La pandemia del coronavirus (covid-19) genera un panorama de suma incertidumbre. Mientras la enfermedad se propaga, se empieza a desplegar una crisis económica mundial que puede opacar el “crack” de 1929. En esta coyuntura quedan a la vista la endeblez de la inmensa mayoría los sistemas sanitarios, regidos por el lucro; también, el valor social del trabajo con el que nuestra clase genera todas las riquezas. La lucha para que las y los trabajadorxs no seamos quienes paguemos los costos en esta encrucijada adquiere un valor de supervivencia. Tenemos que imponer una agenda propia para lograr, como reza la consigna, “trabajar menos, trabajar todos, producir lo necesario y redistribuirlo todo”.
Una pandemia que va más allá de lo sanitario
La veloz expansión del coronavirus en el mundo es acorde al grado de interconexión de las economías, a la enorme circulación de los bienes y las personas. La emergencia de los sistemas sanitarios regidos por la lógica de la ganancia capitalista lleva a que medidas primitivas, como el aislamiento físico simultáneo (hoy, de millones de seres humanos en todo el planeta), sean las que permitan ganar tiempo ante la difusión del virus que puede dejar un tendal incalculable de muertos, y más aún de nuevos pobres y desocupados. La perspectiva de rentabilidad que regula la economía y la vida en nuestro sistema hace que en potencias como EE.UU. haya cerca de 45 millones de personas, 1 de cada 6 habitantes aproximadamente, sin ningún tipo de cobertura médica, en un sistema sanitario altamente descentralizado y arancelado; o que Francia haya eliminado en los últimos 15 años unas 60.000 camas de su servicio de salud para mantener un nivel de ocupación casi pleno de las plazas que lo haga más “redituable”. Hoy, las consecuencias de un sistema social basado en la explotación y que pondera la ganancia más allá incluso de la vida humana, muestran sus consecuencias de manera más cruda.
La diseminación del virus deja al 1 de abril más de 42.000 muertos y 850.000 infectados. Las dificultades para frenar su contagio y letalidad se basan no solo en aspectos biológicos, sino en los ya mencionados sistemas sanitarios y su vaciamiento previo, pero también en las condiciones de vida precarias de millones, para quienes la asepsia y el aislamiento físico son impracticables materialmente. Desde luego, las soluciones que esta pandemia requiere también exceden lo estrictamente sanitario.
Lo esencial es invisible a los ojos (de los patrones)
Las dimensiones de la caída en las economías que un parate de las características actuales trae aparejado son difíciles de calcular. Muchos economistas ya señalan que la crisis que se está desplegando superará a la de 1929. La “salida” del aislamiento y una “vuelta a la normalidad” capitalista, con los niveles de producción y consumo previos a la pandemia, no tienen fecha certera. Desde el punto de vista médico, una estabilización global de la curva de contagio e inmunización masiva puede llevar meses y hasta más de un año y medio (https://www.lanacion.com.ar/sociedad/coronavirus-cuando-terminara-brote-volvera-todo-normalidad-nid2348778 ). Desde el punto de vista económico, la destrucción de fuerzas productivas que esto implicará es difícil de calcular: el cierre de pequeñas fábricas y talleres, el derrumbe de los rubros “no esenciales”, y la desaparición de quienes no puedan “competir” con los sectores más concentrados. Como sucede en situaciones excepcionales, muchos gobiernos aplican medidas de “economía de guerra”, que conllevan un nivel de planificación elemental de algunas ramas y de racionalización de recursos… algo en parte contrapuesto a la lógica capitalista habitual. En el caso de nuestro país, el gobierno decretó el aislamiento obligatorio de la mayoría de la población y emitió directivas sanitarias que implican a los sistemas público y privado de salud. No obstante, las décadas de desinversión en el sistema de sanitario muestran sus consecuencias (http://venceremos-arg.org/2020/03/27/ciencia-y-salud-publicas/ ).
En el plano productivo, aproximadamente un tercio de la población económicamente activa en nuestro país, se desenvuelve parcial o totalmente en la informalidad; otros millones lo hacen en sectores que no son “esenciales” según el decreto 297/2020, que prevé el cese de actividad de varios rubros. La situación económica de millones de estos trabajadores y trabajadoras será apremiante con el correr de los días. En algunos casos, por la falta de capital de los empleadores, que difícilmente puedan sostener su actividad sin producir por más de 3 o 4 semanas. En otros casos -como es emblemático el del grupo Techint que promueve unos 1450 despidos- porque no quieren reducir sus elevados márgenes de ganancia. Para algunos de quienes no poseen ingresos, la iniciativa de $10.000 por un monto que se abonará por única vez y que no es universal (es incompatible con planes sociales, exceptuando la AUH) resulta insuficiente en un contexto como el actual.
Los miserables (y los que los dejan hacer)
El calificativo de “miserables” que el presidente Alberto Fernández (AF) le asignó a algunos empresarios, sin nombrarlos, contentó sobremanera a cierta teleplatea. La emisión del decreto N°329 (31-03-2020) establece la prohibición de despidos y suspensiones por 60 días. La medida, que países como España e Italia ya implementaron, llega en un contexto donde muchas empresas ya habían “depurado” sus planteles con despidos y suspensiones previos: Techint, Cinemark, Mercedes Benz, General Motors, GATE Gourmet, ICE Ingeniería, Floor Clean, y la lista sigue… Si bien la norma dificulta la desvinculación de personal en blanco, no retrotrae las cesantías ya aplicadas en estos últimos 15 días. Se combina, además, con el decreto N° 332 (que despliega el Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción), mediante el cual se establecen subsidios a los empresarios de pequeñas (y no tanto) empresas mediante la eximición de aportes patronales y el pago de salarios a cuenta del Estado.
Cualquier medida progresiva a mediano plazo debería ir asociada a un conjunto de iniciativas tales como nacionalizar la banca y el comercio exterior; condonar deudas de usuarios de servicios públicos y no sólo suspender sus cortes; estatizar sectores estratégicos para la economía y unificar el sistema de salud bajo la órbita pública (como ha hecho Irlanda, por ejemplo), entre otras. Todo esto en el marco de la aplicación de un impuesto extraordinario a las grandes riquezas y fortunas, como también en el de la suspensión total e inmediata del pago de la deuda externa al FMI y demás organismos multilaterales y privados en el camino a su anulación. Lejos de esto, el gobierno reabrió la posibilidad de hacer uso de créditos pendientes con el FMI y gestiona otros con el BID (https://www.infobae.com/economia/2020/03/23/el-bid-ampliara-sus-creditos-para-que-la-argentina-enfrente-los-efectos-del-coronavirus/ ), a la par que el 30-03 el gobierno canceló deuda por bonos con un valor de u$s 250.000.000.
Las medidas de no pago de deuda y nacionalizaciones, en un contexto crítico como el actual, no sólo son posibles sino que se actualizan por la fuerza de los hechos. Hoy, más que nunca, la supervivencia de millones debe estar por encima del lucro individual. Los representantes más previsores de la burguesía también ven que si no se toman medidas de protección e intervención, la supervivencia del sistema puede ser muy compleja. Las declaraciones del Papa, de mandatarios diversos entre los cuales se incluye AF, apuntan en ese sentido. De ahí toda la perorata a favor del keynesianismo y del estado que hoy hacen incluso economistas ultraortodoxos.
Más barbijos, menos gorras
Mientras desde el gobierno se cargan las tintas discursivamente sobre los repudiables desacatos a la cuarentena por parte de veraneantes de clase media o burgueses, la realidad de millones de habitantes de barrios precarios, casas tomadas, piezas de pensión o villas miseria (en muchos distritos de AMBA, se trata de entre el 8 y el 10% de la población) es la imposibilidad de practicar el aislamiento en condiciones de higiene y sin hacinamiento. El “quedate en casa” lo tratan de garantizar mediante un despliegue inusitado de policías, gendarmería, prefectura y ejército, lo que demuestra una preocupación desde el gobierno por ejercer un control territorial que evite el desborde social. Lejos de significar “tareas de cuidado” o “ayuda solidaria”, la presencia de estas fuerzas, incluso cuando participen en el reparto de víveres, pone en evidencia el fracaso de las políticas públicas y sanitarias que deberían ser llevadas a cabo por agentes civiles y personal de salud, y no por fuerzas represivas. La proliferación de apremios, muchos de ellos ante las cámaras, muestran la impunidad de dichas fuerzas en este estado de excepción de hecho que atravesamos. Formadas en la hipótesis de conflicto de un “enemigo interno” (los desocupados/as, piqueteros/as, pobres que se manifiestan, etc.) las fuerzas represivas realizan su labor a rajatabla. Como dice la canción, “mucha tropa riendo en las calles”; tropa que, cuando los despidos arrecien y la cuarentena se distienda, será la encargada de garrotear a las y los trabajadorxs que hayan perdido su trabajo, que reclamen salarios o que, simplemente, salgan a exigir comida en una más que probable emergencia alimentaria que ya se empieza a insinuar. El clima “malvinero” que se intenta construir en torno a la actual pandemia, hace que desde el estado se apele al despliegue represivo; que desde usinas mediáticas y sectores del establishment, se lo propagandice como una solución social; y que desde una parte del pueblo, se lo aplauda acríticamente. En eso, intentan que “no haya grieta”.
Algunas tareas urgentes
En un contexto de aislamiento físico, la organización en los lugares de trabajo, barriales o de estudio se ve dificultada. No obstante, creemos imperioso ensayar experiencias colectivas de solidaridad y resistencia a la avanzada del hambre que se empieza a sentir. Ante un estado que va a pretender que el monopolio de la “ayuda” social venga atado al control territorial con el aparato represivo, le debemos oponer la presencia de las y los trabajadores organizándose desde abajo en todo lugar donde sea posible. El ejemplo de las y los compañerxs del FOL (Frente de Organizaciones en Lucha) gestionando comedores y merenderos, confeccionando barbijos y camas en sus talleres productivos; el rol de empresas recuperadas que producen insumos de limpieza y sanitizantes, debe ser un norte.
Como trabajadores y trabajadoras, a la par que resguardamos nuestra salud y tomamos todas las medidas de profilaxis que podamos, debemos dar pelea por no perder presencia territorial, y construir un pliego inmediato que contemple:
– Necesidad de unificar sistema sanitario público y privado, bajo control del estado y participación de las y los trabajadores; ampliación urgente de las plazas de internación y cuidados intensivos;
– Necesidad de ampliar la ayuda estatal (el ingreso de $10.000 a monotributistas e informales no es universal, y es insuficiente);
– La aplicación efectiva de la prohibición de suspensiones y despidos, y retrotraer los efectuados en la última quincena, previos al Dto. 329/2020;
– Gratuidad de servicios esenciales públicos (agua, luz, gas, telecomunicaciones, transporte público) mientras dure la emergencia;
– Provisión de medidas de profilaxis y material de higiene a las y los laburantxs esenciales, y al pueblo en general (alcohol, guantes, barbijos, jabón, etc.);
– Ocupación de las plazas hoteleras para resolver el déficit habitacional y hospitalario;
– Promover comités de higiene y seguridad laboral. Reconversión de sectores hacia la producción con fines sociales (alimentos, medicamentos, insumos sanitarios). Denuncia a las patronales y al estado que tratan de sacar tajada y no garantizan condiciones básicas de salubridad en medio de la pandemia o especulan y acaparan.