Levantarse día a día a construir colectivamente ese mundo nuevo teñido de violeta feminista y de ese rojo tan ardiente como nuestra sangre llena de lucha. Ese impulso nos empuja a diario a dar esta batalla que ya tiene su inscripción en la historia de los pueblos. Una historia feminista, una historia revolucionaria.
No estamos solas, porque estamos organizadas. Porque aprendimos que para que haya revolución, debe haber una fuerza común, colectiva, creativa, trabajadora. Debe haber partido revolucionario, de trabajadorxs, que luche por una sociedad socialista y feminista, porque el proyecto revolucionario es colectivo y organizado.
Y es así que nos levantamos día a día y nos manifestamos en cada aspecto de nuestra vida, contra el patriarcado que nos atraviesa, contra el Estado capitalista y misógino, que no sólo nos explota doblemente, sino que nos persigue y nos criminaliza, a la vez que goza de unidad con instituciones patriarcales y heteronormativas como la iglesia. Y luchamos porque sabemos que la liberación completa de las mujeres y disidencias sexuales no será posible sin una radical transformación no sólo de las condiciones materiales en las que vivimos, sino de las condiciones en las que nos relacionamos, existimos, producimos y vivimos.
En esta sociedad donde nuestra vida parece normalmente destinada a la pobreza, al terror y a la muerte, nacemos nosotras, día a día a base de lucha, incansables, sobrevivientes, disidentes, trabajadoras organizadas que desde siempre movemos los engranajes de la historia con nuestros cuerpos, porque nuestra lucha es por las que no están y por las que sobrevivimos.
“Hay que tomar el cielo por asalto” decían nuestras hermanas mayores, esas trabajadoras rusas, las pioneras del comunismo, las parteras de la revolución. Hay que tener coraje, nos decían nuestras ancestras latinoamericanas, tomando la espada y el fusil. Hay que discutir, hay que aprender, hay que equivocarse. Hay que transmitir esa pedagogía feminista, que nos enriquece de lazos internacionalistas, de experiencias antiguas y recientes, porque el patriarcado también es una pelea de clase y de raza, porque en todo el mundo nos persiguen por ser negras, migrantes, pobres y trabajadoras.
Nuestra lucha, es esperanza. Como nos lo demuestran cada día las combatientes kurdas, enseñándonos que la historia no siempre fue así y que las raíces de la humanidad lo demuestran. Que ante tanta tradición de dolor y desesperanza a la que nos quieren acostumbrar, nosotras tomamos las calles bajo un grito organizado e internacionalista por todas las mujeres del mundo y Nuestra América. Nos levantamos con coraje y rebeldía, de la que tanto nos enseñan nuestras compañeras revolucionarias cubanas, contra el imperialismo y la derrota que el gran capital quiere imponer a los pueblos; también como nos transmiten las hermanas colombianas, venezolanas, hondureñas y mexicanas entre tantas hermanas de nuestra Abya Yala.
Tenemos el desafío de construir ese mundo nuevo que soñamos para el mañana cercano. Que de nuestro corazón y convicción saldrán esas nuevas formas de relacionarnos y que nada quedará sin arder hasta que todo cambie de raíz. Porque ninguna revolución basta con ser socialista, si no es feminista; como así también ningún feminismo puede ser pleno sin derribar por completo las estructuras de muerte, desigualdad y pobreza, a las que este capitalismo nos tiene acostumbradxs.
Y como también nos ha enseñado la historia revolucionaria, ninguna salida es individual, porque el individualismo nos desliga de todo vínculo, de toda construcción compartida, originaria. Hay que desandar la supremacía cultural, política y estatalmente garantizada para el varón. Hay que desandar todo vínculo a base de violencia machista, cosificación y propiedad por sobre nuestros cuerpos. Como transmitió Alejandra Kollontai, hay que aprender que toda forma de “amor” como relación sexo-afectiva, tiene su historicidad y su relación con el sistema social de producción imperante.
Nuestra tarea es grande: construir un feminismo de nuestro pueblo, en diálogo y constante aprendizaje. Que retome las luchas revolucionarias de nuestra clase trabajadora y que alce la voz y dé batalla. Un feminismo revolucionario que desarrolle la lucha de forma transversal para la constitución de una humanidad nueva y libre.
Sólo construyendo una nueva sociedad, que rompa con las estructuras de dominación y explotación actuales, vamos a lograr nuestra plena emancipación. Por eso asumimos la construcción de un feminismo clasista, que de pelea a fondo y fortalezca no sólo a las mujeres y disidencias de nuestra clase, sino también a todo nuestro pueblo.
Nuestra lucha feminista es también una lucha para construir esa sociedad socialista sin explotación ni opresión de ningún tipo. Y asumimos día a día la batalla política, cultural e ideológica para construir una nueva subjetividad, que rompa con los valores y las prácticas patriarcales y que consolide los procesos de organización al interior del movimiento de mujeres, avanzando cada día en la conquista de nuestros derechos.
Nuestra lucha será obra de nosotres mismes. Será nuestro proyecto colectivo, de clase y del pueblo trabajador. Será el resultado de las enseñanzas de nuestra tierra, del ejemplo de las miles de mujeres que sentaron las bases de nuestras ideas y sentires. Será la construcción forjada al calor de la lucha en las calles en unidad antipatriarcal, feminista y socialista.
Y aunque cueste tanto dolor, nosotras hermanadas, seguiremos con nuestro grito de esperanza para que la tierra tiemble. Grito de guerra, como el de Juana Azurduy, como el Jallalla de nuestras mujeres aymara, quechuas, y el Marichiwew de nuestras hermanas mapuche, ancestras en nuestras tierras.
Nuestra revolución será revolución y por eso, nuestra llama colectiva, nuestro entramado disidente, nuestra apuesta a los procesos, teje lazos todos los días con el nombre y por la vida de todas aquellas mujeres, trans y travas que han puesto el pellejo por un mundo diferente, como lo hicieron nuestras mártires obreras textiles asesinadas en 1857 por llamar a la huelga. Vamos por un mundo revolucionado, un mundo sin opresión ni garantía de explotación, un mundo que cambie de raíz, y que sacuda desde las formas de producción, las formas de relacionarnos, las formas de convivir y de vivir.