1) La última foto
Esos ojos no están vacíos. Llevan consigo una carga, o más bien, unas cuantas verdades. Mínimo 4 certezas. La serenidad de saber que no ha sido en vano, la tranquilidad de saber, aun así, que se está del lado correcto del arma que apunta, la convicción de haber sido un hombre que actúa como piensa, y la plena conciencia de que en las revoluciones, si son verdaderas, se triunfa o se muere.
Pero la testarudez de ciertos muertos se impone sobre la existencia física. Son ejemplos terrenales de una inmortalidad plebeya que no requiere de cielos, sino de barro.
Es 8 de octubre de 1967. El poder sabe bien pronto que no ha logrado matar al nombre matando al hombre, y por ello se ensaña con su característica crueldad.
– Que lo mutilen
– Que lo entierren sin tumba
– ¡Que lo maten carajo de una vez…!
Pero el Che vive. En su lugar ha muerto un revolucionario.

2) La foto del póster
Esos ojos no están vacíos. Llevan consigo una carga, o más bien, unas cuantas verdades. Mínimo 4 certezas. La interna promesa de que no será en vano, la indignación ante la descarnada brutalidad del enemigo, la convicción de que al imperialismo ni tantito así, nada; y la plena conciencia de sentir en los más hondo una injusticia.
De a cientos se cuentan las víctimas, como si la sangre nunca alcanzara. ¿Con cuántas vidas hay que pagar el precio de la verdadera independencia y la libertad?
Es 5 de marzo de 1960. El atentado terrorista del día anterior es una muestra de lo que el poder es capaz cuando sus intereses se ponen realmente en disputa.
– Vamos a bloquearlos
– Vamos a invadirlos
– ¡Vamos a derrotarlos de una vez, carajo…!
Pero la revolución cubana va, de todas maneras va.

3) La mirada del Che
Partimos de no autoproclamarnos intérpretes exclusivos de Guevara y del guevarismo, pero sí sabemos trazar una línea. Si se convoca a la rebeldía para mantener el status quo, eso está del otro lado. Si se ondea la bandera para acompañar (y reforzar) al furgón de cola, eso es sencillamente humareda. Si de la boca para afuera y en la comodidad del sillón, eso está en las antípodas.
El Che nos mira. Hay que tomarse en serio el pensarlo así, el hacer práctica la verborragia y la reivindicación. El Che nos mira, sí, y es en cierta forma nuestra medida de todas las cosas. Un hombre real, un hombre posible. Un hombre o una mujer de su tiempo, que es también el nuestro, forjado en su realidad como nosotros y nosotras nos forjamos en la nuestra. Un ser decidido a cambiar todo lo que debe ser cambiado. Así también nos asumimos, dispuestos a barrer el cotillón. Y a liberar al Che de la estatua de mármol inútil al que buscan someterlo.
Nuestro Che es real y palpable. Lo intentamos seguir en su formación teórica, porque nos enseñó que se puede –y se debe– ser audaz, pero no improvisado. Que aun en las condiciones más difíciles es posible y necesario seguir leyendo, seguir instruyéndose. Que el marxismo es un método científico, una interpretación minuciosa de la realidad y del funcionamiento de las relaciones sociales, y que es imprescindible conocer el funcionamiento del sistema capitalista para saber identificar la raíz del problema en vez de cuidar la apariencia del brote.
Lo intentamos alcanzar en su solidaridad infinita, identificado particularmente con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre su historia, que han pagado con sus vidas una y mil veces su deseo de libertad. Reconocemos en el Che su internacionalismo proletario, su preocupación por erradicar las injusticias, su comprensión de que no se puede ser verdaderamente libre si otro pueblo es oprimido y por ello es capaz de ofrecer el concurso de sus modestos esfuerzos a los pueblos del mundo, y dispuesto -en el momento en que fuera necesario- a entregar hasta su vida por la liberación de cualquier país de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie.
Lo buscamos en la creación de un hombre y una mujer de los tiempos por venir, con igualdad y derechos plenos, con una nueva justicia y nuevos valores, con el convencimiento de que el trabajo voluntario es una escuela creadora de conciencia, y que ese esfuerzo realizado por la sociedad y para la sociedad como un aporte individual y colectivo forja a su vez una nueva sociedad.
Lo valoramos en sus extensos e importantes aportes sobre economía, política nacional e internacional, sobre la teoría revolucionaria, sobre el rol de la juventud…
En esta mirada, imposible no mencionarlo, también comprendemos que si somos capaces de unirnos, el futuro es más hermoso y más cercano.
Dispuestos a hacer nuestros estos principios, con la firme decisión de hacer nuestro centro la cuestión del poder, de forjar una organización revolucionaria de carácter nacional, del compromiso a ofrecer nuestros mayores esfuerzos para restituir en el sentir de nuestro pueblo su derecho a una vida realmente digna, de reivindicar el uso de todas las vías que fueran necesarias para garantizar la paz, la justicia, la tierra y el pan, decimos con el Che y reafirmamos que, a riesgo de parecer ridículos, los verdaderos revolucionarios están guiados por grandes sentimientos de amor; y que todos los días hay que luchar porque ese amor a la humanidad se transforme en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo y movilización.
Hacia ese horizonte avanzamos. Convencidos y convencidas de nuestra meta. Endurecidos pero sin perder la ternura. Con la revolución cargada en el alma y no en los labios. Temblando de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo. Con la sangre roja y nuestro corazón a la izquierda.
Así que sepan los nacidos y los que van a nacer, que nacimos para vencer y no para ser vencidos, porque si el presente es de lucha, el futuro es nuestro.

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