El año 1917 fue testigo del comienzo de la revolución socialista más profunda y de mayor envergadura de la historia. Nació de los fuegos de la gran guerra interimperialista del ’14, de los gritos de paz y pan de un pueblo agotado de nutrir con su trabajo los bolsillos de una burguesía, emparentada con los intereses de las potencias aliadas, y con su sangre el frente de batalla de una contienda tan cruenta como ajena.

El arcaico imperio de los zares de la dinastía Romanov se encontraba nuevamente empantanado en una contienda bélica y, tal como había sucedido con la guerra Ruso-Japonesa, los esfuerzos recayeron sobre el creciente proletariado de las populosas ciudades rusas y el campesinado.

La grave crisis económica, la desidia evidente en las tropas mal pertrechadas alrededor de todo el frente oriental y la presión de las huelgas de obreros hambreados que inundaban las calles de ciudades populosas como Petrogrado, terminaron por precipitar la caída de la autocracia. El veloz desarrollo de los acontecimientos de febrero obligó a la Duma a impulsar improvisadamente un gobierno provisional de la burguesía, al mismo tiempo que se afianzaba el Soviet de los obreros y los soldados.

La disputa entre el naciente gobierno liberal de coalición liderado por Alexander Kérensky, impotente para resolver los problemas económicos y menos aún resolver el problema de la guerra, y los Soviets se agudizó. Sin embargo, las persecuciones y detenciones no resolvieron la incapacidad de la burguesía de poder hacer frente al masivo reclamo de “paz, tierra y pan”.

La influencia del partido bolchevique no tardó en ser la mayoría en los Soviets que, con la dirección estratégica de Lenin y Trotsky basada en la dualidad de poder y la importancia de la dirección del partido obrero de la fuerza social revolucionaria, vencieron al frágil gobierno burgués. Fue en estas jornadas de octubre donde se plasmó la larga tradición de lucha acumulada desde las anarquistas del fin del siglo XIX hasta las de la fallida revolución del 1905, todas experiencias necesarias para el establecimiento del primer estado obrero.

Fueron las y los incansables militantes del partido bolchevique, formados en el seno de las masas, quienes -habiendo cimentado una voluntad y disciplina de hierro tras pasar las penurias de vivir al margen de la ley, el destierro y la prisión- constituyeron los pilares de un partido férreo con vocación de poder. Así lo expresó la aparición de la Guardia Roja que desde julio ya había mantenido a raya la embestida de Kérensky en Viborg.

Las jornadas de Octubre habían encendido la llama de esperanza para la emancipación de las y los oprimidos del mundo, no sólo por el despliegue de poder en el asalto al Palacio de Invierno o por las acertadas y ansiadas medidas tomadas por Lenin de paz inmediata, reforma agraria para distribuir la tierra entre las y los campesinos y la creación de Soviets de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom); sino también porque el triunfo significó un real cambio de paradigma social. La Revolución significó reformas liberadoras en materia educativa y de libertad de orientación sexual; consolidó el empoderamiento de las mujeres que participaron activamente en el proceso revolucionario y avanzó en la desnaturalización de la familia nuclear como cimiento de la sociedad, en la legalización del aborto y el divorcio.

“En Moscú, los trabajadores obligan a su patrón a aprender las bases del futuro derecho obrero; en Odesa, los estudiantes dictaban a su profesor el nuevo programa de historia de las civilizaciones; en Petrogrado, los actores sustituyeron a su director de teatro y escogieron el próximo espectáculo; en el ejército, los soldados invitaban al capellán a sus reuniones para que este diera sentido a sus vidas. Incluso los niños menores de catorce años reivindicaban el derecho de aprender boxeo para hacerse escuchar ante los mayores. Era el mundo al revés”1
La Revolución le dio a Rusia un rol histórico, de pionera, de dirigente y modelo de todos movimientos revolucionarios del mundo entero.

El partido bolchevique y el programa de la Revolución
La llamada “Revolución de Febrero”, que terminó con el zarismo, dio lugar a una situación de “doble poder”. De un lado, el gobierno provisional conformado por representantes del régimen previo, de la burguesía rusa y dirigentes del partido menchevique; del otro, los soviets de obreros y campesinos. Para el gobierno provisional surgido de las ruinas del zarismo así como para amplios sectores de la política rusa el objetivo primordial desde los acontecimientos de febrero era fortalecer la democracia liberal para completar las tareas democrático-burguesas y de desarrollo nacional aún inconclusas. El partido bolchevique se vio inmerso en estas discusiones con posiciones bastante diversas. Así fue que una parte importante del bolchevismo consideraba que era necesario desarrollar estas tareas antes del asalto del poder por parte de la clase obrera. Incluso en algunos casos llegaron a plantear que era necesaria la revolución en los países más desarrollados de Europa Occidental antes de avanzar en la revolución en un país atrasado como la Rusia de 1917.

Es en este contexto que se produce el retorno de Lenin desde el exilio en Suiza y la presentación y defensa de las “Tesis de Abril”, un documento que va a marcar un cambio de rumbo en la política bolchevique y que va a presentar las principales tareas del proletariado de cara a la conquista del poder político. Este texto se basa en el análisis de Lenin de que la burguesía rusa era incapaz de llevar a cabo las tareas democráticas, lo que implicaba concluir que esas tareas sólo podían ser profundizadas hasta sus últimas consecuencias mediante la conquista del poder por la clase obrera. Entonces, las tareas democrático-burguesas no podían ser encaradas por el gobierno provisional, motivo por el cual era imperiosa la resolución de la situación de doble poder en favor del poder obrero organizado en los soviets. Lenin parte del análisis de la realidad para concluir que en tres meses de revolución el gobierno no había avanzado sustancialmente en las tareas encomendadas. En tal sentido, actualiza la teoría en un sentido progresivo, entendiéndola de forma dinámica y no dogmática, lo que le permite llegar a una comprensión más acabada del momento histórico y de las posibilidades de avanzar con las tareas democráticas con el proletariado en el poder para comenzar a construir el socialismo. Con la consigna “Todo el poder a los soviets”, Lenin no sólo señala un camino de toma del poder real sino que comienza a poner en práctica -como desarrollamos más adelante- una forma de gobierno basada en la democracia obrera y popular que hará realidad la superación de la limitada democracia representativa y liberal burguesa.

Las principales definiciones de Lenin en las Tesis de Abril fueron:
-La guerra imperialista no puede acabarse sin derrocar al capital
-La tarea de la revolución es poner el poder en manos del proletariado y el campesinado. Ningún apoyo al gobierno burgués
-Nacionalización de las tierras y de la banca bajo control obrero por medio de los soviets
-Constituir una Internacional revolucionaria

Como podemos ver, durante la Revolución Rusa también se libraron batallas que incluyeron la consolidación de lo que en nuestros días parece algo cotidiano, pero que en aquel momento, en el marco una monarquía cuasi absoluta como la que dominaba Rusia, era impensado. Es a partir de esta intervención activa de Lenin con las Tesis de Abril que el partido bolchevique comienza a intervenir con consignas por la caída del gobierno provisional. Esta intervención será decisiva ya que permite avanzar de la mano de las amplias masas trabajadoras que se encuentran decepcionadas por el curso de la revolución y muy golpeadas por la guerra.

La situación económica rusa era crítica. La población hambrienta por los gastos, empréstitos e inflación vinculados a la guerra, la caída de la producción y el consiguiente cierre de fábricas. En las zonas rurales los conflictos agrarios crecen mes a mes y los campesinos adoptan la consigna revolucionaria de “tierra y libertad”. En este contexto la política bolchevique de distribución de las tierras a los campesinos comienza a tener eco en las masas de todo el país. Nuevamente, las tareas no cumplidas por el gobierno provisional burgués eran levantadas por obreros y campesinos.
En este contexto de crisis económica, social y política, de gran descontento de las masas obreras y campesinas con el gobierno provisional, los bolcheviques plantean que los soviets deben tomar el poder, entregar la tierra a los campesinos, acabar la guerra, establecer el control obrero sobre la producción, regular las relaciones de precios entre productos industriales y productos agrícolas. Se trata, en definitiva, de que la clase obrera junto al campesinado tomen en sus manos los problemas más acuciantes para el pueblo. “Pero no se trata en absoluto -enseña Lenin- de apoderarse de la vieja máquina para las nuevas tareas: eso es una utopía reaccionaria. […] Al conquistar el poder, no se trata de reeducar el viejo aparato, sino de demolerlo completamente. ¿Con qué reemplazarlo? Con los soviets. Dirigiendo a las masas revolucionarias, de órganos de la insurrección se convertirán en los órganos de un nuevo régimen estatal.”2

A 100 años de la Revolución Rusa, ¡VIVA LA REVOLUCIÓN!
Desde el Frente Único IR-HN consideramos que recordar estos procesos y reivindicar a la primera revolución socialista triunfante de la historia no constituyen un acto de recuerdo romántico ni una mera recuperación de nuestros ideales y tradiciones políticas. Por el contrario, el hecho de evocar, después de 100 años, aquel proceso que inauguró ese Octubre Rojo, aun luego de tantos cambios históricos, políticos, sociales y económicos, se funda en reconocer su plena vigencia. Creemos que los fundamentos de esa Revolución, así como su vocación emancipatoria, se mantienen tan vigentes como entonces. Su programa político y las medidas implementadas por las y los trabajadores y el pueblo ruso, encabezados por el partido bolchevique y dirigentes como Lenin y Trotsky, constituyen la principal premisa de quienes hoy queremos retomar su camino. Es así que partimos de considerar que gran parte aquel proyecto político se nos impone como horizonte para quienes queremos construir una sociedad socialista.
Del mismo modo, pensamos que los aportes de los grandes dirigentes de esos procesos también deben ser recuperados no como letra muerta sino como guía para nuestra acción y praxis política actual. El caso de la obra de Lenin, quien como mencionamos arriba fue uno de los dirigentes fundamentales, también nos sirve para entender nuestro presente de lucha. Su teoría del Estado, sistematizada en el célebre “El Estado y la Revolución”, obra que debió abandonar para retomar la lucha revolucionaria en pleno auge de masas de 1917, tiene un poder explicativo inigualable de la naturaleza del Estado burgués, de su potencia represiva, y sobre todo, de la necesidad de su destrucción y reemplazo por una herramienta política de las y los trabajadores. Pero ese Estado que Lenin y las revolucionarias y revolucionarios rusos pretendieron destruir (y destruyeron) no es parte de la historia antigua de las formas políticas, sino que en su esencia tiene los mismos atributos del que hoy nos oprime y sostiene el poder de la burguesía. El Estado, tanto en la Rusia de 1917 como en la Argentina de 2017, es un Estado capitalista, que se mueve de acuerdo a una lógica particular y que básicamente no ha mutado: la del mantenimiento y reproducción de las relaciones entre el capital y el trabajo.

Frente a esta forma de organizar políticamente la sociedad, los bolcheviques rusos le opusieron una nueva forma política, que sobre la base de la destrucción del Estado burgués recién constituido, tenía como principal meta la democratización y el acceso del pueblo trabajador a la participación política. Este “Estado de nuevo tipo”, que Marx en 1853 bautizara como “dictadura del proletariado”, y que en las experiencias de la Comuna de París de 1871 tomara una forma concreta, sirvió de inspiración conceptual y material para la conformación del principal sustento político-organizativo de la Revolución Rusa: los Soviets de Diputados Obreros y Campesinos. Estos Soviets fueron el germen de la democracia obrera de aquel entonces, y prefiguraron un modelo de vida totalmente diferente al que hoy estamos sometidos. Mientras los soviets eran organismos de base con un carácter legislativo y ejecutivo, que al mismo tiempo permitían la plena participación política de las grandes mayorías, la democracia política de hoy está muy lejos ser inclusiva y participativa. Por el contrario, en la actualidad, “la política” se nos intenta presentar muchas veces como una esfera ajena, como tarea de algunos pocos y sobre la cual únicamente podemos intervenir cada tanto mediante la participación electoral. La “política” de hoy también es la de los ricos, la que reproduce las desigualdades, la que preserva y defiende a toda costa la propiedad privada. La política de hoy, en definitiva, es la política de los capitalistas.

La forma de organización que plantearon los comuneros en Francia, y que retomaron los Soviets en Rusia, los Consejos Obreros italianos y tantas otras experiencias de democracia obrera en nuestra historia plantea una visión donde el conjunto de la sociedad toma la responsabilidad de “hacer política”, y donde el foco está puesto en el bienestar de las mayorías y en la posibilidad de desarrollo. En tal sentido, el modelo soviético que tuvo lugar el Rusia, encarnó un cambio cualitativo en cuanto a quiénes y sobre todo cómo se llevan adelante los procesos de gobierno y nos interpela a quienes bregamos por otra sociedad.

Por otro lado, los temas que decidió enfrentar el gobierno revolucionario triunfante fueron vastos y, paradójicamente, muchos aparecen hoy en las agendas y forman parte de los programas políticos de quienes luchamos contra la explotación y la opresión en el siglo XXI.
Desde luego, aquella revolución de octubre, que condensó lo mejor de las tradiciones revolucionarias previas y del pensamiento marxista, tuvo una fuerte relación con la realidad de la turbulenta etapa histórica, lo que implicó, entre otras cosas, que el gobierno revolucionario tuviera que definir y redefinir constantemente sus planes políticos. Al respecto, las discusiones que tuvieron lugar hacia adentro de los soviets de diputados (órgano donde se definía la política y la estrategia de poder del naciente Estado obrero) tuvieron varios vaivenes. El caso de la NEP (implementada en 1921 luego del período conocido como el “comunismo de guerra”) es un claro ejemplo de cómo el camino hacia el socialismo no está escrito y atraviesa grandes desafíos en el marco de una lucha de clases que se desarrolla a nivel internacional, del despliegue concreto de fuerzas adversas y de las propias dificultades de un proceso que se plantea transformar la sociedad de raíz.
En síntesis, para quienes militamos por otra sociedad, sin explotación ni opresiones de ningún tipo, la Revolución Rusa, primera revolución socialista y obrera triunfante, se constituye como faro de nuestra intervención política, como una experiencia de la que seguir aprendiendo, como un hito de la clase trabajadora y el pueblo que significó un antes y un después en la historia, y cuyo legado llega hasta nuestros días.

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1 Marc Ferro, La Révolution d’Octobre, L’Humanité en marche, Éd. du Burrin, 1972, p. 49.

2 Trotsky, León “Historia de la Revolución Rusa”

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