestar a las infamias que lanzan otros que se quedan por fuera de esta ronda de mate en la que la vida se hace palabra, la palabra se hace historia y la historia se hace arma.

 

Pinceladas de otra época

“Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres”

Proverbio árabe

En la madrugada del 22 de agosto de 1972, cuando la patrulla al mando del capitán Luis Emilio Sosa y del teniente Guillermo Roberto Bravo fusiló a los 19 presos políticos que desde el 15 de agosto mantenían encerrados en la base Almirante Zar, sólo Ana María Villarreal tenía más de 30 años.  Rubén Pedro Bonet tenía exactamente 30, María Antonia Berger los cumpliría a los pocos días sobreviviendo al ametrallamiento y Mario Emilio Delfino no llegaría al 17 de octubre de ese mismo año en que los habría cumplido. Ricardo René Haidar, otro de los sobrevivientes, y Carlos Heriberto Astudillo tenían 28 años; Jorge Alejandro Ulla y Alfredo Elías Kohon, 27; Humberto Segundo Suárez y Humberto Adrián Toschi, 25. Alberto Miguel Camps tenía 24 años cuando Guillermo Roberto Bravo, buscando ultimar a quienes habían sobrevivido a las sucesivas ráfagas de ametralladora, le dio un disparo en el estómago del que milagrosamente sobrevivió. Eduardo Adolfo Capello y Mariano Pujadas tenían su misma edad. Clarisa Lea Place, María Angélica Sabelli y Alberto Carlos Del Rey tenían 23. Susana Lesgart tenía 22. Y Miguel Ángel Polti y José Ricardo Mena solo 21 años. Jóvenes. Eran jóvenes los compañeros de Trelew.

Jóvenes, sí, pero no esa versión de joven degradada de la sociedad de consumo. La edad no era un salvoconducto para no tomar posición. Con alegría, su pasión por la vida era en serio, y asumieron todas las consecuencias de la decisión de cambiar la historia. Perteneciendo a una generación, expresando lo mejor de la juventud, eran trabajadores, docentes, obreros, e incluso algunos eran padres o madres.

Estos jóvenes no eran sólo militantes, eran cuadros revolucionarios. Luego del grupo de los seis máximos dirigentes que consiguen volar a Chile y más tarde a Cuba (Mario Roberto Santucho, Domingo Menna, Enrique Gorriarán Merlo del ERP, Marcos Osatinsky y Roberto Quieto de las FAR y Fernando Vaca Narvaja de Montoneros), venían los 19 fusilados. Casi todos ellos habían sido fundadores de los primeros núcleos que sólo más tarde se convertirían en las tres organizaciones político – militares más formidables de la historia argentina. Habían participado de la acción con la que se dieron a conocer públicamente esas organizaciones. Susana Lesgart había participado de la toma  de La Calera. Alberto Miguel Camps, de los incendios en los supermercados Minimax en  repudio a la visita de Nelson Rockefeller (dueño de la cadena) y de la toma de Garín. Jorge Alejandro Ulla, Clarisa Lea Place y Carlos Alberto Del Rey habían sido parte de los 35 delegados al V Congreso del PRT en el que se fundó el Ejército Revolucionario del Pueblo. Habían estado presos, habían sido torturados, golpeados, incomunicados. Habían participado al frente de varias acciones. Habían participado en fugas como aquella famosa de la cárcel de mujeres del Buen Pastor, de la que habían escapado entre muchas otras Clarisa Lea Place y Ana María Villarreal de Santucho.

Por supuesto, la formación de un cuadro revolucionario como la del hombre nuevo es siempre incompleta, siempre puede profundizarse. Pero sin duda, los compañeros y compañeras de Trelew constituían lo más avanzado de esa vanguardia. Como siempre, la capacidad, la tenacidad, la voluntad, la decisión, el deseo tienen una dimensión singular. Bajo las mismas circunstancias algunos hombres y mujeres se destacan y otros se mantienen en la conformidad de la vida cotidiana. Pero las circunstancias heredadas y la etapa en que se actúa tienen un papel para nada despreciable.

Cuando Ana María Villarreal, la compañera asesinada en la base Almirante Zar de mayor edad, nació, la clase obrera argentina enfrentaba la represión y la miseria de la década infame. A pesar de la ofensiva oligárquica, crecían las células comunistas en las grandes fábricas. Más allá de Nuestra América, a las pocas semanas de su nacimiento en Salta, el Ejército Rojo de Mao Tse Tung llegaba al “soviet de Shaanxi” poniendo fin a la Larga Marcha de 12.500 km que a lo largo de 370 días había atravesado once provincias. Meses más tarde, en España triunfaba el Frente Popular, el fascismo daba el golpe y el pueblo español enfrentaba la contrarrevolución expropiando tierras, controlando fábricas, quemando Iglesias y creando sus órganos de gobierno.

Cuando Rubén Pedro Bonet, María Antonia Berger y Mario Emilio Delfino, todos ellos nacidos en 1942, comenzaban la escuela primaria, el peronismo se encontraba en pleno auge: distribución del ingreso, reconocimiento de derechos de los trabajadores, nacionalizaciones de áreas estratégicas para el desarrollo de la industria y, junto a ello, integración de gran parte del movimiento al estado burgués con la consecuente pérdida de la independencia política de clase. Estarían ellos tres iniciando la escuela secundaria cuando las fuerzas armadas- ya entrenadas en la guerra contrainsurgente por los franceses- bombardeaban a la población civil en Plaza de Mayo, cuando Perón reclamaba “cinco por uno”, pero a las pocas semanas se negaba a distribuir armas entre los obreros dispuestos a enfrentar el golpe de 1955 que desataría sin demora su furia antiobrera.

Seguramente, Ricardo René Haidar apenas caminaba, Jorge Alejandro Ulla y Carlos Heriberto Astudillo quizás gateaban y es probable que Alfredo Elías Kohon estuviera haciendo sus primeros ensayos para mantener la cabeza erguida, cuando los partisanos y el pueblo antifascista italiano ejecutaron a Benito Mussolini y se desquitaron con sus restos, o cuando el Ejército Rojo entró en Berlín y marcó el fin del nazismo al clavar la bandera roja en el Reichstag en 1945.  Estaban entre los 13 y 14 años cuando en 1958 los estudiantes protagonizaron la histórica lucha por la educación laica, en contra de la batalla de la educación “libre” (léase, privada y a cargo de la Iglesia) lanzada por Arturo Frondizi. El mismo Frondizi que privatizó y cerró ferrocarriles, eliminó 400 mil puestos estatales, firmó 14 contratos de entrega del petróleo, invitó a 200 empresas extranjeras a instalarse en iguales condiciones con el capital nacional, reprimió con tanques la lucha de los obreros del Frigorífico Lisandro de la Torre e instauró el Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado).

Humberto Segundo Suárez y Humberto Adrián Toschi, nacieron en 1947. Alberto Miguel Camps, Eduardo Adolfo Capello, Mariano Pujadas y Clarisa Lea Place en 1948. María Angélica Sabelli, Alberto Carlos Del Rey y Susana Lesgart en 1949. ¿Qué habrán sabido a sus doce o diez años del triunfo de la revolución en Cuba? ¿Habría quizás alguno escuchado la legendaria entrevista que Jorge Ricardo Masetti les hizo a Fidel y al Che poco antes del triunfo? José Ricardo Mena y Miguel Ángel Polti, ambos de 1951, ¿habrían tenido en ese enero luminoso de 1959 noticias de ese suceso que cambió la historia y que cambiaría sus propias vidas?

Entre los procesos que marcaron las biografías de los compañeros de Trelew, sin duda, se encuentra la Revolución Cubana. La experiencia de Cuba demostró que el socialismo podía (y debía) ser algo diferente del calco y la copia de los procesos de la URSS, Europa del Este y de China. Las organizaciones que fundaron con otros compañeros los fusilados de Trelew fueron críticas del “socialismo real” pero no desde el liberalismo burgués, sino desde la decisión de construir un socialismo más pleno. El rol del sujeto y de la conciencia aparecía como dimensión estratégica y no como mero accesorio para que tal superación del orden social capitalista tuviera lugar. (La respuesta del Che al periodista en Argel fue la respuesta finalmente encontrada al problema de la transición: «El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria pero al mismo tiempo luchamos contra la alienación.»)

La Revolución Cubana también demostró que había un camino de solución a la larga experiencia de derrotas de proyectos antiimperialistas y de liberación nacional de nuestro continente. Para que el proceso de cambio fuera de verdad a la raíz, a cada ataque del imperialismo había que responder radicalizando la revolución, dando mayor protagonismo al pueblo. (Grita Fidel desde el Parque Céspedes de Santiago de Cuba “…no vayan a tratar a última hora a venir a resolver esto con un ‘golpecito militar’, porque si hay golpe militar de espaldas al pueblo, la Revolución seguirá adelante, que esta vez no se frustrará la Revolución… Ni ladrones, ni traidores, ni intervencionistas.  Esta vez sí que es la Revolución.”). El pueblo en armas, las nacionalizaciones, la reforma agraria. En 1961, recién casados, Ana María Villarreal y Mario Roberto Santucho estuvieron en Cuba en el momento exacto en que, tras derrotar la invasión mercenaria de Bahía de los Cochinos, Fidel Castro pronunciaba ante un pueblo combatiente de millones de hombres y mujeres, la Segunda Declaración de La Habana y proclamaba el carácter socialista de la revolución.

Cuba era el faro, pero no era isla en el mar del capitalismo. Las luchas anticoloniales incendiaban el Tercer Mundo y enfrentaban la barbarie cometida en nombre de la “civilización o la democracia”, palabras  con que los imperialistas justificaban (y justifican) la masacre, la explotación, el saqueo. La lucha por la liberación nacional y la lucha por el socialismo eran parte de un mismo proyecto revolucionario. Con un enorme costo de vidas y de sangre, los pueblos demostraban que el imperialismo no era invencible. Así había ocurrido en Girón. Así había ocurrido en Marquetalia. Así había ocurrido en Argel. Así estaba ocurriendo en Vietnam. (Sonriendo, enfrentando al imperio más genocida de la historia, con la serenidad que da defender una causa justa, Ho Chi Minh cuenta: “Paso a paso, combinando el estudio con la práctica, llegué a la conclusión de que sólo el socialismo y el comunismo pueden liberar de la esclavitud a las naciones oprimidas y a los trabajadores del mundo.”)

Los compañeros de Trelew tenían una activa participación política cuando el golpe de 1966 anuló todos los canales de la democracia representativa burguesa, ya previamente limitados por la proscripción al peronismo, el estado de sitio, la ilegalización del comunismo. Sobrevino la represión a cualquier movilización incluso por reivindicaciones elementales, el congelamiento de salarios, la “racionalización” económica que implicaba la destrucción de miles de puestos de trabajo. Brutal fue la ofensiva en la producción azucarera del norte. Humberto Segundo Suárez y José Ricardo Mena eran obreros azucareros, vivieron en primera persona el proceso. La intervención militar con botas y bastones largos, y la entrega de la educación a la reacción del Opus Dei, mostraron cuál era el proyecto de la oligarquía local y el imperialismo para las universidades y el conjunto del sistema educativo. A lo largo de ese “desensillar hasta que aclare”, las contradicciones dentro del movimiento peronista se agudizaron: la política participacionista de la burocracia sindical, los sindicatos sin honra, la persecución combinada de burocracia y patronal contra los obreros combativos, por un lado; por otro, la radicalización política y la convicción de que la liberación nacional iba a ser resultado de la lucha consecuente de los trabajadores y el pueblo empleando todas las formas de lucha.

El asesinato de Ernesto Guevara en Bolivia fue otro punto de inflexión.  Muchos, en Argentina, en América Latina, en el mundo, se apropiaron con sus ideas y sus actos, con sus mentes y corazones, del legado, de la bandera y del fusil. (Con puntería certera, el Che dispara: “el deber de todo revolucionario, es hacer la revolución”. “Crear uno, dos, tres Vietnam”. “No confiar en el imperialismo… ni un tantico así”).

En esos años de auge del Onganiato en los que la actividad de masas se redujo, muchos núcleos revolucionarios se van constituyendo. A la luz de la experiencia se veía con claridad que la lucha de clases, si ha de implicar la lucha por el poder y no sólo por reformas, por salarios o por un escaño, implicaba para las organizaciones revolucionarias encarar la lucha armada. El análisis de que se estaba entrando en una nueva etapa de la lucha de clases que abría la posibilidad de disputar el poder y de construir una patria socialista se vio corroborado por el Cordobazo, la primera batalla ganada contra la dictadura. No sólo marcó el comienzo del fin de esa dictadura del partido militar y los monopolios, sino el inicio de una nueva etapa de los enfrentamientos en nuestro país.

Exponentes de una etapa, los compañeros de Trelew fueron sobre todo forjadores y hacedores de la revolución. (El revolucionario profesional, el militante público y clandestino que fue José de San Martín nos recuerda, una y otra vez: “Sin revolucionarios no hay revolución.”) No casualmente, en esa experiencia creativa e innovadora, hubo una reapropiación de la historia nacional. La síntesis de esa actualización del pasado, está en la consigna todavía incumplida “por la segunda y definitiva independencia”. Las clases dominantes criollas habían logrado que la Revolución de Mayo mudara de tiranos sin poner fin a la tiranía. Los dueños de la tierra y del trabajo ajeno lograron conservar el poder. (Con voz templada y mirada franca, desde el aeropuerto de la fuga que no pudo ser, Rubén Pedro Bonet explica: “Somos los continuadores también del general San Martín, porque estamos en la segunda independencia en este momento (…) por la liberación del imperialismo yanqui y por la construcción de la patria socialista”).  Y una vez que habían logrado crear un estado a su imagen y semejanza se habían sucedido las atrocidades en contra de los trabajadores. (Continúa el Indio Bonet: “Aquí, ya que estamos en la Patagonia, concebimos esta acción y esta lucha como la continuación de la lucha que libraron todos los obreros rurales y los obreros industriales en el año 21 y que fueron asesinados por el ejército, por la represión.”)

 

Y efectivamente tanto como el hilo histórico con las generaciones anteriores, ese sentir en lo más hondo las múltiples injusticias que se cometían contra tantos en tantos lugares contribuyó a la formación en los cuadros revolucionarios de esa conciencia de que la humanidad de cada uno se jugaba en la suerte de esas luchas. (Guevara sabe que si los militantes no encarnan los valores por los que luchan, la revolución no será. Hablando desde la Cuba revolucionaria, pero también describiendo a los fusilados, nos alerta “Es decir: se plantea a todo joven comunista ser esencialmente humano, ser tan humano que se acerque a lo mejor de lo humano, purificar lo mejor del hombre por medio del  trabajo, del estudio, del ejercicio de la solidaridad continuada con el pueblo y con todos los pueblos del mundo, desarrollar al máximo la sensibilidad hasta sentirse angustiado cuando se asesina a un hombre en cualquier rincón del mundo y para sentirse entusiasmado cuando en algún rincón del mundo se alza una nueva bandera de libertad.”)

 

Trelew, la unidad y el retorno de Perón

“Estamos juntos en esto y vamos a luchar juntos por la liberación de nuestro pueblo. Hoy nos separan algunas diferencias políticas, pero estamos seguros que al calor de la lucha estas diferencias van a ser superadas.»

Mariano Pujadas

«En este momento consideramos que es la oportunidad de manifestar que debemos tratar de acabar con estas siglas que nos distinguen hoy. En ese sentido la discusión la haremos frente a las masas. Nuestra voluntad es en este momento la unidad de las organizaciones armadas»

Rubén Pedro Bonet

Para la generación de Trelew, y gracias a la acción consciente y organizada de la generación de Trelew, la lucha por el poder estuvo planteada como nunca antes en nuestro país y como pocas veces en otras partes del mundo. La revolución, ese inmenso y esquivo proceso de humanización del hombre, dejó de ser una mera idea, un anhelo, un punto del programa que se firma, se declara, y pasó a ser el problema acuciante y actual de la práctica. Tomar el poder y no un sillón o un cargo en un estado que se mantiene cimentado sobre sus pilares de injusticia y oprobio. Tomar el poder como meta en un camino que iba mucho más allá de esa toma del poder; un gobierno revolucionario de los trabajadores y para las mayorías no como un fin en sí mismo, sino como forma de conquistar el derecho a empezar la larga marcha hacia una sociedad liberada de la explotación y la opresión.

Efectivamente, en los tempranos setenta, por primera vez en la historia argentina, los trabajadores y el pueblo pusieron a la burguesía y al imperialismo contra las cuerdas. Esa fortaleza dio lugar, pero también es explicada por la constitución de esa verdadera vanguardia revolucionaria de la que fueron parte los compañeros de Trelew. Desde diversas organizaciones e incluso identidades ideológicas, esa vanguardia supo ponerse al frente de la lucha de masas en todos los niveles, incluido el político – militar.

Las tres organizaciones representadas por los revolucionarios fusilados en Trelew compartían el objetivo de la revolución socialista. Asumían teórica y prácticamente que ninguna clase dominante de la historia se suicida y que, por mayor que sea una crisis económica y social, sin la acción consciente no habrá superación del capitalismo. Se identificaban con los pueblos en lucha del resto del mundo. (Mario Roberto Santucho, que sabe del asesinato de sus compañeros, de la ejecución de su compañera, responde en el Chile de Salvador Allende y Miguel Enríquez: “Sin embargo, eso no sería posible si no partiéramos de un presupuesto mínimo fundamental, que es nuestra calidad de combatientes y nuestra concepción de revolucionarios. Si no hubiéramos profundizado nuestros objetivos comunes, como son lograr el socialismo, elaborar una estrategia de guerra revolucionaria, formar una vanguardia y caracterizar a nuestros enemigos…”)

Sin embargo, había diferencias respecto de la valoración del peronismo y en particular al rol que jugaría en la lucha de clases un eventual retorno de Perón, retorno por el que una parte muy importante del pueblo venía luchando desde hacía años. (Santucho, cuyo tono suave de decir contrasta con la firmeza de su mirada, explica: “Diferencias políticas e ideológicas que son importantes y que radican en las distintas concepciones y caracterización del peronismo y del papel de Perón.”) Esto significa que había divergencias, pero éstas podían ser superadas al calor de la lucha.

Esta es otra de las grandes lecciones de Trelew: el modo de encarar esa tarea, tan políticamente correcta pero tan poco practicada, que es la unidad de los revolucionarios. Cuando se habla seriamente de la unidad se observa con meridiana claridad que la misma no se resuelve por decreto. Implica que se dé un debate ideológico y político a fondo. Hablamos de diferencias políticas y no de las actuales y mezquinas rencillas de cartel (más dignas de vedettes que de revolucionarios que luchan por el socialismo). Parte del debate entre los compañeros de las diversas organizaciones ha llegado a nuestros días. Y la franqueza del debate no desdibuja en ningún momento que esas diferencias son diferencias en el seno del pueblo, no asimilables al antagonismo que se mantiene con el enemigo de clase.

La confrontación con el enemigo volvía más urgente y más sentida la necesidad de la unidad, al tiempo que la práctica conjunta iba permitiendo identificar y calibrar mejor el tenor de las mismas. La unidad era y debía ser en la lucha y para la lucha. Unidad para vencer. Los compañeros de Trelew señalaron que el debate debía ser ante las masas. Ese debate de cara a las masas, entre compañeros con diferentes perspectivas políticas pero un mismo compromiso con la causa de los oprimidos, permitiría una creciente politización del pueblo.

Pero hay que reconocer que en el devenir del proceso, la unidad entre distintas tendencias que estaba germinando en Trelew no floreció. Y este es un punto que requiere de toda nuestra atención y capacidad para comprender las causas y consecuencias de ello. Fracasado el Gran Acuerdo Nacional de Lanusse, el proceso de “normalización” institucional, el levantamiento de la proscripción y finalmente el retorno de Perón aceleraron la unidad entre las organizaciones del peronismo revolucionario, al mismo tiempo que constituyeron un obstáculo para que el proceso de unidad con la izquierda marxista continuara. (Desde Santiago de Chile, a horas de partir a La Habana, Fernando Vaca Narvaja señala: “Creemos que la unión entre las organizaciones armadas peronistas es más inmediata. Es más fácil recorrer con ellas un camino más corto porque nuestras diferencias son pequeñas, son menores; en cambio, nuestras diferencias con los compañeros del ERP son de mayor importancia política, pero creemos que en estos momentos ignorar estas diferencias, ignorar darse una política de conjunto con los compañeros del ERP para solucionar estas contradicciones es un error político, un tremendo error político.”)

Excede las posibilidades y el tema de este aporte analizar el desarrollo del peronismo, pero entendemos que bajo las condiciones de agudización de la lucha de clases, de crisis por contestación de la hegemonía burguesa sobre el conjunto de la sociedad, y de tendencia hacia mayores grados de unidad, el retorno de Perón jugó un rol de freno al proceso de confluencia entre las organizaciones revolucionarias marxistas y peronistas. No pudo frenar el auge de masas, tampoco consiguió que las organizaciones armadas perdieran entre las masas, pero es cierto que la unidad entre corrientes diversas que se veía cercana y posible en 1972 se alejó cuando el retorno de Perón ocurrió. Por supuesto, y esto debería ser claro, ese rol no es atribuible a los miles de hombres y mujeres peronistas que pusieron su vida en la lucha por la Patria Socialista y que entendían que el retorno de Perón ayudaba al avance de ese proceso. Es cierto que quizás el camino hacia la unidad se haya retomado ya en 1976, poco antes de la caída de Santucho y de la dirección del PRT – ERP, aunque sin que llegara a efectivizarse y claramente, demasiado tarde.

La pertenencia a una misma corriente o tradición política puede facilitar el terreno de la unidad ya que hay núcleos y puntos de partida que son comunes. Sin embargo, verdadera en general, esta afirmación se revela falsa en más de un caso concreto. Baste señalar que había (y hay) una izquierda pretendidamente marxista en la época de Trelew pero la posibilidad de confluencia con el PRT resultaba mucho más lejana que la que podía encarase con el peronismo revolucionario (y enfatizamos “revolucionario” para evitar confusiones graves a la hora de pensar la práctica hoy). Aunque sin duda lo más elocuente sea la cacería humana que el peronismo de la “Patria sindical y peronista” emprendió contra la izquierda revolucionaria desde Ezeiza en adelante. Recordemos que el primer asesinado por la fascista Triple A fue el abogado de presos políticos y militante peronista revolucionario Rodolfo Ortega Peña.

No creemos que las conclusiones de manual, esas que tanto placen a los dogmáticos con poca intervención real, nos ayuden a aprender de los errores. Quizás, como en tantos otros temas, la experiencia continental provea de ejemplos concretos de cómo se pueden alcanzar diversos grados de síntesis que, sin negar las diversas corrientes político – ideológicas, permitan una coordinación estable en pos del objetivo común. (Con el soplo tajante y vivificador de la estepa, Lenin esclarece: “Todo es irreal menos la revolución”).

 

El tabú de la violencia revolucionaria

 Nuestra  violencia es  la  respuesta  a esa  violencia,  es  la  respuesta  a  la  violencia  del  capitalismo

Rubén Pedro Bonet

Borrado el objetivo de la patria socialista por la coerción extrema y brutal, desarmada mediante el terror y el exterminio la fuerza revolucionaria, las clases dominantes restablecieron las formas constitucionales de ejercicio de su dominio. La derrota de los militares en la Guerra de Malvinas y el abandono y persecución que habían cometido contra los conscriptos enviados a pelear contra uno de los ejércitos más poderosos del mundo, las movilizaciones de denuncia de las violaciones de los derechos humanos de Madres de Plaza de Mayo, la reorganización del movimiento obrero, impidieron que el recambio fuera con amnistía para los genocidas. El juicio a las juntas y la investigación sobre lo sucedido fueron algo inédito respecto de lo ocurrido en otros países, y contribuyó a erosionar el consenso que las vertientes más recalcitrantes del aparato de terror podían conseguir en sectores más amplios de la sociedad.

Dado que las posibilidades reales en la situación eran la impunidad total o el juicio realizado por un gobierno distinto pero de un mismo estado, claramente la segunda opción era superadora pero limitada por ese carácter de clase conservado. El juicio y la investigación de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) al mismo tiempo que demostraron los crímenes de estado, fundamentaban la Teoría de los Dos Demonios. La condena a “cualquier violencia, venga de donde venga”, la tesis de que en definitiva fue la acción de los grupos político – militares lo que provocó la reacción (repudiable por ilegal, o por desmedida, no por el proyecto que encarnaba) del aparato estatal. Para la mayoría del pueblo, frente a la atrocidad del genocidio, la democracia dejó de ser lo que es, democracia burguesa, y se convirtió en un valor absoluto.

Esa visión de que los grupos armados revolucionarios eran algo externo y ajeno a “la sociedad” (versión socialdemócrata) o de las “luchas sociales” (versión trotskista) persiste hasta el día de hoy. Y a pesar de lo que digan sus exponentes, se mantienen en los marcos de la Teoría de los Dos Demonios. No sería correcto hacer la crítica al reformismo democrático o progresista que por su misma concepción del mundo entiende que las injusticias, la miseria y la violencia son errores que pueden evitarse bajo un funcionamiento “normal” de las instituciones.

El problema del stalinismo de entonces y del trotskismo de ayer y hoy es que se ubica dentro del marxismo. En nombre de la revolución, desde la comodidad de una legalidad siempre respetada y desde un espíritu siempre “puro”, no han dudado en denunciar a los combatientes en plena represión paraestatal o estatal. (En otra provincia de Nuestra América, discutiendo con las mismas tesis que esconden su traición detrás de un dogma, Roque Dalton aclara: “debemos recordar/que Lenin no traicionó a su hermano / ni lo denunció ante las masas como aventurerista y anarquista / ni lo dejó solo en la montaña enfrentando a todos los enemigos…”).

Peor aún, en el modo en que lo plantean, su perspectiva es “EL” marxismo. (Quien corrige el error no es Santucho, ni Osatinsky. No es Ho Chi Minh ni Fidel Castro. No es Camilo Torres ni Manuel Marulanda. No es Auguste Blanqui. Es Lenin quien señala esta infamia repetida con disfraz de ortodoxia: Un marxista se basa en la lucha de clases y no en la paz social. En ciertos períodos de crisis económicas y políticas agudas, la lucha de clases, al desenvolverse, se transforma en guerra civil abierta, es decir, en lucha armada entre dos partes del pueblo. En tales períodos, el marxista está obligado a tomar posición por la guerra civil. Toda condenación moral de ésta es completamente inadmisible desde el punto de vista del marxismo.”)

Las versiones locales del trotskismo -enamoradas de las instituciones burguesas con un lenguaje de barricada, mentoras de una estrategia que pretende que por las elecciones y por la lucha sindical se llegará a un gobierno de los trabajadores, que en forma espontánea las masas resolverán todas las tareas de preparación de la revolución cuando “llegue el momento”- sancionan con soltura que la causa de la derrota fue el “guerrillerismo”. (Asomado por la puerta de uno de los vagones del ferrocarril, el fundador del ejército rojo, con esa voz de acero que conmovía multitudes en armas expresa su punto de vista: “La idea fundamental de este libro es la siguiente: la historia no ha encontrado, hasta ahora, otros medios para hacer avanzar a la humanidad que oponiendo, siempre, a la violencia conservadora de las clases condenadas, la violencia de la clase progresista.”).

 

Las organizaciones armadas y el pueblo

 

… somos  el  pueblo  en  armas, somos  el  proletariado  en  armas.”

Rubén Pedro Bonet

Maquillando con jerga marxista la Teoría de los Dos Demonios, no pocas corrientes políticas afirman que las organizaciones armadas eran “pequeña burguesía radicalizada”, que “no tenían inserción en la clase obrera”, que no contaban con el respeto y el cariño del pueblo. Pero el viento de la historia de lucha que sopla desde el agosto de 1972 de la helada Patagonia, cubre la geografía del país, y desmorona la mentira. El origen de los compañeros asesinados, la biografía de los mismos, el trabajo político realizado con diversos sectores del pueblo desmienten ese cliché. Algunos eran estudiantes. Otros lo habían sido. Otros habían sido maestros, obreros azucareros, de la construcción, de la carne, de la metalurgia. Incluso alguno que provenía de familia acomodada… no eligió la comodidad para su vida. El trabajo de las tres organizaciones en cuanta instancia organizativa del pueblo existiera fue amplio, versátil y profundo. Pero, quizás este es el punto de divergencia real, asumieron como organizaciones y como militantes, que esas instancias creadas para la lucha contra las incontables injusticias del régimen no bastaban para arrancarle el poder a los dueños de todo.

El traslado de los presos políticos a Rawson tuvo por objetivo aislarlos de las grandes poblaciones que expresaban de una y mil formas su solidaridad con los presos. En Trelew, en el corazón de esa Patagonia en que los fusilamientos del 21 habían acallado la lucha de clases por medio siglo, el pueblo se organizó para acompañar a los presos. La solidaridad de clase se hizo carne en los habitantes de la ciudad. (Celia Negrín y Luis Montalto, habitantes de Trelew, cuentan: “Cuando conversábamos, el tema obligado era la vida combatiente que los presos habían elegido y las razones que daban para justificar su lucha. (…) A nosotros, que estábamos en otra cosa se nos abrieron puertas desconocidas. Así comenzamos a interesarnos por la política y a imaginar una Argentina diferente de la que teníamos”). Ante la feroz represión que inundaba las cárceles con presos políticos y que los confinaba en una cárcel lejana para separarlos del pueblo, los habitantes de Rawson y Trelew conformaron comités de solidaridad, se convirtieron en apoderados de los presos, los visitaban, les llevaban abrigo, cartas, provisiones, hospedaban a sus familias. Todos los jueves salían caravanas de Trelew hacia la cárcel de Rawson llevando a los familiares y a los apoderados del pueblo (que llegarían a ser más de 100) donde compartirían charlas y amistad con los presos. Leían cartas, debatían con ellos. (Gustavo Peralta, uno de los que viajaba los jueves a visitar a los presos de Rawson reflexiona: “De ellos aprendimos el lenguaje de la solidaridad. Nos sentíamos cada vez más próximos y hermanos. Les pedíamos prestada su voz para repetir a la gente de Rawson y Trelew lo que ellos nos decían. En la comunidad de los días jueves aprendí que el ejército popular hacía la guerra como un acto de amor y no de violencia”).

El día de la fuga, a pesar de que por razones obvias los miembros del comité de solidaridad no tenían conocimiento de que se produciría y desconociendo el toque de queda impuesto por los militares, varios integrantes salieron a patrullar las calles por si alguno de los presos andaba fugitivo y necesitaba ocultarse. La gente de Rawson permaneció en vela toda la noche.

El 11 de octubre de 1972, luego de los fusilamientos, la dictadura emprendió la represión contra el pueblo que había prestado su “colaboración” a la guerrilla. Un operativo militar allanó más de cien casas en Rawson, Trelew y Puerto Madryn y detuvo a dieciocho personas que fueron llevadas a la cárcel de Villa Devoto en Buenos Aires. Frente a la política estatal de instaurar el terror y la paralización, la respuesta fue un alzamiento popular. El mismo 11 de octubre a las 11.15 hs. de la mañana se convocó por radio a toda la comunidad a una asamblea. Obreros, maestras, desocupados, vecinos de los barrios de distintas identidades políticas se reunieron y proclamaron la huelga general y el estado de asamblea permanente. Durante casi una semana más de tres mil personas se mantuvieron en vela en la ciudad de Trelew, se congregaron y realizaron asambleas en el Teatro Español llamado entonces Casa del Pueblo y pintaron en su frente “Prohibido dormir”. Tal era la consigna de un pueblo que se negaba a cerrar los ojos ante la represión y el dolor. Muchos hombres y mujeres, algunos sin participación política previa, cobraron consciencia de que la única salida era luchar juntos. El pueblo todo se organizó, los vecinos salieron de sus casas y se congregaron en asambleas, organizaron colectas y reparto de comidas, pusieron en funcionamiento un sistema de abastecimientos voluntario organizado por el despensero del pueblo.  Escribieron e imprimieron volantes que fueron repartidos en las localidades vecinas.  La contundente huelga general – que fue desautorizada por la CGT oficial y oficiosa- tuvo un ausentismo que superó el 90%, y luego de cuatro días de masivas manifestaciones lograron finalmente la libertad de los presos. Entre los “Acuerdos ideológicos” elaborados durante la noche del 11 al 12 de octubre, el pueblo de Trelew afirmó “No negamos que existe la subversión, porque donde existe la violencia institucionalizada de quienes ostentan el título de gobernantes, existe también la violencia de los que valientemente levantan la bandera de la lucha por los derechos de la persona humana. Los primeros están ‘amparados por las leyes’, tienen la fuerza y son los servidores del imperialismo, y están viendo zozobrar sus privilegios. Nada les queda ya por hacer sino avasallar al pueblo con el pretexto de defender su seguridad. Están con el pueblo -dicen- pero al propio tiempo lo pisotean. En el país ya no les queda otro pedazo de suelo en el que puedan atropellar como lo han venido haciendo hasta ahora”[1].

No fue un caso atípico el del pueblo de Trelew. El mayor dirigente obrero revolucionario de nuestra historia, Agustín Tosco, preso en la cárcel de Rawson, no estaba equivocado al homenajear a los compañeros caídos. Así refería tiempo más tarde lo ocurrido dentro del penal el mismo 22 de agosto de 1972 (Entrevista a Agustín Tosco en Diario El Mundo, viernes 24 de agosto de 1973):

“A la noche se preparó un homenaje simultáneo en los seis pabellones ocupados por los presos políticos y sociales. Espontáneamente cada uno relataba aspectos de la vida, las convicciones, la personalidad de los caídos, hasta completarlos a todos. Posteriormente hablaron varios enjuiciando y condenando el alevoso crimen y fijando la responsabilidad en la Dictadura y el sistema. Luego a voz de cuello se gritó el nombre de cada uno y cada vez se respondía en forma vibrante y unánime: ¡Presente! ¡Hasta la victoria siempre!

“Se entonaron colectivamente las distintas marchas partidarias. Todo quedó en silencio. Los guardias ordenaron acostarse. Esa noche nadie durmió. El recuerdo de los mártires caídos, la imagen de cada uno, el heroico ejemplo de cada uno, llenaba la imaginación, hacía estremecer los sentimientos y daba una pauta más del duro y glorioso camino revolucionario que recorren la Clase Obrera y el Pueblo hasta su total y definitiva liberación.”

Pero no sólo el pueblo de Trelew o los presos de Rawson sintieron en sus cuerpos el dolor de la metralla asesina. El proceso de movilización en repudio a los fusilamientos se extendió por todo el país. La dictadura lo sabía y dispuso su fuerza para evitarlo. Los cuerpos de los guerrilleros asesinados fueron entregados a sus familias en cajones cerrados y soldados y se les prohibió abrirlos. Adrede, los enviaron a las localidades natales para evitar que el velorio y sepelio se convirtiera en un gran acto de repudio a la dictadura. Los represores prohibieron cualquier manifestación, pero la movilización popular acompañó a cada uno de los asesinados. En el local del Partido Justicialista de Av. La Plata cientos de hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños, de toda condición social, se reunieron consternados, llorando rabia y odio, a dar el último adiós a María Angélica Sabelli, Eduardo Capello y Ana María Villarreal. Un enorme operativo encabezado por el futuro coorganizador de la Triple A, el comisario Alberto Villar, reprimió con tanques, caballos, perros y gases. Pero las mil personas que se habían congregado defendieron el secuestro de los restos y en una nube de gases lacrimógenos llevaron en andas los cajones de los compañeros.

En Córdoba el velatorio iba a realizarse en la sede de la CGT. Sin embargo, Alcides López Aufranc clausuró el local. Mariano Pujadas, Susana Lesgart, Humberto Toschi y Miguel Ángel Polti fueron velados en sus casas. Aun así, también se repitieron las escenas de represión. En Rosario, los restos de Mario Emilio Delfino y Alberto Del Rey fueron velados juntos. Entre las numerosas personas que se acercaron, hubo una nutrida delegación de trabajadores del frigorífico Swift en el que había trabajado Delfino. Aquí también hubo represión. Lo mismo ocurrió en Tucumán en el velatorio de Clarisa Lea Place,  Humberto Segundo Suárez y José Ricardo Mena, el sepelio de Alberto Elías Kohon en Concordia, en el de Carlos Heriberto Astudillo en Santiago del Estero, en el de Rubén Pedro Bonet en Pergamino, en el de Jorge Alejandro Ulla en Santa Fe.

El pueblo lloraba en los asesinados a sus mejores hijos. Representaban la vanguardia de la lucha del pueblo al que pertenecían. Así lo cantaban miles de voces que gritaban “Ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos a los muertos de Trelew”. El enemigo comprendió que ese vínculo existía y que a medida que la lucha de clases se agudizaba se estrechaba y las filas de las organizaciones armadas se ensanchaban. La ingeniería del terror que aplicaría la detención clandestina y la desaparición era la respuesta encontrada por una clase genocida para quebrar esa relación entre el pueblo y su vanguardia.

 

El arte de la revolución

[La socialdemocracia] Se ha contentado con asignar a la clase trabajadora el papel de redentora de las generaciones futuras, cortando así el nervio de su mejor fuerza. En esta escuela, la clase desaprendió lo mismo el odio que la voluntad de sacrificio. Pues ambos se nutren de la imagen de los antepasado esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados.

Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia, tesis XII

La noche y la lluvia caen sobre la ciudad. Cuesta cerrar este diálogo que el terror obligó que fuera a la distancia. Muchos muertos del pueblo también salpican nuestra historia. En esta provincia de la Patria Grande que se llama Argentina, desde el 22 de agosto, los muertos se cuentan por miles y decenas de miles. Y el más elemental conteo de los combatientes, militantes, dirigentes, obreros, campesinos, empleados, docentes, intelectuales, artistas, estudiantes asesinados por las fuerzas asesinas del imperialismo y las clases dominantes locales no puede más que estremecer. Un saldo que no ha concluido porque hoy se sigue perpetrando. Esa es una enseñanza dolorosa e incontestable: ninguna clemencia, ningún respeto a un límite humano en el ejercicio de la violencia podemos esperar el enemigo. (El comandante Guevara asume esa realidad y concluye: “Un pueblo sin odio, no puede triunfar.”)

Volver a Trelew, como a tantas otras experiencias, constituye parte fundamental del rearme que nos ha tocado en suerte emprender como generación. (El revolucionario, el amigo del Che, el comandante Segundo del EGP, Jorge Ricardo Masetti recuerda: “Ningún revolucionario termina, sin prolongarse en su lucha y en su ejemplo. Su grito jamás se apaga, sin que encuentre el eco de mil gargantas jóvenes que lo renueven. Su sangre jamás se coagula, sin que la asimile la tierra por la cual la derramó. Esa es su única, íntima y reconfortante recompensa.”)

En la experiencia de Trelew como en tantas otras encontramos el nervio de nuestra mejor fuerza. Ese corte histórico con la experiencia más elevada de la lucha de clases en nuestro país, es algo que vamos a cobrarle a nuestros enemigos, a quienes crearon esas circunstancias que nos obligaron a empezar tan atrás.

Muchos temas quedan pendientes en este diálogo a varias voces y en diferentes tiempos. Queda un compromiso, con ellos y con los cientos de miles de compañeros y compañeras que a lo largo de la historia lucharon contra una realidad que niega a millones una vida que sea digna de llamarse humana. El compromiso es el camino que nos toca empezar a desandar. El verdadero homenaje a los fusilados de Trelew lo realizaremos cuando seamos capaces de reconstruir una opción revolucionaria, de masas, para nuestra clase y para todos los oprimidos de la historia. Y para eso, las palabras no alcanzan.

[1] Documento citado en Martínez, Tomás Eloy, La pasión según Trelew, Alfaguara 2009, p.217.

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