El sábado, París fue otra vez una fiesta. Los chalecos amarillos protagonizaron un verdadero levantamiento popular en la capital francesa contra los embates y la represión policial. La fuerza y potencia del movimiento se observó en la derrota que le infligieron a las fuerzas represivas en la lucha callejera, dejando virtualmente al gobierno terminado.
El origen del movimiento es la respuesta al aumento del 16% a los combustibles dictada por el Ejecutivo como parte de un plan de «transición ecológica» para reducir los niveles de contaminación. Pero la medida resultó un mazazo sobre los ingresos de lxs trabajadorxs más precarizados de las ciudades y pueblos periféricos que ven gran parte de su sueldo mermado por el gasto en la nafta. Justamente estxs trabajadorxs utilizan el chaleco amarillo para movilizarse en auto, de ahí el emblema del movimiento.
Desde su surgimiento, los chalecos amarillos se plantearon como una organización horizontal, sin líderes ni encuadramiento, solamente autoconvocadxs en las redes sociales. Con ese método, impulsaron piquetes en carretes y autopistas de todo el país, y protagonizaron multitudinarias movilizaciones.
En un primer momento, el gobierno de Macron propuso una serie de medidas paliativas al aumento, como subsidios para la factura de los combustibles o la compra de autos eléctricos. Sin embargo, este fenómeno no se limitó al reclamo por el «naftazo» sino que expresa un malestar mucho más hondo de la clase trabajadora que ahora sale a la luz. Un malestar que encuentra sus raíces en la pérdida del poder adquisitivo, en la precarización de las condiciones laborales y el retroceso de los servicios públicos. Las encuestas revelan un abrumador apoyo de la población a las protestas, superior al 70%.
Tras el rechazo a su propuesta inicial, y mientras se iba de visita a nuestro país por el G20, Macron optó por intentar disolver las manifestaciones a través de la represión. Sin embargo, la arremetida policial sólo desató una enorme respuesta obrera que puso el sábado a París virtualmente bajo control popular. Las escenas de los escuadrones policiales retrocediendo frente a la acción de los chalecos amarillos recorrieron el mundo.
A esta altura, el movimiento de protesta se colocó en el centro de la escena política y ha dejado al gobierno de Macron al borde de su disolución. Es lo que reclaman el Frente Nacional de Le Pen y el Frente de Izquierda de Melenchón. La popularidad del presidente se derrumbó en los últimos 18 meses a un punto más bajo incluso que el final de sus antecesores. La variante de dictar un estado de excepción para terminar con las manifestaciones sólo parece echar más nafta al fuego.
Macron había asumido como una joven promesa del establishment galo, cuya primera victoria fue la aprobación de la reforma laboral que Hollande no había logrado. Pero el intento de privatizar la empresa nacional de ferrocarriles al igual que una reforma de la educación superior desataron varias semanas de protestas, paros, ocupaciones y movilizaciones que lo dejaron golpeado. Ahora los chalecos amarillos vienen a concluir esa tarea.
Problemas, desafíos, perspectivas
A esta altura seguir hablando de un movimiento horizontal y autoconvocado sería, al menos parcial. Como todo proceso organizativo, con el correr de las semanas, los chalecos amarillos han debido ir avanzando en distintas definiciones que plantean interrogantes abiertos en relación al desenlace de la coyuntura. Si bien no tienen líderes, sí han debido definir ocho «comunicadores» que piden reunirse con el gobierno y que eventualmente expresan distintos sectores. En ese marco, también ha comenzado a delinearse un programa, por el momento también muy inmediato y ambiguo: «rebaja de impuestos» y «asamblea ciudadana» ´para debatir la transición ecológica, todo sometido a referendo y mecanismos de participación popular. Desde ese punto de vista, los chalecos amarillos también dejan de manifiesto el carácter minoritario del régimen de la V República. Hay sectores más radicalizados que plantean directamente la disolución del sistema iniciado por De Gaulle.
Tanto la extrema derecha de Le Pen como el Frente de Izquierda de Melenchón,  las principales fuerzas del tablero, se disputan la capitalización del movimiento. El tema debe ser seguido con atención porque su desenlace puede avanzar hacia una radicalización más profunda de la clase obrera, en sus métodos y programa, o por el contrario, ser canalizado por una fuerza reaccionaria. El ejemplo de Italia se encuentra a la vista: el Movimiento 5 Estrellas surgido de la «indignación» y las redes sociales es ahora el sostén del gobierno fascistizante de Matteo Salvini. Una diferencia sustancial en este caso, sin embargo, es la intervención directa en la lucha callejera por sectores obreros y la confrontación directa con el Estado y sus fuerzas represivas (además de las distintas tradiciones y experiencias políticas de cada país).
El movimiento también conecta, naturalmente, con el resto de la crisis de la Unión Europea que avanza a pasos acelerados. Los chalecos amarillos no tardaron en extenderse a Bruselas y podría replicar las manifestaciones en otros países,donde la situación de lxs precarizadxs no tiene nada que envidiarle a Francia (la llamada generación «mil eurista»). También puso en jaque a Macron como impulsor de una renovación del bloque tras el Brexit conjuntamente con los choques comerciales y en la OTAN con Trump.
Así, los sectores más precarizados y postergados patearon el tablero y obligan a reconfigurar los planes de Bruselas. A 50 años del Mayo francés, la clase obrera sigue demostrando que sigue viva y en pie de lucha.

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