El 2017 fue una olla a presión. Las luchas por las paritarias que llevaron a las grandes movilizaciones docentes y a las manifestaciones obreras de marzo y abril, el épico arrebato del atril en el palco de una CGT que puso al límite su creatividad para traicionar a los trabajadores y trabajadoras, el paro y movilización de las mujeres del 8 de marzo, la movilización contra el 2×1 a los genocidas, las grandes manifestaciones por la aparición con vida de Santiago Maldonado primero, y luego, por el pedido de justicia, no fueron hechos aislados, convergieron y posibilitaron una acción superadora de resistencia popular durante este diciembre caliente y valiente.

La política de ajuste y transferencia de riquezas a los sectores más concentrados del empresariado en nuestro país tuvo un marcado correlato represivo. El informe anual de CORREPI es contundente: “en los 721 días de gobierno de la Alianza Cambiemos, el aparato represivo estatal mató 725 personas”. Hubo más de un muerto/a por día de gobierno. Las fuerzas represivas actuaron y actúan para lo que han sido preparados: reprimir con odio (valga la redundancia) la movilización popular. Esa violencia material que se llevó de un tiro cobarde a Rafael Nahuel en los bosques del Mascardi, esa violencia que es la dentellada final del sistema capitalista, la violencia que cuida los intereses de una minoría de violentos, los patrones, que viven del hambre y las estafas que sufrimos las y los de abajo, no puede crecer sin encontrar alguna vez algo más que nuestras espaldas. Esa violencia de vallas kilométricas para que el pueblo no se atreva a tocar a ninguno de los 127 diputados y diputadas que nos metieron la mano en el bolsillo, esa condena perpetua de opresión, tiene un límite, y también nos rebela. Algunas veces, dejamos de poner el lomo para gusto del verdugo y los puños se alzan, y a veces los puños vienen cargados de piedras. En la calle se jugó el partido más importante y del cual el gobierno no ha salido victorioso. La rosca parlamentaria terminó como era previsible.

En la calle mandó el pueblo, como rezaban las pintadas por Congreso. En esa arena tan compleja de la que sólo podemos hablar con verdad (de carne y hueso, no de manual) quienes la pisamos una y otra vez, palpitamos de cerca nuestro poder en el curso de la historia. No de un día para el otro, no sin considerar las luchas previas. Una generación nueva de jóvenes que fue al frente -y no a poner la otra mejilla-, mirando cara a cara a los escuadrones de la policía y resistiendo los gases y balas de goma, habrá consolidado sus ideales, sus ganas de luchar y de saber que el enemigo no es invencible.

Sentimos orgullo por esos compañeros y compañeras que pusieron el cuerpo. La vergüenza es la cucarda para los opinólogos que miraron por las ventanas de sus estudios lo que transcurría en la vereda, subidos por la puerta de atrás al concierto de funcionarios y medios oficialistas escandalizados por las piedras y los bancos rotos. Los que defienden la represión sin ruborizarse (sin vergüenza alguna, con las imágenes escrachándoles los ojos y el pensamiento, de policías fajando viejos, mostrando toda la sonrisa y el sadismo juntos) y exacerbados en la demonización con el manual ideológico que les legara la dictadura de Videla, que ven terroristas y enemigos internos ahora en la izquierda, como hace un mes, y aún todavía, en el pueblo mapuche, no pueden más que agradecer a los coristas del progresismo, a las voces de la premura que no dudan en repudiar la acción directa, mientras homologan resistencia y lucha de calles con infiltración policial. El arma discursiva de los que durante esa tarde lo más fuerte que olieron fue el café y las masitas en un bar sólo le hace un favor al bando de los saqueadores que intenta condenar al pueblo a la sumisión o al pedido administrativo de justicia. ¿Le negarán también al pueblo palestino sus piedras en vuelo hacia los tanques israelíes? ¿Hubiesen preferido en 1807 recibir a los británicos con un té en vez de que el pueblo les arrojara piedras y agua herviente? ¿Qué pensarán del Cordobazo, que las y los estudiantes y las y los obreros se debían aguantar la dictadura sin más? No vale decir que el contexto histórico era otro, porque el contexto histórico es siempre otro; otro, que nos sirve de experiencia, no de museo.

Los grupos mediáticos concentrados que hablaron sólo para denostar la lucha legítima de un pueblo en la calle tuvieron su síntesis en el discurso presidencial (o viceversa, que a esta altura no hay solución de continuidad) y delatan preocupación e incomodidad porque le ha costado cara la victoria legislativa al gobierno. Los llamados a la prudencia desde distintas esquinas de la oposición: una falta notable de dirección y de horizonte. Baste con observar de cerca la movilización espontánea del lunes por la noche, cacerola en mano, para verlos a ambos pedaleando en mayor soledad ante el micrófono o la cuenta de twitter.

Diciembre nos hilvana en la trama de las rebeliones más antiguas de nuestra tierra. Somos ahora un nudo más en esa historia y habrá que honrarla. Para eso, nos reafirmamos en lo inmediato, en estas luchas que se compaginan de a poco en una sola y más compacta. Sin perder de vista la meta, la disputa en definitiva por el poder, porque el poder sea de las y los que producimos todos los panes. Nosotros y nosotras peleamos porque no queremos que las cosas, los hombres, las mujeres, los niños, las niñas, nuestros viejos y viejas sean una mercancía; sin piruetas del discurso: peleamos por la vida, por el socialismo. Ese es nuestro plan y nuestro prisma.

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