La historia siempre nos ayuda a entender el presente. Además, analizar el presente con ayuda del pasado nos posibilita determinar el futuro, qué hacer para lograr ese futuro. La expresión “la liberación de los trabajadores dependerá de los trabajadores mismos” refiere justamente a que está en nuestras manos, como trabajadoras y trabajadores, construir el futuro que merecemos.

Exactamente esto pensaba un sector de la sociedad argentina a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Buena parte integraban la clase obrera, y muchos de ellos eran dirigentes sindicales. No todos eran militantes socialistas o anarquistas, pero luchaban por sus derechos poniendo en juego su trabajo, integridad física y hasta la vida misma. ¿Acaso eran dementes o delirantes? ¿No temían caer bajo las balas de la represión policial, militar y de la Liga Patriótica (fuerza parapolicial de aquella época)? Nada de eso, por supuesto eran conscientes del peligro que corrían y sí temían por sus vidas, pero tenían en claro que el presente que vivían no les permitiría alimentar adecuadamente a sus hijos, que estos no tendrían la libertad de elegir su camino, estudiar una profesión que los alejara de la pobreza, ni contar con una vivienda digna.

Pero fundamentalmente sabían que para lograr esos cambios el único camino era la lucha. Luchar contra la explotación e injusticias generadas por los patrones y por el Estado burgués que, igual que hoy, no los representaba, los reprimía, encarcelaba y asesinaba. Así lo dice la canción: “Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan”. No es una metáfora. Es la más clara y sencilla descripción del sistema capitalista.

Así surgieron las grandes luchas obreras. Así se explica la contundencia de las huelgas en el comienzo del 1900. Así nos demuestran con su ejemplo que las y los trabajadores, más temprano que tarde, no tenemos otra alternativa que luchar por nuestros derechos. Paralelamente, ante las vacilaciones del campo popular, el poder económico arremete sin miramientos contra la clase trabajadora.

Estamos frente a un nuevo aniversario de una de las luchas más formidables que se vivieron en nuestro país.

La Semana Trágica

A fines de 1918, el 2 de diciembre, los trabajadores de la empresa Pedro Vasena e Hijos (cuyos dueños eran los antepasados de Adalbert Kriegar Vasena, ministro de economía de Onganía) comenzaron una huelga en reclamo de la jornada de ocho horas, salubridad laboral y un salario justo. En ese momento la empresa fue vendida a capitalistas ingleses pero los Vasena seguían gerenciándola. El conflicto se agravó ante la negativa de la empresa a satisfacer los reclamos obreros.

El 7 de enero los trabajadores toman la fábrica e impiden que entren los famosos carneros rompehuelgas, lo que deriva en represión y muerte. Lo que sigue es aleccionador porque los trabajadores no sólo no bajaron los brazos sino que mantuvieron sus exigencias.

Ante la actitud de la patronal y la represión del gobierno “democrático” de Hipólito Yrigoyen (en clara respuesta a la exigencia de los Vasena) se determinó la huelga general.

El 9 de enero, en pleno cortejo fúnebre multitudinario acompañando a los muertos del día 7, se inició lo que sería una de las masacres más grandes que sufrió nuestra clase. Algunos cálculos hablan de más de 700 muertos y 4000 heridos (nunca se supo la cantidad exacta).

Finalmente el 11 de enero el gobierno radical llegó a un acuerdo con la FORA del IX Congreso basado en la libertad de los presos, que sumaban más de 2.000, un aumento salarial de entre un 20 y un 40 %, según las categorías, el establecimiento de una jornada laboral de nueve horas y la reincorporación de todos los huelguistas despedidos.

La rebelión social duró exactamente una semana, del 7 al 14 de enero de 1919, pero recién el 20 los trabajadores de Vasena volvieron a la fábrica.

El gobierno de Yrigoyen felicitó a los oficiales y a las tropas encargadas de la represión. Jamás se investigó la responsabilidad de la policía, los militares y la Liga Patriótica.

Algunas reflexiones

Una primera conclusión es que los y las trabajadoras pagaron un costo altísimo teniendo en cuenta la cantidad de muertos y heridos que se produjeron en aquellos episodios. Pero hay cuestiones a tener en cuenta, especialmente cuando ayudan para analizar el momento actual.

En primer lugar millones de trabajadores y trabajadoras hemos disfrutado de lo logrado en esa lucha. Fue más sencillo a partir de entonces batallar por un horario y salarios más adecuados, horas extras, etc., porque desde ese momento, y durante varias décadas, las patronales no se atrevieron a eliminar lo alcanzado por la clase, ya que se evidenció el valor, la disposición y el compromiso del pueblo trabajador para pelear por sus derechos.

En segundo lugar, quedó plasmado que hay un único idioma que entienden los sectores dominantes: la firmeza y la determinación de la clase trabajadora de luchar contra las injusticias. Que los grandes cambios se logran en la calle, con objetivos precisos, con organización y solidaridad. Que el poder económico sólo tiene un límite: cuando el trabajador y la trabajadora se planta y le dice ¡BASTA!

Estas conclusiones nos deben servir para no caer en falsas expectativas. En cuanto el o la trabajadora concede un milímetro, lo más probable es que le hagan retroceder un metro. La historia nos da la razón. Sin lucha no hay conquistas. Sin organización de la clase como tal, con independencia política, estamos desamparados y expuestos a las maniobras de los patrones, del Estado y de las burocracias sindicales. Por último es evidente que no existen triunfos fáciles y eternos.

De nosotros, las y los trabajadores, depende nuestro presente y el futuro que queramos construir.

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