
Más allá de la efeméride y de los aniversarios redondos, desde Venceremos Partido de Trabajadorxs, estamos convencidxs de que sin recuperar y hacer propia la experiencia del PRT – ERP, no podremos romper con la cíclica desacumulación de fuerzas que impuso la contrarrevolución.
Esto pasó
En tiempos de desmemoria, o de victimización de la memoria, o de institucionalización burguesa de la memoria, que son maneras de decir lo mismo, nuestro punto de partida es afirmarnos en una certeza que no es de “fe” o de “creencia” sino de la pura y terca realidad: esto pasó.
Existió un partido que, siendo parte de un proceso revolucionario más amplio, asumió la guerra que la burguesía y el imperialismo habían planteado a la clase trabajadora y al pueblo pobre. Un partido marxista, leninista, guevarista, que nació del país profundo y hablando en quechua; que supo detectar que el proletariado rural del noroeste argentino, indígena y resistente, iba a jugar un papel clave en el proceso revolucionario. Un partido que reconoció su lucha como continuidad de las revoluciones y las guerras de la primera independencia. Y que no dudó en decir que la superación de la pobreza, de la miseria, de las desigualdades y de la dependencia imperialista sólo podía conquistarse con una revolución socialista.
El PRT sintetizó una experiencia de búsqueda revolucionaria de toda una generación que veía con claridad las limitaciones del peronismo (y en general, del nacionalismo burgués en todo el continente); y que polemizaba también con una izquierda sumida en el pacifismo, inventando burguesías democráticas y burocracias consecuentes, que mellaba el filo del marxismo al asimilarlo al positivismo y al eurocentrismo.
Por su firmeza, por su claridad, por un perfil de coherencia entre el decir y el sentir, un partido que llamaba a la lucha por el poder para destruir el capitalismo y construir el socialismo, tuvo un profundo y múltiple arraigo en el proletariado rural, en especial azucarero; en la clase obrera industrial del cordón del Paraná y del Gran Buenos Aires; en las villas y barrios; en las universidades y escuelas; en el ámbito de la cultura, el cine, el teatro.
Un partido que encontró una nueva forma de internacionalismo mediante los lazos con organizaciones hermanas del continente y del mundo. Y que dio origen a la Junta de Coordinación Revolucionaria junto al MIR, los Tupamaros y el ELN boliviano.
“La guerra civil más o menos embozada”
Esta frase, extraída del Manifiesto Comunista de 1848, ha sido demostrada sanguinariamente por las clases dominantes. En esa “guerra” especial, la burguesía nunca ha respetado los códigos que en teoría se reconocen en las guerras entre estados. Fusilamientos, torturas, vejaciones, desplazamientos forzados, aniquilación y exterminio de cualquiera que pudiera actuar como organizador o dirigente.
Hacer que el enemigo deponga su objetivo estratégico. Que niegue aquello que define lo más profundo de su identidad. Que reniegue de su historia. Que se convierta. Eso es lo que buscó el terrorismo de estado. La “pacificación” impuesta para lograr el nuevo orden nació de los centros clandestinos, de la tortura, de la desaparición, del robo de bebés. Ahí está la base de esta democracia de la derrota que por estos días ya no entusiasma ni a sus defensores. La Teoría de los Dos Demonios ya era esgrimida por buena parte de la izquierda democrática antes de que Alfonsín accediera al gobierno y se formara la CONADEP. Y sus coordenadas no fueron superadas.
Casi como contracara de la responsabilización de las organizaciones político militares por haber confrontado, aparece la visión que considera que la guerrilla era una “excusa” para atacar a un conjunto mucho más amplio de trabajadores y trabajadoras que serían el “verdadero” blanco. En esas interpretaciones, se puede prescindir de la lucha revolucionaria para explicar el furor de la violencia contrarrevolucionaria. Desde esa visión, las luchas reivindicativas (por salario, por derechos, por trabajo, por tierra) no habrían tenido vinculación con la lucha revolucionaria; tampoco las variadas formas de organización habrían tenido vínculo con las organizaciones político militares. Esos vínculos, orgánicos y/u objetivos, existieron y no puede entenderse el proceso de agudización de la lucha de clases sin integrar sus diversas expresiones. Por supuesto, la existencia de una vinculación no significa que las mismas estuvieran exentas de contradicciones.
Al reducir a la guerrilla a cuestiones de número, o al tipo de armamento, desconociendo toda la historia de las luchas de las y los oprimidos, se reafirma la invencibilidad de los vencedores. Se suele decir que se condena “toda forma de violencia”, pero en realidad lo que se condenan son las expresiones populares de su ejercicio, al mismo tiempo que se oscurece la violencia omnipresente no sólo del capitalismo sino de sus fuerzas represivas (legales, ilegales, semilegales).
Podría ser muy legítimo discutir qué formas, en qué momento, con qué fuerza, podría responderse desde abajo a la violencia de arriba. Pero la cosa va bastante más allá. La ciudadanización forzada impugna incluso la definición de amigo – enemigo, nuevamente, siempre que sea desde el campo del pueblo. La expropiación política del odio, de clase, no pone fin al odio, sino que hace que el mismo se dirija prepolíticamente entre nosotres, y que vaya corroyendo las posibilidades de forjar fuerza social. La burguesía y el imperialismo nunca dejaron de pensar, planificar y actuar contra nosotres con la lógica de enemigo y con la claridad de que la lucha de clases es una guerra civil más o menos embozada. Y todavía hoy, el PRT – ERP y el Robi generan pánico en los dueños del país.
Nuestro momento histórico y (una vez más) el qué hacer
Con la implosión de la Unión Soviética en 1991 y la globalización del capital, el pensamiento dominante había declarado el fin de las ideologías y con ello, el fin de la clase obrera, del imperialismo, y el inicio de una paz duradera. Pero el sistema capitalista, junto con la creciente interdependencia de los negocios, genera y amplifica la fragmentación, la polarización y la desigualdad. Surgen distintos centros financieros, polos que quieren comandar el capitalismo global y de quienes depende prácticamente todo el planeta. Las contradicciones entre esos distintos polos se han agudizado tanto hasta convertirse en feroces guerras interimperialistas, como en Ucrania, Pakistán – India y la agudización de las guerras comerciales en vías de convertirse en bélicas, como entre China y Estados Unidos. Europa se militariza para entrar en guerra con Rusia.
Las guerras, el creciente armamentismo, el desarrollo de las fuerzas destructivas, el predominio del capital financiero, caen sobre el conjunto de la clase trabajadora que ve encarecerse y hacerse inaccesibles los alimentos, la medicina, la vivienda. La resistencia y movilización por mejores salarios y condiciones de trabajo se generalizan en el mundo entero. En nuestro país, todos los sectores están en conflicto y en muchos de ellos en movilización. En cada conflicto surge con claridad la necesidad de cambiar el sistema. Los regímenes políticos e institucionales de los estados capitalistas no tienen ninguna capacidad de respuesta a las necesidades de quienes necesitan un salario para vivir. El capitalismo de esta etapa naturaliza que cada generación de trabajadores viva peor que la anterior. No tiene un horizonte de futuro que prometer por fuera de la explotación, el saqueo y la muerte.
Ahora, en medio de la descomposición acelerada mundial y nacional, son otra vez la burguesía y el imperialismo quienes patean el tablero de su propia legalidad y de las buenas formas. La fuerza desnuda se expone de manera obscena. Estamos advirtiendo el agotamiento de la democracia burguesa, de aquí que las ideas comunistas empiezan a ser una preocupación para la clase dominante. Lo que ellos consideraban enterrado para siempre, cosa del pasado, la lucha de clases lo instala nuevamente. También se instala la necesidad de construir el partido de la clase obrera.
Con todas las diferencias del caso, hay un hilo que va desde palazos y gases a jubiladxs en el congreso de la Argentina, hasta las atrocidades del imperialismo occidental y sus hordas sionistas en Palestina, desde los territorios ancestrales mapuches, diaguitas, mbya guaraní, wichi, qom, hasta las formas cotidianas de violencia contra el pobrerío que “ocupa” una vereda o las comunidades que defienden el derecho a vivir sin veneno.
¿Cuáles son las alternativas que nos planteamos y que planteamos a nuestros compañeros y compañeras? ¿Votar? ¿Victimizarnos ante la represión? ¿Hacer presentaciones legales? ¿Seguir como hasta ahora, intentando una y mil veces lo que viene fracasando desde hace más de cuarenta años?
Desde Venceremos tenemos la suficiente conciencia de la complejidad de la situación como para no hacer esas pantomimas de que tenemos las soluciones mágicas, que sólo contribuyen a quitarnos el respeto de nuestra clase y nuestro pueblo y que suman al desconcierto y la confusión. Sí tenemos claridad respecto de que el camino será de ruptura. Sólo un proceso de rebelión popular pueda plantar respuesta al atropello recargado, a partir de que como pueblo podamos reconocer nuestra fuerza. En ese camino, sin historia, sin recuperar el momento más alto anterior de la lucha de clases, no quebraremos este tiempo de derrota. Por supuesto, no hay posibilidad de hacer calco y copia, además de que sería una falta de respeto con todes les compañeres que protagonizaron una lucha tan profunda. Pero no venimos de la nada. No somos huérfanos como tanto se dice entre el activismo. Tenemos un origen al que el mejor homenaje que podemos ofrecer, es valorar la experiencia para encontrar en estos tiempos de crisis y guerras nuestra oportunidad revolucionaria. El proceso será largo, no hay victoria ineluctable. Pero no hay otro camino si defendemos la vida.