El día de ayer, 20 de septiembre, se dio inicio a la Huelga Mundial por el Clima que se extenderá hasta el próximo 27 de septiembre. Más de 4 millones de personas en 163 países del mundo se alzaron llenando plazas y calles, con la juventud encabezando y dando cuerpo a las impresionantes manifestaciones. La declaración de la emergencia climática por parte de los gobiernos de distintos países, la inmediata reducción de la emisión de gases de efecto invernadero y la implementación de más y mejores mecanismos de participación ciudadana en temáticas ambientales son algunas de las exigencias de esta semana de acción, convocada desde las jóvenes agrupaciones Extinction Rebellion, Jóvenes por el Clima y Viernes por el Futuro (Fridays4Future) entre otras, con la joven Greta Thunberg como referente principal.

En sintonía con las movilizaciones mundiales por el clima, un día antes se presentó en Plaza de Mayo la campaña #GaneQuienGane, impulsada por asambleas y organizaciones que vienen peleando en distintos territorios contra la contaminación ambiental y por la defensa de la naturaleza y la vida. Nace en tiempos electorales con el objetivo de amplificar las voces de denuncia y potenciar las herramienta de lucha y resistencia, mientras ninguno de los principales partidos políticos están hablando del modelo extractivista que degrada la vida de miles de personas a lo largo y ancho del país.

No hay planeta B

El futuro llegó hace rato. Las alertas que emite el IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático) vienen resonando con justa causa para algunos sectores mientras que parecen no importar demasiado a los tomadores de decisión y a las principales potencias. La temperatura media anual del planeta superó, en 2017, por 1°C los niveles pre-industriales (previos al año 1850 aproximadamente). Las consecuencias de este aumento de la temperatura en el medio natural están a la vista y ya tienen efectos directos en las personas (sí, ¡porque somos parte del medio natural!): las sequías y las olas de calor son cada vez de mayor intensidad, afectando zonas agrícolas y agravando la crisis alimentaria; la desintegración de los glaciares incrementa el nivel de los océanos y aumenta la frecuencia de inundaciones en países costeros, sin olvidar el riesgo de desaparecer de algunos Estados insulares; cientos de especies están cambiando hábitos de vida y reproducción afectando los ecosistemas; observamos cada vez mayor ocurrencia de ciclones y huracanes que causan estragos en distintos países, solo por mencionar algunas. Todo ello lleva a que lxs refugiadxs climáticos se cuenten de a millones, asistiendo a una crisis poblacional sin precedentes si consideramos además lxs desplazadxs por guerras y crisis económicas.

Además, los resultados de una lógica en la que el medio ambiente y la vida son variables de juego entre empresas y gobiernos, también se presentan a nivel local. Lo vemos en nuestro país con los derrames de cianuro en Jáchal, la contaminación en Neuquén por la industria petrolera, los vuelos envenenados de Monsanto, etc. Las llamadas “zonas de sacrificio” son el anticipo de la crisis ambiental que hoy está en la prensa mundial.

Responsabilidades

La consigna “No hay planeta B” sintetiza muy bien la lógica del consumo desechable a la que nos quiere acostumbrar el capitalismo en las distintas esferas de nuestra vida. Así, esta crisis climática es una prueba más de cómo las clases dirigentes siguen una lógica que busca explícitamente la maximización de ganancias, donde los bienes comunes naturales son mercancía y las personas afectadas, meras externalidades del sistema económico. Quienes niegan la existencia del cambio climático son una minoría pero cuentan con exponentes importantes como Trump y Bolsonaro y como leales cómplices a algunos grandes medios de comunicación y a reducidos sectores científicos financiadxs por las mismas trasnacionales contaminantes. Sin embargo, las estrategias mayoritarias reconocen el cambio climático y sus propuestas implican distintas variantes de “capitalismo verde” o “capitalismo sustentable”. Propuestas que se refuerzan en cumbres mundiales muy costosas, donde muchos documentos se firman pero pocas acciones se toman, siendo la última donde se firmó el famoso Acuerdo de París. De este lado se ubican corporaciones, ONGs y/o gobiernos que ejecutan medidas como impuestos al consumo (que recaen sobre trabajadorxs, jóvenes, desocupadxs), que realizan inversiones en energía “verde” o utilizan discursos amistosos con el medio ambiente, mientras mantienen contradictoriamente políticas que lejos están de preservar la naturaleza y la vida. Emergen como claros ejemplos de estas políticas gobiernos como el de Merkel en Alemania o el de Macri en nuestro país, ONGs como Greenpeace o compañías como Shell y Monsanto.

A la par de ello, los discursos que ponen el acento en los cambios individuales como herramientas de lucha frente al cambio climático pueden ser engañosos si no van acompañados de acciones colectivas, como por ejemplo las movilizaciones que sucedieron esta semana. Vale recordar que vivimos en un sistema fuertemente desigual, que se traduce en distintas esferas. Un informe de la OxFam del año 2015 [1] muestra que el 10% más rico del planeta es responsable del 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial, y la tendencia a la actualidad se sostiene. Por lo que, si bien toda actividad humana tiene un impacto en el medio ambiente existiendo responsabilidades comunes, las mismas deben ser diferenciadas. No solo sería injusto sino también una ilusión, sostener que la mayoría de la población puede resolver desde la acción individual la crisis climática a la que nos han llevado las acciones de unos pocos. Para luchar por una solución de fondo a estas problemáticas, debemos ir más allá.

¿Estamos a tiempo?

Según lxs expertxs, hay que limitar la temperatura media mundial por debajo de 1.5°C sobre niveles preindustriales. Esto requiere una fuerte reducción en la emisión de gases de efecto invernadero en los próximos 11 años y la emisión cero para el año 2050. De esta forma no agravaríamos (demasiado) las consecuencias del cambio climático. Según un reciente trabajo publicado en la revista Science [2] por un grupo de investigadores del IPCC, aún estamos a tiempo de alcanzar esta meta, aunque ello precisa fuertes inversiones (del orden de los trillones de dólares anuales a nivel mundial). Como sabemos, dentro del capitalismo, corporaciones y gobiernos no hacen este tipo de inversiones por buena voluntad. La actual presión que generan los movimientos ambientalistas a nivel mundial es esperanzadora, pero aún insuficiente y el riesgo de que falsas opciones (como el “capitalismo verde”) sean vistas como salida a esta crisis está latente.

La esperanza reside sobre todo en que, aunque de forma aun difusa, en estas manifestaciones por la emergencia climática hay una crítica hacia el sistema capitalista. Tal es así es que muchos de estos jóvenes movimientos incluyen en sus consignas la necesidad de que cualquier salida a esta emergencia climática tenga en cuenta las desigualdades de clase, de sexo, raza, etc. Es preciso potenciar esa mirada y el desafío está en poder articular este naciente movimiento con las luchas ambientales a nivel territorial mientras buscamos confluencia con otros movimientos en lucha. A contramano de la posmodernidad que nos quiere mostrar una realidad fragmentada, hay una línea común que une los reclamos por el medio ambiente, las luchas feministas, las reivindicaciones del movimiento obrero, etc. Dependerá entonces de la habilidad que tengamos lxs de abajo en lograr espacios de unidad de estos movimientos, desde donde poder dialogar y discutir tareas comunes, desde donde poder imaginar, proyectar y luchar por un nuevo mundo posible, que vaya a contramano de la barbarie capitalista y los escenarios apocalípticos que muchas veces abundan en el imaginario colectivo.

[1] LA DESIGUALDAD EXTREMA DE LAS EMISIONES DE CARBONO, OxFam, 2015.

[2] THE HUMAN IMPERATIVE OF STABILIZING GLOBAL CLIMATE CHANGE AT 1,5°C, Science, 2019.

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