
Por Carlos «Vasco» Orzaocoa
Desde su inicio, el siglo XX despuntaba prolífero y de calendario trascendente. En 1905 la guerra ruso- japonesa terminaba con la derrota vergonzante del Imperio Zarista. Los obreros y campesinos rusos aprovecharon la situación para empoderarse con los primeros Soviets. En nuestra América, en 1910, los Ejércitos Populares de Villa y Zapata iniciaban la Revolución Méxicana. Y a los pocos años, desde este aprendizaje en México, marchaba Sandino a Nicaragua para dirigir el Ejército de Hombres Libres. En 1911 Sun Yat- sen iniciaba la revolución China que luego continuaría Mao. Y en 1917, se gestaba la gran Revolución Proletaria e Internacionalista de Octubre donde, por primera vez en la Historia, asume un gobierno cuya misión es emancipar a los trabajadores. Todos estos acontecimientos eran auspiciosos y alternativos al tremendo oprobio de todo lo humano, como fue la Primera Guerra mundial, que iniciada en 1914, había llevado a la muerte y el holocausto en los campos de batalla a millones de trabajadores, por disputa de intereses monopólicos de las grandes potencias capitalistas.
Por todo este contexto, la conclusión genocida y guerrerista del capitalismo, y los vientos emancipadores y libertarios que en reacción universal se habían generado, la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, traspasaba todas las fronteras y se convertía en faro luminoso para el mundo. Y su luz, con esperanzas y rebeliones obreras y populares, llegaba a Polonia, Hungría, Alemania, Italia, Francia, España. Y en Nuestra América, saludadas por banderas rojas y negras de sangre y lucha, a México, El Salvador, Nicaragua, Cuba, Perú, Chile y Argentina. En nuestra Argentina El Manifiesto Liminar de los universitarios de Córdoba en 1918, con sus llamados a los destinos heroicos y a la Insurrección, tiene una referencia casi explícita a Octubre. Y ese Manifiesto hace 100 años recorría toda nuestra América. Y Octubre generaba esperanzas y emociones en las mentes y corazones de obreras y obreros en nuestra Patria.
En el “Granero del Mundo”
Hace 100 años, en nuestro país, gobernaba el Partido Radical y el presidente se llamaba Hipólito Yrigoyen. El estado argentino, con todas sus normas reguladoras de la propiedad, del desenvolvimiento económico y de las formas de gobernabilidad había sido diseñado por la intelectualidad de mediados y fines del siglo XIX. Y esta “brillante generación del 80” era liberal, positivista y capitalista, culta, “civilizadora”, cosmopolita y extranjerizante. Y era una misma con la oligarquía terrateniente, ganadera, enajenada a la penetración imperialista británica. La “Inteligencia”, que desde la cátedra, la Prensa y los libros y desde la función pública creó cultura e institucionalidad argentina, se cobró con las mejores estancias y fuertes paquetes accionarios. Y el país era, para todos ellos, una extensión privada de sus propias estancias. Y esta gobernanza, que en los términos radicales y nacionalistas de esa época se la llamó “la Oligarquía”, sigue siendo, con algunos cambios de apellidos y fusiones matrimoniales de por medio, las clases dominantes de siempre y actuales en Argentina.
Y el desarrollo capitalista que se opera convierte a nuestro país en “Granero del mundo”, y es a nivel mundial uno de los mayores atractivos para el capital extranjero y la inmigración. A fines de la década del 1870 comienza a conformarse la clase obrera, como resultado de la demanda masiva de mano de obra requerida por el desarrollo de las tareas rurales, el transporte y las comunicaciones, los puertos, las bodegas, los talleres, los frigoríficos, el comercio de importación y exportación, la construcción de las ciudades, los bancos y servicios y la expansión del aparato estatal. Y todo este desarrollo capitalista hizo surgir también amplios sectores de industriales, chacareros, arrendatarios, comerciantes y de grandes propietarios no ligados a la élite terrateniente de Buenos Aires y el Litoral. Sectores que pretendían “ocupar un lugar bajo el sol”, lo que provocaba agudos conflictos y cuestionamientos a la República Conservadora.
Por eso, a lo Gran Gatopardo, parte de la élite dominante comenzó a pensar en cambios para que lo esencial no cambiara. Estaban atentos a Europa, donde las burguesías estaban aprendiendo a la fuerza que les convenía cambiar el absolutismo por regímenes democráticos de amplia participación. Era necesario sacar la protesta de las calles y enclaustrarla en el Parlamento. Había que dar alguna participación al principal partido de la oposición: el Radicalismo y también al más reducido Partido Socialista y así poder aislar al principal peligro: el Anarquismo.
Hipólito Yrigoyen y los Radicales
El Partido Radical, nacido de la Revolución del Parque de 1890, era parte de esa protesta. Dirigido por Leandro N. Alem y su sobrino Hipólito Yrigoyen representaba a muchos de esos sectores que buscaban un “lugar bajo el sol”, desde la “chusma radical” hasta grandes propietarios. Encarnaban la rebeldía de todas las clases excluidas de los grandes beneficios de la Argentina exportadora. Su gran programa era el sufragio secreto y universal, en vez del cantado y público que se prestaba a las peores trapisondas, y un tibio reformismo obrero y popular. Su política, desde el nacimiento, fue la abstención y la Intransigencia, con conatos insurreccionales contra el régimen de los conservadores dueños del país.
En 1912 el presidente conservador Roque Saenz Peña, con la oposición de muchos de sus partidarios y parte de la élite, logró la sanción de la primera ley que garantizaba el voto secreto, universal y obligatorio a todos los argentinos varones y mayores de 18 años. Con esta ley electoral, en la siguiente elección de 1916 y por amplia mayoría, es electo presidente Hipólito Yrigoyen del Partido Radical.
El Radicalismo sólo se proponía “democratizar” los beneficios del sistema agro exportador. No era ninguna amenaza a los detentadores del poder económico. El Poder real seguía en las manos de siempre. Para eso las élites contaban con el control absoluto de las Fuerzas Armadas y del “gendarme espiritual” que era la Iglesia Católica. El Radicalismo no pretendía hacer la Reforma Agraria ni producir modificaciones al sistema agrario. Ni tampoco a la dependencia con Gran Bretaña. Para sustentar su base popular realizó una política populista y tibiamente obrerista: salario mínimo, rebaja de alquileres, reglamentación del trabajo a domicilio, conciliación y arbitraje en las huelgas, con tendencia a favorecer a los trabajadores que por primera vez en la historia eran atendidos en Casa de Gobierno.
Pero apenas surgía un movimiento independiente de los trabajadores, que cuestionara las relaciones patronales ó las dependencias al sistema ó a la metrópoli inglesa, el Radicalismo no dudaba en masacrar la protesta, con tanta ferocidad como lo habían hecho los gobiernos de la oligarquía conservadora.
Al iniciarse en 1914 la Primera Guerra Mundial habían disminuido las exportaciones y caído los precios de los cereales. Y la inflación recortaba aún más la baja de salarios. Como siempre, la clase capitalista descargaba en las y los trabajadores los costos de la crisis. En 1915 hubo en Buenos Aires 12.000 huelguistas y 24.000 en 1916. En 1917 pararon 136.000 obreros y en 1919, con cierta recuperación económica, hubo 300.000 trabajadores en huelga.
La Semana Trágica
Los 2.500 trabajadores metalúrgicos de los Talleres Vasena e Hijos Ltda. (después Tamet, en Cochabamba y Rioja de Capital Federal), nucleados en el Sindicato Metalúrgico Unidos y afiliados a la FORA 5° Congreso, de tendencia anarquista, habían parado la producción el día 2 de diciembre de 1918. No pedían mucho: jornada de 8 horas, medidas de salubridad y seguridad laboral y un aumento salarial. La medida de fuerza se continuaba en los primeros días de enero de 1919. Las negociaciones con la patronal no habían llegado a buen término. El día 7 de enero, a eso de las 15,30 hs. el piquete obrero de la entrada a la fábrica impide que entren camiones con insumos. Pero el intento de ingreso era una provocación. Desde adentro de los camiones disparan contra el piquete y vecinos que circulan por el lugar.
El tiroteo se continúa desde los custodios de la empresa y la Policía, con muy poca respuesta de los obreros que habían sido sorprendidos. El saldo es de cuatro muertos y cuarenta heridos entre vecinos y huelguistas. El gobierno declara responsable de los sucesos tanto a la Patronal como a los activistas anarquistas. El día 9 de enero será el sepelio. Para ese día la FORA anarquista llama a la Huelga General. Se suman los gremios del Calzado, Construcción, Choferes, construcciones navales que tienen conducciones anarquistas. También adhieren los empleados del Estado. El periódico anarquista “La Protesta” incita a la huelga revolucionaria: “El crimen de las fuerzas policiales, embriagadas por el gobierno y Vasena, clama una explosión revolucionaria”.
El 9 de enero desde temprano se expresa la bronca obrera: se queman dos chatas de Vasena y se apedrean los talleres. Al mediodía ya no hay más transporte y se generaliza el Paro. Toda la Policía está acuartelada. A las 13 hs, desde el Sindicato Metalúrgico, se inicia el cortejo fúnebre al Cementerio de La Chacarita. Rodean los féretros unos cien obreros armados con revólveres y carabinas que hacen la Autodefensa. Son numerosas cuadras de acompañantes (la prensa obrera habla de 200.000 personas) con banderas rojas y negras y flores que eran arrojadas a los féretros. La marcha era silenciosa y absolutamente pacífica. Aproximadamente a las 17 la cabecera llega a la Chacarita y comienzan los discursos de los dirigentes obreros.
Sorpresivamente, por detrás de los muros del Cementerio, aparecieron efectivos de la Policía y del Ejército disparando contra la multitud, en una verdadera emboscada. En pocos minutos había 20 muertos y casi 200 heridos. De las fuerzas represivas no hubo bajas. La gente buscaba refugio donde podía. Un grupo indignado y muy decidido marchó a los Talleres Vasena y provocó un incendio. Acá se produjo un fuerte tiroteo. En esas circunstancias llega el Jefe de Policía, el radical Elpidio González, intentando parlamentar. Los trabajadores le queman el auto y lo hacen correr. Repuesto en su despacho, el jefe de Policía, mandó unos cien policías, armados hasta los dientes, con orden de aniquilar a todo huelguista que se cruzara. A las pocas horas se sumaban 24 muertos y 60 heridos más, en las inmediaciones de Talleres Vasena.
Al anochecer se desplazan por los barrios 10.000 efectivos del Ejército y de la Marina con órdenes de abrir fuego contra todo huelguista activista. El día 10 está paralizado Buenos Aires y la huelga se extiende al Interior del país. Se suman ya centenares de huelguistas muertos. El 11 de enero el gobierno acuerda con dirigentes sindicalistas y socialistas el levantamiento de la huelga, dando libertad a más de 2000 detenidos y un aumento salarial a todos los trabajadores de entre 20% y 40 %, según las categorías. Pero los trabajadores desde las Asambleas obreras rechazan el levantamiento del Paro. Y la FORA anarquista, desde el periódico La Protesta llama a continuar la Huelga General contra los crímenes del Estado. Hasta el día 13, continúa la huelga que se ha extendido al Interior, donde se han agregado al repudio a Vasena y al gobierno otros conflictos. Ese día 13 el gobierno Radical con apoyo de los parlamentarios conservadores declara el Estado de Sitio.
El diario La Nación alerta que el conflicto ha sido organizado por el “maximalismo” ruso. El día 15 la Huelga se ha levantado en todo el país. El Ejército vuelve a los Cuarteles. El gobierno Radical ha combinado una dura represión contra los anarquistas insurreccionales y diálogo y concesiones a sindicalistas y socialistas. Son cientos los mártires obreros y sus crímenes claman justicia hasta hoy.
Otras huelgas en la lejana Patagonia, durante los años 1921 y 1922 tuvieron igual respuesta, con las matanzas de miles de peones por las fuerzas del Ejército que custodiaban los intereses laneros de grandes latifundistas mayoritariamente ingleses. En los mismos años y con los mismos gobernantes otra vez el Ejército defendiendo los intereses de la empresa Inglesa La Forestal, que era dueña de dos millones de hectáreas en el Chaco Santafecino, explotando y desbastando los bosques de quebracho. Son fusilados centenares de hacheros, por haberse atrevido a pedir mejores condiciones de trabajo y aumento salarial. También claman justicia hasta hoy.-