A vencer diciembre//América Latina
La caravana migrante hondureña, a la que se fueron sumando oleadas de migrantes de El Salvador y Guatemala, constituye un movimiento migratorio colectivo de una región que ha sido sistemáticamente saqueada y expoliada por las grandes corporaciones multinacionales con el apoyo de la violencia militar y paramilitar organizada y financiada por el imperialismo norteamericano en sendos golpes militares y dictaduras. Un repaso de las causas profundas de la pobreza y la violencia actual en Centroamérica que se pretenden ocultar.
La caravana migrante hondureña, a la que se fueron sumando oleadas de migrantes de El Salvador y Guatemala, constituye un movimiento migratorio colectivo de una región que ha sido sistemáticamente saqueada y expoliada por las grandes corporaciones multinacionales con el apoyo de la violencia militar y paramilitar organizada y financiada por el imperialismo norteamericano en sendos golpes militares y dictaduras. Un repaso de las causas profundas de la pobreza y la violencia actual en Centroamérica que se pretenden ocultar.
Las imágenes estrujan el corazón. Miles de mujeres, hombres, jóvenes, niños y niñas caminan en caravana dispuestos a aguantar lo que sea con la esperanza de escapar del hambre, de la violencia, de la miseria generalizada, del no futuro. Mamás y papás con sus bebes a cuestas enfrentando los escudos policiales y huyendo de los gases lacrimógenos que defienden con ferocidad la exclusividad de pertenecer al otro lado del mundo, a ese otro lado que es un poco menos miserable, o eso se espera.
En el llamado Triángulo Norte de Centroamérica, compuesto por Honduras, Guatemala y El Salvador, la combinación de pobreza y violencia extrema (estatal, paraestatal y delictiva) que caracteriza desde hace décadas a la vida en esos países, especialmente en Honduras, es decisiva para entender por qué tantas personas parecen dispuestas a todo con tal de huir. Por ello, una simple convocatoria por redes sociales para emprender una travesía desde Honduras hacia Estados Unidos fue capaz de reunir a miles en pocos días. A mediados de noviembre el número de integrantes de la primera caravana ascendía a 7.233. La posibilidad de viajar en masa y sortear colectivamente los peligros del camino (que incluyen el secuestro y el asesinato) animaron a miles a unirse. Se calcula que alrededor de 9 mil migrantes centroamericanos ingresaron a México desde mediados de octubre en cuatro contingentes, de los que más de 6 mil están ya en la ciudad fronteriza de Tijuana a la espera de que las autoridades norteamericanas permitan su paso para solicitar el asilo político. Trump, lejos de ello, autorizó a las fuerzas armadas de frontera a usar armas letales para contener su ingreso a territorio de EEUU y ordenó el envío de 5.239 efectivos a la frontera, preparando otros 10.000 para acudir en caso de que se produzcan “desbordes”.
Éxodo hondureño
Las migraciones desde estos tres países no son un fenómeno nuevo. Tampoco lo son las políticas xenófobas y expulsivas de EEUU que se han agudizado con el gobierno de Trump. Entre el 1° de octubre de 2017 y el 31 de agosto de 2018, la Patrulla Fronteriza de EEUU detuvo a 33.123 familias hondureñas. Muy cerca del récord registrado en el mismo período de 2014, cuando las detenciones ascendieron a 34.495, en el marco de una de las peores crisis migratorias en la historia del país. Además, entre enero y septiembre, 57.000 personas fueron deportadas a Honduras desde México y Estados Unidos. ACNUR, la Agencia de Naciones Unidas para los refugiados, señaló que en el último año aumentaron en un 1.000% las solicitudes de refugio de centroamericanos en México.
Muchos hondureños han dejado el país, especialmente desde los años 70. Los datos de la Encuesta de Hogares de 2016 indican que 278.000 grupos familiares, 14% del total de una población de 9 millones, tienen al menos un pariente viviendo en Estados Unidos. En número de personas, se estima informalmente que hay al menos un millón, lo cual representa más del 10% de la población actual del país. Históricamente la migración desde Honduras hacia Estados Unidos respondía sobre todo a razones económicas. Los salarios que se pueden obtener en el país del norte permiten mantenerse y enviar remesas a los familiares que permanecen en Honduras. Pero nunca había ocurrido un éxodo tan masivo.
Honduras tiene los niveles más altos de desigualdad de América Latina, cerca de 6 de cada 10 hogares de las zonas rurales vive en la pobreza extrema. Es el país con más pobres de América Latina. El 60,9% de la población vive en la pobreza, según datos de la Cepal. Bastante cerca, con 59,3%, está su vecino, Guatemala. La pobreza extrema, que refiere a dificultades severas para alimentarse, afecta al 38,4% de los hondureños. Es mucho más que cualquier otro país de la región. Además reúne -según organismos como la ONU- casi todas las causas que dan origen a lo que se considera una “emigración compulsiva”: desempleo, bajos salarios, falta de beneficios sociales en salud y educación, pobreza, políticas económicas neoliberales, inestabilidad política e ingobernabilidad, reelección ilegal, golpes de estado y dictaduras, altos índices de corrupción e impunidad, violencia, represión y falta de libertad de expresión.
Las personas más pobres son obviamente las más expuestas a la violencia. Las mujeres y los menores de edad son aún más vulnerables. Además, las poblaciones afrodescendientes y LGBTIQ están en situación particular de vulnerabilidad y sufren cotidianamente la violencia paramilitar o de pandillas. En 2011, Honduras llegó a ser el país con la mayor tasa de asesinatos del mundo: 86,5 cada 100.000 habitantes -siendo altísima la cantidad de asesinatos políticos, incluyendo los asesinatos dentro de la comunidad LGBTIQ. En 2017 se registraron 3.866 homicidios, que representan una tasa de 43,6 cada 100.000, según datos del Monitor de Homicidios del Instituto Igarapé. Ese año, del primer puesto a nivel global cayó al cuarto, detrás de El Salvador (60,1).
Honduras es considerado el lugar más peligroso en el mundo para los activistas ambientales. 8 de cada 10 homicidios quedan impunes y tiene la mayor cifra per cápita de asesinatos de activistas. 123 activistas hondureños/as han sido asesinados en los últimos 7 años, cifra que registra sólo los casos conocidos1. El caso más conocido internacionalmente es el de Berta Cáceres, cuyo asesinato impune es un eslabón más en una cadena de crímenes que llevan años y cuyas principales víctimas son los indígenas lencas, miembros del Copinh que se oponen al saqueo de sus recursos naturales y en particular a la construcción de la represa en Río Blanco, impulsado por la empresa DESA.
Historia del despojo
La violencia y la brutal represión hacia los sectores populares ha caracterizado la historia de Centro América prácticamente desde hace 500 años. Luego del genocidio de la Conquista y colonización europea, los tiempos de Independencia no significaron grandes mejoras para los centroamericanos. Las disputas entre el imperialismo británico y el norteamericano -y entre los empresarios liberales y los grandes terratenientes conservadores promovieron la disolución de la República Federal de Centro América, dando lugar a la fragmentación del territorio y a la creación de las repúblicas independientes de Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua. La constante injerencia del imperialismo norteamericano y las corporaciones – como la United Fruit Company que convirtió a estos países en verdaderos enclaves bananeros- expoliaron y saquearon a estos pueblos y territorios durante más de dos siglos.
EEUU no solo intervino directamente con sus fuerzas armadas en estos países, sino que financió y promovió golpes de Estado y guerras que sirvieran para garantizar sus intereses y controlar un territorio estratégico. Así, usó a Honduras como base de operaciones en su lucha anticomunista: desde allí organizó y financió el golpe de Estado al gobierno de Arbenz en Guatemala en 1953 cuando este intentó llevar adelante una reforma que tocaba los intereses de la United Fruit y buscaba terminar con formas de servidumbre laboral. La caída del gobierno de Arbenz determinó el exilio de miles de guatemaltecos, el despido masivo de trabajadores, la detención de dirigentes y estudiantes y la instauración de una dictadura que prohibió las organizaciones sindicales y campesinas y realizó violentos desalojos en las zonas rurales para desarticular el movimiento agrario. Del mismo modo, frente a las luchas del campesinado indígena y al desarrollo de movimientos revolucionarios y guerrilleros a partir de 1960, los gobiernos militares de las décadas del ´70 y el ´80 –apoyados por los EEUU y su doctrina de Seguridad Nacional– llevaron adelante una feroz represión que implicó el desalojo de la población maya de sus territorios ancestrales con una política de “limpieza étnica” que culminó en un etnocido con 150 mil muertos y miles de desaparecidos.Desde Honduras se organizaron también las tropas y los bombardeos de la contra revolución en Nicaragua.
En El Salvador, los EEUU apoyaron el golpe de Estado que en 1979 desencadenó una guerra civil que duró toda la década de 1980. Los paramilitares, escuadrones de la muerte y tropas especiales de la Brigada Atlacatl, fueron financiados y entrenados directamente por especialistas en contrainsurgencia yanqui y equipadas por el ejército norteamericano. Además de asesinatos selectivos realizaron matanzas masivas, sobre todo de población campesina. Con Reagan en la presidencia, se incrementó la ayuda militar yanqui a El Salvador, con bombardeos sistemáticos a las zonas rurales controladas por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional. Esto generó el éxodo de miles de familias a Honduras y otros países y se generalizó la represión de los paramilitares contra campesinos desarmados. Se calcula que entre 1980 y 1988 hubo unos 70 mil muertos. La dirigencia política de ultraderecha que gobernó durante toda la década del 90 contó con la firme ayuda militar y financiera de EEUU, aplicando políticas neoliberales que empobrecieron aún más a la población, dolarizaron la economía y privatizaron sus recursos2.
Hoy
Cuando [entre muchas comillas] terminaron los conflictos, el pase a la legalidad de los grupos paramilitares, en conjunto con las deportaciones de miembros de pandillas desde Estados Unidos en el caso de Honduras, incrementaron la violencia sin una respuesta desde el Estado y las instituciones “democráticas”.
El golpe de Estado que en 2009 sacó del gobierno a Manuel Zelaya en Honduras, volvió a tirar por tierra la expectativa de que se realizaran ciertas reformas que mejoraban las condiciones de vida y trabajo del pueblo, recuperando algunos derechos básicos. El movimiento de resistencia a ese golpe de Estado implicó cientos de muertos y exiliados políticos. Lo mismo ocurrió frente a las elecciones fraudulentas recientes que permitieron la reelección de Juan Orlando Hernández, responsable político de los asesinatos de Berta Cáceres y otros ambientalistas y dirigentes políticos y sociales. Las fuertes protestas culminaron con decenas de muertos y heridos
Hoy, Honduras es ruta del narcotráfico, porque queda entre los principales productores en América del Sur y los consumidores en América del Norte.
Lo cierto es que todos estos fenómenos, algunos más estructurales, otros más coyunturales, son indisociables de la crisis migratoria que están atravesando estos países hermanos. Esto es lo que evidenció el presidente electo de México Manuel López Obrador al proponer a los EEUU considerar que el desplazamiento forzado y otras formas de violencia deben ser abordados desde un enfoque de derechos humanos y reconocer que esta condición puede otorgar la situación de refugiado. Este enfoque apunta directamente a que las causas de la migración responden a la pobreza, la exclusión social y la violencia que sufren Guatemala, El Salvador y Honduras, de las que claramente el gobierno de Estados Unidos es responsable.
Esta marea de gente que encara este éxodo masivo continuará fluyendo si no se modifican las políticas estructurales que generan el empobrecimiento y la violencia. Y esto ocurrirá sólo cuando los pueblos puedan efectivamente protagonizar un cambio social, económico y político profundo que les permita construir otra sociedad. Mientras tanto, mal que le pese a Trump, los centroamericanos seguirán yendo a golpear las puertas del imperio. Ojalá, más temprano que tarde, tengan la fuerza para decirle “Venimos por lo nuestro”.
- Dato de Global Witness
- Gallego, Marisa, Eggers Teresa y Gil Lozano, Fernanda; Historia Latinoamericana, 1700-2005, Editorial Maipue, Buenos Aires, 2006. Págs 376 a 381.