
Con motivo del 50 aniversario de la Masacre de Tlatelolco entrevistamos a Mariano Millán, docente de UBA e investigador del CONICET, acerca de la importancia del movimiento estudiantil mexicano en el marco de las revueltas estudiantiles en todo el continente latinoamericano.
Durante los años 60 y 70 las luchas del movimiento estudiantil latinoamericano se desarrollaron al calor de una clara disputa entre dos proyectos: el de reforma (unida en parte al ideario de la Reforma del ’18) y el de modernización (impulsado por el imperialismo para ligar la universidad al mundo empresario). En este sentido ¿Cuál es la particularidad del movimiento mexicano que se expresa en la Masacre de Tlatelolco?
Durante el proceso mencionado, vale destacar que la lucha de los estudiantes mexicanos se caracterizó por tener un fuerte contenido contra el autoritarismo del PRI. Por ejemplo, de los seis puntos del movimiento estudiantil, ninguno tocaba cuestiones estrictamente universitarias. Lo central no es mayor presupuesto o acceso irrestricto, sino: 1) Libertad a los presos políticos; 2) Destitución del jefe de la policía capitalina Luis Cueto Ramírez; 3) Desaparición del cuerpo de granaderos, que reprimía las protestas sociales; 4) Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal, que restringían las libertades democráticas; 5) Indemnización a las familias de los muertos y heridos; 6) Aclaración de las responsabilidades de las autoridades, la policía, los granaderos y el ejército en los actos de represión y vandalismo. Estos puntos se enmarcaban en un año en el cual el ciclo represivo en el Distrito Federal se inició mucho antes de la Masacre de Tlatelolco, donde el PRI, el cuasi partido único de un régimen hijo de una revolución se mostraba al mundo con los Juegos Olímpicos y, entre la población, buscaba instalar la idea de un complot comunista instrumentando a “chamacos que quieren boicotear las Olimpiadas”. El investigador mexicano Sergio Aguayo ha demostrado recientemente en su libro El 68. Los Estudiantes, el presidente y la CIA que el presidente Díaz Ordaz era, nada más y nada menos, que un agente de la CIA. Lo mismo se supone para varios ministros claves de su gabinete. Contra este régimen se alzó el movimiento estudiantil mexicano, el cual tuvo cuotas de masividad, magnitud y explosividad en un marco de una lucha antiautoritaria y democrática de cara al mundo entero.
¿Cuáles fueron, a grandes rasgos, las tradiciones del movimiento estudiantil mexicano, su composición, aliados y enemigos principales?
En primer lugar hay que mencionar una larga historia de desencuentros entre el desarrollo de la revolución mexicana y el movimiento estudiantil, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es autónoma en gran medida contra el proyecto de Vicente Lombardo Toledano de educación socialista en 1929, y así podríamos dar otros ejemplos. En fin, el movimiento no se reconocía a sí mismo estrictamente como hijo de la revolución mexicana. Sí se ubicaba en la tradición de la Reforma del ‘18, sobre la cual desde los años ‘50 comenzó un acenso de la izquierda, con epicentro en la Facultad de Economía y luego se expandió hacia otras facultades. Así creció la influencia de comunistas, socialistas, y otras corrientes autónomas, marcadas por una mixtura entre consejismo (pensemos en la influencia de José Revueltas) y el maoísmo, que levantaron reivindicaciones antiburocráticas y nutrieron el acervo del ala radical del movimiento. Luego debe mencionarse el papel del Consejo Nacional de Huelga, un organismo estudiantil que, a diferencia de otras organizaciones del periodo, se formó al calor de la lucha del ‘68, en agosto, entre las represiones de julio y la masacre de octubre, ya que no había una federación nacional que cumpliera la función de la Federación Universitaria Argentina (FUA), por poner un caso. En cuanto a las alianzas, otra particularidad es que en México no existió algo tal como una central de trabajadores combativa (como una CGT de los Argentinos), ya que la Confederación de Trabajadores de México (CTM) era la central del PRI. Por ello, las confluencias fueron con colectivos combativos más acotados, como los trabajadores ferroviarios o de la educación. En tal sentido, el ‘68 mexicano, en Ciudad de México, no fue “obrero-estudiantil”, como el Cordobazo, pero si estudiantil y popular, ya que se evidencia el apoyo de la población en la cual naturalmente había trabajadores, pero las estructuras organizativas corporativas de clase estaban en la malla del PRI.
Por estas razones la marca clasista no se dio así en el DF, sí se dará años más tarde, a mediados de los años setenta. Esa conexión entre lo estudiantil y lo popular se puede ver en las iniciativas políticas amplias, y una serie de fenómenos que implicaban ir más allá de lo que sucede en las aulas, pero sin que eso significara dejar de lado lo que sucede en las aulas. Todo el ‘68 tuvo una huella enorme sobre el rol de la educación, hasta las propuestas más radicales que levantaron el poder estudiantil, no pensaban tanto en un poder estudiantilista, sino en la búsqueda por trasformar la educación y el país. Por último, además del enemigo clave del gobierno autoritario, en México la Iglesia jugó un rol de primer orden contra el movimiento estudiantil. La jerarquía católica no tuvo las divisiones de otros países latinoamericanos y se mantuvo férreamente anticomunista, ejerciendo la violencia contra las huelgas obreras y estudiantiles, siendo uno de los ejemplos más brutales la Masacre de San Miguel Canoa, en Puebla, dos semanas antes de Tlatelolco, donde el cura del pueblo agitó el linchamiento de un grupo de estudiantes acusado de querer plantar banderas rojinegras del CNH en la iglesia.
El 2 de octubre de 1968 el régimen de Díaz Ordaz concretó la masacre en la Plaza de las Tres Culturas atacando un mitin estudiantil con francotiradores, bandas paramilitares y ejército, sobre el cual incluso al momento hay controversias sobre la cifra de muertos
La Masacre de Tlatelolco cerró parcialmente un ciclo de movilizaciones y radicalización de las bases estudiantiles inédito en México, que tuvo su pico entre agosto y septiembre, enfrentando la represión y las ocupaciones militares de los espacios de estudio. Al día de hoy la cantidad de muertos del 2 de octubre es objeto de controversias, ciertas fuentes hablan de cuarenta y otras de más de trescientas víctimas. Si bien hay documentación pública, también hay testimonios, ya que siempre frente a una masacre hay una sub denuncia de los hechos, que es difícil contabilizar. Sobre las bandas paramilitares, las cuales actuaron, hay que decir que fueron parte del accionar del terrorismo de Estado mexicano. Es importante notar lo rápido que se pasó en México de la represión a la protesta al terrorismo de Estado abierto. Por ejemplo, aquí si analizamos el recorrido de la Noche de los Bastones Largos, en 1966, a la Noche de los Lápices, en 1976, se puede ver en el tiempo esa mutación de las formas represivas. En la Noche de los Bastones Largos entraron a los bastonazos y desalojaron la facultad. Era una forma frontal de reprimir y no suponía un nivel elevado de inteligencia previa. En la Noche de los Lápices, a los estudiantes los seleccionaron, los fueron a buscar, los torturaron y desaparecieron. En 10 años cambiaron las modalidades represivas y cobró preminencia el terrorismo, el cual deja marcas fuertes en la subjetividad. Bueno, en México ese desarrollo se realizó en muy poco tiempo, en pocos meses, y llegó a su consumación en la Plaza de las Tres Culturas.
Si el 2 de octubre fue un cierre parcial del ciclo de protesta, ¿qué fue lo que vino después del ‘68?
Luego del ‘68 nadie volvió a ser el mismo en México y tampoco en la universidad. En la UNAM, por ejemplo, asumió como rector Pablo González Casanova (1970-1972), un intelectual de izquierda, y durante los setenta se inició un proceso que tuvo mucho de reforma universitaria, ya que cambió la política del régimen hacia la universidad, la cual se amplió enormemente. También se sucedió una división en el movimiento, sobre si dialogar con el nuevo presidente priista Luis Echeverría Álvarez, quien había sido junto a Díaz Ordaz el responsable de la masacre. ¿Se debía y/o se podía dialogar y/o negociar con el verdugo? El movimiento se fue dividiendo. Unos apostaron a una renovación de la Universidad sin cambio de régimen, algo similar a lo ocurrido en Brasil después del ’68, donde el régimen hizo una reforma modernizadora y muchos cuadros regresaron a la universidad a través de nuevos institutos o líneas de investigación con grandes financiamientos, mientras otros, pertenecientes a las alas radicales, se enfocaron en fortalecer sus organizaciones trotskistas, consejistas, maoístas y castro-guevaristas, e incluso algunos de ellos se alzaron en armas contra el régimen, como por ejemplo la Liga Comunista 23 de Septiembre, la organización insurgente más importante en el México de los ‘70.