A vencer diciembre//Editorial

Diciembre alberga el viento de la rebelión. No es para nosotros, que hemos leído en clave de lucha y de limones compartidos, de pañuelos y cantos contra el odio, el hambre y la ex­plotación, otra cosa más que esa. No rei­vindicamos con nostalgia o como fetiche al pueblo encaramado en las vallas o en masa por las avenidas del centro hacien­do recular a la montada o la infantería de la Federal: lo hacemos como brúju­la, como mapa, como coordenada para nuestros días, para nuestros corazones que laten fuerte, de bronca y de impo­tencia, cuando asesinan luchadores po­pulares como hace semanas en La Ma­tanza o en Córdoba, como hace 17 años en el Puente Pueyrredón o en los bosques patagónicos a orillas del Lago Mascardi o en el río Chubut. Porque nos laten sus nombres: Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, Darío y Maxi. Nos laten abajo y a la izquierda junto a Mariano Ferre­yra, junto a Carlos Fuentealba. Nos laten como un río caudaloso que nos recorre las fibras y nos marca una estrella en el lomo. Diciembre late rojo.

Diciembre nos consigna los panes que faltan en la mesa de los 8.000.000 de ni­ños, niñas y adolescentes pobres en la Argentina. Diciembre crece en pañuelos y en piedritas bien dispuestas hacia la noche de los cascos y los bastones, de los hidrantes, de los cancerberos que cuidan los privilegios de los dueños de todo (salvo nuestra dignidad, nuestra rebeldía digna; actual, presente, actualizada y militante).

Diciembre es para nosotros todo lo contrario a un discurso de panel con sabor a agüita mineral y derrota anticipada. Es lo contrario de la esperanza que espera y nos requiere aguantadores y resistentes a la malaria y a la maldad, para llenar una urna con “mejor criterio” mientras cien­tos de despidos se concretan diariamen­te en las fábricas de Argentina y quedan en la calle miles de familias por semana. Nuestro diciembre símbolo, nuestro di­ciembre vivo, es todo lo contrario a una fe en la lotería, esa en donde siempre son más los que pierden que los que ganan.

Con diciembre reaprendimos que la rebeldía es un derecho de los pueblos, de los trabajadores, de las trabajadoras, de los y las estudiantes, del desocupado y las desocupadas, de la jubilada y los jubi­lados. De diciembre aprendimos que en las calles siempre hay más chances de ganar. También que siempre se encuen­tra la solidaria mano que nos sostiene cuando la cosa viene fulera y el miedo es una posibilidad o un cosquilleo en la nuca. De diciembre aprendimos que hay que ir para adelante, que el pueblo a ve­ces supera los pronósticos y se dispone a pelear cuando pensábamos que estaba todo perdido. De diciembre aprendimos que primero se defiende nuestro derecho a rebelarnos. Aprendimos a no subirnos al reproche conveniente que prefiere sal­vaguardar el rancho propio a expensas de exponer compañeros y compañeras que han preferido no ahorrar en bron­ca y devolverle al gobierno las violen­cias que nos inflige diariamente. O por las dudas, montar teorías conspirativas tan ligeras y peligrosas como la misma bosta que reparten los grandes medios (todos ellos, que no se salva ninguno), cuando hay “encapuchados” para justifi­car la represión en curso.

Aprendimos de diciembre a no caer en ingenuidades ni en romanticismos. El Estado y sus aparatos represivos se per­feccionan, también aprenden. Basta con ver la millonada que se ha gastado el Mi­nisterio de Seguridad en la preparación de los dispositivos de represión para la llegada del G20, que equivale, por ejem­plo, a todo el recorte en el presupuesto de las universidades públicas (prioridades, que le dicen). Entonces los luchadores y luchadoras populares, los militantes re­volucionarios, todos y todas aquellos y aquellas que decidamos enfrentarnos al poder del Estado, del capital y del impe­rialismo, seremos blanco de estos. Sere­mos perseguidos, ninguneados, caricatu­rizados, reprimidos, etc. De eso debemos tener plena conciencia. Pero conciencia para salir mejor preparados a enfrentar­los. Para saber que solos y solas nunca; que siempre organizados y organizadas, en unidad y teniendo sentido del mo­mento histórico, del contexto político y de las fuerzas con que contamos.

Diciembre fue una clase abierta en la cátedra callejera y desprolija de la histo­ria. La década posterior al 2001 nos vino a confirmar que los que se debían ir no se fueron, y en más profunda enseñanza que los necesarios cambios radicales no se dan sin el arduo aprendizaje de la or­ganización política de las y los de abajo, que no es de un día para el otro, que lle­va decenas de años y que no hay salidas dentro de las alternativas que el mismo sistema ofrece. Diciembre 2017, nos en­señó en sintonía con el otro diciembre que la voluntad de pelea de nuestra clase está latente y se prende con un poco de voluntad política. Y también que los po­derosos no son inmunes a nuestra fuer­za en las calles. Ambos diciembres nos dejaron en claro que debemos hacer un “desaprendizaje” de las conductas mode­radas y respetuosas que nos ha enseñado el propio sistema en el que vivimos, como algoritmo que, en primera y última ins­tancia, sostiene su reproducción. Hacer política no siempre es hacer lo que dis­ponen las reglas del régimen, se escribió en nuestros cuadernos de aprendices. En conclusión, tenemos la tarea de construir unidad para resistir y pelear contra el macrismo, el imperialismo, el patriarca­do y el capitalismo. Mientras desplega­mos, con paciencia de arcilla y urgencia de viento, una alternativa que eche por la borda este sistema, que lo desenmascare donde quiera reconvertirse de “neoliberal salvaje” a “capitalismo serio”, que lo en­frente de frente y lo rechace en todas sus artimañas por ponernos de rodillas.

En ese camino sinuoso donde nues­tras voluntades se van a dar de jeta con­tra todo el poder de fuego del poder, no abogamos por poner la otra mejilla. ¿Cuál es la otra mejilla para una familia que duerme en la calle? ¿Cuál es la otra meji­lla para los excluidos del sistema de salud y educación o para aquellos que “caen” y/o en ocasiones mueren (literalmente) a causa de las condiciones materiales más precarias y paupérrimas que causan las políticas de ajuste? ¿Cómo ponen la otra mejilla los más de 700.000 niños o niñas que trabajan en nuestro país, como hace para poner la otra mejilla un niño que le­vanta zafra o que desde antes de cumplir diez años ya trabajan en la tarefa? ¿Les diremos a las mujeres que se multiplica­ron e hicieron marea en la calle que aho­ra hay que convivir con los mismos que les arrebatan su derecho a decidir sobre su propio cuerpo, que ahora hay que tener una sana convivencia?

Nosotros, nosotras no vamos a man­dar a nadie a rezar, ni a abrazar a sus ver­dugos para la foto.

Rebeldes, convencidos y convencidas de que los gobiernos -mientras no sean los y las laburantes los que gobiernen-harán todo lo necesario por defender los intereses de los ricos, nosotros y nosotras, laburantes, estudiantes, mu­jeres organizadas y empoderadas, jun­to a nuestro pueblo no podemos dejar de disponernos a luchar ni abandonar nuestros métodos o negarlos o avergon­zarnos de ellos. Seguros y seguras de que la violencia viene de arriba y que en el imperialismo, como decía el Che, “no se puede confiar ni tantito así, nada”, pero tampoco que las salidas a nuestras penurias pueden ser dentro los propios límites que nos marca el capitalismo en cualquiera de sus versiones porque sus ciclos de acumulación, son en base a nuestra vida, a todo lo que ella podría desplegar y ser en potencia, a costa de nuestra dignidad y felicidad. Por todo eso, seguiremos luchando hasta que el horizonte socialista que pretendemos sea una realidad y no sólo sueño.

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