El 2019 es un año importante en Europa debido a que se renueva la composición en el parlamento europeo. El primer mes estuvo signado por la continuidad de las protestas en Francia protagonizadas por los chalecos amarillos y las tensiones para resolver los términos en los que el Reino Unido implementará el “Brexit”. El viejo continente aún se ve sacudido por los vientos de cola de la crisis económica abierta en 2008.

Francia
Lejos de las postales navideñas que arroja París cada diciembre, haciendo gala de todo su glamour, el 2018 cerró con imágenes que invadieron las redes sociales, propias de una sublevación popular. Barricadas en las principales avenidas y enfrentamientos cuerpo a cuerpo con las fuerzas represivas (que en más de una ocasión fueron vapuleadas) aparecieron en los principales medios de comunicación de todo el mundo. El movimiento que lo protagonizaba eran los chalecos amarillos quienes habían salido a las calles por una nueva medida de ajuste del gobierno de Macron, en este caso un aumento de combustible que se encubría tras criterios ecologistas. La consigna que sintetizaba los efectos de esta medida fue “Ellos hablan del fin del mundo (por la crisis ecológica), nosotros del fin de mes”, marcando una clara oposición entre los sectores urbanos, principalmente de París, que utilizan para su cotidianidad bicicletas o monopatines que inclusive garantiza el Estado, y los sectores periféricos que, para ir a sus lugares de trabajo, llevar a sus hijos a la escuela, etc, deben utilizar transporte automotor. La convocatoria a las calles fue por redes y en términos sociales había desde sectores obreros hasta fracciones de las clases medias empobrecidas, con un aspecto a destacar: una fuerte presencia de la juventud.

Las protestas prosiguieron durante el mes de enero, cada sábado, en las principales ciudades francesas e incluso teniendo réplicas (débiles de todos modos) en otros lugares como fue Bélgica y Holanda. Tuvieron una primera victoria: Macrón dio marcha atrás con el aumento. Pero sin embargo, la otra de las consignas que desde el primer día copó las paredes de las principales ciudades aún no se ha conquistado: “Macron dimisión”. El presidente que asumió hace poco más de un año y medio llegó al poder como la joven promesa del establishment europeo. Su caballito de batalla: “modernizar” el estado francés. El modo de hacerlo: una batería de reformas neoliberales tendientes a flexibilizar las condiciones de trabajo y el bienestar social, conjuntamente con una reforma impositiva que implicó nuevos impuestos indirectos que golpean el consumo de los sectores medios y obreros. El resultado: ganarse ser la expresión más recalcitrante de las clases dominantes. La rebelión de los chalecos amarillos, más allá de su heterogeneidad, es una muestra del rechazo a esa casta política y las condiciones de vida que imponen a amplios sectores de la población. De hecho, sería apresurado no entender esta movilización como parte de un ciclo de protestas contra las políticas del mandatario francés que durante todo 2018 tuvo a trabajadorxs en las calles, protagonizando 4 huelgas generales, siendo destacada la presencia de ferroviarios, aeronáuticos, y trabajadorxs del gas y la electricidad.

El modo en que Macron buscó retomar el control de la protesta social fue a partir de un “llamado al gran debate nacional”.  Una medida que fue publicada a partir de una carta abierta en los medios del presidente a la ciudadanía. Se trata de generar reuniones en todos los puntos del país a modo de una gran consulta popular en torno a cerca de 30 preguntas agrupadas en cuatro grandes ejes: fiscalidad y gasto público; organización del Estado y los servicios públicos; transición ecológica y, la cuestión de la “democracia y la ciudadanía”. Esta “salida” política, se vio acompañada por manifestaciones, que también surgieron en las redes, de los “pañuelos rojos”, un movimiento que se muestran en oposición a los chalecos amarillos, y postulan la defensa de las instituciones republicanas. El “gran debate” tiene un plazo de dos meses, luego el gobierno recogería los saldos de los debates y tomaría medidas acordes. Lo cierto es que desde un comienzo la medida encontró rechazo en el arco político opositor y las protestas de los chalecos amarillos siguen copando las calles.

Un último aspecto a señalar, es que precisamente al interior de este movimiento, comenzaron a expresarse algunas diferencias. La más resonante fue el anuncio de una de las referentes, Ingrid Levavasseur, de ser candidata en las elecciones del parlamento europeo. Esto pone de manifiesto un sector que, al estilo Podemos en España con el M15, buscá algún tipo de capitalización política del movimiento, y que en pos de eso presenta una posición más moderada, y por otra parte un ala más radical que sigue apostando a que en las calles se puede conseguir la renuncia de Macron. Los meses entrantes decidirán qué orientación se impone. Lo cierto es que la mera existencia de protestas enormemente masivas a lo largo de ya casi dos meses, es una clara muestra de la crisis que atraviesa uno de los países centrales de la UE.

Reino Unido
El otro gran tema que preocupa a la dirigencia política europea es la implementación del Brexit. Efectivamente, el tiempo que queda para resolver los términos de la salida del Reino Unido es acotado: el 29 de marzo se vence el plazo.

El último mes y medio fue particularmente movido. El primer acto de esta obra tragicómica fue protagonizado por Theresa May, primer ministro británica, y una suerte de “muerto político” a esta altura, negociando en Bruselas un acuerdo que fue rechazado en la cámara de los comunes del parlamento inglés. Esta resolución, planteó un marco de incertidumbre en el que por unas semanas hubo sobre el tablero cuatro posibles resoluciones: renegociar el acuerdo, retirarse sin acuerdo, realizar un nuevo plebiscito o no retirarse. Es decir, el tiempo parecía volver a junio de 2016. El segundo acto tuvo como protagonistas a los “euroescépticos” como se denomina a los parlamentarios defensores del Brexit. Ellos fueron quienes marcaron la cancha planteando que no había vuelta atrás, que la voluntad popular se había expresado en el referéndum, y que lo que se debía hacer era eliminar la cláusula “backstop” del acuerdo. Está clausula básicamente lo que implica es que, la UE apruebe mantener una frontera invisible, es decir, sin presencia militar, entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda (países en conflicto que suscribieron a un tratado de paz recién en 1998), sólo si se mantiene el régimen de comercio europeo en esa isla. Esto, en algún punto, implica que una parte del Reino Unido siga bajo los parámetros europeos, cuestión inadmisible para los euroescépticos. El tercer acto encontró como escenario a Bruselas, donde los 27 mandatarios de la UE se pronunciaron diciendo que no pensaban negociar nada, argumentando que la decisión de irse es del Reino Unido y que por lo tanto las consecuencias debían ser asumidas desde “10 de Dowing Street” (domicilio del despacho de May). El cuarto, y por ahora último acto, volvió a Londres. El pasado 30 de enero, tuvieron lugar una serie de votaciones en el parlamento entre la que se destaca la imposición a May de que la retirada sea mediante un acuerdo, evitando una salida brusca que perjudique (aún más) a la economía británica. La primer ministro conservadora dijo que no puede asegurar que esto sea así.

En este marco, y con total hostilidad de parte de la dirigencia europea, Reino Unido está camino a ingresar en una etapa que de entrada implicará el pago de 40.000 millones de euros  en términos de compensaciones, lo que permite avizorar un horizonte económico complejo. Está claro que los conservadores piensan hacer caer este peso sobre la espalda de lxs trabjadorxs, pero como veíamos también en el caso de Francia, las respuestas desde abajo no se harán esperar.

Europa en la trama imperialista
Las anteriores elecciones al parlamento europeo en 2014 estuvieron signadas por la crisis económica y del euro, con Grecia al borde del precipicio, una desocupación del 24% en España y las sanciones de Occidente a Rusia por Crimea y el este de Ucrania . Cinco años después, ante una nueva contienda electoral, la crisis de Francia, la salida de Reino Unido, las dificultades para conformar gobierno en Alemania conjugadas con el ascenso por un lado de la extrema derecha (como por ejemplo VOX en España) y una creciente conflictividad social que excede a los chalecos amarillos (el caso de Hungría es ejemplificador al respecto) ponen al establishment europeo ante una de las coyunturas más complejas desde la pos-guerra. Está claro que las manifestaciones económicas de la crisis del 2008, pasaron al plano político.

En el contexto global, Europa aparece desdibujada. La guerra comercial entre China y EE.UU así como la creciente influencia de Rusia en la economía mundial parecen estar dejando a un lado a las principales potencias europeas (Alemania y Francia). Los incendios internos no están dando margen para atender lo que ocurre fuera del “euromundo”, a excepción, claro, del reconocimiento de Guaidó como presidente de Venezuela en claro gesto al imperialismo yanqui.

Por su parte, las opciones reformistas como Podemos, emergentes del proceso de movilización inmediato a la crisis del 2008, comienzan a desgajarse en propuestas que se adaptan cada vez más al régimen (como lo muestra la alianza de Errejón con la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena).  Queda ver entonces cómo se desenvuelven los movimientos actuales, qué balances hacen de las experiencias previas, y cómo se logran articular nuevos proyectos políticos de masas para dar la disputa tanto al avance de la derecha xenófoba como a las élites liberales.

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